El taller de pólvora estaba ubicado dentro del campamento de la guardia imperial, con soldados de élite custodiando todos los accesos, tan impenetrable como un barril de hierro, donde ni una mosca podría entrar.
Después de dos días de preparativos por parte de Xie Anlan, finalmente tenían todos los materiales, artesanos y equipos necesarios, y por fin podían comenzar la producción.
Pero… surgió un nuevo problema.
—Su Alteza, ¿realmente va a enseñar el método de fabricación a los trabajadores?— preguntó Liu Guangyan con preocupación.
Durante estos dos días, Xie Anlan había dejado atrás su actitud irresponsable y se había dedicado por completo a la tarea, incluso superando en algunos aspectos a un viceministro como él.
Además, el hecho de que Su Majestad hubiera asignado un batallón entero de guardias imperiales para proteger el lugar demostraba la importancia estratégica de esta tarea.
Todo esto lo había convencido de tomarse el asunto de la pólvora en serio.
Pero si realmente, como decía el Emperador, este invento podía imitar el poder de un castigo celestial, entonces se trataba de un arma nacional de vital importancia.
Si enseñaban el método de fabricación a los artesanos, y alguno lo filtraba, tanto él como el Príncipe Chen no podrían eludir su responsabilidad.
—¿Qué ocurre?— preguntó Xie Anlan, al notar su expresión grave.
Liu Guangyan suspiró y explicó sus preocupaciones.
—Su Alteza, aunque estos artesanos están registrados bajo el Ministerio de Obras, tienen familias que mantener. Si el método de fabricación se filtrara…
Xie Anlan comprendió de inmediato el temor de Liu Guangyan.
En la antigüedad, para garantizar la calidad de los productos artesanales, era común que un solo artesano realizara todas las etapas de producción, incluso las tareas más triviales, y luego sellara su nombre en el producto terminado, para poder responsabilizarlo en caso de defectos.
Si bien este método mejoraba la calidad, reducía enormemente la eficiencia y la confidencialidad.
—Implementando una línea de producción podríamos resolver tu preocupación— dijo Xie Anlan con una sonrisa.
—¿Qué es una ‘línea de producción’?— preguntó Liu Guangyan, totalmente confundido.
—Oh, se trata de la división del trabajo— explicó Xie Anlan, preocupado porque Liu Guangyan no comprendiera, detallándole en qué consistía exactamente este concepto.
A medida que Xie Anlan hablaba con elocuencia, la mirada de Liu Guangyan hacia él comenzó a cambiar.
La división del trabajo que describía Xie Anlan sonaba similar a lo que Liu Guangyan conocía, pero era completamente distinta.
Una división más meticulosa, más clara con delimitaciones precisas para cada área permitiendo que cada persona desarrollara al máximo su habilidad en el campo que dominaba.
Para Liu Guangyan, que siempre había estado sumido en la confusión, fue como recibir una iluminación repentina, ¡como si alguien le hubiera abierto la mente! Puntos que antes no entendía, se aclararon de repente.
—Su Alteza posee un talento extraordinario— al terminar Xie Anlan, Liu Guangyan estaba al borde de postrarse ante él.
Ya no pensaba que el Príncipe Chen fuera un inútil.
¿Acaso un inútil tendría ideas tan perspicaces?
Xie Anlan, al notar su nueva mirada admirativa, se dio cuenta de que había ido demasiado lejos.
Estaba rompiendo su propio personaje.
Rápidamente, evadió la responsabilidad.
—Jajaja, todo esto lo escuché por ahí, y le añadí unas cuantas tonterías mías. ¿Qué opina, Viceministro Liu?
El Viceministro Liu: —…
Atrapado, no tuvo más remedio que seguir alabándolo.
—Su Alteza tiene una visión aguda y opiniones únicas. Poder deducir tales conceptos a partir de comentarios ajenos también es muestra de un talento excepcional.
Ya había empezado a halagarlo ¡ahora tenía que seguir aunque le dolieran los dientes!
—¿Ah sí? No sabía que este príncipe fuera tan brillante— Xie Anlan adoptó una expresión autocomplaciente.
