Capítulo 14: Persiguiendo a la nube

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Hablar con el papá de Kang Zhe era algo realmente agradable.

Resultaba mucho más afable que Kang Zhe; aunque no era particularmente conversador, siempre se dirigía a Tang Yuhui con amabilidad y calma.

A través de la conversación, Tang Yuhui se enteró de que el padre de Kang Zhe había logrado ingresar a una universidad en Pekín y allí terminó sus estudios.

En aquella época, eso era realmente algo extraordinario.

Tang Yuhui podía imaginarlo: una persona como él parecía un sueño irreal tejido colectivamente por todos los habitantes de esta tierra. Seguramente se había marchado del pueblo entre las miradas orgullosas y esperanzadas de sus mayores, llevándose consigo grandes aspiraciones.

Pero ese halo no lo volvió arrogante ni inseguro en la gran ciudad. Y, aún más sorprendente, tampoco logró retenerlo allí.

El padre de Kang Zhe no olvidó sus raíces. Después de reflexionar con cautela, tomó la firme decisión de regresar a su tierra natal.

Eso, al menos, sí lo había heredado Kang Zhe, aunque por razones distintas. Pero no importaba cuán tentadora fuera la vida de placeres mundanos y sueños fugaces: nada de eso lograba retenerlos ni un instante más.

La esencia inmutable de las montañas es algo que ni siquiera cien mil experiencias mundanas podrían desgastar.

Después de graduarse, el padre de Kang Zhe regresó a Garzê, se casó con una mujer tibetana a la que amaba, y durante varios años dio clases en la sede del condado. Sin embargo, sintiendo que no estaba aprovechando todo su potencial, volvió al campo para liderar el desarrollo de la industria ganadera.

Fue casi como empezar de cero, pero gracias a ello, varios pueblos lograron salir de la pobreza. Más tarde, el padre de Kang Zhe invirtió todos sus ahorros en la construcción de una escuela.

Para la familia Kang, nada de esto parecía algo que mereciera ser alabado o considerado extraordinario. Lo aceptaban y lo llevaban a cabo como quien sigue el curso natural de las cosas, haciendo simplemente lo que deseaban hacer.

La grandeza y la bondad, en ellos, eran tan naturales como el aire que se respira.

El pueblo tibetano cree en el budismo: uno siembra sus propios actos, y tarde o temprano cosecha sus consecuencias.

Con los años, el padre de Kang Zhe fue envejeciendo. Y como en su tierra natal ya había quienes podían continuar su labor, poco a poco fue volcando toda su atención hacia el hogar.

El abuelo de Kang Zhe había sido un pastor experimentado, y su familia siempre había llevado una vida bastante próspera en el pueblo. El padre de Kang Zhe heredó de su propio padre varias laderas llenas de ovejas y vacas, y comenzó a aprender a cultivar y sembrar cereales. En un principio, incluso quiso experimentar con la agricultura emergente en Kangding para atraer inversiones, pero entre el desgaste físico, la falta de energía y los problemas de salud propios de la edad, terminó retirándose mucho antes de lo planeado.

La madre de Kang Zhe usó sus ahorros para abrir una casa de huéspedes. Mientras tanto, el matrimonio se dedicaba principalmente al pastoreo y al cultivo, y como actividad secundaria contribuían al creciente auge del turismo en Kangding

El padre de Kang Zhe siempre quiso que su hijo aprendiera más cosas: o bien para vivir con libertad a su manera, o para hacer algo útil por su tierra natal.

Pensar que Kang Zhe no tenía ese deseo se convirtió en una espina clavada en su corazón.

Tang Yuhui ya sentía que en el padre de Kang Zhe había algo de ese temple silencioso y delicado con que los verdaderos educadores transforman a otros sin imponer. Tras escuchar todo esto, no le quedó duda y no pudo evitar sentir aún más respeto por él.

