La esperada explosión no llegó.
“Las bombas estaban enterradas en el antiguo terreno del orfanato Heng’an, desde donde estaba el edificio hasta el patio trasero” dijo Luo Wenzhou. “Ya las desactivamos.
—Director Zhang, el orfanato fue demolido hace años. Por mucho que lo haya odiado, este lugar ha cambiado. ¿Qué sentido tiene ya?
Zhang Chunjiu bajó lentamente la mano que sostenía el detonador. Luo Wenzhou presionó su auricular con una mano. Aunque lo único que quería era lanzarse a través del teléfono, aún tenía que dividir su atención y lidiar con la persona frente a él.
“Ya todo terminó, Director Zhang”.
Una leve sonrisa se asomó en las comisuras de los labios de Zhang Chunjiu.
“¿Ah, sí?”
Luo Wenzhou notó que algo iba mal. En el siguiente instante, una ola de calor estalló. Un estruendo enorme lo dejó momentáneamente sordo, y algo le golpeó el chaleco antibalas. Sintió como si alguien lo empujara. Sus pupilas se contrajeron por una intensa luz —¡el “Zhang Chunling” oculto entre la multitud detrás de Zhang Chunjiu había explotado!
Fragmentos irreconocibles de carne y sangre volaron en medio del fuego. Una persona que estaba alzando las manos en señal de rendición estaba justo al lado de la bomba humana; uno de sus brazos desapareció sin dejar rastro, y la mitad de su rostro se encendió en llamas. Tal vez del puro terror, se quedó paralizado en su lugar y comenzó a gritar.
Todos los escudos antibalas se alzaron al instante. La policía especial, entrenada para estas situaciones, se dispersó de inmediato y buscó cobertura. Zhang Chunjiu cayó de bruces pesadamente al suelo. Su espalda parecía estar en llamas, quemándole con dolor. Tierra y piedras levantadas por la explosión salieron volando hacia él.
Vio cómo los policías se reagrupaban en medio del caos. Sus oídos zumbaban. No podía oír nada. Pero sentía la exquisita violencia de la explosión en los temblores de la tierra.
El olor a sangre y humo era asfixiante. La única imperfección era que el terreno renovado había cambiado, convertido en una mezcla de asfalto, cemento y caucho… no el fango apestoso que había sido en aquel entonces.
En todos sus sueños, Zhang Chunjiu podía oler ese fango pútrido, porque su cabeza había sido aplastada contra él más de una vez en su niñez. El odio grabado en su memoria venía acompañado de ese hedor, impregnando el barro como un veneno. Ahora, después de tantos años, el veneno finalmente había estallado como un pozo de petróleo desbordado.
Aparte del hombre gordo disfrazado de Zhang Chunling, traía consigo a cinco personas más. Cada una llevaba un pequeño maletín secreto. Zhang Chunjiu les había dicho que contenían efectivo y lingotes de oro para emergencias, les pidió que los repartieran entre ellos y los cargaran personalmente. El falso Zhang Chunling no necesitaba llevar uno, así que los explosivos se escondieron en el relleno de su abdomen postizo.
Tenía dos planes. Si no podía detonar las bombas enterradas, las bombas en esas cinco personas aún serían suficientes para volar todo el lugar —con los policías presentes como víctimas del sacrificio. Frente a una montaña de restos humanos, los forenses habrían tenido que trabajar hasta el Festival de los Faroles para poder separar los cuerpos, y Zhang Chunling ya habría escapado.
Todo estaba bien planeado.
Lo más importante: así podría irse felizmente a la muerte, sin caer en manos de la policía ni sufrir interrogatorios ni juicios. Ellos no eran dignos —nadie en el mundo era digno de juzgar sus crímenes.
Zhang Chunjiu, tumbado boca abajo en el suelo, giró ligeramente la cabeza hacia la dirección del parque deportivo. El pequeño campo de entrenamiento le devolvía la mirada en paz, silencioso, a través de la reja. Entonces, el campo se desvaneció poco a poco, transformándose en la cerca metálica del viejo patio. Esos niños lo observaban en silencio, sin vida, como una fila de pequeños fantasmas siniestros.
Les sonrió.