El Viceministro Liu: —…
Gracias al método de línea de producción propuesto por Xie Anlan, Liu Guangyan dividió el proceso de fabricación de la pólvora en docenas de etapas secuenciales, intercalando incluso pasos engañosos como medida de seguridad, demostrando un excesivo cuidado.
Esto también permitió a Xie Anlan entender indirectamente por qué el Emperador había encargado este proyecto precisamente a Liu Guangyan.
En menos de un día de implementar el sistema de línea de producción, el Viceministro Liu descubrió una ventaja inesperada.
Con este método ¡La eficiencia se multiplicó varias veces!, lo que antes tomaba un día completo, ahora se completaba en medio día y esto con artesanos aún no familiarizados con el sistema.
Imaginaba que, cuando los trabajadores ganaran experiencia, la eficiencia podría duplicarse o más.
Mientras reflexionaba sobre esto, Liu Guangyan rápidamente sacó conclusiones del concepto y pensó que este método podría aplicarse en otros ámbitos para aumentar drásticamente la productividad.
Sin embargo, reconoció que el sistema tenía ventajas y desventajas.
Principalmente, ponía en riesgo la transmisión tradicional de oficios.
Los conocimientos artesanales siempre se habían heredado de generación en generación, requiriendo que los aprendices que sirvieran como discípulos desde niños, realizaran tareas mundanas durante años y demostraran mérito para merecer las enseñanzas del maestro
Implementar esta división del trabajo rompería este sistema, provocando inevitablemente resistencia de mucha gente.
Durante su estadía en el campamento, el Viceministro Liu no solo supervisaba la producción, sino que también meditaba sobre estas implicaciones y aprovechaba cada encuentro con Xie Anlan para bombardearlo con preguntas.
Esperaba obtener más sugerencias innovadoras del príncipe.
Pero como resultado, ahora Xie Anlan se esconde cada vez que lo ve.
No había olvidado que debía mantener su fachada de saco de paja. Ya había llamado demasiado la atención recientemente; si decía algo más fuera de personaje, despertaría sospechas.
Así que el Viceministro Liu estaba destinado a quedar decepcionado.
Afortunadamente, con la llegada continua de los cargamentos de salitre de Lu Chenglin, ambos dejaron de preocuparse por otros asuntos.
La situación en el frente se volvía cada vez más crítica. En estos días, el Marqués de Weiyuan había perdido otra ciudad. Los habitantes de la capital imperial se encerraban en sus hogares, pasando los días rezando a budas y deidades.
Ante esto, aceleraron aún más la producción.
Lo que originalmente era un plazo de veinte días, bajo su urgente supervisión, se completó en solo doce.
El día de la finalización, el emperador visitó personalmente el campamento, acompañado por todos los altos funcionarios civiles y militares presentes en la capital.
Fue la primera vez que Xie Anlan experimentó un espectáculo de tal magnitud en la antigüedad.
La bandera del dragón ondeaba majestuosa. El Emperador, sentado con solemnidad en su silla de manos imperial, era seguido por una procesión de ministros. Miles de guardias imperiales formaban el cortejo.
Las calles antes vacías se congestionaron repentinamente con su llegada. El sonido metálico de las armaduras y el paso marcial uniforme pronto atrajeron la atención de los ciudadanos, quienes llevaban más de diez días encerrados.
Asomándose furtivamente por puertas y ventanas entreabiertas para ver qué ocurría, al reconocer el séquito imperial, se apresuraron a abrir completamente sus hogares y arrodillarse en señal de respeto.
Tal demostración de poder resultaba profundamente conmovedora, permitiendo a Xie Anlan comprender verdaderamente la majestuosidad del sistema imperial en una sociedad monárquica.
No es de extrañar que todos anhelen ese trono, pensó. El poder es realmente intoxicante.
Sin embargo, tras este breve momento de reflexión, Xie Anlan descartó cualquier ambición. En su opinión, ser un príncipe ocioso tenía sus ventajas: riqueza, privilegios y libertad. No era peor que ser emperador.
