Capítulo 15: Como si te viera regresar de un largo viaje

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Montar en moto por una carretera nacional amplia y despejada era, en efecto, una experiencia emocionante. Aunque Tang Yuhui, con el corazón en vilo, mantenía la velocidad estrictamente dentro del límite seguro, aún así parecía alcanzar a vislumbrar la alegría que Kang Zhe solía sentir.

Al principio, Kang Zhe se tomaba la molestia de esperarlo, pero luego comenzó a dejarlo atrás con frecuencia, sacándole una buena distancia.

Cuando Tang Yuhui, divertido y algo satisfecho consigo mismo, por fin lograba alcanzarlo, casi siempre lo encontraba esperando junto a un mojón blanco con letras rojas, con un cigarro entre los dedos.

Tang Yuhui hacía tiempo que se había dado cuenta de que la forma en que Kang Zhe fumaba no se parecía en nada a lo que él siempre había imaginado de ese acto. No había en ello decadencia, ni rastro de una languidez ambigua. El humo, frente a Kang Zhe, seguía siendo algo luminoso; recordaba al vaho blanco de las mañanas invernales, aunque ambos –humo y vaho– fueran igual de difusos.

Kang Zhe estaba absorto, mirando las letras tibetanas blancas rodeadas por la hierba en la ladera de la montaña. No sabía en qué pensaba. Los lugareños le habían explicado una vez a Tang Yuhui que aquellas palabras significaban «Canción de amor de Kangding».

«¿Kang Zhe sabrá cantarla?», se preguntó con una osadía sin límites.

Juntos, regresaron a casa pisando las sombras del crepúsculo. La madre de Kang Zhe ya los esperaba en la puerta.

Kang Zhe aparcó la motocicleta sin decir palabra, y Tang Yuhui lo siguió en silencio.

Ese silencio se había mantenido desde el regreso. Ninguno de los dos estaba triste, pero tampoco tenían ganas de hablar.

Era uno de esos efectos secundarios que deja una tarde serena compartida, y Tang Yuhui entendía bien esa sensación de vacío.

Y por esa carrera de la tarde que merecía ser llamada hermosa, por esa fugaz sintonía emocional con Kang Zhe, Tang Yuhui no solo entendía, sino que incluso perdonaba ese vacío que siempre lo había envuelto, no limitándose solo a este momento, sino extendiéndose mucho más allá.

La cena fue incluso más abundante que el almuerzo. Frente a Tang Yuhui había dos grandes ollas, ambas de olla caliente, una picante y la otra no.

Se sintió bastante avergonzado al pensar en lo bien que la familia de Kang Zhe lo trataba.

Se dio cuenta de que no solo era incapaz de devolver tal amabilidad, sino que, en el pasado, incluso había pensado en ellos de una manera que no lo hacía sentir orgulloso.

El padre de Kang Zhe abrió el licor de cebada que habían traído por la mañana y le sirvió un vaso lleno.

Tang Yuhui miró el vaso; estaba a punto de decir algo, pero se detuvo. El padre de Kang Zhe, con una sonrisa, le dio una palmada en el hombro.

—No te preocupes por excederte, este tiene poco alcohol.

Tang Yuhui estuvo a punto de tomar la botella para verificar el contenido, pero Kang Zhe se la quitó con destreza.

Kang Zhe, con indiferencia, dijo:

—A ellos les caes bien, así que bebe un poco. Si no te lo terminas, no pasa nada, yo me encargaré de lo que quede.

La atmósfera durante la cena era aún más cálida que al mediodía. Mientras la madre de Kang Zhe le servía comida a Tang Yuhui, le dio un leve codazo al padre de Kang Zhe, que se había vuelto sorprendentemente conversador tras beber un poco. Fue entonces cuando, como si de pronto recordara algo, el padre de Kang Zhe dejó su copa, y sus dedos comenzaron a recorrer distraídamente la superficie de la mesa. Con cierta vacilación, miró a Tang Yuhui y le preguntó:

—Xiao Tang, ya llevas un buen tiempo aquí. ¿A dónde has ido a pasear? ¿Fuiste a Sêrtar y Daocheng? ¿Por qué no te quedas un tiempo en la sede del condado?

Tang Yuhui, algo avergonzado, respondió:

—Tío, aún no he ido a la sede del condado. He estado todo este tiempo aquí.

El padre de Kang Zhe exclamó con sorpresa:

—¿Ni siquiera has ido a la sede?

