Capítulo 24: La silenciosa noche del espacio profundo

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Kang Zhe no dijo nada. Su mano cubría los ojos de Tang Yuhui, bloqueando su visión.

Bajo su palma, era como si hubiera un cristal, notablemente transparente, hermoso y frágil.

Kang Zhe permanecía quieto frente a ese espejo, sintiendo que en su corazón fluía, por un lado, hacia Tang Yuhui un sentimiento que bien podría llamarse compasión; y por otro, como si no pudiera evitarlo, una parte de su personalidad —cruel y desapegada por costumbre— se desprendía por sí sola, de manera incomprensible, para situarse frente a las penas y alegrías de la persona ante él, incapaz de evitar mirarlo con una indiferencia imposible de disimular.

Kang Zhe repitió las tres sílabas en su mente, y poco a poco una sonrisa se formó en sus labios. Luego, volvió a pronunciar en voz alta:

—Tang Yuhui.

Una gota cálida se deslizó entre sus dedos. Al tocar el borde de su palma, se extendió en una línea que descendió por la piel de porcelana de Tang Yuhui, formando un mar cristalino.

La voz de Tang Yuhui sonó ronca y frágil, como la de aquel niño en el jardín de infancia que no sabía cómo responder a la pregunta de un compañero.

—A-Zhe…

Kang Zhe hizo una breve pausa, conmovido como nunca antes por aquella lágrima. Apartó la mano y se inclinó, depositando un suave beso junto a la marca que había dejado, en el rabillo del ojo de Tang Yuhui.

—Si no te gusta, entonces cambia tu apellido hoy mismo. ¿Qué te parece Kang?

Tang Yuhui lo miró atónito.

—¿No eres tú una persona de fe? ¿Puedes decir ese tipo de cosas tan a la ligera?

Kang Zhe se incorporó a medias, mirándolo con una sonrisa despreocupada.

—Solo es un decir. ¿Qué pasa, no puedo?

Los brazos de Kang Zhe no estaban completamente apoyados en el césped; él estaba un poco más cerca de lo que lo estaría la mayoría de las personas, pero un poco más lejos que un amante.

Tang Yuhui alzó las manos y le rodeó el cuello, mirándolo fijamente.

Detrás de Kang Zhe, el sol poniente era una mancha difusa de rojo, pero la persona frente a él contenía un crepúsculo más denso que la propia naturaleza. Tanto, que con solo mirarlo fijamente durante un largo rato, se generaba una intensa sensación de ocaso.

Enamorarse de él era igual: provocaba, al mismo tiempo, cansancio y apego.

—Sí, puedes —dijo Tang Yuhui suavemente.

Kang Zhe lo besó en respuesta.

El viento de la pradera pasó entre ellos con gran gentileza.

Desde el amanecer hasta la noche profunda, este era el momento que Tang Yuhui más amaba: cuando el sol está a punto de ponerse pero aún no lo ha hecho, el mundo se baña en un dorado compasivo con un halo de luz divina, el tiempo se ralentiza de manera extraordinaria, incapaz de apresurar una gran despedida.

A pesar de la fragancia primaveral, Tang Yuhui percibió claramente un aire otoñal en la persona que amaba. Cuando Kang Zhe besó sus cejas, le recordó a aquellas noches poco profundas de finales de otoño. Solía caminar por el sendero hacia el laboratorio, deteniéndose un momento para contemplar las nubes en el horizonte, que ardían como fuego, mientras las hojas de ginkgo caían suavemente, cubriendo todo su cuerpo.

El beso fue largo, la ternura de Kang Zhe breve. En el tumulto de esa lágrima, probó una salinidad similar a la de un glaciar, y así, algo extraño pero lleno de un sentimiento de pertenencia comenzó a despertar gradualmente en él.

El beso cambió de sabor: el atardecer comenzó a arder, la cálida luz naranja se transformó en un rojo ocre. El beso de Kang Zhe se volvió más feroz; su lengua recorrió cada uno de los dientes de Tang Yuhui, empujando con fuerza hacia lo más profundo.

Tang Yuhui apenas podía seguirle el ritmo y empezó a respirar agitadamente.

Cuando Kang Zhe volvió a incorporarse, parecía otra persona. En su rostro se dibujaba aquella sonrisa que Tang Yuhui había visto la primera vez que lo conoció, una mezcla de arrogancia y malicia.

Él también jadeaba, pero estaba lejos de ser tan pasivo como Tang Yuhui. Un aire de despreocupada ferocidad lo rodeaba. Kang Zhe curvó una comisura de sus labios y dijo con cierta pereza:

—¿Qué debo hacer? Me apetece ejercer un poco mi derecho a poner nombres.

Los labios de Tang Yuhui fueron besados hasta parecer bayas maduras.  Y, de hecho, contenían un jugo dulce y casi maduro, sin embargo, eran tan puros que no sabían que estaban consintiendo la seducción.

—¿Qué…?

Kang Zhe lo levantó con brusquedad y, de un tirón, lo cargó sobre sus hombros.

En un instante, Tang Yuhui pasó de mirar al cielo a ver el suelo, completamente volteado. Se mareó y por poco se desmaya.

La persona que hace un momento lloraba como una suave llovizna, ahora estaba llena de genuina confusión.

—A-Zhe… ¿qué estás haciendo?

—Después de tanto tiempo —dijo Kang Zhe con pereza—, ¿por fin te acostumbraste a decirlo?

Tang Yuhui se quedó atónito y de inmediato cerró la boca.

Luchó por bajarse, pero Kang Zhe le dio unas palmaditas suaves en la cintura y las caderas, advirtiendo ligeramente:

—No te muevas.

