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Tang Yuhui tuvo un sueño.
Esta era una forma bastante trillada de poner fin a un largo y saturado día. Pero aun así, se dejó envolver dócilmente por la suavidad de la noche.
En su tercera noche en Kangding, después de un día entero de desajustes hormonales, con la mente nublada, el cuerpo entumecido y un largo tiempo tendido en la cama contemplando a través del tragaluz un cielo estrellado, Tang Yuhui entró en aquel sueño con una vaga sensación de presentimiento.
En el sueño, el aire que lo rodeaba era como agua tibia: tranquilo, húmedo. La pradera, que durante el día se había mostrado clara y limpia, ahora estaba cubierta por un filtro rojizo, como de óxido, que volvía borrosa la visión.
Tang Yuhui pensaba, confusamente, ¿qué clase de color es este? Parecía absorber toda la luz, y aun así era tan sucio, tan denso… Seguro que estaba muy cerca del sol.
En medio del vendaval, se encontró en el centro de un círculo formado por doce caballos. Todos arañaban con desgano la hierba con sus cascos, pero adoptaban una postura amenazante, como si en cualquier momento fueran a lanzarse sobre él y aplastarlo hasta hacerlo trizas.
Uno de ellos, el más indiferente, seguía pastando con calma mientras los otros once se acercaban despacio. No mostraba el menor interés en la suerte de Tang Yuhui, como si incluso esperara que todo terminara de una vez.
En el sueño, Tang Yuhui se sintió un poco molesto. Pensaba: «¿Por qué no vienes? ¿No quieres aplastarme tú también? Eres tan hermoso… ¿Te parece si te dejo mis huesos y mis restos?».
Al final, eligió a ese caballo que lo ignoraba por completo. Se acercó lentamente y frotó con suavidad su mejilla contra la espesa crin de su cuello.
En el sueño, el caballo bajó la cabeza y le lamió la muñeca con la lengua. Tang Yuhui sintió algo muy extraño: por un lado, una especie de presentimiento, como si estuviera a punto de temblar en espasmos; por el otro, pensaba: «Eres un caballo, no una jirafa».
El caballo llevó a lomos Tang Yuhui y avanzó despacio, saliendo del círculo. Los otros once se detuvieron a mirarlos, con una tristeza serena en la mirada.
Tang Yuhui cabalgaba a paso lento sobre la pradera, cada vez más roja ante sus ojos. El caballo lo llevó hasta el pie de una larga escalera.
Las nubes del día, en ese lugar, ya se habían teñido de un rojo encendido. Kang Zhe lo esperaba allí, de pie, entre ese óxido.
Pero esta vez, él no lo bajó del caballo.
—Sube —escuchó decir a Kang Zhe.
En ese momento, Tang Yuhui se dio cuenta de que estaba soñando, porque recordaba claramente que durante el día, al regresar, Kang Zhe –quién sabe si a propósito– había elegido otro camino. No volvieron a pasar por aquella larga escalera que llevaba al cielo
Y él, completamente desorientado, ni siquiera había recordado pedirle a Kang Zhe que lo acompañara.
¿Así que ahora Kang Zhe lo estaba invitando a subir entre las nubes? Tenía que ser un sueño.
Kang Zhe acarició la cabeza del caballo, le quitó las riendas de la mano a Tang Yuhui y las enrolló en su puño.
Tardaron mucho en subir, pero poco a poco se fueron acercando a la cima.
Cuando ya faltaban apenas unos escalones, Kang Zhe detuvo al caballo de pronto y le preguntó a Tang Yuhui:
—¿Quieres subir?
Tang Yuhui lo pensó un momento y luego asintió con seriedad.
Entonces, Kang Zhe soltó las riendas. El caballo llevó rápidamente a Tang Yuhui hasta la cima.
Qué extraño, pensó Tang Yuhui. Era claro que habían subido siguiendo la pendiente de la montaña… ¿por qué al otro lado de la cima había un acantilado vertical?
Kang Zhe estaba a su lado, en silencio, contemplando junto a él el abismo envuelto en oscuridad.
—Te dije que no iba a subir. —La expresión de Kang Zhe se tornó borrosa—. Y aun así te vendí otra entrada.
—No puedo verte. Cada vez está más oscuro aquí —respondió Tang Yuhui.
De pronto, Kang Zhe se calló. Su rostro se fue acercando poco a poco.
Tang Yuhui, montado en el caballo, quedaba bastante más alto que él. Kang Zhe, entonces, se subió de un salto y, desde atrás, lo rodeó con los brazos, abrazándolo por la cintura. Su nariz se apoyó contra el cuello de Tang Yuhui. Aunque no había fumado, el olor a tabaco que lo envolvía lo hizo sentirse empapado, como si le lloviera desde dentro.
—¿Qué clase de rojo es este? —preguntó Tang Yuhui, mirando el cielo cuyo color se parecía cada vez más al de un mineral.
Kang Zhe extendió la lengua y, con suavidad, le lamió el interior del cuello. De inmediato, Tang Yuhui comenzó a temblar de forma nerviosa. Lo miró con asombro y desconcierto, abriendo y cerrando la boca sin darse cuenta.
Kang Zhe lo observó con calma.
Pero su voz seguía siendo igual de ronca, como una ráfaga de viento que se pegaba al oído de Tang Yuhui.