Esa calidez silenciosa, propia de quien forma a otros, suavizaba un poco los rasgos firmes y apuestos de su rostro tibetano, dándole incluso la serenidad de un caballero modesto y autodisciplinado. Pero en ningún momento llegaba a parecerse a esos eruditos frágiles y altivos. Por eso, una vez que dejaba de lado su seriedad, mostraba una firmeza amable.

Sobre todo frente a Tang Yuhui, el padre de Kang Zhe abrió con paciencia un baúl de palabras que rara vez sacaba.

—Kang Zhe nunca fue muy sociable de niño, pero curiosamente, todos los otros chicos lo adoraban. De pequeño era incluso más difícil de tratar que ahora, siempre andaba con esa cara seria y hosca, pero aun así, los niños no dejaban de acercársele, como si lo vieran como un hermano mayor.

Tang Yuhui soltó un breve «ah» y murmuró suavemente:

—Mmm… puedo imaginármelo…

El padre de Kang Zhe mostró una sonrisa nostálgica.

—Aquí no tenemos mucho, no se puede comparar con el mundo de afuera. Su madre y yo no queríamos que la siguiente generación quedara atrapada en este lugar, así que cuando terminó la secundaria lo enviamos a estudiar a Chengdu.

»Kang Zhe casi no volvía a casa. Primero, porque el camino era largo y complicado; en ese entonces aún no se habían construido estas buenas carreteras, y un día entero de viaje en coche te dejaba hecho polvo. Y segundo, porque tampoco tenía muchas ganas de regresar. En aquel entonces, su madre y yo pensábamos que… la vida en la ciudad siempre sería mejor.

Al llegar a ese punto, el padre de Kang Zhe dijo con un deje de pesar en la voz:

—Hace demasiado que dejé de ser estudiante, no pude ayudarlo en mucho. Aunque Kang Zhe siempre ha sido reservado, siempre ha tenido sus propias ideas. Nosotros pensábamos que era mejor no entrometernos demasiado en su vida, así que tal vez lo vigilamos muy poco…

Pero enseguida, mostró una sonrisa con un leve matiz de orgullo, aunque en ella se percibía también una tristeza inefable.

—De todos modos, Kang Zhe realmente nunca nos dio demasiadas preocupaciones. Cada vez que mandaba su boleta de calificaciones después de los exámenes, yo lo veía y pensaba que iba bastante bien.

Tang Yuhui sonrió también.

—Me lo imagino. Kang Zhe es muy inteligente.

—Sí, pero qué lástima… por más listo que fuera, no terminó sus estudios. —El padre de Kang Zhe frunció ligeramente el ceño, aunque en su mirada no había reproche—. Kang Zhe fue siempre un chico callado. Aunque no solía hablarnos mucho, jamás le dio problemas a nadie. Siempre pensamos que, a pesar de tener muchas cosas en la cabeza, era un niño sensato. Quién iba a imaginar que, tras tantos años sin una señal, el día que la hubo fue para algo tan inesperado. Estando en segundo de preparatoria, de pronto abandonó la escuela y volvió a casa.

Tang Yuhui preguntó con sorpresa:

—¿Por qué?

El padre de Kang Zhe guardó silencio un momento, y luego sonrió con calma.

—Hasta el día de hoy, todavía no lo entiendo del todo, pero con el tiempo, he ido intentando comprenderlo, poco a poco.

Él soltó un suspiro.

—Pero en aquel momento, ¿quién podía imaginarse algo así? Su madre y yo estábamos entre enojados y preocupados, y su abuelo se enfureció tanto que casi le rompe una pierna. Pero él simplemente no quiso volver. Le preguntábamos por qué, y lo único que decía era que no quería seguir estudiando.

El padre de Kang Zhe le dirigió a Tang Yuhui una sonrisa resignada.

—Siempre he sido una persona razonable, así que tampoco quise pegarle sin más. Le pregunté por qué no quería seguir estudiando. Y me respondió que no es que no pudiera continuar, sino que no quería. Simplemente, ya no quería hacerlo.

