Capítulo 1. Primera Semana

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Cuando Ling Chennan abrió su expediente con datos personales, un nombre le pareció extraño y le llamó la atención.

Recordó que el cliente, cuya cita habitual había sido cancelada quince días antes, decía que las cosas habían mejorado mucho y que se mudaría a otra ciudad con su familia. Así que esa última cita del viernes a las 16:00 horas se le concedió a un nuevo cliente.

Lin Chennan siempre los ha llamado clientes no pacientes y se refiere a sí mismo como consejero psicológico no como psiquiatra.

Un minuto después de que sus manos se cruzaran, escuchó dos golpes en la puerta.

Acompañados de dos voces, en lugar de las habituales tres, con una sutil pausa entre la segunda y la primera, como si se estuvieran conteniendo y mantuvieran cierta incertidumbre.

La puerta se abrió de un empujón, el nuevo cliente entró, lo saludó con la cabeza y dijo:

—Hola, doctor Ling.

Como el cliente no extendió la mano, Ling Chennan tampoco lo hizo, sino que simplemente se levantó para saludarlo.

—Hola, señor Shen. Por favor, tome asiento. Señor Shen… ¿Alguna vez ha consultado ayuda por problemas psicológicos?

Mientras Ling Chennan hablaba con él, evaluó descaradamente al cliente: alto, delgado, muy guapo y sentado con firmeza, muy distinto al tipo de clientes habituales que aparecían por aquí.

Generalmente, la mayoría de las personas que acuden por asesoramiento son mujeres mayores con una vida estresante y familias conflictivas; en general, las mujeres son más propensas a pedir ayuda que los hombres.

Sin embargo, algo en el comportamiento de su cliente le pareció diferente, el hombre había girado dos veces la taza de café, alineó meticulosamente el platito con el patrón de la mesa y frunció el ceño ante unas migajas de galleta en este. Estos gestos, aunque fuesen sutiles, revelaban un posible trastorno obsesivo-compulsivo y una leve misofobia

—Entonces —dijo Ling Chennan mientras mostraba una sonrisa tranquilizadora y característica de él por encima de sus lentes—, ¿hay algo que le preocupe y de lo que le gustaría hablar conmigo?

El cliente lo miró y su manzana de Adán se contrajo.

El acto de tragar le permitía suprimir fuertes emociones.

Abrió ligeramente la boca y lo miró de arriba a abajo, como si tratara de pensar en cómo formular sus palabras. Ling Chennan no lo apresuró y se dedicó a observarlo en silencio.

Finalmente, el cliente emitió un sonido y habló:

—Una vez tuve un amante.

Ling Chennan captó la palabra clave: “Una vez”.

Solo hay dos motivos por los que los amantes se convierten en cosa del pasado: los desastres naturales y los desastres provocados por el ser.

Sin saber ni estar seguro si ese amante seguía vivo o no, Ling Chennan esperó conservadoramente a que el otro continuara, pero el hilo de silencio se hizo cada vez más largo. Al ver que el hombre parecía estar perdido en sus pensamientos y que no sabía por dónde empezar la narración, Ling Chennan tomó la iniciativa de guiarlo:

—¿No están juntos ahora?

El hombre se quedó en silencio durante mucho tiempo y dijo:

—Yo… lo engañé.

Engañar, el cerebro de Ling Chennan comenzó a construir un archivo sobre el engaño más común en las relaciones: la infidelidad. Pero Ling Chennan, que esperó durante mucho tiempo, no escuchó esa palabra.

Para ser precisos, no escuchó ni una palabra.

Por lo general, este silencio se produce con mayor frecuencia en los clientes que acuden al psiquiatra de forma pasiva, debido a que: no quieren enfrentarse a sus problemas de salud mental ni admitir que necesitan ayuda, lo que se les hace más difícil generar confianza con el médico o terapeuta. Por el contrario, la mayoría de los clientes que buscan ayuda activamente tienen un gran deseo de hablar, pero este silencio prolongado es una gran excusa para justificar los elevados costos de las consultas.

Pero el hombre, inconscientemente, se llevó los brazos al pecho en un gesto de rechazo total.

Ling Chennan dejó a un lado su cuaderno y su bolígrafo, se quitó los lentes, puso su mano en la rodilla y dijo:

—Cuénteme. ¿Cómo se conocieron?

El cliente finalmente levantó la cabeza y lo miró directamente, en algún lugar de su barbilla. Los ojos del hombre eran muy bonitos, casi la parte más atractiva de su rostro. Es una pena que ahora no tenga expresión alguna y su mirada se vea vacía, deberían haber sido muy atrayentes si hubiera sonreído, pero en este instante, no vislumbraba una mirada pura, sino una un poco más morbosa.

—Nos… —el cliente habló, despacio, pero esta vez con una cadena de palabras al menos—. Nos conocimos en el lugar donde trabajaba.

La primera historia de Shen Yinchuan: Conocerse.

—La primera vez que lo vi fue en un café.

»Era un martes por la mañana y estaba esperando una reunión, así que encontré un lugar al azar con acceso a Internet y me senté dentro para revisar mi correo electrónico. Entonces apareció: lo vi pasar por la ventana de enfrente hasta la puerta principal de la tienda y pedir un café con leche de soja para llevar. Se veía muy guapo, sobre todo cuando sonreía, parecía alguien alegre. No llevaba nada en las manos, que mantenía guardadas en los bolsillos de su pantalón. Mientras esperaba su orden, se apoyó en la barra y miró distraídamente a su alrededor.

