Capítulo 13: Banquete entre montañas verdes

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Tal como era de esperarse, Tang Yuhui fue recibido con una cálida bienvenida por parte de la familia de Kang Zhe

Pero si tenía que describirlo con precisión, diría que la experiencia fue, a la vez, alegre y agotadora.

Se sentía algo cohibido, porque temía comportarse mal sin querer, o hacer algo que pudiera parecer descortés u ofensivo.

Ni él mismo sabía por qué estaba tan nervioso.

La madre de Kang Zhe no hablaba mandarín, solo entendía algunas cosas; el padre de Kang Zhe era tranquilo, pero poco hablador; y el propio Kang Zhe permanecía al margen de la conversación, así que no podía contar con él para ayudarlo a salir de la incómoda situación.

La mesa estaba repleta de platos, todos preparados con esmero.

Por la barrera del idioma, cuando Tang Yuhui quería expresar que algo estaba delicioso, no le quedaba más remedio que poner una expresión exageradamente entusiasta y acompañarla con gestos y ademanes torpes.

A juzgar por la sonrisa serena que se dibujaba en los labios de Kang Zhe, Tang Yuhui se imaginaba que su actuación había sido, como mínimo, memorable.

Después de la cena, la madre de Kang Zhe salió de la cocina con un pequeño plato de tsampa. A diferencia de la comida tibetana habitual, que suele servirse en grandes porciones, esta presentación era delicada y cuidada, claramente preparada especialmente para Tang Yuhui.

El padre de Kang Zhe mezcló el té con mantequilla, la cuajada y un poco de azúcar, y sin decir una palabra, se lo pasó a Tang Yuhui.

Tang Yuhui, a pesar de estar ya lleno, hizo un esfuerzo por tragar la comida que casi le llegaba a la garganta y se obligó a comer dos porciones más. Estaban tan deliciosas que se quedó sin palabras.

El padre de Kang Zhe, al verlo con las mejillas infladas como un hámster mientras se metía comida a la boca, no pudo evitar que una pequeña sonrisa se le escapara en su rostro normalmente serio.

Kang Zhe suspiró y empujó el plato frente a Tang Yuhui hacia su lado.

—Ya no comas —dijo—. Si no puedes terminarlo, no pasa nada. Mis papás no se van a enojar.

Tang Yuhui soltó un suspiro de alivio. Sentía que realmente ya había comido hasta casi el punto de vomitar.

Se frotó disimuladamente el vientre y, esforzándose por levantar el pulgar, les dedicó a los padres de Kang Zhe una sonrisa radiante.

Por suerte, la madre de Kang Zhe no trajo más comida a la mesa. Una vez lleno, Tang Yuhui salió al patio a mirar los caballos durante un rato, y al fin pudo empezar a digerir un poco. Ya no se sentía tan empachado.

Después de entretenerse un rato con los caballos, Tang Yuhui empezó a pasear entre las ovejas.

Justo cuando se acercaba con cautela a una ovejita completamente blanca dentro del corral, Kang Zhe se le acercó.

A la ovejita blanca, que Tang Yuhui llevaba rato mirando sin atreverse a tocar, Kang Zhe simplemente le agarró un buen puñado de lana de la cabeza.

Tang Yuhui lo miró con amargura, mientras la cabecita de la oveja se apoyaba dócilmente en la palma de Kang Zhe. Él, con aire despreocupado, le dijo a Tang Yuhui:

—Muy aburrido, ¿no?

Tang Yuhui no alcanzó a entender del todo.

—¿Ah?

—Mira, aquí todo es así. Después de comer, hasta encontrar algo para entretenerse es difícil. En la casa de huéspedes por lo menos había wifi, pero en mi casa ni siquiera hay televisión.

Kang Zhe le acarició el lomo a la ovejita y continuó con indiferencia:

—China es tan grande, ¿por qué elegiste venir a un lugar tan desconocido y aburrido para no hacer nada? ¿Qué es lo que realmente estás buscando?

El corazón de Tang Yuhui se apretó de repente. Estaba a punto de comenzar a latir con una fuerza rítmica e imparable.

Guardó silencio unos segundos y, de pronto, sonrió.

—¿Te dio curiosidad?

Kang Zhe se apoyó en la barandilla del corral y alzó ligeramente los párpados para mirarlo.

Tang Yuhui fue esbozando una sonrisa poco a poco, una sonrisa dulce, que lo hacía parecer más joven, como una rosa de invernadero que nunca hubiese sufrido daño alguno, una flor que no tenía por qué estar en el altiplano.

—¿Estás interesado? ¿A-Zhe?

Kang Zhe, con un deje de desdén, levantó sin piedad la comisura de sus labios.

—No.

