Capítulo 9: El río de sal minera

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La reacción de Ke Ning fue mínima, o mejor dicho, prácticamente inexistente.

Ni siquiera mostró sorpresa; Tang Yuhui solo le oyó soltar un simple «oh», y nada más.

—¿No estás sorprendido? ¿No tienes nada que preguntar? —preguntó, extrañado.

Ke Ning titubeó al responder:

—Tang Tang… no es por nada, pero… esto realmente no es algo tan sorprendente.

Intentó elegir una manera más suave de expresarlo.

—Siempre he sentido que eres distinto a los chicos comunes. Tienes algo… algo que hace que uno quiera protegerte.

»Aunque yo ya soy… o sea… de los dos —dijo con torpeza—, el que suele ser más protegido.

Tang Yuhui giró la conversación con cautela:

—¿Estás insinuando que… soy débil… o… muy afeminado?

—¡¡No, para nada!! —respondió Ke Ning de inmediato—. ¡¡Definitivamente no!!

»Y eso que dices es un prejuicio. No hay ningún grupo que sea intrínsecamente el más débil en una relación —explicó con paciencia—. No eres débil, ni afeminado. Yo sé que siempre has sido fuerte. Más fuerte que todos nosotros.

Hizo una pausa, bajó un poco la voz y continuó con calma:

—Pero es que eres muy desconcertante. Eres amable, educado, tienes un carácter tranquilo… nunca te he visto enojado con nadie. Eso ya te hace muy diferente de muchos chicos.

»Y estas son todas cualidades maravillosas que posees —dijo con ternura—. Siempre he pensado que, algún día, vas a apoyarte en alguien muy especial.

»Simplemente me cuesta imaginar cómo sería que te apoyaras en una chica… ¡Sí, eso es!

—Mn… —Tang Yuhui entrecerró los ojos con una sonrisa—. Y yo que pensé que ibas a decir que es porque parezco gay.

—Claro que no. —Ke Ning también se rio—. Eres muy guapo, sí, ¡pero eres más bruto que nada! Si vas a ser gay, ¡hazlo con dignidad, por favor!

Debido a que Tang Yuhui dijo que hablarían de eso después, Ke Ning gentilmente no insistió más. Solo conversaron de cosas cotidianas, pero no se olvidó de pedirle que, cuando estuviera listo, le contara todo.

Antes de colgar, Ke Ning le dijo con voz suave:

—Tangtang, cuídate mucho, ¿sí? Querer a alguien… ya de por sí es algo que duele. Aunque solo sea un deseo, ya no quiero volver a verte herido. De ninguna forma.

Hubo un breve silencio entre los dos. Tang Yuhui le respondió con seriedad que sí, que no se preocupara, y prometió que en unos días le enviaría algunos productos típicos del Tíbet.

Después de colgar el teléfono, se levantó y se quedó pensativo durante un rato.

Salió de la habitación y llegó al pasillo del segundo piso, desde donde podía ver todo el patio.

Para sorpresa de Tang Yuhui, Kang Zhe aún no había salido esa mañana.

Junto a la parra del patio se amontonaban unas toscas piezas de madera, y Kang Zhe, vestido con una camiseta sin mangas negra, estaba serrando.

Tang Yuhui acababa de verlo con una pierna apoyada sobre un grueso tronco, y antes de que pudiera siquiera parpadear, Kang Zhe, como si tuviera ojos en la espalda, percibió su mirada. Se giró de pronto y le hizo una seña con la mano.

—¿Quieres venir a sentarte un rato?

Tang Yuhui asintió. Luego pensó que, desde esa distancia, tal vez Kang Zhe no lo habría visto, así que se apresuró a bajar las escaleras.

Cada vez que se acercaba a Kang Zhe, lo invadía una tensión parecida a la que sentía de niño al ser llamado al pizarrón para resolver un ejercicio. Era como si solo en esos momentos comprendiera que «acercarse» era, en esencia, un acto solemne. Aunque no le importaba tanto con otras personas, con Kang Zhe era especialmente intenso.

Kang Zhe entró a la casa y regresó con un pequeño banco de madera. Lo colocó bajo la sombra de la parra y le indicó a Tang Yuhui que se sentara allí a observar, y que no siguiera exponiéndose al sol.

—¿Qué estás haciendo? —Tang Yuhui inició la conversación.

—Estoy haciendo una mesa —respondió Kang Zhe.

—¿Por qué? —Tang Yuhui se dio cuenta de que su pregunta sonaba un poco extraña, así que añadió—: ¿Para qué la estás haciendo?

—Para tener una mesa donde podamos comer juntos —respondió Kang Zhe con sencillez.

Tang Yuhui se quedó un momento en silencio, y se oyó a sí mismo preguntar torpemente otra vez:

—¿Por qué?