Tang Yuhui respondió en voz baja:

—Mmm…

El padre de Kang Zhe guardó silencio unos segundos, luego bajó un poco la voz y, con la ternura propia de un adulto, dijo suavemente:

—¿Y a Mugecuo? ¿Qué tal al monte Gongga?

Tang Yuhui, apenado, negó con la cabeza.

El padre de Kang Zhe intercambió unas palabras con la madre de Kang Zhe, y ambos, al instante, miraron a Kang Zhe con desaprobación.

Kang Zhe metió un trozo de carne en su propio tazón y, sin mostrar emoción, dijo:

—No es asunto mío, es él quien no sale.

Volvieron a hablar en tibetano. Tang Yuheui escuchó que la madre de Kang Zhe tenía un tono de reproche, pero Kang Zhe seguía con su actitud indolente. No sabía de qué estaban hablando.

Se sintió un poco nervioso. En serio estaba considerando encontrar tiempo para aprender tibetano.

La madre de Kang Zhe dijo algo, Kang Zhe lo pensó un momento y, finalmente, respondió en mandarín:

—Bueno, está bien.

Tang Yuhui, completamente desconcertado, vio cómo el padre de Kang Zhe, con una sonrisa en el rostro, levantaba nuevamente su copa y, con entusiasmo, invitaba a Tang Yuhui a chocar los vasos con él.

Aunque durante toda la conversación fue el padre de Kang Zhe quien llevaba la voz cantante, su tono nunca dejó de estar impregnado de un cuidado y atención genuinos, como si realmente le importara Tang Yuhui, un completo desconocido para él.

A Tang Yuhui le asustaba ese tipo de bondad tan abrumadora; frente a ella, solo quería sacar todo aquello que pudiera hacerle agradable ante los ojos de los demás. Y, sin embargo, también sentía algo increíble: en esa noche tan cálida y amable, por primera vez en su vida, experimentó el deseo inexplicable de abrirle su corazón a alguien.

Sin embargo, sanar viejas heridas no es algo que ocurra de inmediato, así que Tang Yuhui solo pudo sonreír dulcemente. Por un lado, desdeñaba sus propios sentimientos ocultos por ser un instrumento de destrucción, y por otro, se aferraba a esa cálida y sofocante ternura, sin querer dejarla ir.

La cantidad de comida en la cena era realmente excesiva, así que tardaron mucho en terminar.

Tang Yuhui no solía ser aficionado al alcohol, pero el licor de cebada que Kang Zhe le había llevado a comprar resultó ser muy suave y dulce. Tenía un sabor delicioso y profundo, y al beberlo, no sintió ese mareo habitual.


Tang Yuhui pensó que sabía muy bien, como un manantial dulce, así que volvió a brindar varias veces con la familia de Kang Zhe, provocando constantes carcajadas del padre y la madre de Kang Zhe. Incluso, en un momento de euforia, se atrevió a desafiar a Kang Zhe al rechazar su intento de evitar que bebiera más.

Todo seguía normal hasta el final de la velada, pero justo cuando Tang Yuhui estaba en la puerta del patio despidiéndose del padre y la madre de Kang Zhe, el mundo comenzó a girar de forma irregular ante sus ojos.

Tang Yuhui perdió el equilibrio muy lentamente, y de forma instintiva se agarró de la manga de Kang Zhe. Pero las yemas de sus dedos quedaron muy lejos, como un acto reflejo del cuerpo, sin llegar a tocarle su piel.

Era un gesto que requería esfuerzo para mantenerse y, por eso, en ese momento parecía forzado, porque cuando uno está borracho, el cuerpo parece tener permiso del mundo para dejarse llevar.

Kang Zhe, con mirada fría, observó su propia manga. No tenía ni un poco de ganas de cuidar a un borracho, y consideró dejar a Tang Yuhui ahí para que pasara la noche. Estaba seguro de que sus padres estarían encantados.

Sin embargo, justo cuando Kang Zhe iba a moverse, su cuerpo se detuvo de golpe. De repente, sintió en la mano un calor corporal impregnado de timidez y de una determinación desesperada.

Los dedos del borracho Tang Yuhui, que se habían aferrado con fuerza al puño de la manga, se deslizaron lentamente hacia abajo y, con delicadeza, terminaron sujetando el meñique de Kang Zhe.

