Traducción: plutommo
En la penumbra de la Prisión Imperial, Shen Zechuan se retorcía las muñecas con desesperación, pero sus manos estaban frías, sus pulmones comenzaban a doler y la cuerda estaba tan apretada que sus intentos resultaron en vano. El saco de tierra le oprimía el pecho. Sentía como si hubiera sido arrojado a un estanque profundo; le zumbaban los oídos y respiraba de forma entrecortada, igual que si se estuviera ahogando.
Shen Zechuan desvió la mirada hacia la luz de las velas más allá de los barrotes.
En el salón, varios miembros de la Guardia del Uniforme Bordado estaban bebiendo y gritando mientras jugaban a las adivinanzas con los dedos, demasiado ocupados como para dedicarle una mirada a Shen Zechuan. El saco de tierra lo clavaba a la tosca estera de paja y unas náuseas sofocantes lo engullían como una inundación. Su visión daba vueltas. Shen Zechuan levantó la cabeza y apretó los dientes para mover las piernas. Estas habían sido azotadas hasta el entumecimiento; no sentía nada cuando las alzaba. Colocó su pierna contra la esquina izquierda de la cama de madera, justo donde las alimañas habían carcomido su solidez. En su primer día la había dañado nada más al sentarse. Se esforzó por recuperar el aliento.
Shen Zechuan se apoyó y pateó esa esquina podrida con toda su fuerza. Sus piernas estaban tan débiles que la cama ni siquiera crujió; los tablones no se movieron ni un centímetro. Un sudor frío le corría por la espalda, empapando su camisa.
Anhelaba vivir. Shen Zechuan gimió con desesperación, se mordió la lengua hasta hacerla sangrar y volvió a patear las tablas. El cuerpo de Ji Mu, destrozado y apenas reconocible, era el látigo que le azotaba la espalda, impulsándolo a vivir. La voz de su hermano resonó en sus oídos.
Debe vivir.
Shen Zechuan pateó la tabla con furia hasta que por fin escuchó un golpe sordo. La mitad de los listones colapsaron, y él se deslizó hacia un lado, con el pesado saco cayendo junto a él. Golpeó el suelo y jadeó, como si hubiera atravesado la superficie del agua.
El suelo de su celda estaba helado. Las piernas heridas de Shen Zechuan eran inútiles, así que se apoyó usando los codos. El sudor le resbalaba por el puente de la nariz. A pesar del frío de la prisión, su cuerpo ardía como si sus entrañas estuvieran a punto de hervir. Al final, bajó la cabeza para vomitar en seco.
Shen Wei merecía morir.
Había ciento veinte tropas en Zhongbo, divididas entre las seis prefecturas para formar un perímetro defensivo. Tras la derrota en el río Chashi, los Jinetes de Biansha invadieron Dunzhou. Era justo como el interrogador dijo: en ese punto, todavía había oportunidad de cambiar la situación. No solo Shen Wei tenía un ejército poderoso y bien entrenado, sino que también tenía bastas provisiones y la autoridad para desplegar las tropas estacionadas en las tres ciudades de Duanzhou. Sin embargo, para sorpresa de todos, había abandonado la prefectura y se había ido a esconder a la Mansión del Príncipe de Duanzhou.
Esta retirada fue el preludio de la caída de Zhongbo. Los Jinetes de Biansha masacraron las tres ciudades de Duanzhou, tras lo cual la guarnición, con su moral hecha añicos, huyó al sur presa del pánico. Todos habían pensado que Shen Wei se enfrentaría a las Doce Tribus de Biansha en Dunzhou, pero en cuanto supo de su llegada, volvió a partir.
Una y otra vez, el ejército de Zhongbo se había retirado en derrota mientras los Jinetes de Biansha atravesaban el territorio de las seis prefecturas como si fueran una espada de acero. Viajaban ligero, alimentándose de los botines de guerra, hasta que estuvieron a ochocientos li de Qudu, la capital del Imperio Zhou.
Si Shen Wei hubiera implementando la política de quema de tierras durante su retirada y prendido fuego a los graneros en las ciudades que había dejado atrás, no habría quedado nada para el enemigo ni forma de que los Jinetes de Biansha llegaran tan lejos. Los invasores no llevaban suministros y dependían únicamente de las ciudades que conquistaban para reabastecer sus provisiones. Si los granos se hubieran reducido a cenizas, los Jinetes de Biansha habrían muerto de hambre.
