Capítulo 17: La hierba de primavera sigue verde en otoño

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La vida de Tang Yuhui, por fin, se enriqueció bajo la guía de Kang Zhe y empezó a parecerse a la de un turista en toda regla.

Visitó el lago Miga Tso, paseó entre campos de lavanda y escaló varias colinas cuyos nombres ya no recordaba.

A menudo, al regresar, pasaban frente a un templo. Kang Zhe nunca lo llevó dentro, y Tang Yuhui simplemente se sentaba en silencio en el asiento trasero de la motocicleta. Entre los destellos bermellón y las cúpulas doradas que pasaban como la luz, juntaba las manos en silencio, deseando que Kang Zhe fuera feliz y tuviera buena salud.

Kang Zhe no lo sacaba a pasear todos los días; la mayor parte del tiempo simplemente lo pasaban juntos.

Tang Yuhui recibió permiso para usar el patio trasero. Allí, para su sorpresa, había un pequeño estudio reformado por Kang Zhe, que se convirtió en el lugar donde pasaban más tiempo juntos.

A veces, Kang Zhe lo invitaba a ver una película. Tang Yuhui siempre aceptaba con entusiasmo, aunque en realidad no le interesaban mucho las películas que no fueran documentales. Si se recostaban juntos en el sofá, la mayoría de las veces él, simplemente, se sentaba a su lado con total naturalidad, absorto en el perfil concentrado de Kang Zhe, perdido en sus pensamientos.

Tang Yuhui siempre supo que le gustaba Kang Zhe. Pero ahora, para su sorpresa, empezaba a temer estar enamorado de él.

Kang Zhe nunca le pedía que prestara atención. Fuera lo que fuera, con que a Tang Yuhui le gustara, bastaba. Ser mirado no le provocaba ninguna reacción; en cambio, si lo besaban, sí que sonreía.

Tang Yuhui pensaba que tenía una especie de locura apacible y silenciosa, que a menudo se interpretaba como frialdad. Y en realidad no era una interpretación errada. Lo que ocurría era que a Kang Zhe nada le importaba. Ni las cosas del mundo, ni el día de mañana. Por eso podía mantenerse siempre lúcido, distante.

Cuando veían una película, el perfil de Kang Zhe se delineaba con mayor profundidad en la oscuridad bajo la luz del proyector. Esa luz fría, azulada, flotando en el aire, le recordaba a Tang Yuhui la Vía Láctea surcada de estrellas que proyectaban en el auditorio del colegio, hacía ya mucho tiempo.

Pensaba que Kang Zhe era como un satélite que orbitaba en una trayectoria cerrada y periódica: a veces cercano, a veces lejano, equilibrando la rotación del planeta en el que habitaba Tang Yuhui, controlando las mareas, convirtiéndose en una especie de coordenada temporal entre claros y oscuros, entre fases llenas y vacías, moviéndose en silencio desde un punto distante, sin alejarse, pero sin acercarse del todo.

Tang Yuhui nunca preguntó qué eran en ese momento, y Kang Zhe tampoco lo mencionó. Como dos mudos, flotaban serenamente en un mar de nubes amorosas, sin adentrarse del todo, sin tocar tierra, simplemente dejándose llevar, a la deriva en su pequeña barca.

Tang Yuhui no creía haberlo alcanzado, pero estaba dispuesto a ser ese planeta silencioso, observado. Podía mantener los ojos cerrados, como si lo hubieran encerrado en una habitación oscura, acolchada de algodón. Podía permanecer callado en el amor, dócil, sin hacer preguntas.

Debido a la oleada de ambigua intimidad –difícil de nombrar– que se había instalado entre los dos, Kang Zhe empezó a mostrarse más dispuesto a compartir el tiempo con Tang Yuhui. Aunque madrugar fue un espejismo pasajero, muchas tardes, incluso sin planes de salir, Kang Zhe se quedaba en la posada: Tang Yuhui leía bajo el sol, y él jugaba a su lado.

El calor se intensificaba, y las tardes eran invadidas por un bochorno primaveral que hacía razonable caer en un sopor. Tang Yuhui solía dormitar acurrucado bajo la pérgola de uvas, solo para despertar con el aroma de la cena y la presencia de Kang Zhe.

