Capítulo 2

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Volumen 1: El Peng vuela diez mil li

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Cheng Qian se marchó con Muchun Zhenren.

La apariencia de Muchun Zhenren era tan demacrada como la madera seca; estaba tan delgado que parecía que tres tendones bastaban para sostener su cabeza, sobre la cual llevaba un sombrero que se tambaleaba peligrosamente. Llevaba a Cheng Qian de la mano como si fuera el líder de una compañía de teatro ambulante guiando a su nuevo y pequeño secuaz recién secuestrado.

Cheng Qian todavía tenía la apariencia de un niño, pero en su interior ya poseía el corazón de un joven adulto. Caminaba en silencio, pero al final no pudo evitar volver la cabeza para mirar atrás una vez.

Vio a su madre con una vieja cesta de bambú a la espalda, donde dormía su hermano pequeño. Fuera de la cesta, el rostro de su madre era una mancha borrosa y llorosa. Su padre estaba de pie a un lado, con la cabeza gacha y en silencio; no se sabía si suspiraba o sentía culpa, pero se negó a levantar la vista para mirarlo una vez más, quedándose allí como una sombra grisácea.

Cheng Qian retiró la mirada sin mucha nostalgia. El camino por delante era vago e incierto, como una noche sin fin. Al sostener la mano huesuda de su maestro, sintió como si estuviera sosteniendo una lámpara similar a la reliquia familiar de los Cheng: aunque tuviera el descaro de llevar el prefijo “inmortal”, solo podía iluminar unas pocas pulgadas bajo sus pies. Era vistosa pero inútil.

Generalmente había dos formas de viajar: una se llamaba “peregrinaje” y la otra “vagabundeo”. Cheng Qian seguía a su maestro, comiendo al viento y durmiendo al sereno; además, tenía que soportar que aquel viejo trasto le llenara los oídos con disparates y herejías. Realmente, ni siquiera el término “vagabundeo” era lo bastante digno para describir su situación.

Hablando de cultivar la inmortalidad y buscar el Tao, Cheng Qian había oído algo al respecto.

Hubo un tiempo en que la gente del mundo se entregaba a fantasías y quería llamar a las puertas de la inmortalidad; eran tan numerosos como las carpas cruzando el río. Durante el reinado del anterior emperador, las sectas grandes y pequeñas surgieron en los barrios como sapos en una zanja después de la lluvia. Cualquiera, ya fuera Juan, Pedro o Diego, siempre que tuviera una familia próspera y no le faltaran hijos, usaba sus conexiones para enviarlos en masa a alguna secta para buscar la inmortalidad y preguntar por el Tao, aprendiendo trucos como romper grandes piedras con el pecho. Aparte de eso, no se vio a nadie que realmente lograra algo importante.

En aquella época, había más gente refinando elixires que cocinando, y más gente recitando escrituras que cultivando los campos, hasta el punto de que, durante varios años, nadie estudió ni practicó artes marciales formalmente, permitiendo que los estafadores ociosos corrieran desenfrenados por todas partes.

Se decía que cuando la búsqueda de la inmortalidad estaba en su apogeo, en un condado de apenas diez aldeas, desde el este hasta el oeste, podían surgir hasta veinte sectas de cultivo. Compraban un manual de técnicas espirituales de pacotilla, medio nuevo y medio viejo, a un vendedor ambulante, y se atrevían a usar la bandera del cultivo para acumular riquezas y reclutar gente. Si todas estas personas realmente pudieran ascender a los cielos, quién sabe si la Puerta Sur del Cielo tendría espacio para tantos gatos y perros.

Incluso los bandidos que asaltaban casas y caminos se unieron al alboroto. Cambiaron nombres como “Fortaleza del Tigre Negro” o “Banda del Lobo Hambriento” por cosas como “Templo de la Brisa Clara” o “Pabellón del Corazón Místico”. Aprendieron trucos como sacar objetos de aceite hirviendo o escupir fuego por la boca, y antes de asaltar, realizaban una actuación ruidosa para asustar a los transeúntes y hacer que abrieran sus bolsas con generosidad.

El anterior emperador provenía del ejército; era un hombre rudo y de mal genio. Sintió que si la gente seguía cultivando en medio de ese ambiente viciado, la nación dejaría de ser una nación. Así que emitió un decreto imperial para arrestar a todos esos “dioses” grandes y pequeños que tiranizaban las aldeas, sin importar si eran dioses verdaderos o falsos inmortales, y enviarlos a todos al ejército.

