⟦ Capítulo 10 ⟧

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Los empleados que traían los encargos llegaban en oleadas interminables. Al principio eran cosas normales como arroz, harina, aceite y vinagre, pero luego empezaron a llegar todo tipo de cosas extrañas.

Una bandada de gansos blancos que estiraban el cuello para perseguir y morder a la gente, un grupo de gallinas tratando de escapar de la residencia del príncipe y unos patos que aleteaban por todos lados en busca de agua.

La mansión del príncipe Chen se convirtió en un caos total.

—Joven maestro… ¡rápido, rápido, atrapen esa gallina que se escapa por la pared, no dejen que se vaya!

—¡Ay…! Mayordomo Fu, por favor, ahuyenta a esos gansos, ¡me están mordiendo!

—¡Estos patos! ¿Por qué siempre se me tiran encima?

Los cinco pasaron toda la mañana luchando contra estos animales.

Al final, fue Lu Chengling quien encontró algunas ramas secas y enredaderas para atar las alas y patas de los patos y gallinas, logrando así calmar el alboroto.

Cuando Xie Anlan regresó a la mansión, justo vio a Lu Chengling atar con destreza un gran ganso blanco y lanzarlo al suelo en un movimiento brusco, con una fuerza que casi parecía querer matarlo de un golpe.

—¿Qué pasó?— preguntó Xie Anlan al notar el ambiente tenso en la residencia.

—Nada, solo que estas bestias son un poco revoltosas— respondió suavemente Lu Chengling con las manos detrás de la espalda.

Xie Anlan se acercó y entonces vio el suelo cubierto de plumas de gallinas, patos y gansos, mientras el mayordomo Fu, Lu Chuyi y las dos sirvientas estaban parados a un lado, algo desaliñados, mirando hostilmente a los amontonados animales atados. En ese momento, entendió lo que había sucedido.

—Cuando los compré, olvidé decirles que les atasen las alas— dijo Xie Anlan, rascándose el cabello largo que no había recogido bien por la mañana, disculpándose.

Le había dicho al vendedor de aves que quería a los más enérgicos, y probablemente el vendedor simplemente los había sacado directamente de las jaulas y los envió así, causando todo este desastre.

—Si Su Alteza quería comer estas aves, ¿por qué no compró directamente las que ya estaban desplumadas en lugar de traerlas vivas?— En la mansión del príncipe, Xie Anlan era la máxima autoridad, así que sus disculpas no fueron tomadas en serio. En cambio, el mayordomo Fu, masajeándose la cintura adolorida tras perseguir a los patos, pregunto confundido.

—Claro que son útiles. ¡Son tesoros que usaré para hacer dinero!— Xie Anlan revisó los animales y, aunque estaban algo decaídos por tener las alas atadas, seguían igual de enérgicos que antes, lo cual lo dejó muy satisfecho.

—¿Acaso Su Alteza planea criarlos para que pongan huevos y así ganar dinero?— Lu Chengling lo miró con ojos brillantes, aunque no creía que Xie Anlan usara un método tan simple para enriquecerse. Pero, aparte de aprovechar sus huevos, no se le ocurría otra forma de ganar dinero con estas aves de corral.

Xie Anlan no era tonto. Si dependiera solo de que estas aves pusieran huevos y estos se convirtieran en más aves, ¿cuánto tiempo tendría que esperar para ver ganancias?

Inmediatamente negó con la cabeza: 

—No, no, nada de eso.

Lu Chengling sintió curiosidad, pero al ver que Xie Anlan no daba más explicaciones, decidió no insistir. Después de todo, tarde o temprano se revelaría el misterio.

Sin embargo, Lu Chuyi estaba tan impaciente que se rascaba la cabeza sin parar. Recordaba las palabras de su joven señor sobre que el príncipe no es tan simple. Y ahora que sabía que Xie Anlan planeaba usar estas aves para ganar dinero, realmente quería saber cómo lo haría.

Pero, como su señor ya no preguntaba, él tampoco se atrevía.

—¿Quién sabe cocinar? Después de comer, los llevaré a ganar dinero— Después de una mañana gastando en compras, los cien taels de plata que Xie Anlan había pedido prestados a Lu Chengling casi se habían agotado. Sin dinero para malgastar, había optado por comprar provisiones para la residencia, así que no le quedó más remedio que regresar a comer.

Zhaolu miró con cautela a Lu Chengling y murmuró:

—Yo sé un poco.