No fue hasta que Kang Zhe lo llevó montaña abajo, lo subió a la motocicleta e incluso le colocó el casco –justo cuando estaba a punto de abrocharle la correa– que Tang Yuhui pareció despertar de un sueño. De pronto, agarró la muñeca de Kang Zhe con fuerza y exclamó:

—¡A-…!

Kang Zhe le dio unas palmaditas, ni suaves ni fuertes, a la mano de Tang Yuhui que lo sujetaba con tanta fuerza.

—¿«A» qué?

El rostro de Tang Yuhui volvió a enrojecerse. En su tez de porcelana, además de sus ojos negros y húmedos, solo se veía un tenue rubor similar al atardecer.

—¿Por qué no me preguntas…? —murmuró.

Apenas terminó de hablar, ese rubor pareció encenderse aún más. La voz de Tang Yuhui apenas superaba el susurro del viento.

—… Bastaría con que me preguntaras…

Kang Zhe finalmente entendió a qué se refería y bajó la mano, algo divertido. Pellizcó suavemente la mejilla de Tang Yuhui y sonrió de manera peligrosa.

—Por supuesto que sé que bastaría con preguntarte, pero creo que aún no es el momento.

Después de decir esto, Kang Zhe sintió la necesidad de justificarse.

—No es que no pueda, es que no quiero.

Con la mejilla aún pellizcada, Tang Yuhui parpadeó y le preguntó:

—¿Por qué?

Kang Zhe lo pensó un momento y respondió:

—Lloras con tanto desconsuelo… Esto cuenta como maltratarte, ¿no? Y yo nunca maltrato a los niños.

Tang Yuhui se quedó sin palabras.

¿En serio?

Tang Yuhui puso su mano en el pecho de Kang Zhe, moviéndola de arriba abajo con fingida seriedad.

—Estoy buscando dónde tienes el corazón…

Kang Zhe permaneció en silencio, mirándolo con una expresión entre divertida y seria. Tang Yuhui se detuvo y, tímidamente, retiró la mano que había estado jugueteando sobre Kang Zhe, colocándola nerviosamente a su lado.

La mirada de Kang Zhe parecía tener peso propio, como si un glaciar se convirtiera en un meteorito. Tang Yuhui volvió a su mirada de cordero, con el corazón latiendo como un trueno. Sentía que el aire a su alrededor estaba impregnado del suave aroma a tabaco de Kang Zhe. Nervioso, se frotaba las palmas de las manos, sintiendo en su pecho una emoción inmensa e indescriptible, tan vasta como el universo.

Kang Zhe no dijo nada más y terminó de abrocharle la correa del casco. Tomó suavemente la mano de Tang Yuhui y dijo con calma:

—Vámonos.

Durante todo el camino de regreso, ninguno habló. Tang Yuhui mantuvo su cabeza apoyada en la espalda de Kang Zhe, con el rostro aún enrojecido, demasiado avergonzado para levantar la mirada hacia su estrella.

Al regresar, las pequeñas luces de la casa de huéspedes brillaban en la vasta oscuridad como velas. Las estrellas parecían trozos de sal arrojados en Coca-Cola, estallando con burbujeos estruendosos y centelleando con un resplandor deslumbrante, como diamantes.

Tang Yuhui se bajó de la moto, caminó rápido unos pasos y, extendiendo la mano, agarró el dobladillo de la chaqueta de Kang Zhe.  

Él se detuvo y se dio la vuelta, mirándolo en silencio.

La expresión de Tang Yuhui adquirió ese aire húmedo y saturado de hierba fresca que los había envuelto durante todo el atardecer en la ladera donde se habían recostado esa tarde.

Kang Zhe frotó sus dedos, sintiendo un repentino deseo de fumar un cigarrillo.

La voz de Tang Yuhui también sonaba húmeda, como si no se atreviera a enfrentar a la persona frente a él, dejando que la noche transmitiera tímidamente sus palabras:

—… ¿No me dijiste una vez que el octavo día del cuarto mes es el cumpleaños de Buda Shakyamuni? Que si los creyentes budistas hacen una buena acción durante este mes, el mérito se multiplica por cien mil.

Kang Zhe permaneció inmóvil, de pie allí como si flotara, y respondió vagamente:

—Sí, ¿y qué con eso?

—Todavía no ha pasado un mes. —La voz de Tang Yuhui sonaba algo baja, como si estuviera reuniendo fuerzas para hablar—. Creo que, siendo así, todavía debería estar dentro del período válido.

—¿Qué quieres decir?

Tang Yuhui guardó silencio por un momento, y luego habló con una voz apenas audible:

—No tengo miedo de ser maltratado… ¿Podrías hacer una buena acción?

Kang Zhe se quedó perplejo, mostrando por primera vez en su vida una genuina confusión.

—¿Qué?

Tang Yuhui dio unos pasos más hacia adelante, deteniéndose frente a él. Como si se hubiera armado de valor, levantó la mirada hacia él y dijo:

—Creo que la razón por la que vacilo y me desmorono ante problemas tan pequeños es porque toda mi vida ha sido un camino llano, y porque anhelo demasiado ser amado. Por eso tropiezo con tanta facilidad.

»El mundo me ha favorecido, el cielo me ha privilegiado, nadie me ha maltratado antes. Quizás lo que necesito es ser maltratado, ser objeto de devoción, ser herido…

Finalmente, dio el último paso, poniéndose de puntillas. Sus brazos rodearon el cuello de Kang Zhe desde atrás. Abrazó suavemente a la persona frente a él.

—A-Zhe, ayúdame, haz una buena acción.

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