Capítulo 1 – KTV Mortal [1]

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Di Ye le tomó el pulso al hombre en el cuello. Aún estaba tibio, pero no se sentía el más mínimo latido en la arteria principal.

Una mala corazonada se apoderó de él al mismo tiempo que la certeza: todo su cuerpo se tensó, como si la sangre se le hubiese subido por completo a la cabeza. Levantó la mano y le hizo una señal al equipo para que se detuvieran.

—¡Protejan la escena!

Miró su reloj: 11:28 p.m.

El forense del equipo, el viejo Li, estaba fuera de la ciudad. La central aún no enviaba refuerzos, y no había ninguna actualización.

Di Ye observó el cadáver en el sofá, sin poder evitar sentirse frustrado.

Todo había comenzado con una denuncia anónima: alguien estaba vendiendo drogas en Bao Huang Miao.

Usaron a un informante y el equipo montó guardia en la zona durante más de una semana, hasta que lograron dar con Hei Gou, un tipo que actuaba de forma bastante sospechosa.

Tras hacer las averiguaciones, identificaron la hora y el lugar de la próxima transacción. Pero con la muerte de Hei Gou, todas las pistas apuntaron a un tal Jian Ge. Ahora bien, aún no sabían si el hombre frente a ellos era Jian Ge o no. Lo único seguro era que, cuando llegaron, ya estaba muerto y el cuerpo todavía caliente. Todo esto parecía una trampa cuidadosamente tendida.

—Capitán, la central respondió.

He Le hablaba con cautela, como si temiera hacer enojar a su superior.

Di Ye reprimió su enojo y se dio la vuelta.

—¿Qué dijeron?

—Que aguantemos un poco más.

—¿Qué les pasa? ¿Siempre trabajan así de lento?

He Le intentó justificarse en voz baja.

—Parece que un autobús se cayó al río y todos los forenses de la ciudad fueron enviados a recuperar los cuerpos.

—¿Cuándo fue eso? ¿En qué río?

—Hace unos veinte minutos. En el río Longchuan.

Di Ye frunció el ceño.

—Yo me encargo de esto. Anda afuera a ver qué está pasando y diles que dejen de hacer tanto ruido.

Sacó el móvil y se alejó por el pasillo. Al otro lado del teléfono, la persona no dejaba de hablar a gritos.

—¡¿Quién te crees que eres para empujarme?! ¡Vuélveme a mirar así y te reviento, cabrón!

—¡Cállense todos! ¡Vuelvan a sus salas y no anden deambulando!

Pero nadie le hacía caso a He Le.

Dos hombres empezaron a pelearse en el pasillo. Apenas se cruzaron las miradas, se lanzaron el uno contra el otro. Y como si no bastara, la gente alrededor los animaba.

—¡Dale, pégale!

He Le intentó separarlos, pero en vez de calmarse, se empezaron a insultar como perros rabiosos, sacando trapos sucios hasta de los antepasados del otro.

Viendo que la cosa se salía de control, Di Ye colgó el teléfono.

—¡Tócame otra vez y te mato!

Uno de los hombres estaba claramente borracho y hasta se atrevía a empujar a un policía.

He Le, preocupado por su imagen, decidió no pelear.

Entonces apareció Di Ye, abriéndose paso entre la gente. No traía ningún arma ni herramienta, solo empezó a mover el cuello y las muñecas, como quien calienta antes de pelear.

Para He Le, eso era una señal inequívoca: el jefe iba a repartir golpes.

De inmediato se hizo a un lado con otros agentes.

—¡Cuidado, que el jefe va a actuar!

El borracho miró a Di Ye, y al notar que era más alto que él y no llevaba uniforme, pensó que era algún mafioso, no un oficial.

Pero como ya había bebido, no se intimidó.

—¡Hazte a un lado, que esto no es contigo!

Di Ye no perdió el tiempo. Le sujetó la mano con la que lo había señalado y, con un giro limpio por encima del hombro, lo estrelló contra el suelo. Luego le inmovilizó los brazos por la espalda.

—Ya me hartaste. ¡Alguien póngale las esposas!

—¡Entendido!

He Le sacó las esposas de inmediato y se hizo cargo del arrestado.

En un instante, todo quedó en silencio.

El caos anterior se desvaneció como si alguien hubiese presionado el botón de “mute”. Todos empezaron a cooperar con la policía, registrando su información en orden, y nadie más se atrevió a armar líos.

Resuelto el asunto fuera, Di Ye volvió a entrar en la sala privada.

Dentro de la sala privada la luz era muy tenue, casi no se distinguía nada. Di Ye encendió su linterna y la pasó por el rostro del cadáver. En la nariz y a los lados de la cara había unas marcas leves, como arcos poco profundos.

Las observó un rato, pero no sacó muchas conclusiones, así que centró su atención en la herida de bala en el pecho.

El disparo había dado directamente en el corazón. No había señales de heridas en otras partes del cuerpo.

Sobre la mesa de centro había algo de polvo blanco esparcido. Di Ye se puso los guantes, tomó un poco y se lo acercó a la nariz.

—¡Vaya! Estaban dándose una buena línea aquí.

A juzgar por todo, este KTV tenía gato encerrado.

No pasó mucho tiempo antes de que Yan Jun, del equipo de análisis forense, llegara con su grupo. También comenzaron a llegar más agentes. Abajo, en la calle frente al local, las luces rojas y azules de las patrullas parpadeaban sin descanso.

Yan Jun rodeó el cadáver, observando en silencio. Luego soltó con ironía:

—Perfecto. Drogas, un tiro y homicidio. ¡Todo junto! ¿Algún día volveremos a casa a cenar tranquilos?

—La comisaría es tu casa —le respondió Di Ye.

