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De verdad.
De verdad.
Tang Yuhui permaneció quieto, con la mente vacía; en su pecho las olas subían y bajaban, arrastrando una a una las capas de recuerdos descoloridos, una marea tras otra inundándolo.
Y en lo más hondo de ese oleaje de latidos palpitantes, el tiempo era como una copa de salmuera de honestidad: todo lo que una vez anheló sin poder obtener era salado, amargo. Pero ahora, al bajar el nivel del agua, al retirarse la marea, el alma, por fin apaciguada, exhaló un suspiro dócil.
Tang Yuhui se mantenía completamente a salvo en el centro de aquel salvaje oleaje de su corazón, escuchando en calma cómo su pecho resonaba con el gran eco de la felicidad.
¿Cómo es el proceso de amar sin ser correspondido?
Es una locura unilateral, una enfermedad incurable; es estar cerca y, aun así, sentirse lejos. Es el pasar de los días, de los meses, sin poder olvidar.
Es una redención hermosa, un sueño lejano. Es perseguir, es recorrer miles de leguas. Es la distancia insalvable que yace entre dos personas. Es la nieve prístina de las cumbres nevadas, son las lágrimas de la despedida; es cada nube que pasa frente a la sala de estudio y que evoca, sin remedio, aquellas montañas y ríos a miles de kilómetros de distancia.
Tang Yuhui sabía que nunca había pronunciado palabras como «dámelo», «lo quiero» o «hazlo por mí».
Pero Kang Zhe lo entendía. Siempre lo había entendido. Lo entendía todo.
«Lo quiero. De verdad lo quiero».
Si los pensamientos más íntimos pudieran ser escuchados, Tang Yuhui solo deseaba que su anhelo más sincero no gritara tan fuerte en ese momento.
Abrazó a Kang Zhe como si abrazara la otra mitad de su propia vida.
Tang Yuhui sintió que las lágrimas volvían a brotar, pero le parecía realmente vergonzoso. Siempre estaba llorando, como si en todo el mundo solo él fuera capaz de amar de una forma tan vulnerable, tan miserable, tan irremediablemente torpe, tan poco digna.
Pero Kang Zhe apoyó su pulgar bajo sus párpados y le dijo suavemente: «No llores». Entonces, Tang Yuhui se sintió como una criatura salvaje que veía por primera vez a un ser humano: temblando de asombro ante esa mirada, pero también con un anhelo y deseo recién nacidos, pujantes.
No le quedó más remedio que cerrar los ojos y dejar que las lágrimas resbalaran por entre sus pestañas.
Aunque la estación de autobuses no estaba muy concurrida, varias personas se detuvieron a mirarlos.
A Kang Zhe nunca le habían importado las miradas ajenas, pero no quería que miraran así a Tang Yuhui, y mucho menos mientras lloraba.
Así que ejerció una leve presión, hundiéndole el rostro contra su pecho, y lo cubrió con su chaqueta mientras acariciaba suavemente su nuca blanca como la nieve, como si de verdad estuviera calmando a una pequeña criatura asustada.
Pasado un rato, Tang Yuhui levantó la cabeza con los ojos enrojecidos. Su voz sonaba apagada y con un tono nasal.
—¿Qué quisiste decir con «tres veces»?
La mano de Kang Zhe que lo acariciaba se detuvo levemente. Guardó silencio un momento, y solo cuando Tang Yuhui levantó la cabeza para mirarlo de nuevo, habló:
—¿No crees que el número tres, en la mente de la gente, tiene un significado especial, como una especie de límite?
Tang Yuhui, confundido, preguntó:
—¿Por qué?
—Porque una o dos veces aún parecen aceptables, pero tres es diferente. Tres significa que se ha sobrepasado algo, que se ha cruzado una línea.
Tang Yuhui asintió, comprendiendo vagamente lo que Kang Zhe quería decir, pero sin entender por qué lo mencionaba ahora.
Kang Zhe bajó la mirada y lo observó en silencio, profundamente. Pasó un largo rato antes de que hablara de nuevo.
—Sé que, incluso después de que yo me rendí, tú todavía corriste hacia mí tres veces. Y eso, es como una línea en mi corazón. Significa que también me salvaste tres veces.
Tang Yuhui levantó la cabeza de golpe.
En la sala de espera, la gente iba y venía, el murmullo era constante. Pero Kang Zhe seguía allí, diluyendo la densidad de la multitud y el aire, haciendo que Tang Yuhui sintiera que a su alrededor solo había nubes, glaciares, montañas nevadas… y que él mismo se hallaba parado en el centro de un pedazo azul del mundo.
—Ya te lo dije —Kang Zhe se inclinó un poco, apoyando su nariz contra la de Tang Yuhui—, yo no tengo nada. Y tampoco quiero gran cosa.
»Pero también te llevé a subir aquella montaña. Siempre creí que no podía alejarme de allí, ni amar a nadie, porque esa era la responsabilidad que debía asumir. Tenía un lugar donde debía estar.
Kang Zhe lo miraba con total concentración, con los ojos como empañados por la bruma: era el azul del agua fría bajo temperatura extrema, un iceberg derritiéndose en vapor de agua ante los ojos humanos.
Con voz suave, le dijo:
—Pero tú me salvaste. Tres veces. Creo que es suficiente para ser perdonado.
Tang Yuhui apretó de súbito la mano que tenía aferrada a la espalda de Kang Zhe.
—Y si no puedo ser perdonado tampoco importa. Ya no me interesa. —Kang Zhe sonrió, inclinándose para besarlo en los párpados, indiferente a quienes los rodeaban—. Lo siento, por haberte hecho correr tantas veces.
Tang Yuhui no supo qué responder. Su mente, de pronto, dejó de funcionar.
Kang Zhe nunca lo había besado así, con tanta ternura, como si un dios bajara por fin la cabeza y reconociera al devoto que llevaba tanto tiempo mirándolo desde abajo.
El corazón de Tang Yuhui se agitó con tanta fuerza que pareció hincharse hasta llenarle todo el pecho. Aquella repentina oleada de emoción lo hizo sonrojarse, y solo atinó a balbucear:
—No… no importa. No fueron tantas.
—Sí. —Kang Zhe sonrió—. Fueron demasiadas.
Le acarició la cabeza con un gesto que transmitía a la vez un cuidado infinito y la firmeza de quien ya no piensa soltar jamás lo que tiene entre las manos.
—Así que, de ahora en adelante, seré yo quien corra hacia ti.