Tang Yuhui murmuró, absorto:

—Kang Zhe…

Una oleada de impotencia y pesar se le agolpó en el pecho, por la vida que Kang Zhe podría haber tenido, pero dejó pasar.

Y aun así, casi de inmediato –como si fuera un instinto– sintió un cierto orgullo. Aunque no pensaba que estuviera bien, le parecía razonable. Como si dentro de ese error hubiera crecido una belleza intempestiva, como si esa frialdad rebelde fuera, en Kang Zhe, algo tan natural y justificado como las leyes del cielo.

Tang Yuhui sonrió con melancolía.

—Es como si estuviera..  escuchando a Kang Zhe hablar.

El padre de Kang Zhe asintió con expresión de leve frustración, aunque ya teñida de resignación y melancolía.

—Su madre y yo estuvimos enfadados mucho tiempo, a ratos más, a ratos menos… Con el tiempo, Kang Zhe dejó casi de venir a casa. Un día regresó con una mochila enorme, y después de cenar, nos dijo que se iba.

»Ah —suspiró con impotencia—. Este chico de verdad que…

»Ni su madre ni yo sabemos qué ha estado haciendo Kang Zhe ni dónde ha estado todos estos años. Luego, hace un año, regresó de repente, pero aún menos dispuesto a hablar con nosotros.

»Por eso, al ver cómo te trata tan bien y cómo ustedes dos se han convertido en amigos, su madre y yo estamos de verdad muy contentos.

Tang Yuhui, con sentimientos encontrados, tragó con dificultad esa calidez que le ofrecían, y preguntó con cautela:

—Pero tío, ¿Kang Zhe no tiene otros amigos?

El padre de Kang Zhe sonrió.

—Claro que sí. Y es curioso: no le gusta tratar con la gente, pero siempre ha caído muy bien. Los de su generación, chicos y chicas por igual, lo quieren mucho. Tengo un amigo cuyo hijo se llama Sangji, crecieron juntos desde pequeños, y él siempre andaba pegado como chicle a Kang Zhe.

Al decir esto, el padre de Kang Zhe se detuvo por un instante. Su rostro, sereno y gentil, comenzó a traicionar poco a poco una tristeza de añoranza por el pasado. Esa expresión, empañada por las cenizas del tiempo, se volvió extraordinariamente suave y compleja.

—Ahora que lo pienso… tú y Sangji, no sé por qué… pero siento que son un poco parecidos…

Tang Yuhui se detuvo un instante, y con aún más cautela bajó la voz.

—¿Él era un gran amigo de Kang Zhe?

Hubo un silencio. El padre de Kang Zhe se quedó mirando el té, perdido en sus pensamientos por un momento, y luego sonrió.

—Sí.

—Entonces, ¿cómo…? —Tang Yuhui miró la expresión silenciosa del padre de Kang Zhe y sintió que acababa de abrir una caja que había estado cerrada por mucho tiempo.

Empezó a arrepentirse. ¿Por qué había tenido que hacer tantas preguntas?

Justo en ese momento, Kang Zhe regresó a casa.

Echó un vistazo a los cuencos de té en la mesa y preguntó con indiferencia:

—¿De qué están hablando?

Tang Yuhui no sabía si debía responder él, pero por suerte el padre de Kang Zhe tomó la palabra.

—Estábamos hablando de cuando eras niño.

Sonrió mientras le servía una taza de té a Kang Zhe.

—Le estaba contando a Xiao Tang lo molesto que podías llegar a ser.

Kang Zhe bajó la mirada, levantó la taza y se la bebió de un trago. Luego replicó con total calma:

—No recuerdo haber sido molesto. Siempre le he caído bien a todos.

El corazón de Tang Yuhui dio un vuelco.

