Prólogo I

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Era muy ruidoso a pesar de ser media noche.

 

—Debe ser una tormenta fuera de temporada—, pensó Olivia, sentándose en la cama. Las ventanas vibraron cuando el fuerte viento las sacudió junto a los marcos y un relámpago brilló por un momento, tiñendo la habitación de blanco.

 

«No debo tener miedo. No puedo tener miedo…. Todo el mundo está sufriendo por mi culpa. Por mi culpa…»

 

Apretó los puños hasta que se pusieron blancos, en un intento de calmar los temblores de su cuerpo.

 

La tormenta en realidad podría ser algo bueno. Ni siquiera el ejército del Emperador sería capaz de moverse con un clima así. El castillo de Lutgart resistiría tantas tormentas como ella, y aquellos que mueran por su culpa vivirían tanto tiempo como ella.

 

Aun así, cada vez que caía un trueno, Olivia se estremecía, luego se acurrucaba y enterraba la cabeza entre las rodillas, como si cada trueno abriera un agujero en su corazón.

 

Toc Toc

 

Alguien llamó a la puerta y Olivia respondió con una débil voz.

 

—Adelante.

 

Quien abrió la puerta fue el Conde Theodore Lutgart.

 

El olor a polvo húmedo y sangre invadió la habitación. Su cabello, negro como el carbón, estaba empapado y su atrevida belleza parecía demacrada.

 

—¿Pasó algo?

 

Olivia preguntó confundida, con sus labios carnosos y rojos ahora pálidos y sin color.

 

—Princesa, por favor levántese y póngase los zapatos. ¡Algo cómodo, rápido!

 

Habló con firmeza y rapidez, abriendo bruscamente el armario de Olivia.

 

Olivia siguió sus palabras, aunque no sabía realmente qué hacer.

 

Mientras ella se levantaba de la cama y se ponía las botas que habían sido colocadas junto a ella, Theodore se acercó nuevamente y le puso un abrigo que había sacado del armario.

 

Y metió varias bolsas pesadas, cuyo contenido parecía ser dinero, en los bolsillos de su abrigo y de su falda.

 

Hasta ese punto, Olivia ya no pudo ignorar la situación y le preguntó, temblando como si estuviera hecha de un material tan frágil como el papel.

 

—¿El Castillo ha caído?

 

—Aún puede resistir un poco más.

 

Era una mentira y Olivia lo sabía.

 

Era absurdo enfrentarse al Ejército Imperial únicamente con los soldados del Condado de Lutgart. Aún sabiendo desde el principio que perdería, Theodore la ayudó.

 

Aunque fuera solo por sentido del deber.

 

Al pensarlo, Olivia sintió que las lágrimas brotaban de sus ojos. Si no la hubieran acogido, nada habría sucedido en el Condado de Lutgart. Como un poderoso Conde del Imperio, Theodore habría sido tratado y respetado de una manera acorde con su estatus y poder.

 

Pero ahora, todo lo que quedaba de Lutgart era un pequeño castillo. Las cuatro propiedades de Theodore habían sido arrasadas por la guerra y su gente se había convertido en refugiados. De su leal ejército ahora solo quedaban menos del 30% y la mayoría de los Caballeros habían perdido su capacidad de luchar.

 

Y en ese momento, la última torre del castillo estaba a punto de perderse también.

 

Theodore tomó su mano y la atrajo hacia él.

 

—Vamos.

 

Olivia lo siguió con pasos rápidos. El enemigo ya había entrado en la muralla exterior y se oían gritos de batalla y alaridos no muy lejos.

 

Olivia tuvo que correr hasta quedarse sin aliento mientras Theodore aceleraba su ritmo a medio trote. Y aún así, él no la miró ni disminuyó la velocidad.

 

—¿A dónde vamos?

 

Olivia preguntó, pensando que no habría salida ya que el Castillo ya estaba rodeado. Theodore no respondió, pero sostuvo la linterna con una mano y tomó la mano de ella con la otra mientras bajaban las escaleras hacia el sótano.

 

—Entrégame a Ezekiel.

 

Olivia habló con seriedad mientras lo seguía.

 

—Está bien. No me matará.

 

—No digas tonterías. Eres la única que amenaza la sucesión de la Princesa Roella.

 

—Cualquier cosa es mejor a que todos mueran.

 

—La entreguemos o no Princesa, de cualquier forma, moriremos todos.

 

Era cierto. Ezekiel Schwaben, quien controlaba el Ejército Imperial, no era partidario de dejar ir a nadie que se le resistiera. Especialmente si esa persona era Theodore. Definitivamente iba a matarlo.

 

Theodore se detuvo y miró a Olivia.

 

—¿Quiere vivir, Princesa?

 

La roja luz de la linterna se reflejaba en sus ojos negros. A veces, a Olivia le parecía como si una llama ardiese dentro de ellos, y otras veces parecía como si las sombras se proyectaban, haciéndolos parecer aún más oscuros.

 

Olivia se estremeció, casi como si se estuviera reprendiendo por intentar sobrevivir por su cuenta.

 

—Por favor viva.

 

Theodore respondió en su lugar y volvió a tomar su mano.

 

Antes de darse cuenta, habían llegado al sótano del Castillo. Theodore puso la lámpara en el suelo y apartó los muebles de una pared. Entonces, como si alguien hubiera pateado la esquina, una piedra se movió, creando un agujero.

