Capítulo 19: Un mar de ruido blanco

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A las tres de la madrugada, Tang Yuhui le escribió un correo electrónico muy largo a quien sería su director de tesis doctoral.

Desde que ocurrió aquel incidente, no se había puesto en contacto con él. En parte por vergüenza: aunque quizás Ke Ning ya le hubiese explicado todo, la culpa seguía persiguiéndolo sin tregua. Y también porque no sabía cómo acercarse. Nunca se le había dado bien pedir disculpas, sobre todo porque ni siquiera tenía claro en qué había fallado.

Tang Yuhui no quería interrumpir el trabajo del profesor, y en el fondo también sentía algo de timidez, así que decidió enviar el correo en plena madrugada.

Sabía que los investigadores solían perder cabello, pero no imaginó que su profesor llevara el ritmo nocturno a tal extremo. No había pasado mucho desde que lo envió, cuando ya recibió una respuesta.

El profesor, que originalmente habría sido su director de tesis doctoral, era una figura muy respetada, y aun dentro de una facultad conocida por su rigurosidad, se le tenía por alguien especialmente severo y poco accesible

Muchos de los antiguos alumnos se habían quejado de que hacer el doctorado con él había sido una etapa sofocante, llena de dudas sobre sí mismos y donde la vida era peor que la muerte. Sin embargo, en los encuentros previos que Tang Yuhui había tenido con él, sentía que se estaba adaptando bastante bien.

Eso sí, el profesor siempre había sido directo, agudo, sin pizca de condescendencia. Ni siquiera Tang Yuhui lo habría descrito como una persona amable. Pero esta vez, en ese correo aparentemente común, Tang Yuhui percibió el consuelo cuidadosamente meditado del anciano.

Aunque el tono seguía siendo severo, como de costumbre, el contenido del mensaje era inusualmente generoso: incluía una larga lista de recomendaciones de lectura para prepararse para el examen de ingreso al doctorado.

En teoría, nada de eso tenía ya relación con Tang Yuhui.  Se suponía que él debía continuar sus estudios e investigaciones sin objeciones, con los más altos honores y bajo la guía del mejor profesor. Así lo creían todos, como algo natural, incuestionable.

Incluso cuando el asunto de Tang Yuhui se había esparcido como pólvora por toda la facultad, el profesor dejó claro que no le importaba la prórroga impuesta por la universidad y mantendría para él la plaza de ingreso directo al doctorado. Pero Tang Yuhui insistió en presentar el examen, y en su correo le explicó al profesor los motivos de su decisión.

Aunque, al parecer, el profesor no le daba demasiada importancia a esos pequeños asuntos, y tampoco parecía haberle molestado realmente que Tang Yuhui se hubiera ausentado un año de la universidad.

El correo terminaba diciendo: «El próximo semestre, vuelve a trabajar. ¿Cómo es que te busqué y no te encontré?».

Desde pequeño, Tang Yuhui había sido un alumno brillante, con un historial impecable que, de algún modo, imponía distancia. Siempre había sido autónomo e independiente. Respetaba profundamente a sus profesores, pero nunca había tenido una relación cercana con ellos. Esta fue la primera vez que, al leer un correo, sintió un nudo amargo en el pecho.

No respondió con la fecha exacta de su regreso a Pekín; simplemente, dio las gracias con seriedad.

La señal en la habitación de Tang Yuhui era excelente. Tras pulsar «enviar», el pequeño círculo de carga apenas giró un instante antes de mostrar «mensaje enviado con éxito».

En el momento en que la pantalla cambió, Tang Yuhui sintió como si cayera de entre las nubes hasta tocar tierra, y por un segundo, creyó escuchar el estruendo de un tren de aterrizaje desplegándose.

De pronto, Garzê le pareció muy lejana, a pesar de que aún se encontraba allí.

Tang Yuhui se sintió como un viajero perdido demasiado tiempo en el desierto: tras vagar sin rumbo en aquel amarillo infinito, de pronto encontró una nave espacial en el corazón de la nada.

Este absurdo fenómeno le recordó su condición de viajero. La nave lo llevaría lejos de este planeta donde solo había hecho una breve escala.

El correo era la nave espacial. La nave espacial, una mariposa en sueños. Y si esa mariposa se rompía, ya no sabría si era Tang Yuhui –aquel que creció en las praderas del oeste de Sichuan y amaba aquella tierra más que los locales– quien había tenido un sueño de más de veinte años, o si era el otro Tang Yuhui –el que ganó los mayores premios en la universidad más prestigiosa, el que se dormía solo frente a instrumentos electrónicos– quien albergaba un sueño ajeno.

