“¿De verdad quieres comer esa cosa?” Ming Luo preguntó con una expresión extraña.
Wen Bai pensó que tal vez le molestaba la comida callejera por no ser higiénica, pero a él no le importaba. Era un puesto ambulante después de todo.
Le entregó la caja de cartón que cargaba a Ming Luo.
“Si no quieres, está bien, iré a comprar algo. Sostén esta caja por mí”.
Los cerdos peludos eran animales domesticados tras su evolución, de temperamento dócil y un tamaño similar al de los lechones. Se los criaba principalmente para consumo alimenticio, y su carne enlatada era un producto común.
“Dos libras de carne, por favor”. dijo Wen Bai
“¡Enseguida!”
El vendedor cortó un costillar de cerdo por la mitad sin pesarlo y lo envolvió en una bolsa de papel que entregó a Wen Bai.
“Aquí tiene, señor Wen, son treinta en total”.
Wen Bai cargó la bolsa y la sopesó. Era un poco más de tres libras. Abrió la boca, pero al ver la mirada ansiosa del vendedor, finalmente aceptó su buena intención.
“Gracias”.
Después de pagar, Wen Bai se acercó a Ming Luo.
“Volvamos”.
Pero al final no pudieron regresar a la residencia, ya que el último tren de levitación magnética del mediodía había partido media hora antes. Encontraron una banca de piedra al costado del camino y se sentaron. Wen Bai miró ansiosamente la carne y no pudo resistir darle un mordisco furtivo.
Wen Bai masticó la carne sin mostrar sorpresa alguna. Cómo decirlo, era como comer fideos instantáneos: olía delicioso pero cuando la probaba era solo eso, un sabor levemente mejor que las latas, sin condimentos más que la sal. De hecho, no se podía decir que fuera sabrosa, y tenía un desagradable aroma, como el de un cerdo macho no castrado.
Wen Bai miró a Ming Luo. No era de extrañar que este tipo comiera solo las latas, ahora entendía por qué no quería la carne ahumada, debía ser por ese olor.
Aunque a Wen Bai tampoco le gustaba ese aroma, él nunca desperdiciaba comida. Cuando Ming Luo lo vio mordisquear la carne del cerdo con amargo rencor le dijo:
“Si no te gusta, no lo comas”.
Wen Bai negó con la cabeza.
“No puedo desperdiciarlo”, dijo con la boca llena.
Parecía no haber esperado esa respuesta, pues Ming Luo se quedó aturdido, mirando a Wen Bai con una mirada cada vez más compleja.
Después de comer más de una libra, Wen Bai ya estaba satisfecho. Se frotó el estómago y suspiró en silencio, sin saber cuándo se reabriría el rancho para poder comer carne de verdad… carne deliciosa…
El tren de regreso pasaba por ahí a las seis de la tarde, así que aún faltaba bastante. Wen Bai no quería molestar más a Zhang He, pero su acompañante aún no había almorzado.
“¿Tienes hambre?”, le preguntó.
“No”. Ming Luo sacó un suero nutricional del bolsillo de su camisa. “¿A dónde iremos ahora?”
Wen Bai estudió el mapa en su terminal por un rato antes de responder.
“Vayamos al Parque Nube”.
El lugar no estaba lejos, además la torre del reloj estaba frente al hospital y dentro del parque. Ir caminando hasta allí, tomaría aproximadamente una hora.
Qué inconveniente era no tener una nave aérea, pensó Wen Bai. Cuando tuviera dinero, lo primero que haría sería comprar una.
El Parque Nube era el lugar con más plantas de la ciudad central, principalmente especies ornamentales fáciles de cultivar. Solo mantenerlas requería enormes recursos humanos y financieros.
Wen Bai se agachó y recogió un poco de tierra. El suelo estaba húmedo, a pesar de que no había llovido en la ciudad central en varios días, probablemente habían regado esa mañana.
Aún no era hora laboral, y al estar cerca de la Sede del Gobierno, había bastante gente paseando por el parque, descansando bajo los árboles y conversando en grupos. Cuando Wen Bai pasó por un sendero estrecho junto a ellos, el ambiente se volvió extrañamente silencioso. Tras unos segundos de silencio, una vez que Wen Bai pasó, el bullicio volvió.