Un soldado hambriento no podría luchar. La Caballería Acorazada de Libei podría haber aprovechado la oportunidad, cruzar el Río Glacial e interceptar la retirada de las Tribus de Biansha mientras las tropas de guarnición de las cinco comandancias de Qidong sellaban su ruta de escape desde la Atalaya de Tianfei. Las cimitarras de Biansha habrían quedado atrapadas como tortugas en un barril. No habrían sobrevivido al invierno.
Pero Shen Wei no había hecho nada de eso.
No solo abandonó cualquier intento de resistencia, también abandonó los graneros de la ciudad, dejándolos intactos. El enemigo se alimentó con los granos de Zhou mientras arrasaban sus tierras. Gracias a Shen Wei, los caballos de Biansha estuvieron lo suficientemente bien alimentados como para arrear a los campesinos de Zhongbo y a los soldados capturados hasta el río Chashi, dónde los Jinetes los masacraron en una sola noche.
Shen Zechuan había escapado de la muerte por poco. Ahora que Qudu quería ajustar cuentas, era evidente que las órdenes de despliegue de Shen Wei habían sido inusualmente descuidadas. Todo apuntaba a que había colaborado con las tribus de Biansha. Sin embargo, para escapar de la justicia, Shen Wei no solo se había inmolado, sino que también había destruido cualquier documento relevante al mismo tiempo. Incluso la Guardia del Uniforme Bordado, notoria por la efectividad y eficiencia de sus investigaciones, estaban al final de su ingenio. Si el emperador quería conocer la verdad, su único recurso era conseguir respuestas, costara lo que costara, del único individuo que podría saber algo: Shen Zechuan.
Sin embargo, el hijo de una bailarina de Duanzhou –el octavo hijo de Shen Wei, de nacimiento plebeyo–, no tenía un lugar en el clan, ya fuera por rango o edad; el hombre tenía demasiados hijos. Hacía mucho tiempo que Shen Zechuan había sido enviado a Duanzhou para valerse por sí mismo, y era probable que Shen Wei se hubiera olvidado de la existencia de tal hijo.
Y aún así, alguien quería matarlo.
No era un secreto que muchos lo querían muerto. Había sido traído a Qudu para fungir como chivo expiatorio para su padre. Como el último miembro del clan Shen en Zhongbo, estaba obligado a pagar las deudas de su padre. Una vez que su interrogatorio en la Prisión Imperial llegara su fin, el emperador no dudaría en ofrecer la muerte de Shen Zechuan como una forma de apaciguar a las almas de los treinta mil soldados que perdieron su vida en el río Chashi.
Apesar de ello, no debería ocurrir mediante un asesinato a mitad de la noche.
Shen Zechuan escupió sangre y se limpió los labios con el pulgar. Si Shen Wei de verdad había conspirado con el enemigo, entonces la muerte de Shen Zechuan era solo cuestión de tiempo. ¿Por qué tomarse la molestía de asesinar a un hijo insignificante de origen plebeyo? En la capital alguien estaba preocupado por el interrogatorio, y si ese fuera el caso, entonces debía haber algo más en la derrota de las tropas de Shen Wei de lo que parecía.
Sin embargo, Shen Zechuan no sabía nada. Tenía un shifu en Duanzhou. Su hermano, Ji Mu, era su único hijo. Para Shen Zechuan, Shen Wei era solo el príncipe de Jianxing.
No tenía ninguna relación con él, y tampoco tenía ni la más mínima idea de si Shen Wei había cometido traición.
No obstante, tenía que negarlo. Tumbado en el suelo helado de su celda, se sentía aún más alerta que durante el día. Sabía que era un criminal detenido por la Guardia del Uniforme Bordado bajo edicto imperial. Todas las órdenes de arresto, citaciones y documentos oficiales venían directamente de arriba, consignándolo así sin intermediarios desde las manos de Xiao Jiming, el heredero de Libei, hasta la Prisión Imperial. Incluso habían pasado por alto al Tribunal Conjunto de las Tres Oficinas Judiciales: el Ministerio de Justicia, el Tribunal de Revisión Judicial y la Oficina Principal de Supervisión. Era claro que el emperador estaba empeñado en llegar al fondo del asunto. ¿Quién era tan valiente como para tratar de silenciarlo antes de que el emperador pudiera completar su investigación? El gélido viento aullaba en la ventana. En la oscuridad, Shen Zechuan miraba fijamente la pared. No se atrevía a cerrar los ojos.
Apenas había amanecido cuando Shen Zechuan fue escoltado de vuelta al salón. Una tormenta de nieve rugía. Ji Lei, el interrogador, había estado sombrío durante estos últimos días. Sin embargo, ahora era todo sonrisas mientras esperaba con deferencia a un lado de una silla de madera y servía té con ambas manos.