En ese instante, Kang Zhe sintió, de forma casi natural, una oleada de compasión. Sabía que no era otro iceberg, sino alguien que, como él, anhelaba chocar y hacerse añicos[1].

Tang Yuhui parecía incapaz de enfocar la vista. La yema de su dedo se había quedado atrapada en los nudillos prominentes de Kang Zhe, rozando una capa delgada de callosidad.

Incapaz de ver con claridad, solo le quedaba quedarse quieto, dejándose llevar por el tacto. Y entonces recordó las alas de la libélula roja, tan frágiles como un capullo.

Kang Zhe esperó mucho rato. Estaba a punto de apartar la mano por su cuenta cuando Tang Yuhui, de pronto, lo soltó con suavidad.

Levantó la cabeza, parpadeó con esfuerzo varias veces y pareció haber recuperado un poco la lucidez.

Pero sus ojos seguían entreabiertos, cargados con una calma y una melancolía propias de la noche.

—¿Nos vamos ya?

Kang Zhe guardó silencio un momento. El suspiro que soltó se deshizo en la penumbra. Se arremangó hasta el codo y ayudó a Tang Yuhui a incorporarse.

—Vámonos.

Los borrachos siempre pesan más que de costumbre. Por suerte, Tang Yuhui se volvía tranquilo cuando bebía demasiado. Aparte del ceño levemente fruncido por el malestar, apenas se movía. Si no fuera así, Kang Zhe no estaba seguro de no arrepentirse de llevarlo de vuelta.

Como pensaba ir rápido de regreso, Kang Zhe temía que Tang Yuhui se cayera. Así que le tomó el brazo y lo pasó alrededor de su propia cintura.

Al principio, Tang Yuhui se portó bastante bien. Pero después, tal vez porque el efecto del alcohol empezaba a esparcirse, comenzó a sentir calor, y su cuerpo empezó a moverse contra Kang Zhe, abrazándolo sin estarse quieto.

En el estrecho asiento de la moto, el más mínimo roce se volvía inmensamente perceptible. Kang Zhe estaba perfectamente lúcido, tanto en sus emociones como en sus sentidos, pero aun así, la fricción constante comenzaba a sacarlo de quicio.

Con un golpe brusco, le apartó con fuerza la mano a Tang Yuhui, que sin darse cuenta se le había deslizado por dentro de la chaqueta.

La piel en esa zona se había enfriado por el viento nocturno y la mano de Tang Yuhui estaba demasiado caliente.

Tang Yuhui se encogió de inmediato. Kang Zhe había puesto bastante fuerza, y el dorso de su mano empezó a enrojecer con una marca clara.

Se hizo pequeño detrás de él como si se hubiera asustado. Los brazos que le rodeaba la cintura se aflojaron discretamente un poco.

Pero no pasó mucho antes de que el borracho volviera a las andadas. Kang Zhe sintió de nuevo esa calidez, tranquila, pegada a su costado.

Ya no había cobardía en ella, pero Kang Zhe sabía que seguía siendo de Tang Yuhui. Porque era torpe y también profundamente digno de compasión.

Esta vez no le apartó la mano. En su lugar, sonrió levemente bajo la oscuridad de la noche.

—¿Lo estás haciendo a propósito?

—¿Eh?

Tang Yuhui alzó la cabeza, confundido, pero lo único que alcanzaba a ver era la espalda del iceberg.

Se esforzó por ladear un poco la cabeza, pero desde ese ángulo apenas podía distinguir la comisura de los labios de Kang Zhe, apenas curvada en una leve sonrisa. No podía verle los ojos.

Con un deje de desconcierto y agravio, murmuró:

—Ni siquiera estoy borracho.

La sonrisa de Kang Zhe se hizo un poco más genuina.

—¿Ah, no? Entonces, ¿por qué estás toqueteándome?

Tang Yuhui no dijo nada durante un buen rato. Desde un ángulo en que no podía vérsele el rostro, su ceño se había fruncido con fuerza. Su mente, nublada, no alcanzaba a comprender qué estaba diciendo Kang Zhe, pero una vaga sensación de temor comenzó a asomar. Solo pudo responder con sinceridad:

—Estás muy frío.

Kang Zhe no dijo nada más. Pasó un momento. Justo cuando Tang Yuhui empezaba a quedarse dormido, Kang Zhe desvió la moto hacia un lado del camino, redujo la velocidad y se detuvo por completo. Apagó el motor.