Había llamado a Ke Ning varias veces, y la actitud de este siempre parecía una mezcla complicada de alegría; pero, sin saber por qué, Ke Ning nunca preguntó por la realidad de aquella relación.

En ese sentido, Tang Yuhui se sentía agradecido. No quería mentir. Aunque sentía que estaba viviendo la dicha más inmensa de su vida hasta ahora, tenía la certeza de que Ke Ning no sería capaz de comprenderlo del todo.

El clima se había templado bastante, y la ropa algo más ligera que Tang Yuhui había traído comenzaba, poco a poco, a ser útil. Aun así, seguía tomando prestado la chamarra de plumas de Kang Zhe para las horas frías de la mañana o del atardecer.

La naturaleza perezosa de su alma hogareña se hacía cada vez más evidente: no tenía el menor deseo de regresar a la civilización urbana. Incluso pensar en ir de compras a la pequeña sede de provincia le parecía un fastidio.

Tan satisfecho estaba con su vida de parásito ocioso, que pronto surgió en él una nueva necesidad. En varias ocasiones, Tang Yuhui le pidió a Ke Ning que le enviara libros, pero nunca creyó que un día realmente llegaría a recibirlos.

El pueblo no tenía punto de entrega de paquetería, así que cuando Ke Ning lo llamó para avisarle, Tang Yuhui quedó totalmente desorientado. No tuvo más opción que pedirle a Kang Zhe que hiciera un viaje especial, y fue él quien le trajo, en su moto, una pequeña caja pesada de libros.

Cuando Kang Zhe entró cargando la caja, a Tang Yuhui le dio un poco de vergüenza, pero igual fue rápidamente a su encuentro.

—Te hice pasar un lío… ¿Quedaba muy lejos?

—No si vas en moto  —respondió Kang Zhe, y fue hasta la recepción a buscar un cúter para ayudar a Tang Yuhui a abrir la caja—. Pero, en lugar de pedir tantos libros, ¿no podrías haberle encargado a tu amigo que te mandara algo de ropa o cosas para el día a día? Si sólo es para leer, ¿no te basta con el computador o el celular?

—No es lo mismo —dijo Tang Yuhui.

Kang Zhe asintió con la cabeza, pensando que Tang Yuhui simplemente tenía el hábito de leer en papel. Pero lo que en realidad pasaba por la mente de Tang Yuhui era otra cosa: de este modo tendría la excusa perfecta para no llevarse los libros consigo cuando se fuera, y así dejarlos allí, con Kang Zhe, como algo natural.

Si pudiera regalarle algo a Kang Zhe, querría que fuera eso: el significado de Tang Yuhui como humano. Quería que la persona que le gustaba pudiera compartir su alma.

Kang Zhe hojeó los libros al azar.

—¿De verdad lees todo esto? Física cuántica unidimensional, Teoría cuántica de sistemas de muchos cuerpos… ¿Qué es todo esto?

Levantó unos cuadernillos delgados, claramente distintos en su encuadernación, y le preguntó a Tang Yuhui:

—¿Y estos? ¿Qué son? ¿Esto está en inglés…? No creo que pueda entender la mayoría de tus libros.

—Son ediciones originales de antologías de poesía que fui recopilando —respondió Tang Yuhui—. Están en español. Fue mi segunda especialidad en la universidad.

—¿Y qué estudiaste exactamente? —Kang Zhe sonrió—. No sólo eres un niño bien, sino también un genio. Tu imagen es demasiado perfecta.

—No es para tanto… —Tang Yuhui reflexionó por un momento—. En realidad es difícil de explicar. Estudié Física, pero mi área de investigación es la materia condensada. Es una disciplina bastante compleja; básicamente, se ocupa del estudio de agregados de átomos, moléculas y estructuras artificiales similares. La teoría nunca me entusiasmó demasiado, así que siempre he estado más volcado a experimentos con materiales en la intersección entre química y biología.

Esbozó una sonrisa leve.

—Pero en realidad, mi verdadera pasión siempre han sido los idiomas. Pero en mi familia no me dejaron estudiar eso. Mi padre es ingeniero físico: dio clases en la universidad durante años y después se dedicó a investigar sobre cohetes; mi madre es investigadora en el Instituto de Geología y Paleontología. Para ellos, las ciencias naturales son la única verdad del mundo. Siempre están menospreciándose mutuamente, así que ni hablar del desprecio que sienten por «las lenguas de los tontos».

