El vómito fluye con fuerza, como una cascada. En esos pocos segundos de confusión, Tang Heng incluso ha llegado a temer que su estómago se retuerza hasta formar un nudo y se derrame también.
—¡Profesor Tang! —exclama el gerente Qi, se acerca corriendo y lo sostiene por el hombro—. ¿Profesor Tang? ¡¿Está bien, profesor Tang?!
Sun Jihao también se acerca corriendo.
—¿Shidi?
Tang Heng está encorvado, vomitando sin parar, mientras agita la mano como si quisiera decirles «¡aléjense de mí!». Sin embargo, el gerente Qi debe haber interpretado su gesto como «estoy a punto de morir».
—¡Xiao Li, rápido, rápido, llama a la ambulancia! —dice él con voz temblorosa—. ¡El profesor Tang tiene mal de altura!
Sun Jihao está un poco más calmado.
—No puede ser tan grave. Estaba bien hace un momento…
Al oír el alboroto, los estudiantes salen corriendo de la tienda, pero Sun Jihao los hace regresar.
—¡No se amontonen! ¡Están bloqueando el aire! —Luego, se cierne sobre Tang Heng y le pregunta—: Shidi, ¿necesitas ir al hospital?
Tang Heng apoya las manos en las rodillas y dice con tono áspero:
—Estoy bien. No llamen a la ambulancia.
Luego vuelve a vomitar, y solo logra detenerse unos momentos después.
En realidad, solo duró cerca de medio minuto.
Pero Tang Heng está seguro de que no se ha sentido tan patético en muchos, muchos años.
Su bonita camisa de cuello blanco ya estaba arrugada y ahora se le pega a la piel de tanto sudor frío. Su boca tiene el sabor amargo del vómito, mientras que las lágrimas le corren por la cara. Algunos mechones de cabello se le han pegado a los párpados. No hay palabras para describir cuán humillante se siente en este momento.
Afortunadamente, su estómago se siente mejor después de vomitar.
—Estoy bien —dice Tang Heng con voz ronca—. Dame una botella de agua mineral, por favor.
El gerente Qi se apresura a ofrecerle una botella de agua que ha sacado de quién sabe dónde.
Tang Heng se apoya en una pared con una mano mientras se enjuaga la boca con la otra. El gerente Qi y Sun Jihao se quedan a un lado, esperando ansiosamente. Unos segundos después, Sun Jihao dice de repente:
—¡Ah, ya sé! ¿Acaso bebiste demasiado anoche?
—¿El profesor Tang bebió? —pregunta el gerente Qi.
—Bebió un poco de baijiu, pero pensé que estaba bien. Oye, shidi, deberías haber dicho que no podías beber, ¡te hubiera ayudado! —Sun Jihao sacude la cabeza y murmura para sí—: Algunas personas son así. No se les nota en la cara si están borrachos o no.
Al escuchar esto, el gerente Qi alza la voz de manera dramática:
—Lo siento mucho, profesor Tang. Este lugar es pobre y agreste, je, je. ¡Es difícil parar una vez que empezamos a beber!
Tang Heng finalmente logra ponerse de pie, aunque su voz sigue siendo áspera.
—Ustedes pueden entrar. Yo sólo… descansaré un rato. No tienen que preocuparse por mí.
—Oh, claro, descansa —dice Sun Jihao, luego se dirige al gerente Qi—: Entremos.
—Profesor Tang, usted… —Es evidente que el gerente Qi sigue preocupado. De repente, se le ocurre algo—. Xiao Li, ¿conoces al profesor Tang?
Como es de esperar, escuchó su conversación. Eso significaba que Sun Jihao también debe haber escuchado, solo que aún no ha tenido oportunidad de preguntar.
Tang Heng está de espaldas a Li Yuechi. Ni siquiera se atreve a girarse. Sienten cómo sus nervios se tensan y estremecen espantosamente.
Li Yuechi se ríe.
—Sí, el profesor… Tang y yo… —hace una pausa, como a propósito, y dice con más fuerza—: fuimos compañeros de la uni. No esperaba encontrármelo aquí.
—Sí —dice Tang Heng, dándose la vuelta pero sin mirarlo—. Yo tampoco.
—¿Son compañeros de universidad? —El gerente Qi abre los ojos de par en par, y dice con entusiasmo—: ¡Qué coincidencia! ¡Entonces acompaña al profesor Tang un rato!