Quizás sus momentos felices siempre fueron fragmentos dispersos, unidos a la fuerza, y ser llevado lejos en aquella nave era el precio a pagar por poseerlos, pensó.


Por ciertas razones especiales, últimamente Tang Yuhui a veces evitaba a Kang Zhe y actuaba por su cuenta.

Evitaba a Kang Zhe de manera discreta, y como él estaba cada vez más ocupado, parecía no haberse dado cuenta.

Por esos días, el pueblo parecía estar preparando algún tipo de festividad. Todos los días llegaban tibetanos, jóvenes y mayores, a buscar a Kang Zhe.

Al mismo tiempo, tenía que atender a los turistas. Kang Zhe estaba tan ocupado que no se podía ver ni su sombra.

Al principio, a Tang Yuhui no le parecía interesante observar cómo Kang Zhe trataba con la gente, porque lo que veía era su agotamiento y, bajo ese cansancio, un silencio cargado de hastío.

Así que solo por las noches, cuando los padres de Kang Zhe ya estaban dormidos, se escabullía en secreto hasta su habitación.

A veces, Kang Zhe fumaba mientras lo abrazaba, sentados bajo el melocotonero ya cubierto de hojas verdes, y alzaba la vista hacia las igual de cansadas estrellas. Otras veces, los dos se sentaban en extremos opuestos de la cama, cada uno leyendo un libro en un idioma distinto. Pero también había ocasiones en las que, al llegar, Tang Yuhui lo encontraba ya dormido.

Sus momentos libres no siempre coincidían, y en medio de esa rutina desfasada, Kang Zhe a menudo no tenía idea de en qué andaba Tang Yuhui durante el día.

Con sus horarios libres desfasados, Kang Zhe a menudo no sabía qué hacía Tang Yuhui durante el día.

Tang Yuhui había hecho varios intentos, pero como no había llegado a través de ningún programa oficial de la universidad, y además solo había prometido quedarse hasta el verano, las dos únicas escuelas disponibles no quisieron contratarlo como profesor.

Incluso tratándose de un voluntariado completamente autogestionado y gratuito para la enseñanza, y aunque era una oportunidad rara y difícil de conseguir, la escuela primaria local –en condiciones bastante precarias– seguía mostrando resistencia a este tipo de impulsos de corta duración. No aceptaron tan fácilmente la solicitud de Tang Yuhui, a pesar de que probablemente él fuera el «universitario» más «valioso» que hubieran visto nunca.

Encontrar una razón válida para quedarse resultó aún más difícil de lo que había previsto. Tang Yuhui aún no se atrevía a contárselo a Kang Zhe; temía su reacción, pues intuía que no le haría ninguna gracia. Así que actuar primero y explicarse después era, por ahora, lo mejor que se le había ocurrido.

Ese día, Tang Yuhui volvió a salir solo por la tarde. Kang Zhe regresó a la casa de huéspedes desde Jiayang. Su madre estaba en la cocina del fondo, mientras que su padre estaba sentado en la sala viendo televisión.

Kang Zhe se detuvo un momento en la entrada. Su padre sonrió y dijo:

—¿Buscas Xiao Tang?

Kang Zhe no respondió. Su padre continuó:

—Ya has mirado por todos lados. Xiao Tang salió.

—¿Otra vez no está? —respondió Kang Zhe, sin mostrar mucha reacción.

Su padre desvió la mirada del televisor y lo observó con curiosidad.

—¿No eras tú el que antes no quería llevarlo a ningún lado?

Kang Zhe alzó ligeramente los párpados y lo corrigió:

—Tampoco es que ahora me encante.

Tomó las llaves de la moto que estaban sobre la mesa, sin intención de quedarse a escuchar lo que su padre fuera a decir después.

—Me voy. Vuelvo antes de la cena.


Tras ser rechazado una vez más por la escuela, Tang Yuhui siguió el curso del río, caminando sin rumbo. No sabía en qué desvío se había metido, pero sin darse cuenta, llegó frente a un templo que no había visto antes.

Kang Zhe no estaba con él, y como no conocía el lugar ni la situación, Tang Yuhui no se atrevió a entrar sin más.

Era un templo budista bastante solitario, ya algo deteriorado. Tang Yuhui no se cruzó con ningún monje; tal vez habían salido a rodear la montaña, o quizás hacía tiempo que ya no quedaba nadie allí.

Frente al templo principal había una plataforma muy alta, casi como un altar, en cuyo centro se alzaba una gran estupa blanca.

Tang Yuhui subió. Siempre le había llamado la atención, pero era la primera vez que veía de cerca una de esas estupas blancas que se encuentran por toda la pradera de Kangding.

En la punta de la estupa colgaba una hilera de campanas de viento. De vez en cuando, una brisa las hacía sonar, y un eco profundo y lejano se extendía por el espacio abierto circundante.

