Capítulo 11: Valor para actuar

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Desde aquel día en que regresaron del campo de cebada, durante los días siguientes, Tang Yuhui mantuvo deliberadamente las distancias con Kang Zhe.

Ya empezaba a sentir miedo. Presentía todo lo que estaba por venir. No sentía emoción, sino un dolor sordo y un temor anticipado.

Tang Yuhui no podía detener lo que estaba ocurriendo. Aunque en su interior ya no hervía esa oleada incontenible de emociones, podía sentir cómo algo espeso comenzaba a acumularse sobre su corazón.

A medida que pasaba más tiempo junto a Kang Zhe, aquella dulzura densa como crema batida y miel cristalina se derretía bajo el ritmo constante de sus latidos, transformándose en un líquido lechoso que fluía suavemente, despertando su blando cuerpo.

Pero, sin saber por qué, mientras más intentaba tomar distancia con discreción, se comportaba de manera cada vez más extraña.

No recordaba con claridad lo que había hecho exactamente; desde su punto de vista, no era más que pasar más tiempo buscando a Kang Zhe, para luego caer en silencios largos y en ensoñaciones sin decir palabra.

Sin embargo, la forma en que Kang Zhe respondía le dejaba claro a Tang Yuhui que su comportamiento no era normal.

Tang Yuhui sentía con claridad que, mientras la presa de sus emociones era carcomida por una especie de hormiga llamada Kang Zhe, este, al mismo tiempo, comenzaba a alejarse de él sin razón aparente.

Aunque en realidad nunca se había mostrado cercano, aquella sensación de distancia se volvía ahora más evidente.

Incluso cuando aún comían juntos, Kang Zhe solía terminar antes que él, dejar los palillos y marcharse mientras él seguía comiendo; o si estaba en el patio jugando con el celular, al ver que Tang Yuhui regresaba, se levantaba con naturalidad y se iba a las habitaciones del patio trasero.

A Tang Yuhui le resultaba imposible no notarlo, porque la forma en que Kang Zhe lo rechazaba era demasiado evidente. Parecía que ni siquiera se tomaba la molestia de disimular o de decirle algo.

Pero esta vez, curiosamente, la manera en que Kang Zhe actuó no logró herirlo en lo más mínimo.

Porque si algo no le faltaba a Tang Yuhui, era temeridad y un coraje casi ingenuo.

En un principio, había decidido dejar pasar las cosas y permitir que el problema, aún sin forma definida, siguiera su curso natural. Sin embargo, la evasión silenciosa de Kang Zhe no hizo sino avivar su orgullo.

Y cuando se trataba de llegar al fondo de un asunto, Tang Yuhui, un científico del mañana, siempre se mantenía firme hasta el final.

Volvió a debatir racionalmente el asunto con Ke Ning un par de veces más, y concluyó que la proposición «Tang Yuhui se ha enamorado» tenía una base objetiva. Aunque se trataba de un hallazgo pionero bajo variables muy específicas, no se podía negar la posibilidad de que una verdad estuviera a punto de emerger.

Tang Yuhui intentó varias veces hablar con Kang Zhe, pero siempre fue hábilmente esquivado.

Con Ke Ning lejos en Pekín, sin familia cerca, sin nadie a quien recurrir, solo y sin apoyo, Tang Yuhui, en un acto de desesperación estratégica, decidió tomar un camino alternativo: recurrió a la familia de Kang Zhe.

Lo que lo animaba y reconfortaba era que, al parecer, a los padres de Kang Zhe les agradaba mucho. Ya el día que bajaron del campo de cebada, se lo habían demostrado con entusiasmo y una cálida bienvenida.

La madre de Kang Zhe apenas hablaba mandarín, y el padre, aunque un poco mejor, lo hacía con dificultad y un marcado acento sichuanés.

Tang Yuhui solo recordaba estar allí, torpemente clavado en el campo, sin lograr comunicarse con ellos y sin ser de mucha ayuda. Aun así, la madre de Kang Zhe le sonreía con mucha calidez y ternura. Lo observó un momento, y luego, con las cejas arqueadas y los ojos entrecerrados en una sonrisa, le dijo algo a Kang Zhe.

Kang Zhe sonrió al escucharla. Tang Yuhui, con un poco de nerviosismo, le preguntó a la señora qué había dicho.

Las nubes sobre sus cabezas eran diáfanas. La sonrisa de Kang Zhe parecía alargarse, lenta y perezosa, como la luz del sol derramándose sobre un campo mecido por el viento, oscilando suavemente.

Levantó una comisura de los labios con desgana y dijo:

—Dijo que nunca había visto a un niño más guapo que tú, que tienes un rostro amable  y que seguramente tienes afinidad con Buda.

