Capítulo 37: Lanzarse sin temores

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Bajo el último resplandor del atardecer, la tienda de conveniencia parecía atrapada en una grieta del tiempo, una imagen estática rodeada por el leve susurro de arena deslizándose, fluyendo por los oscuros ríos subterráneos del tiempo.

El reencuentro fue tan abrupto que resultaba casi absurdo, tanto que se sentía como un sueño.  

—¿Profesor Tang…?

Una voz cristalina quebró su estupor. Tang Yuhui volvió la cabeza y vio a un muchacho tibetano de rostro vagamente familiar mirándolo con los ojos brillantes.  

Tang Yuhui lo observó fijamente, perplejo ante ese adolescente que ya lo superaba en estatura. Tras un largo silencio, balbuceó:  

—¿Xiao Jia…?

El chico tibetano sonrió dulcemente.

—¡Así que se acuerda de mí, profe Tang!

Tang Yuhui lo observó un rato más, como aturdido, antes de alzar la mano y acariciarle distraídamente la cabeza. Una sonrisa nostálgica le asomó a los labios.  

—¡Cómo has crecido…!

Cuatro años atrás, aquel niño que, en su última clase, fue llamado al frente y, avergonzado, volvió la cabeza –pero al que le habían dado una tiza extra–, ahora se alzaba ante él como un bambú en pleno crecimiento. Aquel muchacho que antes recitaba lecciones pegado a la pared de una humilde primaria en las altiplanicies, ahora estaba parado en una bulliciosa esquina de la ciudad, pero seguía siendo el mismo. Como una paloma blanca posada en la cúpula de un rascacielos, lista para alzar el vuelo hacia cielos libres: sin miedo, sin vacilaciones.

Tang Yuhui entrecerró los ojos, risueño.  

—¿Qué haces por aquí?

Xiao Jia sonrió, un tanto tímido.  

—Vine a Chengdú a estudiar la prepa. Con beca completa. Hoy es día libre, y A-Zhe-gege vino a verme.

Tang Yuhui se quedó inmóvil. Por fin, giró lentamente la cabeza hacia donde estaba Kang Zhe, solo para descubrir que, en algún momento, él ya se había plantado a sus espaldas.

—Ah… —respondió Tang Yuhui con lentitud—. Ya veo…

Xiao Jia, radiante de alegría al verlo, era ahora un adolescente alto que poco tenía que ver con el niño tímido de su memoria. Sin embargo, al sonreír, aún conservaba un destello de aquel pasado.  

—Profe Tang, ¿y usted qué hace aquí?

Tang Yuhui miró instintivamente hacia Kang Zhe, solo para darse cuenta de que este no había apartado la vista de él en ningún momento.

De pronto, una oleada de autodesprecio lo invadió.  

—Ahora… trabajo aquí. Temporalmente… —dijo, bajando la voz.  

—¡Oh!— Xiao Jia abrió los ojos como platos—. ¿Entonces se quedará en Sichuan, profe? ¿Y qué pasa con su familia?

La pregunta lo tomó por sorpresa. Justo cuando iba a responder, Kang Zhe, que había permanecido a su lado hasta entonces, habló por fin.

Su mirada seguía inalterable, pero su voz sonó grave y profunda, dirigida exclusivamente a Tang Yuhui: 

—¿Ya comiste?

Tang Yuhui se quedó paralizado. Kang Zhe dio un paso más hacia él, y Tang Yuhui, casi por instinto, retrocedió un poco. Pero en el siguiente instante, esa opresiva sensación que lo envolvía se esfumó por completo.

Kang Zhe arqueó ligeramente los labios en una sonrisa despreocupada, como si le diera igual o como si de pronto estuviera de buen humor, y le dijo a Tang Yuhui:  

—¿Nos acompañas?

Xiao Jia, a su lado, se sumó con entusiasmo: 

—¡Sí, profe Tang! ¡Vamos! Tampoco hemos comido todavía.

Tang Yuhui alzó la mirada y, por primera vez desde su reencuentro, sus ojos se encontraron directamente con los de Kang Zhe.

Esbozó una sonrisa tenue.

—Ya he comido. Vayan ustedes.

Aunque ya había crecido bastante, Xiao Jia seguía siendo un niño en el fondo, y la decepción le inundó el rostro al instante, sin que fuera capaz de disimularla.  

—¡Coma algo más, profe! De verdad que no me esperaba encontrarlo así, ¡es una casualidad increíble!

Tang Yuhui sonrió y dijo:

—Yo también me alegro mucho de verte. Pero de verdad ya he comido. ¿En dónde estudias? La próxima vez iré a verte.

—¿En serio? —Xiao Jia se iluminó al instante—. ¡Estoy en el Instituto Número 13, clase 7 de primer año!

Tang Yuhui asintió, sellando su promesa, pero Xiao Jia aún parecía reticente a dejarlo ir, como si quisiera llevárselo consigo.

Kang Zhe le lanzó una mirada a Tang Yuhui, luego le dio una palmada en el hombro a Xiao Jia y dijo con tono indiferente:  

—Si ya comió, déjalo. Vámonos.

Solo entonces Xiao Jia, con evidente reluctancia, soltó a Tang Yuhui.

Observando las figuras de Kang Zhe y Xiao Jia alejarse, Tang Yuhui respiró hondo, movió su cuerpo entumecido y también se dispuso a marcharse.