A pesar de la sencillez y la sobriedad de la estructura, en el instante en que resonó su sonido, pareció despertada por el cielo y la tierra, adquiriendo de pronto una majestad solemne y luminosa.

Cuando Kang Zhe encontró a Tang Yuhui, lo vio desde lejos: estaba de pie en la plataforma, con una mano apoyada en la base de la estupa blanca, la mirada absorta hacia su cúspide, sumergido en pensamientos inescrutables.  

El rugido de la motocicleta irrumpió en el silencio, acercando de golpe aquel paisaje desnudo hasta la sombra de las nubes. Pero incluso cuando Kang Zhe llegó frente a él, Tang Yuhui permaneció inmóvil, como si no lo hubiera notado.

Kang Zhe apagó el motor, apoyó un pie en el suelo y, de pronto, tampoco tuvo ganas de bajarse.

Alzó la vista y, con la voz calmada, llamó al que estaba arriba:

—Tang Yuhui.

Las campanas en la cima de la estupa volvieron a despertar su canto en un intervalo de viento. Y la audición de Tang Yuhui pareció regresar palmo a palmo, como si fuera creciendo desde el silencio…

Kang Zhe rara vez lo llamaba por su nombre. Escucharlo así, de pronto, fue como oírlo al otro lado de un río que ya se ha ido.

Tang Yuhui seguía atrapado dentro de un espacio en blanco, pero al menos empezó a moverse. Kang Zhe frunció el ceño al verlo así y dijo:

—¿Tengo que subir y bajarte cargando?

El gesto fruncido de sus cejas devolvió a Tang Yuhui de golpe a la realidad.

—No hace falta… ¿Por qué estás aquí…?

—Salí a comprar unas cosas —respondió Kang Zhe—. Mi apá me dijo que de paso te trajera de vuelta.

La escena en blanco comenzó a fluir, todo el vasto espacio abierto se llenó de color. Tang Yuhui parpadeó y dijo lentamente:

—¿Has venido a buscarme?

Kang Zhe giró el acelerador, fingiendo arrancar la moto, y Tang Yuhui, comprendiendo la indirecta, se calló de inmediato.  

Se disponía a bajar obedientemente de la plataforma cuadrada cuando el impaciente, de pronto, extendió sus largas piernas y avanzó unos pasos hasta quedar bajo las escaleras. Alzó la mirada para enfrentar a quien aún estaba arriba.

Tang Yuhui estaba a punto de decir algo, pero de pronto Kang Zhe, desde abajo, le tocó el tobillo que quedaba expuesto al aire.

Kang Zhe lo apretó suavemente –aunque no con demasiada ternura– y dijo:

—Anda, volvamos. Tengo hambre

La presión repentina hizo que todas las neuronas de Tang Yuhui parecieran concentrarse en esa pequeña franja de piel. Le hormigueó de forma inexplicable, y dio un respingo. Con total honestidad, dijo:

—A veces de verdad me asustas un poco…

Kang Zhe lo interrumpió y dijo, de pronto:

—Salta.

—… ¿Qué?

Kang Zhe sonrió.

—Si no saltas, me voy y vuelves tú solo.

Tang Yuhui miró hacia abajo. No era demasiado alto, pero Kang Zhe realmente no era una persona normal, ¿verdad?

Su tobillo aún hormigueaba, pero el paso que dio estaba lleno de determinación, como si fuera un niño terco que se niega a rendirse, mientras que sus ojos mostraban una resolución clara de «aunque haya miles de obstáculos, yo seguiré adelante».

Para Kang Zhe, lo más fascinante de Tang Yuhui era ese tipo de valentía que se expresaba en su soledad: separado de los demás, pero nunca débil. En ese salto teñido de juventud, sus pies parecieron flotar en el aire por un tiempo extraordinariamente largo…

Kang Zhe vio con claridad la expresión en el rostro de Tang Yuhui, así como el borde de su chaqueta alzado por el viento que parecía querer retenerlo. Y no fue hasta que el tintineo de las campanillas de la estupa blanca atravesó las nubes y descendió hasta la hierba, sus brazos recibieron el peso de aquel salto desde las escaleras.

Los brazos de Kang Zhe rodearon la cintura de Tang Yuhui, alzándolo en el aire. Lo contempló en silencio, fusionado con el paisaje, y entonces sonrió: era su sonrisa de siempre, pero una que Tang Yuhui jamás había visto antes.  

Kang Zhe lo subió a la motocicleta, le encasquetó el casco con fuerza y le dijo, con un deje de dureza:

—De ahora en adelante, a donde sea que vayas, yo te llevaré. No vuelvas a salir solo. ¿Entendido?

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