La sonrisa de Tang Yuhui se desdibujó un poco, aunque no del todo. Soltó un leve «oh» y, sin apartar la mirada de Kang Zhe, dijo:

—Cuando era niño, tenía muy pocas formas de entretenerme. En casa casi nunca encendían la televisión, y cuando lo hacían, los canales que se podían ver eran muy limitados. Mi favorito era el canal de documentales de la CCTV. Siempre lo veía a escondidas, y con el tiempo se volvió una costumbre.

»Hace unos años sacaron un video promocional que grabaron en el oeste de Sichuan. Estaba muy bien hecho, y me quedé con muchas ganas de venir a verlo por mí mismo. También quiero ir a Yunnan, y al Tíbet.

»Sé que aquí también tienen una montaña nevada muy hermosa, se llama Gongga. En la televisión decían que es pura y majestuosa como una deidad. Y que en ciertos días milagrosos, incluso desde Chengdu puede verse la cima blanca.

Tang Yuhui, con inocencia, y una seducción inconsciente y natural, abrió los ojos de par en par.

—¿Es cierto?

La mirada de Kang Zhe cayó en silencio sobre un punto en el suelo. No respondió.

El tono de Tang Yuhui se apagó un poco.

—Mm… supongo que acertaste en casi todo. Me… pasaron algunas cosas malas, por eso me escapé hasta aquí. No es algo que no pueda contar, puedo hablarte de eso más adelante. Pero ahora… no es de lo que más quiero hablar…

Las nubes que siempre se acumulaban en las laderas se habían disipado por completo. El sol del mediodía caía implacable, y el calor hacía que a Tang Yuhui le diera vueltas la cabeza. Las ondas largas y cortas de los rayos ultravioleta comenzaban a llevarlo silenciosamente hacia la muerte.

Estaba esperando a que Kang Zhe preguntara.

Esa espera le provocaba una clase de sufrimiento propio de un reptil tropical. Una capa fina, como un capullo, empezaba a solidificarse lentamente sobre su cuerpo, pegándose a su piel y conectándolo con el aire. Y por culpa de la prolongación del silencio, el dolor se volvía insoportable.

Kang Zhe por fin habló. Su rostro permanecía inmutable, con una indiferencia y suavidad casi divinas.

—Entonces, lo dejamos para otro día.

Tang Yuhui se quedó pasmado por un momento. Aquella fina capa se había transformado en una coraza rígida e inorgánica, de formas extrañas y variadas sobre la piel, pero ninguna que pudiera mirarse sin incomodidad.

Era como si su sangre se hubiera llenado de pasta de plomo. Tardó mucho en reaccionar y, al final, respondió con lentitud:

—Mmm… entonces te lo contaré otro día.


Por la tarde, la madre de Kang Zhe sacó una mesita redonda. Era un mueble muy peculiar, con un borde decorado por un delicado grabado de flores de Gesang. No resultaba recargado, sino más bien elegante y primoroso.

Además, era una mesa plegable y muy liviana. Kang Zhe ni siquiera se movió para ayudar; se limitó a apoyarse a un lado, fumando un cigarrillo.

La madre de Kang Zhe, al ver que Tang Yuhui no apartaba la vista del grabado en la mesa, esbozó una sonrisa tímida. Señaló a Kang Zhe con la mano y, en un mandarín entrecortado, dijo:

—Kang Zhe… lo hizo.

La cabeza de Tang Yuhui se movió levemente, como si quisiera levantarla para mirarlo.

Sin embargo, al final, la bajó de nuevo.

Justo cuando la madre de Kang Zhe empezaba a notar que la atmósfera entre ellos era un tanto extraña, el padre de Kang Zhe salió de la casa con una bandeja de té. Tang Yuhui se apresuró a ponerse de pie para ayudar a colocar los utensilios sobre la mesa.

El padre de Kang Zhe agitó la mano, indicándole que no hacía falta tanta formalidad.

Su mandarín era bastante fluido, solo que al principio siempre tenía una expresión severa y hablaba poco, lo que lo hacía parecer muy serio.

Por suerte, después del almuerzo, esa incomodidad mutua se fue disipando.

Sonriendo, le dijo a Tang Yuhui:

—Xiao Tang, toma un poco de té. Lo preparamos nosotros mismos en casa, no sé si estarás acostumbrado a su sabor.

Kang Zhe apagó el cigarrillo y se puso de pie.

—Ustedes conversen, yo voy a dar una vuelta.

Antes de que Tang Yuhui alcanzara a decir algo, Kang Zhe ya se había alejado rápidamente.

Tang Yuhui apartó la mirada de la espalda de Kang Zhe con rigidez, sin saber muy bien qué hacer.