Sun Jihao, a un lado, levanta las cejas, sorprendido.
—Claro —acepta Li Yuechi con toda soltura.
El gerente Qi y Sun Jihao entran en la tienda pequeña, y el callejón queda en silencio. Solo permanecen Tang Heng y Li Yuechi. En cuestión de segundos, el aire turbulento y la luz parecen desvanecerse. Lo único que queda es el silencio y la oscuridad.
Tang Heng sigue mirando al suelo, sin atreverse a levantar la vista, pero sabe que Li Yuechi lo está observando.
Entre ellos parece haber una especie de sustancia gelatinosa y transparente, que comprime sus cuerpos, inmovilizándolos; solo sus miradas pueden atravesarla. Tang Heng, aturdido, cae en cuenta de que han pasado seis años desde la última vez que se vieron.
Li Yuechi deja escapar una suave risa, y luego camina hacia Tang Heng. Bastan solo cuatro pasos para que su sombra, larga y delgada, se entrelace a la de él en la penumbra, como si fueran increíblemente íntimos.
—Profesor Tang —dice, bajando la voz, con un deje de burla en su tono—, ¿tanto asco te doy?
Tang Heng no responde. Se siente incómodo, como si tuviera espinas clavadas en la espalda. No quiere explicar que se marea con los viajes, a pesar de que Li Yuechi era quien más claro lo tenía hace seis años. La situación lo deja sin palabras, como si estuviera en un sueño. Sabe que la ciudad natal de Li Yuechi es Shijiang, Tong’ren, pero ¿cómo puede haber tanta coincidencia?
Li Yuechi vuelve a reír.
—¿A qué has venido? —pregunta. Su tono sugiere que realmente son solo viejos compañeros de clase que no se han visto en años.
Tang Heng logra pronunciar con esfuerzo:
—Trabajo.
Li Yuechi suelta un «ah» y, tras una breve pausa, repite las palabras del gerente Qi:
—Este lugar es pobre y agreste. Debe ser duro para ustedes.
«¿Pobre y agreste?». Tang Heng recuerda con claridad que, en el pasado, Li Yuechi le había dicho:
«—Algún día te llevaré a mi casa. En el verano, las montañas son muy frescas…».
Tang Heng baja la mirada en silencio. Después de un momento de lucha, se obliga a hablar.
—¿Tienes cigarrillos? —Fumar sería mejor que quedarse allí parado incómodamente.
—¿Fumas? —pregunta Li Yuechi, sin rastro de risa esta vez.
—Me siento mal del estómago —responde Tang Heng.
—¿Te sentirás mejor si fumas?
—Sí.
—¿Cuándo empezaste a fumar?
—No me acuerdo. —Tang Heng se irrita de repente—. ¿Tienes o no? Dame uno.
Li Yuechi se mete la mano izquierda en el bolsillo.
—¿Huangguoshu o Hongtashan?
—Hongtashan.
—No tengo de ninguno.
Tang Heng se queda sin palabras por un momento, y luego pregunta:
—¿No fumabas?
—Lo dejé —responde Li Yuechi, sacando la mano vacía del bolsillo—. Allí dentro no se podía fumar, así que lo dejé.
En ese instante, Tang Heng se sume en un profundo silencio.
El viento nocturno le golpea la cara como un balde de agua helada, haciéndolo temblar ligeramente. No puede evitar levantar poco a poco la cabeza, su mirada trepando centímetro a centímetro hacia arriba, desde la punta de los tenis blancos de Li Yuechi, hasta su mandíbula de líneas definidas. Finalmente, llega su rostro.
Es un rostro que difícilmente alguien podría evitar mirar dos veces.
Hace seis años lo había acariciado con la cálida palma de la mano durante muchas, muchas noches profundas. Alguien debió de haber hecho un pincel con la cola de un semental salvaje de las tierras vírgenes del norte y mojarlo en la tinta más espesa y oscura, para esbozar aquellas pestañas negras, esa nariz recta y esos labios ligeramente inclinados hacia abajo. Había estudiado y acariciado ese rostro innumerables veces.
Seis años sin verse.
Li Yuechi se encuentra con su mirada.
—Me liberaron hace dos años —dice él con calma.
—Hace dos años… ¿Cuándo? —Recuerda que la condena de Li Yuechi era de cuatro años y nueve meses.