 

Entonces, Theodore habló con prisa.

 

—Este agujero conduce a una alcantarilla. Es una especie de pasaje secreto.

 

—T-Theodore…

 

—Creo que, como un Lutgart, he cumplido con mi deber.

 

Esas palabras le sonaron devastadoras. Como si hubiera dicho “¿No es por tu culpa que todos mueran así?”

 

Pero tristemente, era cierto. Si no fuera por ella, todos en el Condado de Lutgart no habrían muerto.

 

Si él no la hubiera acogido, si ella no le hubiera dicho quién era, si lo hubiera solucionado sola, Lutgart no habría muerto.

 

Olivia finalmente derramó las lágrimas que había estado conteniendo.

 

—Lo siento. Lo siento.

 

—No llores.

 

Theodore dijo suavemente. Olivia también sabía que no era momento de llorar. Que no merecía llorar.

 

Pero sus lágrimas no pararon. Theodore la agarró con fuerza de sus temblorosos hombros.

 

—Te dije que no lloraras. Nadie dijo que esto es tu culpa.

 

Igual que cuando eran niños, Theodore habló con su tono autoritario y Olivia lo miró con sus grandes ojos azules. Le resultaba difícil ver la expresión en el rostro contrario porque su visión estaba borrosa por las lágrimas.

 

—Vete.

 

—Q-Quien debería no soy yo…

 

—No puedo huir. Soy yo el responsable de Lutgart, no tú.

 

Theodore habló, poniéndole a la fuerza una llave en la mano.

 

—Vive tranquilamente. Olvida todo lo que eres, escóndete y sobrevive. Si sientes pena por quienes murieron para salvarte, vive lo suficiente para compensar sus vidas.

 

—¡Theodore, Theo…!

 

Theodore la agarró del hombro y besó apasionadamente sus labios una vez.

 

Olivia se quedó estupefacta. Y mientras Olivia trataba de entender lo que estaba pasando, él la empujó hacia el agujero sin dudarlo.

 

Cuando recobró el sentido, gritó y se resistió, pero no había forma de que pudiera contra la fuerza de Theodore.

 

La piedra fue empujada nuevamente desde atrás, bloqueando completamente la entrada y dejando a Olivia en la oscuridad.

 

—¡Theodore!

 

Ella gritó y golpeó la roca con toda su fuerza, pero esta no se movió ni siquiera un poco. Y el sonido de los muebles siendo movidos por Theodore al otro lado reverberó en la oscuridad como un trueno.

 

Pronto, solo se escuchaba el sonido de su propia respiración, y el sonido metálico de la armadura de acero de Theodore alejándose. Olivia se quedó allí por un momento, temblando mientras lágrimas corrían por su rostro.

 

El Condado de Lutgart había sido su hogar. Suyo y de su familia.

 

El anterior Conde Lutgart la había acogido y criado, y ella no tenía ninguna duda de que era una Lutgart hasta que le dijeron quién era realmente.

 

Entonces, cuando se dio cuenta de que no podía escapar de su destino, Theodore fue la primera persona a la que se le ocurrió pedir ayuda.

 

Si hubiera sabido que resultaría así no lo habría hecho. No debería haber hecho eso.

 

Theodore le había dicho que él era el responsable, no ella, pero fue él mismo quien le obligó a asumir una responsabilidad no deseada.

 

Las lágrimas no paraban.

 

Pero aún así, comenzó a arrastrarse por el estrecho pasaje, agarrando la llave con fuerza.

 

No porque Theodore le había pedido sobrevivir. Sino porque para reiniciar todo, debía llegar “allí”.

 

Se arrastró durante mucho tiempo por el pasillo donde no había luz y le era difícil respirar, hasta que pronto empezó a apestar y supo que había llegado a la alcantarilla.

 

Ya en ese lugar, pudo enderezar un poco la espalda. Olivia olvidó que estaba llorando y avanzó por las alcantarillas lo más rápido que pudo. Porque quizás aún podía salvar al menos a una persona. No, ella deseaba poder salvar al menos a una persona.

 

El pasaje del alcantarillado parecía no tener fin. Los gritos y truenos continuaban resonando en lo alto, pero ella no podía saber si era real o solo una alucinación.

 

¡Estruendo-!

 

Un rugido atronador, lo suficientemente fuerte como para hacer que cualquiera se estremezca, resonó por todo el pasaje. Y una vez Olivia logró escuchar el sonido de la lluvia, corrió hasta él.

 

¡Destello-!

 

En la oscuridad, un relámpago tiñó con su luz toda la alcantarilla. Era una señal, la salida estaba cerca.

 

Corrió rápidamente y abrió la puerta de hierro de la alcantarilla con la llave que le había dado Theodore.

 

El final del alcantarillado estaba conectado a un río, no muy alejado del Castillo. Parecía que había sido diseñado así desde el principio, para ser utilizado como un pasaje secreto.

 

Ella se movió de nuevo y salió arrastrándose del río. La lluvia torrencial la empapaba como si quisiera lavarlo todo, desde las aguas residuales hasta las lágrimas.

 

El suelo tembló tanto que se estremec

ió y los ojos de Olivia se abrieron de par en par.

 

¡Estruendo-!

 

Esta vez no había sido un trueno. Era el sonido de la pólvora explotando.

 

El Castillo de Lutgart se estaba derrumbando.


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