Bajó el soporte lateral y dejó que la moto se apoyara contra el guardarraíl de la carretera. Luego, extendió ambos brazos y los apoyó en el asiento trasero, rodeando a Tang Yuhui desde arriba, mirándolo con la ventaja de la altura.

Tang Yuhui seguía sentado en la moto. Con ese gesto, Kang Zhe lo había acorralado. El significado era que no le permitía bajarse.

Rodeado y envuelto por el nítido olor a tabaco de Kang Zhe, Tang Yuhui comprendió de golpe cuán patético era. Sabía que no podía evitar que los latidos violentos de su corazón se delataran en medio de aquel silencio.

Este ser tridimensional y seco que era él, estaba siendo comprimido por una fuerza llamada Kang Zhe, como si fuera a ser sellado en un vacío oscuro y solitario.

Aún bajo los efectos del alcohol, Tang Yuhui alzó la cabeza y se le quedó mirando, sin entender qué era lo que pretendía hacer.

A lo lejos, las laderas escarpadas y serpenteantes no eran más que sombras geométricas bañadas por un fulgor sombrío bajo la noche. Las estrellas, como siempre, titilaban intensamente, engarzadas en el manto del cielo, y la luz de la luna, en ese momento, era como un río derramándose sobre ellos.

Sin embargo, en la interpretación posterior de Tang Yuhui, aquel instante que siguió tal vez también ocurrió porque la libélula alzó el vuelo desde la palma de su mano y batió las alas en los trópicos, provocando un pliegue desconocido en la física que alteró dos segundos del mundo que nadie podría haber previsto, dos segundos absurdos que escapaban a toda lógica[2].

Antes de levantar las manos, ni siquiera Kang Zhe había imaginado que terminaría cargando a Tang Yuhui en brazos, rodeando la moto, y depositándolo suavemente con las piernas colgando sobre la baranda de protección.

Sin embargo, Kang Zhe no sintió sorpresa ni alegría.

Colocó ambas manos sobre el dorso de las de Tang Yuhui y le dio unas suaves palmadas, como queriendo calmarlo.

Aunque Tang Yuhui no entendía muy bien lo que estaba pasando, se dejó llevar y se sentó sobre la barandilla.

Sus ojos estaban llenos de una obediencia pasiva; no comprendía la situación, pero no tenía manera de negarse a Kang Zhe.

El guardarraíl era ancho, y aunque Tang Yuhui estaba sentado en el aire, no había riesgo real de que cayera. Aun así, la mirada de Kang Zhe lo hizo estremecerse casi de forma instintiva, porque parecía que en cualquier momento iba a empujarlo.

Acababan de subir una pendiente empinada, y Kang Zhe había detenido la moto justo en la curva de la pendiente. Tang Yuhui, atrapado por el guardarraíl, no podía girar la cabeza, pero detrás de él alcanzaba a oír el sonido urgente y sofocante del río.

Abrumado por el cansancio y el calor, Tang Yuhuai solo podía mirar a Kang Zhe con los ojos húmedos, deseando decir algo; pero su cerebro se negó a colaborar. El alcohol le recitaba una declaración de exención de responsabilidad desde dentro del cuerpo, y aun así, Tang Yuhui no se atrevía.

Justo cuando estaba a punto de saltar del guardarraíl, Kang Zhe lo empujó de verdad.

Tang Yuhui estuvo a punto de gritar, hasta que se dio cuenta de que Kang Zhe no había ejercido fuerza, y que su espalda estaba firmemente envuelta en el pliegue de su brazo.

Kang Zhe lo miró con calma, y preguntó con tranquilidad:

—¿Ya despertaste?

El susto de hace un momento había hecho que el alcohol se le evaporara del alma. Tang Yuhui asintió, aturdido.

—Sí, desperté.

Kang Zhe volvió a preguntar:

—¿Sigues borracho?

Tang Yuhui negó con la cabeza de inmediato:

—No, ya no estoy borracho.

Kang Zhe no respondió. Lo observó en silencio por un momento. A esa distancia tan cercana a Tang Yuhui, de pronto sonrió.

Tang Yuhuai vio asomar de nuevo el arma de Kang Zhe: como un mineral incrustado en la caligrafía de la humanidad, una piedra esmaltada de blanco puro emergiendo de simples proteínas biológicas.

Kang Zhe se inclinó hacia él muy despacio. Aquella piedra esmaltada había desaparecido de la vista, oculta, pero sus labios –igualmente engañosos– rozaron la frente de Tang Yuhui como si hubieran llegado del final de un largo viaje en sueños.