Justo entonces, el pecho de Zhang Chunjiu se vació. La ilusión del viejo patio y los pequeños fantasmas desapareció de golpe. Fue sacudido con fuerza desde el suelo. Zhang Chunjiu tenía la mirada perdida. Por un instante, no pudo entender qué había pasado.
Algo se cerró sobre su muñeca. Luo Wenzhou, agarrándolo del cuello de la camisa, le gritaba algo con furia. Zhang Chunjiu abrió los ojos de golpe y comprendió al instante que algo había salido mal.
¡El temblor del suelo había cesado!
Zhang Chunjiu sacó fuerza de algún lugar para zafarse del agarre de Luo Wenzhou y se giró de golpe —¡aparte del falso Zhang Chunling, los otros cinco “explosivos” estaban mudos! Esos cobardes se habían refugiado en distintos rincones, temblando, sin prestar atención a los maletines que llevaban. Uno de los maletines había caído al suelo y se había abierto. Dentro solo había papeles usados y piedras. ¡La bomba que debía estar ahí había desaparecido!
La mayoría de los viejos periódicos metidos dentro del maletín ya se habían quemado por el fuego. Un rincón de uno de ellos flotó frente a los ojos de Zhang Chunjiu. Aún se alcanzaba a distinguir algo de lo escrito. La fecha era de hace catorce años, y el artículo hablaba del incendio en el Louvre…
Zhang Chunjiu comenzó a gritar, pero los policías que lo rodeaban lo sujetaron y lo empujaron contra el suelo.
Luo Wenzhou le puso las esposas a Zhang Chunjiu y de inmediato lo dejó a cargo de sus compañeros. Se llevó la mano a la frente y notó un pequeño rasguño, luego devolvió la llamada que se había cortado antes. No hubo conexión. ¡El teléfono de Tao Ran estaba apagado!
Tao Ran había tardado mucho en liberarse de sus pesadillas. Cuando despertó y vio que aún estaba completamente oscuro afuera, no supo cuánto tiempo había estado inconsciente. Asustado y desorientado, su primer reflejo fue agarrar el teléfono y llamar a Luo Wenzhou. Pero justo cuando la llamada se conectó, antes de que pudiera decir nada, un estruendo retumbó del otro lado. Tao Ran tembló del susto y cayó de la silla, haciendo que la batería del teléfono se desprendiera. Medio inmovilizado por sus heridas, Tao Ran tuvo que hacer un gran esfuerzo para darse la vuelta y arrastrarse por el suelo buscando desesperadamente las piezas del celular.
Luo Wenzhou llamó seis veces sin éxito. Recordando cómo Tao Ran había dicho “Fei Du” sin más explicaciones, sentía que el pecho estaba a punto de estallarle. Por un momento, su mente se quedó en blanco.
Sus colegas ya habían revisado rápidamente a los sospechosos, buscando otros materiales inflamables o explosivos. Un agente corrió hacia él:
“Capitán Luo, hay un muerto y un herido grave. El muerto parece ser Zhang Chunling. Probablemente era él quien llevaba el explosivo”.
Luo Wenzhou colgó casi por reflejo y volvió a marcar.
“Imposible. Zhang Chunling no sería el primero en convertirse en bomba humana. Y ese gordo de antes no dijo una sola palabra. Eso no es propio del estilo de Zhang Chunling. Era una farsa”.
“¿Ah? ¿Una farsa?” su colega estaba confundido. Con una expresión complicada, miró hacia donde Zhang Chunjiu ya había sido empujado dentro de un carro policial a poca distancia. “¿Está diciendo que el director Zhang… no, Zhang… bueno, que él personalmente nos atrajo para proteger a Zhang Chunling? Entonces, ¿dónde está Zhang Chunling?”
Luo Wenzhou no tenía cabeza para responder —¡la séptima llamada se había conectado!
Tao Ran estaba sentado, desplomado en el suelo, sintiéndose apenas humano. Jadeando, le dijo a Luo Wenzhou: “Fei Du… Fei Du me drogó, yo… yo no sé a dónde fue…”
Mientras hablaba, Tao Ran giró la cabeza para mirar. La computadora que había usado para investigar a Hao Zhenhua seguía encendida. Debajo de la pantalla había un walkie-talkie y su otro teléfono—muchos policías solían usar dos teléfonos, uno personal y otro proporcionado por el departamento, que usaban específicamente para el trabajo.