Yan Jun no podía dejar pasar la oportunidad de responderle cada vez que Di Ye decía algo:

—¿Entonces el sueldo también debería pagarse como “amor familiar”?

—Hermano, el cariño no tiene precio —respondió Di Ye mientras revisaba el doble fondo de la mesa—. El país y el pueblo sabrán agradecértelo.

—No tengo nada en común con un millonario como tú —gruñó Yan Jun, y de pronto recordó algo—. Oye, ¿cuándo vas a invitarme esa comida que me debes?

—Cuando quieras —dijo Di Ye incorporándose—. Tú eliges el lugar, la hora y a quién invitar. Yo me encargo de la cuenta.

—¡Así me gusta, Di Ye! Entonces no me contengo.

—Pan comido —Di Ye frunció el ceño—. Pero, ¿por qué no hay casquillo?

Yan Jun se tiró al suelo a revisar.

—¿Será que el asesino se lo llevó después del disparo?

Los dos seguían buscando el casquillo cuando He Le entró de pronto en la sala. Al verlos con el trasero levantado, preguntó:

—¿Qué están buscando?

—¿Cómo que no hay? —refunfuñó Yan Jun mientras se metía debajo del sistema de karaoke.

Di Ye se giró hacia He Le.

—¿Ya llegó el forense?

—No lo he visto.

—Entonces no vamos a esperar más. Que alguien se lleve el cuerpo al laboratorio.

 

Afuera de la sala, el gerente del salón principal y dos camareros estaban siendo interrogados por la policía.

—El cliente llegó a las seis de la tarde. Rentó una sala grande y pidió algo de licor. Entré un par de veces para recoger botellas vacías. Estaba algo ebrio y se quedó recostado en el sofá… y luego ya no sé qué pasó…

—¿La sala tenía cámaras?

—En realidad, no —explicó el gerente—. En los pasillos sí tenemos vigilancia, pero en espacios privados como este, por cuestiones de privacidad, no instalamos cámaras.

—Desde que el cliente entró, ¿quién más estuvo con él?

—Xiao Zhang se encargó de atender esa sala. Pueden preguntarle a él.

Xiao Zhang, visiblemente nervioso, intervino:

—Yo fui el que atendió esa sala esta noche, pero también tenía otros quehaceres. A menos que el cliente llamara o hubiera algo inusual, no se le interrumpe.

—¿Qué viste la última vez que entraste?

—Estaba en el sofá, parecía dormido.

—¿Cuántas veces entraste en total?

—Cuatro.

—¿A qué horas y en qué condiciones estaba la sala en cada ocasión?

—La primera fue cuando lo acompañé a entrar y puse en marcha el sistema. Luego me fui. La segunda fue como a las ocho; pidió algo de alcohol y bocadillos. Cuando le llevé las bebidas, estaba cantando. La tercera, no recuerdo bien la hora, pero pidió una botella de Rémy Martin. La hora debe estar registrada en el sistema. Cuando se la llevé, todavía estaba despierto. La última vez fue hace un rato. Fui a recoger botellas y lo vi dormido. No le di importancia y salí. Poco después llegaron ustedes.

 

Mientras tanto, en el equipo forense que había sido enviado de emergencia al río Longchuan, había un joven con aspecto frágil.

El veterano forense Lao Zheng, líder del equipo, echó un vistazo entre los suyos y enseguida distinguió a Leng Ning, un chico de piel muy blanca.

El oficial Di había estado llamando sin parar pidiendo apoyo. El caso parecía sencillo, así que decidieron enviar a un novato a encargarse.

—Hubo un homicidio en la unidad criminal. Ve tú —le dijo Lao Zheng—. Cuando termines, regresa. Aquí seguimos faltos de manos.

Justo cuando Leng Ning terminó de ponerse el uniforme de autopsia, frunció el ceño al escuchar las palabras “Brigada de Policía Criminal”.

—¿No quieres ir? —preguntó Lao Zheng.

—No es eso —respondió Leng Ning, tomando la caja de herramientas forenses—. ¿Podría pedirle que me consiga un conductor?

—Busca a Lao Wu, él se encarga de la logística —dijo Zheng Zhouhe, y se alejó en dirección al río, seguido de un grupo de forenses que se dirigían a la escena.

En ese momento, el equipo de recuperación de cadáveres pasaba junto a Leng Ning cargando el cuerpo de una mujer. Él le echó un vistazo y notó un moretón en la cintura: alguien la había apretado con fuerza mientras aún estaba viva—esa chica probablemente había sido maltratada.

Al mirar de reojo la placa numerada en el cuerpo, vio que decía “número 7”. Se lo guardó en la memoria.

 

12:30 a. m., Hao Ge KTV.

—¿Y el forense? El jefe dijo que ya venía, ¿por qué no llega?

—Viene desde el río Longchuan. De todas formas, mínimo se tarda media hora. Dale unos minutos más.

Justo en medio del caos, un hombre vestido con uniforme de autopsia bajó de una furgoneta.

He Le lo reconoció de inmediato como el forense y fue a recibirlo apresurado.

No puede ser… ¿Por qué le resultaba tan familiar?

¡¿Cómo que era él?!

—¿Tú? ¿Qué haces aquí?

—Zheng Zhouhe me pidió que viniera a ayudarte con la autopsia —dijo Leng Ning.

—¿Tú? —He Le dudó, mirándolo de arriba abajo—. ¿Estás seguro de que puedes con esto?

Leng Ning no se ofendió. Respondió con calma:

—Si puedo o no, lo sabré una vez que lo revise.

El jefe llevaba rato insistiendo, y He Le ya no podía seguir esperando. Con rapidez, condujo a Leng Ning hacia la sala de autopsias.


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