Pero Wen Bai no pudo ignorar las ardientes miradas a su espalda, se sentía profundamente incómodo. Quería recolectar algunas hojas para un experimento, pero con toda esa gente observándolo, no se atrevió y solo recogió pétalos y hojas caídas del suelo.
Cuando tuvo suficientes hojas para su experimento, Wen Bai se llevó a Ming Luo a un rincón apartado.
Sacó un vaso de precipitados de la caja, estaba limpio así que podía usarlo directamente para el experimento. Vertió un poco de la tierra recolectada, luego sacó una botella de agua de su mochila y la vació parcialmente en el vaso. Removió con una varilla de vidrio y sumergió una tira reactiva.
Este era un experimento de clase de biología de secundaria, muy simple y propenso a errores. Había instrumentos a la venta para medir el pH del suelo que no costarían más de unos cientos de créditos.
Pero incluso con un margen de error, no estaría muy lejos. La tira indicó un pH de alrededor de 6.5, un suelo entre ácido y neutro. Obviamente, la tierra aquí no necesitaba mejorarse, y Wen Bai ya estaba pensando en llevar un poco a casa para cultivar nabos.
Faltaba poco para cosechar los nabos. Wen Bai se echó un poco de agua en las manos, las sacudió para secarlas y le preguntó a Ming Luo:
“¿Quieres dormir un rato?”
Ming Luo bajó la mirada hacia su terminal.
“¿Necesitas un muslo para apoyar la cabeza?” dijo.
Wen Bai lo miró con desaprobación, pero al ver su sonrisa burlona, cambió de opinión: “Está bien”.
Ming Luo extendió la pierna derecha.
“Duerme”.
Ahora era Wen Bai quien no sabía cómo reaccionar. Finalmente se mordió el labio y se recostó, apoyando la cabeza en el muslo de Ming Luo. Sus piernas eran duras, así que buscó una posición más cómoda y cerró los ojos para dormir.
En realidad, al cerrar los ojos, entró en la granja.
Ming Luo dejó su terminal y miró el rostro dormido de Wen Bai. Dormido, Wen Bai estaba muy tranquilo, con la boca ligeramente abierta, mostrando dos adorables dientes como colmillos.
Cuando Wen Bai hizo su experimento antes, Ming Luo lo observó con interés. Ese método experimental estaba obsoleto desde hacía miles de años y actualmente nadie usaba ese tipo de prueba de pH en el suelo.
Aunque en el sistema estelar de Loia hay varios cientos de planetas habitables para humanos, durante las posteriores disputas por los recursos, casi la mitad de ellos fueron arruinados. De los poco más de cien planetas restantes, el Imperio y la Federación se repartieron la mitad.
Pero la población actual del Imperio supera los setenta mil millones de personas, mientras que solo quedan unos cincuenta planetas habitables, donde la tierra cultivable no llega al diez por ciento de la población de cada planeta.
Wen Bai solo vio las dificultades para cultivar suficientes alimentos, sin darse cuenta de que el Imperio estaba por ser capaz de mantener a tanta población. Para frenar el crecimiento demográfico, hace ciento cincuenta años el Imperio promulgó la ‘Ley de Natalidad’, donde las parejas con hijos naturales no podían recurrir a la gestación artificial. Las parejas sin hijos naturales podían tener uno por gestación artificial después de los cien años.
Cuando se promulgó esta ley, hubo grandes protestas y la mitad de la población se opuso. Bajo esa inmensa presión, incluso la posición del Emperador estaba en peligro. Luego algunas clínicas de gestación artificial operaron clandestinamente, pero los bebés nacidos allí no podían obtener identificación ni beneficios imperiales. Esos “sin papeles” no podían educarse ni trabajar legalmente, lo que elevó enormemente las tasas de criminalidad durante ese siglo.
El actual Emperador eventualmente tuvo que derogar la Ley de Natalidad, pero quienes nacieron en clínicas ilegales nunca pudieron obtener identificación y han vivido en distritos pobres hasta hoy.
La gente del planeta WenDuo es afortunada y desafortunada a la vez. Afortunados por tener tanta tierra cultivable, pero desafortunados por no poder aprovecharla.
En la granja, Wen Bai había alcanzado el nivel 3 y desbloqueado un tercer campo de cultivo, así como semillas de repollo, ajo, arroz y trigo en la tienda.