Un viejo eunuco de tez clara y sin barba estaba sentado en la silla, descansando los ojos. Llevaba el sombrero oficial de un eunuco, confeccionado en terciopelo para el clima invernal, junto con un elegante cuadrado bordado de mandarín en su túnica, que tenía una calabaza en el centro como símbolo de la estación. Su abrigo estaba echado sobre los hombros, y él sostenía un exquisito calentador de manos de flores de melocotón fabricado en oro y jade. Al sentir su movimiento, abrió los ojos y miró a Shen Zechuan.
—Padrino —dijo Ji Lei al tiempo que se inclinaba—. Aquí está el inmundo descendiente del Príncipe de Jianxing.
Pan Rugui miró a Shen Zechuan.
—¿Qué ha pasado? —Pan Rugui no estaba preguntando por qué Shen Zechuan había terminado sucio y apestoso, sino la razón por la que Ji Lei aun no le había sacado las razones y detalles.
La frente de Ji Lei estaba empapada de sudor, pero no se atrevía a limpiársela. Todavía encorvado, respondió:
—El muchacho es ignorante. Ha estado delirando desde que lo trajeron de Zhongbo. No sé quién lo ha manipulado, pero se niega a confesar.
—Un criminal, según el propio decreto de su majestad. —Pan Rugui no aceptó el té—. Un niño no mayor de dieciséis años enviado a la afamada Prisión Imperial para ser interrogado personalmente por alguien de tu prestigio, y aun así no logras sacarle una confesión.
Sosteniendo aún la taza de té, Ji Lei esbozó una sonrisa nerviosa.
—Precisamente por su importancia no me atreví a usar métodos más duros sin autorización. Ya llegó enfermo. Si muere en nuestras manos, el caso contra Shen Wei se vendrá abajo.
Pan Rugui examinó a Shen Zechuan por un momento.
—Todos somos el perro de nuestro amo. No tiene sentido conservar a un perro cuyos colmillos han perdido filo. Sé que tienes tus propias dificultades, pero esto forma parte de tu deber. Su majestad desea verlo ahora; esta es su forma de mostrar consideración por la Guardia de Uniforme Bordado. ¿De qué te quejas?
Ji Lei se postró sin demora.
—Es tal como dice el Padrino. Este hijo ya ha sido debidamente castigado.
Pan Rugui soltó un bufido.
—Límpienlo. No puede presentarse ante su majestad cubierto de mugre.
Un asistente llevó a Shen Zechuan para lavarlo y vendar sus piernas heridas, y le entregó un conjunto de ropa limpia de algodón. Shen Zechuan se dejó llevar sin protestar; el dolor era tan intenso que apenas podía caminar, y le costó un gran esfuerzo subir al carruaje.
Mientras Shen Zechuan partía, Pan Rugui por fin aceptó la taza de manos de Ji Lei. Mirando fijamente el carruaje, preguntó:
—¿De verdad es el último miembro del clan Shen?
—Sí. El único sobreviviente del sumidero de Chashi. Estuvo detenido todo el tiempo en el carro de prisioneros de la Caballería Acorazada de Libei y no tuvo contacto con nadie más.
Pan Rugui sorbió su té frío. Tras un largo tiempo, le dedicó a Ji Lei una sonrisa que no le llegó a los ojos.
—El heredero de Libei es ciertamente discreto.
Shen Zechuan bajó del carruaje y dejó que los guardias lo empujaran por un largo sendero. La nieve pesada le azotaba el rostro, mientras el eunuco que lideraba el camino avanzaba con prisa, sin emitir palabra alguna.
Cuando Pan Rugui llegó frente al Salón Mingli, su llegada ya había sido anunciada. Un eunuco menor, que esperaba bajo los aleros, se adelantó para tomarle el abrigo, ayudarle a colocarse la túnica exterior y recoger el calentador de manos. Pan Rugui se arrodilló frente a la puerta y dijo:
—Su majestad, este humilde sirviente ha traído al muchacho.
Hubo una pausa. Una voz baja y pausada resonó desde el interior:
—Que entre.
El aliento de Shen Zechuan se detuvo por un instante, pero ya lo estaban arrastrando hacia adentro. Aunque el aroma a incienso llenaba el salón, no resultaba abrumador. Escuchó toses esporádicas y alcanzó a ver pies alineados a ambos lados del pasillo.
El emperador Xiande estaba vestido con una túnica de día de color azul profundo que no podía ocultar su fragilidad. La enfermedad lo había acosado constantemente en los tres años desde que había ascendido al trono. Su rostro pálido hacía que sus facciones alargadas parecieran aún más suaves y delicadas.