Este decreto, que debería haber sacudido el cielo y la tierra, no tuvo tiempo de salir de las puertas del palacio. Los altos funcionarios de la corte se enteraron del rumor y, muertos de miedo, salieron rodando de sus camas en plena noche para alinearse frente al gran salón. Los funcionarios menores delante y los mayores detrás, se prepararon para golpearse la cabeza hasta morir contra los pilares del salón a modo de protesta, temiendo que el emperador ofendiera a los inmortales y arruinara el destino del país.

El emperador no podía permitir que todos sus oficiales civiles y militares se estamparan los sesos contra el suelo; además, los pilares de dragón tallado tampoco lo soportarían. Forzado y sin opciones, el anterior emperador tuvo que retirar la orden. Al día siguiente, ordenó a la Oficina de Astronomía que creara una división llamada “Departamento Tianyan”1, bajo la supervisión directa del Gran Historiador, e indirectamente invitó a algunos inmortales auténticos para que presidieran el lugar. Se estipuló que, de ahora en adelante, todas las sectas de inmortales, grandes o pequeñas, debían informar al Departamento Tianyan para su verificación. Solo tras verificar su autenticidad y recibir una placa de hierro podrían reclutar discípulos, prohibiendo las sectas privadas entre el pueblo.

Por supuesto, en un vasto imperio que abarcaba las nueve provincias, con miles de kilómetros de este a oeste y falta de comunicación entre norte y sur, hacer cumplir las prohibiciones era básicamente imposible. Si incluso las leyes estrictas tenían lagunas, qué decir de un decreto político tan flojo y mediocre.

La corte ni siquiera podía limpiar los caminos de bandidos y traficantes, ¿cómo iba a controlar si las sectas inmortales reclutaban discípulos o no?

Las verdaderas sectas inmortales no tomaban en serio al viejo emperador y hacían lo que querían. Los estafadores culpables se contuvieron un poco, pero de forma limitada; al fin y al cabo, las placas de hierro o cobre también se podían falsificar.

Sin embargo, los esfuerzos del anterior emperador no fueron totalmente en vano. Después de varios intentos de agitación, investigación y purga, aunque los resultados fueron mínimos, el entusiasmo del pueblo por el cultivo se debilitó bastante. Además, como nadie había oído hablar de ningún vecino que lograra algo real, con el tiempo la gente volvió a cultivar sus tierras y a pastorear sus ovejas, dejando de soñar despierta.

Cuando el actual emperador subió al trono, la moda del cultivo entre el pueblo aún jadeaba, pero la locura ya había pasado. El emperador actual sabía que si el agua es demasiado clara no habrá peces, así que ante aquellos estafadores que usaban el nombre del cultivo, solía hacer la vista gorda: si la gente no demandaba, los funcionarios no investigaban.

Cheng Qian había escuchado estos antecedentes una vez del viejo estudiante, así que, a sus ojos, aquel palo de madera que lo llevaba de la mano era puramente eso: un palo. Como mucho, un palo que le daba de comer, pero que realmente no merecía ningún respeto especial.

Muchun, ajeno a esto y tocándose sus dos bigotitos temblorosos, soltó una tontería por su cuenta:

—Mi secta se llama “Fuyao”2. Pequeña cosa, ¿sabes qué significa Fuyao?

El viejo estudiante detestaba estas cosas, así que naturalmente se negaba a explicarlas. Cheng Qian, que había sido iniciado por él, estaba algo influenciado y sentía un total desdén, pero aun así tuvo que forzar una apariencia de estar escuchando atentamente.

Muchun levantó la mano y señaló frente a Cheng Qian. Aquel dedo parecía tener algún poder espiritual; donde señalaba, una ráfaga de viento se levantó sin razón, girando y arrastrando la hierba seca del suelo hacia el cielo. La hoja cóncava de la hierba seca tenía un filo amarillo y afilado que, iluminado por un relámpago caído del cielo, casi deslumbró los ojos de Cheng Qian.

Aquel dedo espiritual, capaz de invocar fuerzas extrañas, dejó al pequeño joven boquiabierto.