Sin embargo, Kang Zhe no lo miró. Simplemente tomó la taza vacía de Tang Yuhui, la volteó boca abajo sobre la mesa, y le dijo:

—No te quedes aquí empolvándote. Vamos, te llevo a dar una vuelta.

Tang Yuhui hizo todo lo posible por mantener estable su voz, aunque todavía se percibía un leve temblor en ella.

—¿A dónde vamos?

Kang Zhe lo pensó por un momento.

—Te enseño a andar en moto, ¿quieres?

Tang Yuhui negó con la cabeza.

—No creo que pueda aprender.

Hubo unos segundos de silencio antes de que Kang Zhe dijera con calma:

—Nunca sabrás si no lo intentas.

Tang Yuhui alzó la cabeza de golpe y lo miró.

—¿Y si lo intento de verdad voy a poder aprender?

Kang Zhe lo observó por un momento, y de pronto sonrió, mostrando ese colmillo afilado que Tang Yuhui había notado desde hace tiempo.

Tang Yuhui sabía desde hacía tiempo que los dientes son tejido altamente calcificado de los vertebrados, pero en Kang Zhe, eran algo más: su compasión, su arma. Sonreía con tanta suavidad, con tanta dulzura, y aun así, su sonrisa, parecía estar revestida de un esmalte duro y doloroso, siempre cargada de rechazo.

—No sé si podrás aprender —dijo Kang Zhe—, pero seguro que no lo harás si no lo intentas —dijo Kang Zhe.

Kang Zhe, junto a Tang Yuhui, empujó dos motocicletas hacia afuera. El cielo era de un azul limpio, con grandes masas de nubes flotando sobre el fondo celeste.

Tang Yuhui, de pie en la amplia carretera que se extendía ante él, sintió por un instante que era como un armazón vacío, atravesado por el viento que soplaba con fuerza a su lado: lleno de agujeros, sin nada dentro.

«Mejor dejarlo así», no pudo evitar pensar.

Como era de esperar, la clase de manejo no fue nada fácil. Por primera vez, Tang Yuhui se sintió como un estudiante completamente perdido ante algo que intentaba aprender.

La mayoría del tiempo, la gente a su alrededor solía ponerle etiquetas como «inteligente», «guapo», «genio» o incluso «semidiós».

Tang Yuhui heredó el talento de Yu Zhengze y Tang Rui, combinando lo mejor de su padre, apuesto y de modales refinados, y de su madre, dueña de una belleza asombrosa. Todo ello lo hacía alguien extraordinario.

Sin embargo, los elogios sobre su apariencia no le provocaban nada en particular, y él, con honestidad, creía que simplemente aprendía las cosas un poco más rápido que los demás. No lo consideraba un talento, porque Tang Rui se lo repetía a menudo: nada de eso, en realidad, le pertenecía por derecho.

Sin embargo, claramente nadie es perfecto. Tal vez ni Yu Zhengze ni Tang Rui fueron nunca buenos en los deportes, así que cuando Tang Yuhui salía al aire libre, siempre parecía un poco más torpe que cuando estaba junto a instrumentos fríos y mecánicos.

Como decía Ke Ning, parecía que no tenía mucha flexibilidad ni coordinación.

Al principio, Tang Yuhui pensó que las motocicletas, al fin y al cabo, eran máquinas, y por tanto debía ser algo en lo que naturalmente destacaría. Pero al enfrentarse a la práctica, se dio cuenta de que manejarla era mucho más difícil de lo que había imaginado.

Kang Zhe, por su parte, no dejó que ocurriera ningún accidente, pero claramente tampoco era un maestro paciente: explicó todo una vez y luego dejó que Tang Yuhui lo intentara por su cuenta.

Tang Yuhui, que solía ver a Kang Zhe montar la moto con tanta soltura y despreocupación, había pensado que no podía ser tan difícil.

Conteniendo una dignidad desesperada e impulsado por un orgullo terco, se subió a la moto.