—Ji Lei lo ha estado interrogando durante varios días —dijo el emperador Xiande mientras lanzaba una mirada hacia Ji Lei, quien permanecía arrodillado al fondo del salón—. ¿Has descubierto la verdad?
Ji Lei inclinó la cabeza hasta el suelo.
—Para responder a su majestad, las palabras de este muchacho son incoherentes y su historia está llena de huecos. Nada de lo que dice puede tomarse como cierto; todas sus declaraciones se contradicen entre sí.
—Presenta su testimonio —ordenó el emperador.
Ji Lei sacó un documento escrito de entre sus ropas y lo entregó con respeto a Pan Rugui, quien avanzó rápidamente para presentarlo al emperador con la debida reverencia.
El emperador Xiande lo leyó en silencio. Al llegar a la parte que mencionaba el sumidero de Chashi, cubrió su boca y comenzó a toser. Rechazó la ayuda de Pan Rugui y, en su lugar, se limpió los labios ensangrentados con un pañuelo.
—Treinta mil soldados perdieron la vida en ese sumidero —dijo el emperador solemnemente—. ¡Si Shen Wei hubiera sobrevivido, habría sufrido la ira de todos!
Shen Zechuan cerró los ojos mientras su corazón comenzaba a latir con fuerza; ya sabía lo que estaba por venir.
—¡Levanta la cabeza!
Su respiración se aceleró. Sus palmas, apoyadas en el suelo, estaban entumecidas. Alzó la cabeza poco a poco, deteniendo su mirada cuidadosamente en las botas del emperador Xiande.
El emperador lo miró desde lo alto.
—Como hijo de Shen Wei y único sobreviviente del sumidero de Chashi, ¿qué tienes que decir?
Los ojos de Shen Zechuan se enrojecieron en los bordes. Su cuerpo temblaba mientras los sollozos silenciosos le ahogaban.
La expresión del emperador permaneció imperturbable.
—¡Habla!
Shen Zechuan alzó la cabeza, y las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas. Apenas levantó la vista un instante y volvió a golpear la frente contra el suelo con fuerza. Sus hombros temblaban mientras los sollozos se le agolpaban en la garganta.
—¡Su majestad, su majestad! Mi padre fue un hombre devoto a la nación y a su gente en Zhongbo. Estaba demasiado avergonzado para enfrentarlos después de sus derrotas en el campo de batalla. Por eso se inmoló… ¡para expiar sus culpas!
—¡Qué tonterías! —gritó el emperador—. Si era tan devoto a la nación, ¿por qué se retiró una y otra vez?
La voz de Shen Zechuan, ronca por el llanto, se alzó entrecortada.
—¡Mi padre envió a todos sus hijos al campo de batalla! ¡Mi hermano mayor, Shen Zhouji, fue torturado hasta la muerte por un jinete de Biansha que lo arrastró con su caballo por la carretera pública de Chashi! Si no fuera por una lealtad absoluta, ¿por qué arriesgaría a su propio heredero?
—¡Te atreves a mencionar Chashi! ¡Shen Zhouji huyó del frente! ¡Su crimen es imperdonable!
Shen Zechuan alzó la mirada hacia el emperador, con lágrimas trazando surcos en sus mejillas.
—La batalla en Chashi fue una masacre —respondió con voz áspera—. Mi hermano mayor podrá ser incompetente, pero defendió Chashi durante tres días. En esos tres días, la información vital logró llegar a Qidong y Libei. Si no hubiera sido por esos tres días…
Estaba tan abrumado por la emoción que se vio incapaz de continuar.
El emperador volvió a leer la declaración en su mano. El salón permanecía en silencio, salvo por los sollozos de Shen Zechuan. En ese interminable silencio, Shen Zechuan se clavó las uñas en la carne.
De repente, el emperador dejó escapar un largo suspiro.
—¿Shen Wei colaboró con el enemigo?
—Nunca. —La voz de Shen Zechuan era firme.
El emperador bajó la declaración y pronunció, en un tono de voz que se había vuelto frígido:
—Este muchacho astuto intenta engañar a su soberano. No se le puede permitir seguir viviendo. ¡Pan Rugui, haz que lo azoten hasta la muerte en la Puerta Duancheng!
—¡Sí, su majestad! —Pan Rugui se inclinó de inmediato y retrocedió. Shen Zechuan se quedó frío, como si lo hubieran empapado con un cubo de agua helada. Por más que luchó, fue inútil; los guardias le taparon la boca mientras lo arrastraban fuera del Salón Mingli.

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