En realidad, el propio Muchun no esperaba ese cambio repentino y se quedó momentáneamente atónito. Sin embargo, al ver que había intimidado a aquel mocoso de cara amable y corazón frío, aprovechó la oportunidad para retirar la mano con disimulo. Metió sus manos huesudas en las mangas y alardeó con tranquilidad:

—”Cuando el Peng emigra al Océano del Sur, bate las aguas a lo largo de tres mil li y se eleva en espiral con el viento, el ‘Fuyao’, hasta noventa mil li; es aquel que viaja con el aliento de los seis meses”. Sin forma y sin ataduras, puede girar con el viento; su origen es profundo y su destino es ilimitado. Eso es “Fuyao”. ¿Lo entiendes? 3

Por supuesto, Cheng Qian no entendió nada. En su pequeño pecho, el temor hacia una fuerza desconocida y el desdén hacia aquellas artes heterodoxas se entrelazaron, inseparables. Finalmente, con un respeto teñido de desaprobación hacia su maestro, colocó a Muchun en la misma categoría que la lámpara rota en el muro de su casa y asintió con ignorancia.

Muchun, satisfecho y engreído, levantó el bigote y estaba a punto de aprovechar para explayarse más, pero el cielo se negó a darle más crédito. Antes de que pudiera abrir la boca de nuevo, su fanfarronada se desinfló: tras el trueno, una gran ráfaga de viento golpeó agresivamente sus caras, apagando la hoguera frente al maestro y al discípulo y convirtiéndola en un montón de cenizas muertas. Inmediatamente después, el viento aulló, y los relámpagos y truenos alzaron la voz al unísono, trayendo desde el oeste un clima con muy malas intenciones.

Muchun ya no se preocupó por hacerse el misterioso y gritó:

—¡Malas noticias, viene una gran lluvia!

Dicho esto, se levantó de un salto, se echó el equipaje al hombro con una mano y levantó a Cheng Qian con la otra. Moviendo esas dos piernas que parecían palos de caña, comenzó a correr con pasitos cortos como un faisán de cuello largo, huyendo despavorido.

Por desgracia, la lluvia llegó demasiado rápido. Incluso siendo un faisán de cuello largo, no pudo evitar el destino de convertirse en un pollo mojado.

Muchun metió a Cheng Qian en su regazo, se quitó su túnica exterior que ya estaba empapada y, mejor que nada, cubrió con ella al niño que llevaba en brazos. Mientras corría a toda velocidad, gritaba escandalosamente:

—¡Ay, ay, qué desastre! ¡Qué lluvia tan fuerte! ¡Ay, ay! ¿Dónde nos vamos a esconder?

Cheng Qian había usado innumerables bestias y aves de transporte en su vida, pero esta era probablemente la montura más turbulenta y charlatana en la que se había sentado jamás.

El sonido del viento, la lluvia y los truenos se mezclaba con el ruido de su maestro. Tenía la cabeza cubierta por la túnica de Muchun y todo estaba oscuro ante sus ojos, pero pudo oler una fragancia indefinible a madera en las mangas de la túnica. Un brazo del maestro lo apretaba contra su pecho mientras liberaba una mano para proteger constantemente la cabeza de Cheng Qian. Los huesos claros y prominentes de aquel viejo hombre se le clavaban dolorosamente, pero el abrazo y la protección eran genuinos.

No sabía por qué, pero a pesar de que aquel faisán de cuello largo le había soltado un discurso pretencioso hacía un momento, Cheng Qian sintió una cercanía natural hacia él.

Cubierto por el abrigo de Muchun, Cheng Qian observó en silencio a través de las rendijas de la ropa a su maestro empapado bajo la cortina de lluvia, disfrutando por primera vez en su vida del trato que un niño debería recibir. Lo saboreó detenidamente por un momento y reconoció de buena gana a su maestro, tomando una decisión: aunque este maestro estuviera lleno de tonterías y trucos baratos, lo perdonaría.

A lomos de un maestro esquelético, Cheng Qian llegó finalmente, empapado, a un templo taoísta en ruinas.

La gran “limpieza del Tao” durante los años del anterior emperador eliminó muchas sectas de pacotilla, pero también dejó muchos templos abandonados que más tarde se convirtieron en refugio para mendigos sin hogar y viajeros que perdían su hospedaje.

Cheng Qian asomó su cabecita de la túnica de Muchun. Al levantar la vista, se encontró cara a cara con la deidad consagrada en el templo y se llevó un susto de muerte con aquella figura de barro. La estatua tenía dos moños en la cabeza, una cara de torta sin cuello, llena de carne, con un círculo rojo brillante en cada mejilla y una boca enorme abierta como un cuenco de sangre, mostrando una dentadura irregular en una sonrisa.