—En invierno —responde Li Yuechi—. Me porté bien, así que me la redujeron dos meses.
Tang Heng no habla.
Eso significaba que fueron cuatro años y siete meses. Sus labios se mueven, pero no puede decir nada. No sabe qué debe decir, qué puede decir; ¿debería felicitar a Li Yuechi por «recuperar la libertad» o porque «las cosas hayan ido bien»?
Al final, solo puede mirar hacia la pequeña tienda frente a ellos y preguntar:
—¿Has abierto esto con tu novia? —El gerente Qi mencionó que Li Yuechi había ido a ver a su novia.
Li Yuechi aparta la mirada de Tang Heng y la dirige al letrero de la tienda.
—Sí —responde sin rodeos.
—No está mal.
Li Yuechi no contesta.
En ese momento, las risas de los estudiantes se escuchan desde la tienda. El ruido es intenso. Entonces oyen la fuerte voz de Sun Jihao:
—¿Ya terminaron de comprar? ¡Prepárense para volver!
Después de eso, suena la voz del gerente Qi:
—¡Haré que el conductor nos recoja!
El aire estancado parece comenzar a fluir de nuevo. Tang Heng suelta un leve suspiro de alivio. No sabe exactamente cómo describir lo que siente.
Li Yuechi se da la vuelta, como si quisiera decir algo. Tang Heng se adelanta rápidamente:
—Tengo trabajo estos días. Si tengo un rato libre, te invitaré a tomar algo. —Tras dudar un segundo, añade—: También trae a tu novia.
Li Yuechi lo mira fijamente; de repente, sonríe con frialdad.
—¿Vomitaste por beber y aún quieres más?
—No fue por beber…
—¿Y quieres invitar a mi novia? —Su voz suena muy baja—. ¿Quieres confirmar si de verdad me gustan las mujeres?
Sus palabras clavan a Tang Heng en el piso.
—No hace falta —dice, palabra por palabra—. Te gustan las mujeres. Lo sé.
«Lo supe hace seis años».
Sin expresión, Li Yuechi vuelve a meterse la mano izquierda en el bolsillo y saca un paquete de cigarrillos de color blanco. Se lo tiende a Tang Heng y le dice fríamente:
—Ya no fumo Huangguoshu ni Hongtashan. Si quieres fumar, toma estos.
Desde la tienda, se escucha de nuevo la voz de Sun Jihao.
—¡Dejen de perder el tiempo! ¡Vámonos!
Tang Heng agarra el paquete sin pensar y se lo mete en el bolsillo. Sus acciones han sido tan rápidas que resultan patéticas.
Li Yuechi se da la vuelta y entra en la tienda sin decir nada. Entonces, Tang Heng lo oye saludar cordialmente a los demás.
—¿Hay algo que quieran comer? Estamos de rebajas…
En el camino de vuelta, Tang Heng ocupa el asiento del copiloto. Se siente mucho mejor después de vomitar. Abre la ventanilla y deja que la brisa nocturna le levante el flequillo.
Sun Jihao y el gerente Qi charlan en la última fila.
—Profesor Sun —comienza el gerente Qi—, ¿qué le parece nuestra carne seca? Ahora la están produciendo en masa y he oído que quieren venderla también en Macao.
Sun Jihao sonríe.
—Está bastante bien. El envoltorio también es bonito, pero… a la gente de Macao le gustan las cosas suaves; quizá no les guste algo tan picante.
—También tienen la versión original, que no pica. ¿No la probó antes? —El gerente Qi añade enseguida—: Mañana haré que Xiao Li les traiga algunas para que todos la prueben.
—No, no es conveniente —lo rechaza Sun Jihao, pero luego agrega—: La tienda parece bonita. El dueño, Xiao Li, ¿verdad?, ¿tiene también una tienda online? He visto un montón de cajas de cartón apiladas.
—Sí, Xiao Li es nuestro famoso… —El gerente Qi hace una pausa—: Nuestro famoso graduado universitario.
—¿Así que regresó para emprender?
—Bueno, más o menos —murmura el gerente Qi.