»Luego vi cómo tomaba su café, cruzaba la calle y entraba en el edificio de oficinas de enfrente.

»Lógicamente hablando, ese momento de atracción a primera vista debió haber terminado ahí, pero esa vez… No sé por qué, pero de repente sentí un fuerte deseo de conocerlo,  aunque fuéramos unos completos desconocidos. Nunca nos habíamos cruzado ni teníamos nada que ver el uno con el otro. Además, ya casi era hora de mi reunión. Aún así, lo único que pasaba por mi mente era que, si no me acercaba a él en ese momento, quizás no lo volvería a ver en toda mi vida.

»Así que guardé rápidamente mi ordenador portátil y entré en el edificio.

»Ese edificio tenía un total de veintitrés plantas, busqué piso por piso, mirando muy despacio por miedo a perderlo en alguna esquina o en un despacho aparte. Finalmente, lo encontré en el piso 19. Se llama Bai Sheng, era un decorador de interiores y su nombre estaba pegado en la puerta de cristal.

»Dudé unos cinco segundos, creo, antes de empujar la puerta hacia adentro y fingir que era un cliente que deseaba asesoramiento sobre mejoras del hogar con el fin de conocerlo.

Después de escuchar esto, Ling Chennan pensó para sí mismo: Ni siquiera me importa mi trabajo, pero soy lo suficientemente valiente como para perseguir a un extraño, miró a la persona que tenía enfrente, y no pudo imaginar que su estilo fuera tan audaz y atrevido.

Le preguntó:

—¿Cuánto tiempo después de eso se juntaron?

—Después de tres meses, a la segunda semana de conocernos, le confesé que en realidad no buscaba un decorador de interiores, sino que lo hacía para acercarme a él. Se sorprendió un poco, pero no se enojó. Después de más de dos meses, empezamos a salir oficialmente —respondió Shen Yinchuan.

Ling Chennan asintió y dijo:

—Eso no parece un problema. Al principio no dijo exactamente la verdad, pero fue solo un pequeño truco para romper el hielo.

—No —dijo Shen Yinchuan, cerrando los ojos y sacudiendo la cabeza—, yo lo engañé. Ese no era yo, con el que salía, no era yo. Me había disfrazado de alguien divertido, amable y accesible para complacerlo, pero en realidad no soy así, soy una persona horrible.

Ling Chennan asintió comprensivamente.

—Eso es muy normal. Cuando está frente a la persona que le gusta, se esforzará por mostrar su mejor lado y por fingir que le interesan los intereses y pasatiempos del otro. Con el tiempo, mantener esta ilusión será cada vez más cansado y difícil, sobre todo si viven juntos. Los vicios y malos hábitos saldrán a la luz fácilmente.

Shen Yinchuan todavía negó con la cabeza.

—No, doctor, le mentí completamente. No soy así, no soy ese tipo de persona. Estoy enfermo. Yo, tal vez… no puedo controlarme.

No puedo controlarme. Esta frase tiene muchos significados. Al escuchar la descripción del hombre, su amante también es un hombre. Además, a primera vista, el cuerpo de esta persona es delgado; de lo contrario, Ling Chennan habría pensado que se trataba de violencia doméstica.

Pero Shen Yinchuan frunció el ceño y volvió a quedarse sin palabras. Solo después de un largo rato, preguntó:

—Doctor, ¿el contenido de esta conversación es confidencial?

Ling Chennan asintió.

—En el código de confidencialidad terapeuta-paciente se especifica que, a no ser que lo que se hable suponga un peligro para la sociedad o alguna persona, no estoy autorizado a informar a nadie.

Después de recibir una respuesta positiva, Shen Yinchuan se mordió el labio y susurró:

—Yo no puedo evitarlo, no quiero hacerle daño, quiero confiar en él, pero odio que hable con otras personas. Lo sé, a veces es solo por trabajo, solo son amigos, pero no puedo evitarlo.

Ling Chennan pensó para sí mismo: Un hombre tan guapo también puede tener un complejo de inferioridad y una inseguridad tan fuerte, y preguntó:

—¿Lo ha hecho?

El hombre asintió con la boca ligeramente abierta y luego negó con la cabeza.

—No era mi intención hacerlo. Es tan popular que siempre que no vuelve directamente a casa cuando sale del trabajo, me pongo en alerta y no puedo evitar perder los estribos, arrepentirme después y pedirle disculpas. Luego, él intenta regresar temprano a casa, aunque trabaja hasta tarde, pero aun así no me siento seguro… ¿Y si a sus clientes les gusta? ¿Y si está hablando con otra persona mientras compra un café? No era mi intención hacerlo…

El hombre comenzó a invertir el orden de sus palabras y sus emociones se agotaron lentamente. Ling Chennan susurró:

—Entiendo sus sentimientos, pero… puede que tengamos que discutir la situación en cuanto a su comportamiento con más cuidado.

Shen Yinchuan parecía querer decir algo, pero la alarma sonó indicando que la consulta había terminado.

Ling Chennan también se sorprendió de que el hombre estuviera a punto de abrir su corazón un poco más.

Era viernes, no había más clientes, así que Ling Chennan sugirió:

—Señor Shen, si quiere…

Está bien seguir hablando.

Pero Shen Yinchuan se levantó rápidamente, como si hubiera pisado una serpiente venenosa.

—Gracias, doctor, volveré la semana que viene.


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