Tang Yuhui no era ajeno a los halagos sobre su aspecto, pero era la primera vez que uno le hacía sentir tan feliz.

Sus mejillas se sonrojaron de inmediato, como un bebé que recibe el primer beso de su madre en la frente.

Con el rabillo del ojo, Tang Yuhui echó un vistazo furtivo a la comisura de los labios de Kang Zhe, que aún no se habían aplanado, y pensó: «Tú crees en Buda, y además eres muy guapo. Tu destino debe de estar mucho más ligado al suyo que al mío».

Los rasgos de Kang Zhe eran una suma perfecta de las mejores partes de sus padres: apuesto, y dotado de una hermosa estructura ósea.

Especialmente esos ojos, amplios y limpios, con un tinte azul frío como el agua. En el rostro de Kang Zhe, eran profundos; en el de su madre, cristalinos. Y aquel puente nasal elevado como una cima, junto con la mandíbula firme de líneas definidas, eran herencia directa del rostro sereno y apuesto de su padre.

Pero a Tang Yuhui le parecía que, entre Kang Zhe y su familia, existía una especie de diferencia abismal. A pesar de tener características genéticas obvias, le resultaba difícil imaginar a Kang Zhe como parte de un núcleo familiar.

El padre y la madre de Kang Zhe poseían una belleza que no desmerecía frente a la de los han, y con el paso de los años su encanto se volvía aún más rico y lleno de matices. Sin embargo, su belleza y gallardía eran más bien reservadas; conservaban aún la sencillez característica de las minorías étnicas del altiplano: esa serenidad, pureza y bondad natural hacia los demás.

No es que Kang Zhe se desviara mucho de estas cualidades, pero simplemente no se parecía mucho a ellos.

Él no era como su padre ni como su madre, y tampoco como nadie más de por aquí.

Sin embargo, si había que elegir, Tang Yuhui pensaba que Kang Zhe sí debía pertenecer, libre y sin ataduras, a estos lugares donde se detienen las montañas y los ríos. Kangding, sin duda, era el lugar que mejor encajaba con él, su indiscutible hogar.

En resumen, los padres de Kang Zhe congeniaron de inmediato con Tang Yuhui. No solo lo llevaron de vuelta a la casa de huéspedes en su pequeña camioneta el mismo día en que él, más que ayudar, estorbó en el campo, sino que además obligaron sin piedad a Kang Zhe a regresar solo en su motocicleta. También invitaron a Tang Yuhui a visitar su casa cualquier día que le viniera bien.

Lo que más desconcertó a Tang Yuhui fue que, a pesar de la barrera del idioma, supo con certeza que antes de marcharse, la madre de Kang Zhe se quedó un buen rato diciéndole algo a su hijo, una y otra vez. Y siempre mirando hacia él mientras hablaba. Tang Yuhui imaginó que le estaba pidiendo a Kang Zhe que lo cuidara bien.

Sin embargo, desde aquel día, tras enfrentar el distanciamiento franco y directo de Kang Zhe, tras fracasar en su intento por obtener una respuesta clara y de buscar acercarse sin éxito, su amor –aún demasiado liviano para pesar algo– terminó chocando contra una pared blanda por fuera, pero dura por dentro.

Por suerte, sosteniéndose de un orgullo casi al borde del colapso, y viéndose en un callejón sin salida, recurrió a su última carta: propuso aceptar la invitación para ir de visita a casa de Kang Zhe.

Tal como era de esperarse, apenas lo oyó, Kang Zhe mostró una expresión de dolor de cabeza, ese gesto habitual suyo cuando no quería lidiar con problemas.

Pero Tang Yuhui sabía que los tibetanos eran personas de palabra. No hay ambigüedad en sus invitaciones; si invitan a alguien, es con total sinceridad. No ir, en realidad, es una gran falta de respeto.

Y, efectivamente, Kang Zhe no consideró las palabras de sus padres como una simple excusa al azar. Tras confirmar una vez más con Tang Yuhui, sacó su teléfono y llamó a casa.

Tang Yuhui no entendía tibetano, así que no podía deducir nada por el contenido; solo podía intuir, por el tono de voz, que el padre y la madre de Kang Zhe estaban muy contentos, mientras la expresión imperturbable de Kang Zhe se tornaba poco a poco en una de resignación y aceptación forzada.

Al colgar, le dedicó a Tang Yuhui una sonrisa plana.

—Mis padres dijeron que si te viene bien, puedes ir mañana.

Tras pensarlo un segundo, añadió como advertencia:

—No te quedes dormido. Hay que ir temprano al mercado a comprar algo para llevar.

Tang Yuhui respondió, como si fuera lo más natural del mundo, con dulzura y obediencia:

—Está bien.

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