Wen Bai estaba encantado y se apresuró a plantar repollo, ajo y arroz. Por la noche podría cosechar verduras. Incluso antes de cultivar, ya se le hacía agua la boca pensando en comer repollo encurtido y arroz al vapor. Pero todo eso solo eran ilusiones, primero porque en la cocina no tenía ollas, platos ni especias, y además estaba Ming Luo, Wen Bai no podía preparar nada a sus espaldas. Tener los ingredientes pero no poder cocinarlos era desgarrador.
Tanto que, cuando Wen Bai despertó y vio el rostro de Ming Luo, no pudo evitar poner mala cara.
Ming Luo pellizcó sus mejillas rosadas.
“Dormiste en mi pierna toda la tarde y ni siquiera me das las gracias, encima pones esa cara. ¿Sabes qué le pasó a la última persona que me miró así?”
Wen Bai se removió.
“Suéltame”.
“Recojamos todo para irnos”. dijo Ming Luo soltandolo.
La noche caía gradualmente. Algunas personas salieron a pasear al parque después de cenar, muchas familias enteras, luciendo muy cálidas.
El parque estaba tranquilo y silencioso, sin bailes grupales ni actividades comerciales. Las luces se encendían una por una, alargando las sombras de los dos hombres. Wen Bai giró la cabeza y su mirada se cruzó con el atractivo perfil de Ming Luo, haciéndolo lucir muy bien.
Ming Luo, con su típica expresión descarada, preguntó
“¿De qué te ríes?”
“¿Me reí?” Wen Bai tocó la comisura de sus labios y descubrió que en algún momento se habían curvado en una sonrisa involuntaria. “No es nada”.
Cuando regresaron a la residencia, ya había oscurecido por completo.
Mientras caminaban, Ming Luo se detuvo de repente, como si hubiera pisado algo. Miró la espalda de Wen Bai, se agachó y recogió el objeto. Si Wen Bai hubiera estado allí, habría reconocido que era la mitad de un rábano que había dejado caer accidentalmente esa mañana.
Ming Luo lo apretó con fuerza, hundiendo sus dedos en la textura húmeda y con un extraño aroma. Los rábanos se habían extinguido, pero aunque Ming Luo no lo reconociera, sabía que era comestible por las marcas de mordida.
En cuanto a quién le había dado esos mordiscos, era evidente.
En ese momento, Wen Bai aún no sabía que su secreto había sido descubierto. Comía lo que quedaba de la carne de cerdo peludo de la tarde, bebiendo tres vasos de agua para terminarla.
Ming Luo entró como si nada, sin mencionar el rábano. Tras unas pocas palabras, cada uno volvió a su habitación. No se sabe cómo se sentiría Wen Bai cuando recordará la verdura y quisiera deshacerse de la evidencia, pero no pudiera encontrarla.
Esa noche, cuando Wen Bai se despertó a la madrugada después de cosechar sus cultivos, de repente recordó que la mitad del rábano seguía en el patio. Se levantó rápidamente y se deslizó afuera sin encender las luces para no despertar a Ming Luo. Utilizó la linterna de su terminal y se agachó a buscarlo.
Lo que Wen Bai no sabía era que el patio daba justo al dormitorio de Ming Luo. En ese momento, Ming Luo estaba de pie en el balcón, apoyado en la barandilla, observando tranquilamente a Wen Bai buscando el rábano agachado.
Wen Bai buscó durante horas sin encontrar ni rastro. Desesperado, se rascó la cara. Estaba seguro de que había caído allí, ¿cómo no podía encontrarlo? ¿Lo habría arrastrado una rata? Pero ahora ya ni siquiera había ratas, ¿o sí? Y aunque las hubiera, ¿se lo comerían?
Finalmente, exhausto, Wen Bai se rindió. Si no lo encontraba, ya qué más daba, lo buscaría de nuevo por la mañana.
Wen Bai se metió en la cama, pensando que definitivamente se levantaría temprano…
Pero cuando abrió los ojos, el sol ya casi le daba en la cara.
Wen Bai se levantó apresuradamente. Al pasar por la sala, vio que la puerta de Ming Luo seguía cerrada y se sintió aliviado.
Con la luz del día, todo el patio estaba a la vista. Su nave destartalada seguía ahí, Zhang He no la había llevado porque Wen Bai no estuvo en la residencia, pero seguía sin haber rastro del rábano.
Wen Bai estaba muy preocupado. En ese momento, escuchó la voz burlona de Ming Luo detrás de él:
“¿Qué estás buscando?”
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