—¿De verdad no lo sabes? Te lo enseñé.
»Tierra —murmuró su voz. Tang Yuhui giró la cabeza y se encontró con sus ojos.
En el instante en que sus miradas se cruzaron, la figura de la persona sobre el caballo se desintegró rápidamente en puntos de luz dispersos, de donde emergió una libélula completamente roja.
Voló hacia el acantilado, pasó junto al oído de Tang Yuhui, y la voz joven y ronca de Kang Zhe resonó:
—Tierra roja.
Con un chasquido, la libélula también se hizo pedazos.
—Es «zhe», ocre rojo.
Tang Yuhui despertó.
Estaba empapado en sudor, respirando con dificultad como si hubiera estado al borde de la muerte por ahogamiento.
Aún no amanecía. Tang Yuhui, atónito, se quedó enfrentando el cielo estrellado sobre su cabeza, y pronto comprendió la reacción de su propio cuerpo
Apoyó con suavidad el dorso de la mano sobre la arteria en su cuello, y permaneció largo rato en silencio.
Tang Yuhui evitó a Kang Zhe durante varios días.
Aunque, en realidad, no era exactamente evitarlo; él pensaba que Kang Zhe quizá ni siquiera se había dado cuenta.
Descubrió que, mientras él no tomara la iniciativa, Kang Zhe casi nunca le hablaba.
Pero aun así, antes de salir, se tomaba la molestia de avisarle y preguntarle si quería acompañarlo.
Sin embargo, después de que lo rechazó una vez, Kang Zhe no volvió a invitarlo.
Tang Yuhui, por un lado, se sintió aliviado, y por otro, no pudo evitar pensar con un suspiro: «La paciencia de Kang Zhe dura exactamente una vez, pero una sola vez sigue siendo más que cero, aunque solo sea por una unidad».
Después de meditarlo durante varios días, Tang Yuhui finalmente marcó el número de Ke Ning.
El tono de espera, ese tu… tu… en su oído, parecía haber vuelto al ritmo que le era familiar.
Se quedó distraído, pensando: ¿por qué aquella primera vez que habló por teléfono con Kang Zhe, la señal entre cada tono tardaba tanto en llegar? No era su imaginación… de verdad iba más lenta.
«Pero en ese entonces, ni siquiera conocía a Kang Zhe», recordó.
Esta era la segunda llamada que hacía después de llegar a Ganzi, y fue respondida rápidamente.
—¿Hola…? —La voz de Ke Ning sonaba un poco nasal—. ¿Tangtang?
—¿Ke Ning, estás resfriado? —preguntó al instante Tang Yuhui.
—No. —Al otro lado, Ke Ning pareció frotarse la nariz—. Estuve despierto toda la noche, estaba intentando dormir…
—Ah, ¿no te desperté, verdad? —Tang Yuhui se rio—. ¿Por qué te esfuerzas tanto?
La voz adormilada de Ke Ning sonó:
—¿Esto cuenta como esforzarse? No es nada comparado contigo…
Pero a mitad de la frase, se interrumpió de golpe. Hubo unos segundos de silencio. Y entonces, Ke Ning, en voz baja y con cautela, dijo:
—Perdón… Tangtang.
Tang Yuhui lo encontró adorable, como si un gatito estuviera lamiendo suavemente una herida en su corazón. No era que no doliera, pero se sentía cálido y reconfortante.
—No te preocupes, esforzarse no es algo malo, y mucho menos algo por lo que haya que pedir disculpas —dijo Tang Yuhuai con una sonrisa—. Además, ¿cuándo me has visto enojado contigo?
Ke Ning soltó un suspiro de alivio, y su voz sonó un poco más animada:
—Tangtang, ¿te sientes mejor ahora?
Al oír eso, Tang Yuhui vaciló por un momento.
—Supongo que sí… —Después de titubear por un momento, finalmente planteó el propósito de la llamada—: Ke Ning… ¿me contarías sobre tu primer amor?
Hubo unos segundos de silencio al otro lado.
—¿Eh? —preguntó Ke Ning, confundido—. ¿Por qué me preguntas eso?
Su voz sonó más baja que antes, incluso más que cuando se disculpó:
—Tangtang, ¿te gusta alguien?
—Creo que sí… —respondió Tang Yuhui.
—Pensé que… no estarías de ánimo para eso… —habló Ke Ning, despacio—. ¿Es alguien que conociste en tu viaje?
—Sí… no lo sé bien todavía. No estoy muy seguro —respondió Tang Yuhui, y añadió, despacio—: Nunca me había gustado nadie antes.
—¡Ya lo sé! ¡No pasa nada! —respondió Ke Ning al instante. Después de una breve pausa, su voz se volvió más suave, más lenta—. ¿Y cómo es esa persona?
—No sabría decirte… apenas lo conozco desde hace unos días. ¿Te parece si te lo cuento poco a poco, más adelante? —respondió Tang Yuhui.
Ke Ning murmuró un «mn», y luego, como si recién se diera cuenta, preguntó:
—Pero, ¿por qué me preguntas por mi primer amor? Si tú ya lo sabes… me gustan los chicos.
La conversación se cortó, de pronto, sin aviso.
Tang Yuhui habló lentamente:
—Solo quería decirte que… creo que a mí también me gustan los chicos…