El maestro, naturalmente, también la vio. Se apresuró a levantar su garra para cubrir los ojos de Cheng Qian y criticó indignado:

—Chaqueta rosa melocotón y túnica verde esmeralda. ¡Ay! ¡Qué vestimenta tan obscena y lasciva! ¡Y tiene el descaro de recibir ofrendas aquí! ¡Es indignante!

El pequeño Cheng Qian, debido a su experiencia limitada, estaba confundido y un poco sorprendido.

Muchun dijo con rectitud:

—Los cultivadores deben tener un corazón puro y pocos deseos, y cuidar sus palabras y acciones en todo momento. Vestirse con esa apariencia de actor de ópera, ¡qué falta de decoro!

Resulta que sabía lo que era el decoro… Cheng Qian lo miró con otros ojos.

En ese momento, un sutil aroma a carne llegó desde la parte trasera del templo en ruinas, interrumpiendo la indignación cínica del maestro de “corazón puro y pocos deseos”. La nuez de Adán de Muchun se movió involuntariamente y se quedó callado de golpe. Con una expresión extraña, llevó a Cheng Qian detrás de la estatua obscena y vio allí a un pequeño mendigo, apenas uno o dos años mayor que Cheng Qian.

El pequeño mendigo, usando no se sabe qué herramienta, había cavado un agujero en el suelo de la sala trasera del templo y estaba asando un pollo gordo envuelto en barro. Al romper la costra de barro, una fragancia se desbordó por todas partes.

Muchun tragó saliva otra vez. Cuando una persona está delgada hasta cierto punto, algunas cosas son muy incómodas; por ejemplo, cuando se tiene gula, ese cuello fino que se puede rodear con una mano no oculta fácilmente las reacciones instintivas.

Muchun Zhenren dejó a Cheng Qian en el suelo y procedió a demostrarle a su pequeño discípulo con acciones qué significaba que “los cultivadores deben cuidar sus palabras y acciones en todo momento”.

Primero se limpió el agua de la cara, se puso una sonrisa de alto experto con aire inmortal y luego caminó con pasos de loto, tambaleándose de izquierda a derecha, hasta flotar junto al pequeño mendigo. Delante de Cheng Qian, soltó un largo discurso lleno de palabras dulces y engañosas, describiendo una secta inmortal en ultramar donde se vestía de oro y plata y se comía hasta la saciedad, dejando al pequeño mendigo con los ojos vidriosos.

Muchun miró al pequeño mendigo de cabeza grande y cuerpo pequeño, y lo engatusó con entusiasmo:

—Veo que tienes unas aptitudes excelentes. En el futuro podrías ascender a los cielos o sumergirte en los abismos. Quizás tengas un gran destino… Hijo, ¿cómo te llamas?

A Cheng Qian esa frase le resultó un poco familiar.

Aunque el pequeño mendigo tenía algo de la astucia de quien vaga por el mundo, al fin y al cabo era joven. El maestro lo mareó tanto que le salieron dos hileras de mocos claros y respondió aturdido:

—Tigre Pequeño. No sé mi apellido.

—Entonces toma el apellido de tu maestro, Han —dijo Muchun acariciándose la barba de chivo, estableciendo la relación de maestro y discípulo tan suavemente como la lluvia—. Como maestro, te daré un nombre formal: un solo carácter, Yuan. ¿Qué te parece?

Cheng Qian: “…”

Han Yuan4… Realmente auspicioso y festivo.

El maestro debía estar delirando de hambre; frente a un pollo de mendigo con la piel crujiente, había perdido un poco el control de su lengua.

Notas del Traductor

  1. Literalmente “Departamento de la Evolución Celestial” o “Deducción Celestial”.
  2. Significa “torbellino” o “ascenso rápido en espiral”. Proviene de la mitología china, refiriéndose al viento que permite al ave Peng elevarse.
  3. Muchun cita al filósofo taoísta Zhuangzi (capítulo Xiaoyaoyou). Habla del Peng, un ave gigante que se transforma desde un pez (Kun) y vuela miles de kilómetros hacia el Estanque Celestial (Nanming). Representa la libertad absoluta y la grandeza más allá de la comprensión común.
  4. Han Yuan (韩渊). Yuan significa “abismo” o “profundo” (como en el poema del dragón en el abismo).
    Cheng Qian hace un juego de palabras mental porque suena idéntico a Hán Yuān (含冤), que significa “soportar una injusticia”, “contener agravios” o “ser agraviado”.
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