—¿Eh? ¿Por qué tantas preguntas? —Kang Zhe seguía concentrado en la madera, sin mirarlo—. Tampoco es que coma afuera todos los días y aquí no hay servicio a domicilio. De todas formas, tengo que cocinar.  ¿No sería bueno tener a alguien que lave los platos?

—¿Yo? —murmuró Tang Yuhui, atónito.

—Claro —respondió Kang Zhe, concentrado en serrar la madera, sin alzar la cabeza—, ¿si no tú, quién más?

—Pero… —Tang Yuhui dudó, tropezando con las palabras—, antes dijiste… que ni pagando lo harías.

Kang Zhe por fin dejó la sierra a un lado, se giró hacia él y lo miró con apatía.

—¿Me has pagado acaso?

Tang Yuhui se quedó aturdido por un momento.

—No.

—Bien. —Kang Zhe tomó las herramientas que estaban a un lado y, con total concentración, continuó serrando la madera—. ¿Hay alguna otra pregunta?

El sonido de la sierra cortando la madera volvió a sonar con un susurro áspero, y en medio de ese murmullo, los latidos agitados del corazón de Tang Yuhui se sentían completamente fuera de lugar.

Hizo todo lo posible por disimularlo, pero las palabras de Kang Zhe parecían desdibujarse igualmente entre aquel estruendo.

Tang Yuhui podía sentirlo: había un enorme globo dentro de él, inflándose poco a poco.


Sin embargo, cuando Kang Zhe hablaba de «comer juntos en la misma mesa», de verdad solo significaba eso: compartir la mesa para comer.

Tang Yuhui descubrió que, siempre que no salían de casa, Kang Zhe solía dormir hasta el mediodía.

Tang Yuhui padecía de una enfermedad estomacal grave. Antes, cuando estaba en casa, Tang Rui solía obligarlo a levantarse a las siete de la mañana para desayunar. El menú estaba elaborado según una lista especializada de nutrientes, y aunque era abundante en variedad, rara vez resultaba realmente apetecible.

A menudo, Tang Yuhui encontraba difícil tragar, pero a nadie parecía importarle si de verdad tenía ganas de comer.

De niño, Tang Yuhui creía que su madre lo quería mucho, porque sus comidas siempre estaban preparadas con más esmero que las de otros niños de su edad; porque cada vez que enfermaba, toda la familia entraba en estado de alarma; y porque, en los años de la infancia, recibió una cantidad especialmente grande de cuidado y atención.

Más tarde, Tang Yuhui entendió que podía amar lo que quisiera, desear lo que quisiera e incluso obtenerlo. Pero lo que no podía permitirse era no ser excelente. Y peor aún que no ser excelente: no podía permitirse estar enfermo.

Al entrar a la universidad, Tang Yuhui acababa de dejar atrás aquel hogar que era como una jaula.   Todas sus ramas y hojas empezaron a crecer en sentido contrario, en secreto, a espaldas de Yu Zhengze y Tang Rui.

Un año de horarios desordenados y alimentación caótica arruinó por completo su estómago, acostumbrado al cuidado y al confort.

No fue hasta su segundo año de universidad que esta sobrecompensación excesiva finalmente se calmó.

Aunque no porque Tang Yuhui hubiera aprendido a cuidarse. Sino porque, tras algunas experiencias, comprendió que esa forma de rebeldía exagerada y ruidosa no era más que una proyección subconsciente de su anhelo por obtener el amor y la atención de sus padres. Era inmadura, inútil y hasta ridícula.

Pero para entonces, su salud ya estaba completamente arruinada por aquel año de vida caótica, y necesitaba casi reconstruirse desde cero.

Tang Rui y Yu Zhengze se enfadaron mucho, y le cortaron la manutención durante medio año.

Tang Yuhui tampoco volvió a resistirse de forma silenciosa y absurda, como en una película muda y, poco a poco, volvió a adoptar el hábito de desayunar.

Había pensado en invitar a Kang Zhe, pero había dos problemas: primero, no tenía idea de en qué parte de la casa de huéspedes vivía Kang Zhe, ya que cada vez que aparecía era como por arte de magia, como si hiciera un esfuerzo consciente por borrar su propia presencia; segundo, Tang Yuhui no sabía cocinar en absoluto, y como el desayuno es lo más importante del día, le daba mucha pena invitar a Kang Zhe a comer algo tan simple y desabrido.

Así que, con los días, entre Kang Zhe y Tang Yuhui se fue formando una especie de coordinación tácita.

Kang Zhe dormía hasta bien entrada la mañana, y Tang Yuhui iba al mercado durante la mañana a comprar los ingredientes, como forma de pagar su parte de la comida.