—Entonces ve a preparar la comida, y rápido.— Xie Anlan no temía que su habilidad culinaria fuera mala; con que supiera mejor que los bollos fríos, ya sería suficiente.

—Sí.— Zhaolu, al recibir un asentimiento de Lu Chengling, se retiró de inmediato hacia la cocina.

No pasó mucho tiempo antes de que la mesa del comedor tuviera dos o tres platillos. El sabor no era nada comparado con lo que Xie Anlan había probado antes, pero al menos servían para llenar el estómago.

A Xie Anlan no le molestaba, pero le preocupaba que a Lu Chengling no le gustara. Después de todo, Lu Chengling ya no era solo su socio, sino también su acreedor. Y con un acreedor tan considerado, Xie Anlan sentía que debía ser más atento.

Sin embargo, al mirar a Lu Chengling, se dio cuenta de que este comía incluso con más satisfacción que él, devorando el arroz como si llevara varias comidas sin probar bocado.

Xie Anlan se quedó perplejo. ¿Acaso tenía tanta hambre?

Pero pronto su atención se desvió hacia las manos de Lu Chengling.

Aquellas mismas manos que por la mañana lucían suaves como el jade, ahora mostraban impactantes varios arañazos sangrantes.

—He terminado. Su Alteza puede seguir comiendo con calma.

Apenas había probado bocado, absorto en sus pensamientos, cuando Xie Anlan vio a Lu Chengling levantarse de la mesa y, de nuevo, esconder las manos tras la espalda.

—Ah, sí.— Xie Anlan sacudió las ideas confusas de su cabeza y aceleró el ritmo de su comida.

Tras terminar, reunió todos los artículos comprados por la mañana y, con la ayuda del tío Fu y los demás, los seis partieron en una comitiva bulliciosa cargando gallinas, patos, gansos y un surtido de todo tipo de objetos, saliendo de la mansión del príncipe Chen.

Lu Chuyi, al ver a Xie Anlan cargar un largo tubo lleno de flechas, no pudo evitar susurrarle a Lu Chengling: 

—Joven maestro, con la actitud del príncipe, parece que vamos a iniciar un juego de apuestas.

—Lo sabremos cuando lleguemos—. Lu Chengling, basándose en las compras de Xie Anlan, tenía una vaga sospecha, pero aún no estaba seguro.

Xie Anlan encontró una calle concurrida cerca de una entrada y ordenó al tío Fu y los demás colocar los objetos. Organizaron las gallinas, patos y gansos junto con los demás artículos en forma de cuadrícula, rodeándolos con una cuerda de cáñamo decorada con retazos de tela de colores a modo de ‘barrera’.

—¡Listo!— Tras terminar, Xie Anlan revisó todo meticulosamente y, al no encontrar fallos, sacó un gong de un cesto lleno de aros de bambú y comenzó a golpearlo con fuerza, atrayendo la atención de la multitud.

En un instante, los transeúntes se detuvieron ante el estridente sonido.

—¡Vengan a ver, vengan a ver! ¡Juego de aros! ¡Oportunidad única! ¡Damas y caballeros, jóvenes y adultos, no se lo pierdan! ¡Hoy sorteamos plata, sedas y aves con cada acierto! ¡Por solo un wen, ni pierde ni se arruina, pero puede hacerse rico! ¡No dejen pasar esta oportunidad, o se arrepentirán!

El repique del gong, combinado palabrerías persuasivas de Xie Anlan, hizo que la multitud se agolpara alrededor.

Lu Chengling y los demás, de pie a un lado, quedaron en shock ante el espectáculo del príncipe.

¡Un príncipe de sangre real, haciendo espectáculos callejeros!

Hasta el propio Lu Chengling sintió un profundo arrepentimiento. De haber sabido que Xie Anlan saldría a hacer malabares en la calle como un artista ambulante, jamás le habría prestado dinero. ¡Habría sido mejor llevárselo directamente a la fuerza!

—Joven, ¿qué es esto de ‘lanzar aros’?— preguntó un anciano curioso apenas Xie Anlan terminó su animado discurso.

Xie Anlan sacó un aro de bambú de su canasta y, con una sonrisa, explicó: 

—Abuelo, mire con atención; si este aro que tengo en la mano cae sobre cualquiera de estos objetos, ¡se lo lleva gratis!

Al decirlo, lanzó el aro con destreza, y este aterrizó perfectamente alrededor del cuello de un gran ganso blanco que llevaba atada una moneda de un tael de plata. La escena llamó la atención de todos.