“Antes de irse, tocó mi computadora, el walkie-talkie y el teléfono del trabajo”. Arrastrando su pierna enyesada, Tao Ran se movía con dificultad, deslizándose hasta la silla para alcanzar la computadora. “Hace un momento… La persecución al Director Zhang, y esas publicaciones de estado que subió Zhang Donglai… ¡Ese bastardo!”
Tao Ran intentó subirse a la silla, pero no lo logró. Realmente no pudo evitar soltar una maldición que quizás no se le oía ni una vez en veinte años. “Esas fotografías que publicó Zhang Donglai estaban mal, no las publicó para que las viéramos nosotros, él…”
Los nervios de Luo Wenzhou habían estado concentrados en Zhang Chunjiu. No había tenido tiempo de pensar con claridad. Al escuchar ahora la línea del razonamiento de Tao Ran, reaccionó y alzó la cabeza rápidamente, mirando a Zhang Chunjiu. La sangre que le había salido por los oídos ya se había secado. A través de la ventana del coche, lo observaba con frialdad.
Zhang Chunjiu debió mencionar a Fei Du hace un momento para distraerlo, para allanar el camino a la explosión… pero ¿por qué nombrarlo a él? ¿Para quién eran esas dos fotos publicadas bajo el nombre de usuario de Zhang Donglai? ¿Dónde estaba Zhang Chunling?
Además… si Zhang Chunjiu había preparado este drama durante tanto tiempo, no podía acabar con solo un muerto y un herido grave. ¿Dónde estaban las demás bombas? ¿Por qué no explotaron?
Algunos oficiales despejando urgentemente la escena corrían de un lado a otro recogiendo los restos de periódicos que habían caído de la maleta. Luo Wenzhou miró y enseguida entendió algo. Sin esperar que Tao Ran dijera nada, colgó el teléfono y, apretando los dientes, marcó otro número. “Hola—Director—Lu. ¿Cómo—está—usted?”
Fei Du fue sacudido hasta despertar. Apenas había recobrado algo de conciencia cuando lo levantaron y lo arrojaron fuera del auto. Todo a su alrededor estaba oscuro, y no podía mantenerse en pie. En cuanto sus pies tocaron el suelo, tropezó. No podía usar los brazos, atados a la espalda, para mantener el equilibrio. Cayó al suelo de forma bastante torpe.
El olor a sangre pegada en su cuerpo le daban náuseas, y Fei Du no tenía el menor interés en luchar. Simplemente rodó donde había caído y se echó a reír.
El conductor que lo había capturado no soportó ver su arrogancia. Le dio una patada en el pecho. “¡¿De qué te ríes?!”
Fei Du no se destacaba precisamente por su fuerza física. Con la patada, salió volando unos metros por el suelo y de inmediato empezó a toser. Su cabello empapado en sangre le cubría uno de los ojos. Tardó bastante en recuperar el aliento. Finalmente suspiró con resignación y dijo: “Qué bárbaro. Profesor Fan, este buen subordinado suyo ha estado manoseándome todo el camino. Es anticientífico, y de muy mal gusto”.
Al oír esas palabras, el “bárbaro” dio un paso al frente, dispuesto a enseñarle el verdadero significado de “manosear”. Justo entonces, no muy lejos, se oyó una tos débil. Una voz masculina, enfermiza, habló:
“Basta, no le des algo de lo que reírse”.
Al escuchar esas palabras, en un abrir y cerrar de ojos, el secuestrador bárbaro pasó de ser una bestia salvaje y sedienta de sangre a un animal domesticado. Asintió obedientemente y retrocedió unos pasos.
Fei Du giró la cabeza con dificultad y vio que una mujer se acercaba empujando una silla de ruedas—si Luo Wenzhou hubiera estado allí, habría reconocido a la mujer como la recepcionista de la entrada que le había pasado una nota en el Edificio Gran Fortuna.
Y sentado en la silla de ruedas, había un hombre. Su esqueleto apenas lograba sostener su gran cuerpo, pero había adelgazado de forma dramática. Llevaba un gorro de lana sencillo en la cabeza, y su cuello se inclinaba débilmente hacia un lado. Observaba a Fei Du con una sonrisa que no llegaba a ser sonrisa…
A pesar de la huella imborrable que ese hombre había dejado en lo más profundo de su conciencia, Fei Du casi no lo reconoció.

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