Tang Heng no dice nada, limitándose a escuchar en silencio. Sabe que el gerente Qi probablemente tiene sus reservas. Ciertamente nadie podría imaginar que él y el dueño de una tienda en un lugar tan remoto fueran compañeros de universidad. Dado que existe esta conexión, seguramente el gerente Qi no está seguro de si él sabe sobre el encarcelamiento de Li Yuechi, y por lo tanto no se atreve a decir mucho.
Sin embargo, Sun Jihao no sabe nada.
—Shidi, ¿ya conocías al dueño de la tienda? —pregunta él con tranquilidad.
—Sí, nos conocimos en la universidad —responde Tang Heng—. Pero no éramos cercanos.
Sun Jihao, asumiendo que Tang Heng y Li Yuechi eran compañeros de licenciatura, comenta con cierta admiración:
—Se graduó en tu escuela, pero aun así está dispuesto a volver y montar un negocio. Eso no es fácil.
—Sí —responde Tang Heng—. No es fácil.
—Xiao Li es muy capaz. —El gerente Qi asiente repetidamente—. Abrió una tienda en Taobao y ya hasta recibe pedidos desde Chongqing. Ahora, además de distribuir a los supermercados, los productos de la fábrica se venden en su local. Los universitarios son diferentes al resto, de verdad.
«Sí, un estudiante universitario —responde Tang Heng en su interior—. Por desgracia, un estudiante universitario que fue a la cárcel. Si no, ¿cómo podría alguien tan orgulloso como Li Yuechi estar dispuesto a venir a este remoto lugar y abrir una tienda?».
En realidad, durante estos años, de vez en cuando se preguntaba qué haría Li Yuechi después de salir de prisión. Probablemente iría a probar suerte en una gran ciudad, ¿no? Nunca imaginó que se lo encontraría aquí.
En pocos minutos, el coche se detiene frente al hotel. Los estudiantes se dirigen a sus habitaciones, mientras el gerente Qi intercambia algunas palabras con ellos antes de irse. Ya son más de las diez y media, y un gran silencio reina en el espacioso hotel. Tang Heng y Sun Jihao salen del ascensor, sus siluetas reflejándose tenuemente en el suelo de mármol.
Sun Jihao bosteza y pregunta con pereza:
—Oye, shidi, ¿habías estado antes en Guizhou?
Tang Heng guarda silencio. Él de verdad escuchó esa frase: «No esperaba que vinieras a Guizhou otra vez». La expresión poco clara de Li Yuechi vuelve a aparecer en su mente.
—Vine una vez. A Guiyang —responde Tang Heng en voz baja.
—Oh, ¿de vacaciones?
—A un funeral.
Sun Jihao se detiene en seco.
—… ¿Eh?
—Antes tuve una pareja, era de Guizhou —continua Tang Heng sin expresión alguna—. Luego murió, y asistí a su funeral.
Sun Jihao no sabe qué responder.
Tras un momento, le da unas palmaditas en el hombro a Tang Heng.
—Todo eso pertenece al pasado —dice con torpeza—. Shidi… Mi más sentido pésame.
Tang Heng asiente.
—Sí, estoy bien.
Como si quisiera escapar de esta incómoda situación, Sun Jihao le entrega rápidamente las pastillas para el mareo, desliza su tarjeta y entra apresuradamente en su habitación. En el pasillo solo queda Tang Heng. Alarga la mano para sacar la tarjeta de su habitación, pero su dedo es pinchado por una esquina afilada. Es ese paquete de cigarrillos.
En la pequeña cajetilla blanca se lee: Seven Stars.
Tang Heng la abre. Dentro solo quedan dos cigarrillos, largos y delgados.
Cigarrillos Seven Stars, de mujer. Tang Heng sabe que Li Yuechi no compraría de este tipo. Hace seis años, Li Yuechi fumaba mucho Huangguoshu, que costaba cinco yuanes por paquete. A veces, fumaba Hongtashan, a 7,5 yuanes el paquete. En aquella época, Tang Heng era el vocalista de una banda y no fumaba para proteger sus cuerdas vocales, pero le encantaba robar los cigarrillos de Li Yuechi para darle un par de caladas, dejando deliberadamente marcas de dientes en el filtro.
Li Yuechi le sonreiría entonces con resignación.
De repente, Tang Heng cierra el puño con fuerza, apretando y aplastando la cajetilla blanca. Segundos después, abre la mano, dejándola caer, y exhala un largo suspiro.
Estos son los cigarrillos de la novia de Li Yuechi.