—¡Así de fácil! Este ganso, junto con la plata que lleva, sería suyo. ¡Y cada aro cuesta solo un wen!— anunció Xie Anlan con una sonrisa deslumbrante que dejó a todos boquiabiertos.

En esta era ajena a tales trucos, la gente aún tenía una mentalidad sencilla. Sus ojos y su cerebro les gritaban lo obvio: ¡Este joven acababa de ganar un tael de plata y un ganso con solo un wen!

¡Entonces ellos también podrían hacerlo!

Varios espectadores con monedas de sobra comenzaron a sentir picazón en las manos.

—¡No basta con desearlo, hay que atreverse! ¡Un wen no compra un banquete ni arruina tu vida… ¡pero podría cambiarla! ¡Y hoy…, promoción especial: por cada diez aros, ¡uno gratis!— Xie Anlan les dio el empujón final, viendo cómo crecía el interés.

Enseguida, un hombre robusto abrió paso entre la multitud y gritó: —¡Dame diez aros para probar!

—¡Cómo no!— respondió Xie Anlan, entregándole once aros con rapidez.

El hombre, emocionado, apuntó al mismo ganso que Xie Anlan había acertado antes. Pero el aro ni siquiera rozó al animal.

El hombre robusto abrió los ojos como platos, incapaz de creer que no hubiera acertado.

Xie Anlan, sin perder la calma, comentó: 

—No pasa nada. Quizá solo no estás acostumbrado. Si pruebas unas cuantas veces más, seguro que aciertas.

El hombre le creyó y lanzó seis aros más, pero volvió a fallar. Su mirada hacia Xie Anlan empezó a tornarse furiosa.

—Quizás ese ganso no es para usted. Pruebe con algo más cercano— sugirió Xie Anlan, imperturbable.

Al hombre solo le quedaban cuatro aros. Tras pensarlo un momento, lanzó uno hacia un objeto más cercano y, efectivamente, ¡lo enganchó al primer intento!

—¡Ves! ¡Ahí lo tienes!— exclamó Xie Anlan sin dudar, recogiendo el premio y entregándoselo al hombre.

Este, radiante de alegría, agitó los tres aros que le quedaban y, con renovado entusiasmo, apuntó de nuevo hacia el ganso blanco que valía un tael de plata.

Falló dos veces seguidas. En el último intento, el aro estuvo a punto de encajar, pero el astuto ganso esquivó agachando la cabeza.

—No se desanime, hermano. Hoy no era su día, ¡pero mañana podría ser!— lo consoló Xie Anlan amablemente.

El hombre, que ya había obtenido un premio real de Xie Anlan, no dudó de sus palabras. Tras reflexionar, sacó otras diez monedas y anunció: 

—Voy a intentarlo una vez más. Pero esta vez, quiero el ganso.

Apenas el fornido hombre terminó de hablar, el grupo de curiosos que ya ardía de impaciencia protestó: 

—¡Ya tuviste tu turno! ¡Ahora déjanos probar a nosotros!

Uno tras otro, los interesados en tentar suerte le apretaban monedas en la mano a Xie Anlan.

—Tranquilos, tranquilos, todos tendrán una oportunidad— dijo Xie Anlan, tan contento, pero pronto no fue suficiente, contando monedas y repartiendo aros de bambú a la vez.

El mayordomo Fu, Zhao Yun y Zhao Lu acudieron a ayudarle, y entre los cuatro formaron un hervidero de actividad.

Los participantes, por su parte, se enfrascaron en el juego, olvidándose de todo lo demás.

Algunos se obsesionaron con los objetos de valor colgados del cuello de patos y gallinas, mientras otros apuntaban a los objetos pequeños de adelante.

Pero fuera cual fuera su elección, Xie Anlan entregaba al instante cualquier premio ganado, lo que avivaba el entusiasmo de la creciente multitud.

Xie Anlan, por supuesto, no se limitó a los aros. Aprovechó para introducir un juego de puntería con jarrones: —¡Cien wens por diez flechas! Si aciertas una, ganarás diez wens. Si aciertas más de cinco, ¡por cada flecha ganarás cien wens!

—Joven maestro, ¿cómo se le ocurrió al príncipe esta idea?—, Lu Chuyi, al ver a Xie Anlan moverse con facilidad entre la multitud, expresó su admiración.

Lu Chengling alzó la vista al cielo y dijo: 

—¿Quizá es un talento suyo?


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