Pero fue solo cuando el motor arrancó que sintió verdadero miedo. Cada vez que se acercaba a una curva, su cuerpo entero se tensaba, y las palmas, aferradas con fuerza al manillar, ya estaban empapadas de sudor. No dejaba de pensar, aterrorizado, en cómo iba a detenerse después.

Tang Yuhui se esforzaba por mantener la compostura, pero Kang Zhe iba a su lado, a la misma altura, y eso le hacía no querer pedir ayuda en ese momento.

«Lo peor que podría pasar es morir —pensó Tang Yuhui—, Aunque no debería pasar, igual no tengo nada que perder».

Kang Zhe redujo la velocidad y, en silencio, condujo junto a él. Ninguno de los dos decía una palabra; el viento azotaba sus mangas con un estruendo hueco, como velas henchidas sobre el mar en un día despejado

Pero al final, el miedo es miedo. No coopera con el orgullo del que lo sufre.

Tang Yuhui estaba cada vez más tenso, apretaba el manillar con más fuerza. Sabía que no había logrado calmarse.

Todo su cuerpo estaba rígido. Casi podía asegurar que en la próxima curva, algo saldría mal.

En ese momento, Kang Zhe, que iba a su lado, soltó de pronto una carcajada desenfadada.

Tang Yuhui, aún rígido, contuvo el miedo y lo miró de reojo. Vio que, en algún momento, Kang Zhe se había quitado el casco.

Iba a esa velocidad como si estuviera jugando, con ambas manos posadas con descuido sobre el manillar, sin apoyarse en nada. En ese instante, inclinó la cabeza y miró a Tang Yuhui con una sonrisa perezosa.

—¿Y piensas seguir manejando hasta cuándo? ¿Hasta Pekín, tal vez?

Aunque sabía que no debía sentirse así, su cuerpo entero se estremeció al oír esas palabras.

Volvió la cabeza, apretó los dientes, y una gota de sudor que resbalaba desde su barbilla bajó por la tensa línea de su cuello, cruzando su nuez de Adán como una perla salobre y húmeda, condensada en ese instante, y cayó sin más opción al suelo, donde se evaporó.

Tang Yuhui no podía articular palabra. Tenía los nervios crispados, pero su conciencia se volvía borrosa, ambigua. Solo sentía que los rayos ultravioleta estaban por fundirlo en un lodazal primaveral de huesos deshechos.

Si en ese momento se quitara el casco, sin duda se vería su rostro, por razones desconocidas, enrojecido, ardiendo de calor.

A su lado, Kang Zhe dijo con calma:

—No te pongas tan tenso. No tengas miedo. Relájate un poco. Ya te enseñé todo hace un rato. Estoy aquí, no voy a dejar que te pase nada.

Tal tipo de guía en plena pista no hacía más que acelerar sus palpitaciones, pensó Tang Yuhui, ya sin fuerzas para resistirse.

Sin esperar a que respondiera, Kang Zhe retomó con naturalidad lo que venía diciendo:

—Intenta disfrutarlo, en lugar de tratar de controlarlo. ¿Recuerdas cómo te sentiste la última vez que montaste a caballo?

Y esa frase, en cambio, sí surtió efecto. El viento que una vez había respondido a Tang Yuhui pareció despertar de nuevo, extrañamente, aquella familiar sensación de libertad, atravesando con un suspiro su alma sedienta y melancólica.

Empezó a imaginar que lo que montaba no era una bicicleta, sino un caballo, el viento, un barco. Que el cielo despejado no era más que el escenario de una carrera. Y él, una paloma, un avión, una nube que flota como un bote.

Kang Zhe ya se había adelantado. La mitad de la mente de Tang Yuhui seguía concentrada en conducir la motocicleta, tenso; la otra mitad, sin embargo, no podía apartar la vista de la esquina de la chaqueta de Kang Zhe, que se agitaba con el viento.

Pensó: «No puedo alcanzarlo».

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