Lo único que lamentaba era no saber cuándo lograría hacerse rico de verdad…
El majestuoso séquito imperial avanzó con orgullo a través de la capital hasta llegar a un extenso terreno en las afueras. Aquí, ante la mirada de todos los funcionarios civiles y militares, se llevaría a cabo la demostración del poder de la pólvora. El emperador también pretendía usar esta ocasión para intimidar a los elementos subversivos y reafirmar su autoridad.
—¿Estás seguro de que funcionará?— preguntó el Emperador, aparentemente sereno pero con el corazón en un puño.
Hasta ahora solo había escuchado descripciones del poder de la pólvora por boca de Xie Anlan. Claro que había enviado inspectores al lugar donde Xie Anlan realizó sus pruebas iniciales, incluso habían traído muestras de tierra del área de explosión para su análisis, confirmando la presencia de componentes de salitre.
De no ser por esto, jamás habría organizado un evento de tal magnitud basado solo en las palabras de su hermano menor.
—No habrá problemas— respondió Xie Anlan, de pie junto a Xie Cangming, sin mostrar el menor signo de nerviosismo.
Esta tanda de pólvora había sido elaborada siguiendo estrictamente los pasos proporcionados por el sistema, y con la ayuda de artesanos habilidosos, el resultado superaría con creces sus primeros intentos toscos y experimentales.
El Emperador estudió el rostro de Xie Anlan por un largo tiempo antes de decidir confiar en él. Conocía demasiado bien el carácter de su hermano menor, si realmente estuviera intentando engañarlo, ya estaría suplicando clemencia o escondido en alguna casa de apuestas, nunca mantendría esta compostura imperturbable.
Liu Guangyan, al presenciar semejante escena, se asustó hasta la muerte. No es que desconfiara del Emperador o del Príncipe Chen, pero hasta no verlo con sus propios ojos, albergaba ciertas dudas en su corazón.
Si la demostración resultaba exitosa, bien. Pero si fallaba su vida terminaría aquí mismo. Durante todo el trayecto desde la capital, su ánimo había estado intranquilo. En varias ocasiones quiso hablar con Xie Anlan, pero ¿cómo podría un simple funcionario de cuarto rango acercarse a un príncipe que acompañaba al mismo Hijo del Cielo en su palanquín imperial? Era un sueño imposible.
Al encontrarse con las miradas de sus colegas oficiales, no pudo más que ofrecer una sonrisa amarga y esperar en silencio su destino.
Al mediodía, con el alto anuncio del astrónomo imperial.
—¡La hora propicia ha llegado!—, los guardias imperiales encargados procedieron.
Unos encendieron las mechas de los explosivos, otros los ataron a flechas y los lanzaron con catapultas hacia el campo de prueba improvisado
Después de tanta preparación del Emperador y tanto alboroto, los cientos de funcionarios presentes no pudieron contener su expectación.
Y la pólvora no los defraudó.
Poco después del lanzamiento, el cielo y la tierra resonaron con una serie de explosiones devastadoras. De lejos a cerca, llamas iluminaron el cielo mientras piedras y escombros volaban por los aires. Por un momento, pareció que la tierra misma temblaba bajo sus pies.
Los funcionarios civiles y militares observaron la escena con un horror indescriptible. Tras un instante de shock, los más inteligentes se postraron inmediatamente tras el Emperador, exclamando:
—¡El cielo protege a Su Majestad! ¡El cielo protege a Dayong! ¡Larga vida al Emperador!
Con el primer ejemplo establecido, el resto de los funcionarios siguieron el movimiento en una ola de reverencias. Si los altos oficiales se postraban, los guardias imperiales no podían hacer menos.
Los vítores entusiastas de miles de personas pronto atrajeron a los valientes ciudadanos que habían seguido el cortejo. Aún aturdidos por las explosiones, al escuchar los clamores, se unieron a la corriente, arrodillándose y gritando con fervor.
El eco de estas aclamaciones llegó hasta el interior de la capital, donde los habitantes, aunque ignorantes de lo ocurrido, se sumaron al clamor general. En cuestión de momentos, dentro y fuera de la ciudad imperial, entre el cielo y la tierra, no se oía más que el sonido unánime de la alabanza al Emperador.