—Pero creo que tengo algo de talento. Podrías intentar enseñarme tibetano. Seguro que aprendo rápido —dijo Tang Yuhui, con una sonrisa que se volvió dulcemente animada.

La expresión de Kang Zhe no cambió; simplemente extendió la mano y le dio varias palmadas sinceras en el hombro.

Al notar la mirada suspicaz que le lanzó Tang Yuhui, Kang Zhe levantó las manos en señal de inocencia.

—No quise decir nada raro. De verdad me parece impresionante.

Tras un breve silencio, Tang Yuhui volvió a curvar los ojos en una sonrisa.

—¿Verdad que sí? Es bastante impresionante, ¿no?

—Sí, aunque no es exactamente lo que imaginaba —respondió Kang Zhe, acercándose un poco mientras le revolvía el cabello. Luego añadió, corrigiéndose—: Me refería a ti.

Tang Yuhui se quedó un instante desconcertado.

—¿A mí?

—Claro —dijo Kang Zhe—. Eres mucho más inteligente de lo que me había imaginado.

Tang Yuhui, siempre elogiado por su inteligencia, no mostró la menor objeción. Tomó la mano de Kang Zhe, la bajó con suavidad y, envolviendo sus dedos entre los suyos, murmuró:

—Tampoco soy tan listo… Hay muchas cosas que no se me dan bien.

—Todos tenemos muchas cosas que no se nos dan bien —respondió Kang Zhe.

—¿Tú también? —Tang Yuhui alzó la mirada con esa expresión tan suya, pura y provocadora al hacer una pregunta, inconsciente de sí mismo, que contrastaba por completo con su perfil de intelectual—. Siempre he pensado que si te lo propones, eres capaz de hacer cualquier cosa bien.

—Es justo lo contrario. —Kang Zhe alzó los párpados—. Hay muchas cosas ante las que no puedo hacer nada.

«Eso es porque deseas muy poco, demasiado poco, y por eso desdeñas abarcar tantas habilidades», añadió Tang Yuhui mentalmente, en silencio.

Kang Zhe parecía haber desarrollado un gran interés por los libros de Tang Yuhui, hasta el punto de jugar menos a videojuegos. A menudo pasaban el tiempo juntos, acurrucados en las tumbonas bajo la pérgola.

Aunque Kang Zhe solía decir que no entendía nada, Tang Yuhui no creía que fuera del todo cierto. Kang Zhe había escogido los libros con orden y método, de lo más sencillo a lo más complejo, casi como si siguiera exactamente el camino de iniciación a una investigación. Además, el tiempo que pasaba en cada página se iba acortando poco a poco. Tang Yuhui nunca le había explicado los puntos clave, por lo que no podía evitar pensar que Kang Zhe era realmente muy inteligente.

Tang Yuhui ya había leído todos esos libros hacía tiempo. Ke Ning se los enviaba solo por miedo a que cayera en la dejadez, pero eso era una preocupación infundada. Incluso en sus peores momentos, Tang Yuhui nunca olvidaba revisar cada mañana las últimas publicaciones y artículos académicos.

Era un hábito marcado en los huesos tras más de diez años de entrenamiento, tan arraigado como respirar, parte inseparable de su vida. Por suerte, a Tang Yuhui también le gustaba la física, y aquellos pocos tomos delgados de poesía que realmente quería leer también le habían sido enviados, así que no tenía de qué quejarse.


Ahora casi había llegado la mejor época del año, cuando los sueños y los sentimientos, como todas las cosas, florecen exuberantes.

Tang Yuhui, como cualquier persona común, empezó a dedicar largas horas de esta estación a mirar el cielo, con la vista fija durante mucho tiempo en las nubes que se acumulaban.

Leer es una forma perfecta de recibir la primavera, más aún a la primavera del altiplano. El aire tibio huele a hierba fresca, la luz es pura, y toda belleza rompe el silencio

Tang Yuhui estaba creciendo, cambiando poco a poco. Aunque su ritmo era mucho más lento, también empatizaba con Kang Zhe, ambos criaturas salvajes en estas tierras, esperando una primavera que ya llevaba mucho, mucho tiempo aguardando.

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