Kang Zhe se echó un poco hacia atrás y volvió a preguntar:

—¿Todavía estás borracho?

Esa pregunta era extraña, pensó Tang Yuhui. En un lapso muy breve, muchos momentos de su vida pasaron por su mente como dentro de ese viaje en sueños: el lenguaje de lo inorgánico, el brillo plateado mecánico, frío y obediente, ecuaciones cubriendo pizarras y hojas de papel –todas fuerzas que alguna vez creyó entender y dominar– una a una lo estaban dejando. No sabía cómo responder.

Probó con una respuesta distinta, murmurando con incertidumbre:

—Tal vez… un poco.

Kang Zhe respondió con un «mm» que no dejaba claro si estaba satisfecho. Y entonces volvió a acercarse.

La luz de la luna debió haberle horadado el alma a Tang Yuhui, porque de otro modo no entendía cómo podía comprender ese lenguaje.

Kang Zhe lo estaba besando. Su lengua barría la suavidad de su boca, lamiendo diente por diente, empujando con fiereza hacia el fondo. Pero aquellos labios delgados y fríos, a la vez, se frotaban contra los suyos con una intimidad cálida, envolviéndolo por completo en la sensación.

Estaban besándose.

Y en el momento en que tomó conciencia de eso, Tang Yuhui sintió que el alma se le aquietaba por completo.

El beso no fue largo, pero Tang Yuhui deseó poder medirlo en años luz. Porque parecía hermoso, y se sintió como si hubiera durado una eternidad.

Cuando Kang Zhe se separó de él, sonrió. No sabía si lo hizo a propósito, pero Tang Yuhui sintió cómo aquel colmillo le rozó suavemente los labios al pasar.

Vio los ojos de Kang Zhe reflejando la luz de la luna; seguían teñidos en azul, hermosos, como si hubieran llegado tras abrirse paso a través del resplandor oculto entre las nubes.

Tang Yuhui no sabía si iba a despertar. Pero aún así, cerró los ojos, muy, muy suavemente.


Notas de traducción:

[1] Aquí la autora nos comparte la cita de la cual esta frase se inspira (marcado en negritas), pero siento que este párrafo da un poco más de contexto para aquellos que no han leído el cuento Sentimientos suaves como el agua: «En nuestra sociedad, los homosexuales son como icebergs en el océano, a veces encontrándose y otras veces separándose, completamente incapaces de actuar por su cuenta. A tal efecto, Xiao Shi era un iceberg que recién había comenzado a flotar. Como un iceberg, uno debe amar a las corrientes oceánicas y a los vientos con tranquilidad, y durante el encuentro ocasional, amar al otro iceberg con todo el corazón» (Wang Xiaobo, 1998).

Sobre Sentimientos suaves como el agua (1998): cuento del autor chino Wang Xiaobo (1951-1997) que trata sobre la relación sadomasoquista entre un oficial de policía y un escritor gay. La trama se desarrolla en una comisaría, que es donde se lleva a cabo el interrogatorio que daría inicio a su relación, y en un parque de la Ciudad Prohibida, que es un lugar de encuentro para homosexuales locales. Aquí pueden leerlo gratis en inglés; comienza en la página 119 con el título de East Palace, West Palace. Por cierto, Wang Xiaobo fue también el guionista de una de las primeras películas queer de China: Detrás de la ciudad prohibida (East Palace, West Palace / 东宫西宫), que cuenta la misma historia. Ambos fueron escritos casi en paralelo. Y ya, me extendí innecesariamente, pero quería darles todo el contexto.

[2] La autora nos comparte: «Un ejemplo común del efecto mariposa: El meteorólogo estadounidense Edward N. Lorenz escribió en un artículo presentado a la Academia de Ciencias de Nueva York en 1963: “Un meteorólogo mencionó que, si esta teoría resultara ser correcta, el simple aleteo de una gaviota podría cambiar para siempre el curso del clima”. En presentaciones y escritos posteriores, utilizó una metáfora más poética: la mariposa. La formulación más común de este efecto dice: “El aleteo ocasional de una mariposa en la selva tropical del Amazonas, en Sudamérica, podría causar un tornado en Texas dos semanas después” (Extraído de Baike)». [Nota de plutommo: En caso de que no haya quedado claro, la autora sustituyó a la mariposa por la libélula de capítulos anteriores].

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