Pero, de pronto, los pasos frente a él se detuvieron. Kang Zhe se volvió y, desde la esquina de la calle teñida de rojo sangre por la puesta de sol, le esbozó una sonrisa.

—¿No ibas a la tienda de conveniencia? 

Tang Yuhui se quedó paralizado, sus pasos clavados en el asfalto. Kang Zhe permanecía a unos metros de distancia, con una mirada que oscilaba entre lo burlón y lo despiadado, pero que también escondía algo más profundo, más denso. Como si lo mirara a través de las cenizas de esos cuatro años de separación, como si montañas y ríos enteros se interpusieran entre ellos.  

La luz alrededor de Kang Zhe se atenuó de repente, y el aire se volvió un sólido opresivo, complejo, que amenazaba con aplastar a Tang Yuhui con cada inhalación, con quebrarlo poco a poco.

A Tang Yuhui le ardían los ojos, pero al final, las lágrimas no llegaron a caer.

No supo cuánto tiempo pasó antes de que Kang Zhe esbozara una sonrisa: difusa, velada por una neblina glacial, esa sonrisa suya tan característica, ligera y distante… 

—Así que de verdad regresaste.

Como todo lo inmutable en Kang Zhe, tampoco era una pregunta. Solo que esta vez, su sonrisa se desvaneció incluso más rápido que sus palabras.

Tang Yuhui permaneció inmóvil, observando las siluetas de Kang Zhe y Xiao Jia hasta que se perdieron en la esquina. Se quedó allí un instante más, en silencio, antes de empezar a caminar lentamente, alejándose.


Tang Yuhui no respondió al mensaje de Kang Zhe. Al día siguiente, fue a trabajar como de costumbre, y su teléfono no volvió a sonar.

Al reflexionar sobre ello, ese reencuentro realmente había sido como un sueño fugaz. De no ser por el mensaje que verdaderamente seguía en su teléfono, no habría tenido ninguna prueba de que Kang A-Zhe se le hubiera acercado de nuevo.  

«Bueno, en cualquier caso, ya debe haberse ido», pensó Tang Yuhui.

Cuando la vida transcurre sin sobresaltos, el tiempo pasa rápido, y para Tang Yuhui esto era especialmente cierto.

Varias semanas después, al terminar una larga jornada laboral, su supervisor lo llamó repentinamente:

—Xiao Tang, ¿cuándo piensas irte?

Tang Yuhui se sorprendió un momento, luego pensó un rato y respondió:  

—La próxima semana. Tengo que regresar a la universidad para unos trámites y presentar mi defensa de tesis.

El supervisor le dio una palmada amistosa en el hombro.

—No hay prisa. Puedes regresar a trabajar una vez que hayas terminado tu graduación, sin problema.

Tang Yuhui esbozó una sonrisa.

—De acuerdo. Gracias por su comprensión.

El supervisor lo miró con satisfacción. En los últimos años, Tang Yuhui había sido el nuevo empleado con el mejor perfil que la empresa había contratado. Con su formación académica y logros en investigación, podría haber conseguido condiciones excepcionales en cualquier gran empresa o instituto de investigación.

Pero este candidato tan brillante había terminado en su pequeña sucursal, bastante ordinaria en comparación. Este hecho siempre había dejado perplejos tanto a los colegas como a los superiores.  

Además, Tang Yuhui tenía una gran capacidad de trabajo, era meticuloso y perseverante. Los becarios debían hacer muchas cosas, recibían sueldos bajos y, en el caso de Tang Yuhui, era prácticamente explotado como mano de obra barata. Sin embargo, nunca se quejaba de las horas extras, como si el tiempo le sobrara, como si no le importara en lo más mínimo tener –o no– una vida propia.

Ya se había adaptado por completo a la vida en Chengdú, hasta el punto de casi olvidar que aún debía regresar a la universidad por un tiempo. Pensó en ello un momento, con la mente en blanco, durante su viaje de regreso a casa en el metro.

La verdad era que aún no había firmado un contrato formal con la empresa. Si cambiaba de opinión ahora, no sería nada complicado para él.

Tang Yuhui estaba tan ensimismado en sus pensamientos que se golpeó la cabeza contra el pasamanos del metro. Fue entonces cuando pareció despertar, cerrando los ojos con algo de agotamiento.

Ese día, Tang Yuhui planeaba pasar otra vez por la tienda de conveniencia. Las palabras de su jefe le habían recordado algunas verdades olvidadas. No tenía ganas de cocinar; solo quería comprar algo precocinado para calentar y conformarse con eso.

Y, sin embargo, a veces la vida parece una forma concreta del absurdo: el tiempo atraviesa una serie de coincidencias casi teatrales, y de pronto, sin que uno lo note, todo vuelve a coincidir con inesperados altibajos.

Tang Yuhui caminaba despacio, con la cabeza gacha, hacia la entrada de la tienda de conveniencia cuando, de repente, una mano extendida lo detuvo.  

Kang Zhe aún sostenía un cigarrillo entre los dientes, pero al interceptar a Tang Yuhui, lo retiró con la otra mano.

Él se veía igual que hace unas semanas, igual que hace cuatro años, incluso igual a como se veía aquel día, en las nubes y el viento en sus recuerdos.

«Él sólo fluye, pero nunca cambia», pensó Tang Yuhui con calma.

En una palidez que parecía haber trascendido los años, Kang Zhe sonrió con la misma tranquilidad de siempre, miró directamente a los ojos de Tang Yuhui y dijo con serenidad:

—¿Podemos hablar un momento?

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