No tenía casi experiencia tratando con adultos amables, y temía comportarse de forma inapropiada. Cuando Kang Zhe estaba presente, al menos no se sentía tan fuera de lugar, pero ahora que se había quedado solo, la tensión que había sentido durante el almuerzo regresó de golpe.

Tang Yuhui se sentó derecho, con la mirada nerviosa y tímida, pero aun así logró esbozar una sonrisa.

Los tibetanos son conocidos por su naturaleza franca y sencilla, por lo que era raro encontrar a un niño tan bien portado como Tang Yuhui.

Cuanto más lo miraban los padres de Kang Zhe, más les parecía que aquel chico era dócil, educado, y tremendamente encantador, tanto que temían no estar siendo lo suficientemente cálidos con él.

El padre de Kang Zhe tomó la tetera y llenó con cuidado el pequeño cuenco de té frente a Tang Yuhui.

Al alzarlo para mirar, Tang Yuhui vio el té hasta el borde, dorado y brillante, con un aroma delicado que parecía extenderse en el aire. Bajo el sol, la superficie temblaba con un resplandor tenue y dorado.

El padre de Kang Zhe le sonrió y le dijo:

—Este es té Jia’en, solo se encuentra en Garzê. Es un tipo de té que les gusta bastante a ustedes los han; no tiene ese sabor fuerte y un poco áspero.

Al ver que a Tang Yuhui le gustaba, comenzó a hablar un poco más.

—Este té se hace secando hojas de morera de las montañas nevadas. Primero hay que hervirlas con bicarbonato de sodio hasta que el agua se consuma. Cuando las hojas se vuelven negras, se sacan para dejarlas secar al sol. Luego, cada vez que se va a preparar, solo hay que tomar un puñado y echarlo en la olla.

El padre de Kang Zhe tomó la taza frente a él, dio un sorbo, y con una expresión relajada y natural le dijo a Tang Yuhui:

—Pero si prefieres el té con leche, puedo ir a prepararte una taza.

Tang Yuhui se apresuró a responder:

—No hace falta, gracias, tío. Este está perfecto, me gusta mucho. ¡Está muy rico!

El padre de Kang Zhe no dijo nada más. Lo miró con una sonrisa durante un buen rato.


La larga tarde se extendía entre ellos. Poco a poco, el vapor del té parecía colarse lentamente hasta los ojos, y de ellos desbordarse una bruma ligera y compleja.

El padre de Kang Zhe lo miró como con un deje de nostalgia,  y sonriendo dijo:

—Quién lo diría, Kang Zhe, trayendo a un amigo han a casa para pasar el rato.

Tang Yuhui no sabía si él y Kang Zhe podían considerarse amigos, pero con una pizca de deseo egoísta, decidió darlo por hecho. Aun así, sin mucha convicción, solo se atrevió a admitirlo a medias, y se apresuró a decir:

—No, no, para nada. Fui yo el que insistió en que me trajera.

El padre de Kang Zhe lo miró sonriendo y luego se giró para decirle algo a su esposa, quien también se echó a reír.

Luego, volvió a dirigirse a Tang Yuhui con amabilidad:

—Por aquí no hay mucho que hacer. A la mayoría de la gente le basta una semana para aburrirse. Pero tú no pareces alguien que haya venido por simple ocio, seguramente tienes algún otro motivo. Deberíamos haberte atendido mejor desde el principio.

Levantó su taza y dio otro sorbo de té.

—Pero justo ahora es la época más ocupada para los agricultores. De hecho, otros años, la madre de Kang Zhe y yo cerrábamos la casa de huéspedes durante esta temporada y solo la abríamos en vacaciones. Esta vez fue la primera que nos registramos en línea, y como no tenemos buena memoria, se nos olvidó cancelar la reserva. Íbamos a llamarte para pedirte que lo hicieras tú, pero Kang Zhe dijo que podía quedarse en la casa de huéspedes y ayudar.

Era la primera vez que Tang Yuhui escuchaba esa información. Se quedó pasmado un segundo y preguntó, despacio:

—¿De verdad…?

El padre de Kang Zhe asintió con la cabeza.

—Sí, así es. Esto debe ser el de destino.

Tang Yuhui lo pensó un momento, y aunque dudoso, se animó a preguntar:

—Pero, tío… ¿A Kang Zhe no… no le caigo muy bien, verdad? Me da la impresión de que… bueno… no le gusta pasar tiempo conmigo.

El padre de Kang Zhe parecía un poco resignado, pero en lugar de explicar, simplemente le dijo a Tang Yuhui:

—¿Te llevó a montar a caballo?

Tang Yuhui se quedó un momento en blanco y luego asintió.

El padre de Kang Zhe no añadió nada más. Solo le sonrió con calidez y le dijo:

—Le caes muy bien.

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