Después de gorrear varias comidas abundantes, Tang Yuhui se dio cuenta de que Kang Zhe cocinaba realmente bien; no importaba qué trajera del mercado, siempre lograba convertirlo en algo delicioso.

Cuando comían, ambos mantenían un silencio mutuo. Nadie había sugerido evitar hablar, pero los dos habían optado por mantener una cortesía distante.

En el vestíbulo había un televisor, pero ninguno de los dos mencionó jamás la idea de moverse allí para comer.

En las tardes soleadas, comían así, tranquilamente, compartiendo la mesa bajo la sombra del emparrado. Después de la comida, Tang Yuhui se iba a la cocina a lavar los platos, y cuando salía, Kang Zhe casi siempre ya se había ido.

Por las tardes, Kang Zhe nunca estaba en la casa de huéspedes.

Una vez, Tang Yuhui, movido por la curiosidad, le preguntó por qué cocinaba tan bien. Kang Zhe lo pensó un momento y respondió que había viajado por muchos lugares, y que, cuando uno se queda varado en una ciudad sin nada que hacer, lo más fácil de aprender es a cocinar.

Al oírlo, Tang Yuhui preguntó con cierta ilusión:

—¿Has estado en muchos lugares?

Kang Zhe asintió con un leve «mm», y respondió con indiferencia:

—Solo por trabajos ocasionales. No es nada del otro mundo.

Tang Yuhui soltó un breve «ah», pero por dentro pensó que eso no podía ser cierto. «Si lo hacías tú, seguro que sí era algo importante».

Al mismo tiempo, Tang Yuhui también tuvo la sensación vaga pero firme de que «así es como debería ser»: Kang Zhe debía ser una de esas personas que han estado en muchos lugares, que han conocido a mucha gente.

Se imaginaba a Kang Zhe caminando sin rumbo, quedándose sin intención, deteniéndose una y otra vez en distintos puntos del mapa.

Pero ¿por qué se había ido? ¿Y por qué había vuelto?

Parecía indiferente a lo mundano; ¿acaso pensaba quedarse para siempre entre estas montañas y ríos?

Tang Yuhui sintió que no había la suficiente confianza entre ellos como para hacer preguntas así, así que dejó el tema ahí y guardó silencio.

Pero ese día, cuando terminó de recoger los platos y salió de la cocina, vio que Kang Zhe, sorprendentemente, aún no se había ido.

Estaba apoyado junto a la parra, jugando con el móvil.

—¿Quieres salir hoy? —Kang Zhe dejó el teléfono a un lado al ver a Tang Yuhui salir.

Tang Yuhui se quedó un momento en blanco, y respondió algo abrumado por la inesperada atención:

—¿Me estás preguntando a mí?

—Claro, ¿hay alguien más aquí? —Kang Zhe esbozó una ligera sonrisa—. Siempre pareces estar un poco desconectado.

La voz de Tang Yuhui se elevó de inmediato.

—¡Vamos!

Se quitó el delantal apresuradamente, fue al grifo en el centro del patio a lavarse las manos otra vez, y luego se echó un poco de agua en la cara, queriendo salir con Kang Zhe lo más fresco y presentable posible.

Gotas de agua que aún no se habían secado colgaban de sus pestañas, y al sol brillaban como minerales transparentes suspendidos en el aire.

Tang Yuhui se limpió con el dorso de la mano una gota que le resbalaba por la mejilla, y mirando a Kang Zhe, preguntó:

—¿A dónde vamos?

La mirada de Kang Zhe se quedó fija en sus pestañas.

—Estos días ha estado más cálido. Mis padres están sembrando cebada en los campos del sur. Voy a echarles una mano. ¿Quieres venir a ver? Total, no tienes nada más que hacer.

Tang Yuhui sonrió.

—¿Cebada? Nunca he visto un campo de cebada. ¡Vamos, claro que voy contigo!

Kang Zhe bajó la mirada y lo observó detenidamente, hasta que la gota suspendida en las pestañas de Tang Yuhui cayó por fin.

—Espera un momento. —Kang Zhe regresó al vestíbulo y rebuscó un rato en el armario de abajo.

Tang Yuhui lo siguió y se quedó de pie a un lado.

—¿Qué estás buscando?

Kang Zhe no le respondió. Sacó un sombrero de paja enorme y se lo encasquetó a Tang Yuhui en la cabeza, luego le ató las cintas del sombrero.

Al hacer el nudo, apretó con tanta fuerza que Tang Yuhui casi sintió que lo estaba estrangulando a propósito.

Cuando terminó, Kang Zhe le dio unas palmaditas en la coronilla y dijo con calma:

—Quédate en la sombra todo lo que puedas. No andes correteando por ahí. Y no te olvides del protector solar.

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