Capítulo 26: El verdor se profundiza día tras día

Arco | Volúmen:

No disponible.

Estado Edición:

Editado

Ajustes de Lectura:

TAMAÑO:
FUENTE:

El verano y el otoño son considerados unánimemente como las mejores estaciones para visitar el oeste de Sichuan. Basta con abrir cualquier aplicación de viajes para encontrar esta recomendación.

La primavera en la meseta es efímera, un suspiro fugaz. Apenas se percibe su cálido aliento cuando ya los vientos prematuros del estío lo disipan.

Incluso en pleno julio y agosto, las mañanas y las noches en Kangding conservan su frío mordaz. Cuánto más ahora, en los albores del verano.

Cada día, al volver de la escuela y después de cenar, Tang Yuhui subía a la azotea a contemplar las estrellas por un rato.

Kang Zhe, aunque no del todo de acuerdo y temeroso de que pudiera resfriarse, finalmente no se lo impedía.

Aquella manta roja había desaparecido, guardada por Kang Zhe en algún lugar desconocido. Pero incluso si aún estuviera allí, a Tang Yuhui le habría resultado difícil envolverse en ella con la misma naturalidad de antes. Como alternativa, Kang Zhe había traído de casa una pequeña manta azul marino. Sin embargo, quizás por un efecto psicológico, Tang Yuhui siempre sentía que no le proporcionaba el mismo calor que la anterior.

Tan pronto como la estación fría cedió, el oeste de Sichuan comenzó a bullir de turistas. Las habitaciones de la casa de huéspedes tenían apenas alguna vacante. Los padres de Kang Zhe rara vez volvían a su casa y optaron por alojarse directamente en la casa de huéspedes para atender más cómodamente los asuntos del establecimiento.

Durante el día, Tang Yuhui asistía a sus clases en la escuela. Kang Zhe, tras dejarlo allí, regresaba para echar una mano a sus padres en la gestión de la casa de huéspedes.

Sin embargo, a juzgar por las frecuentes quejas de su padre durante las cenas, Tang Yuhui deducía que Kang Zhe probablemente se escaqueaba a menudo. Seguramente se escapaba para ver a las ovejas que tanto adoraba o para montar a caballo, y luego se tumbaba en la ladera de la montaña durante toda la tarde.

Hasta que llegaba la hora de volver a la escuela para recoger a Tang Yuhui al final de las clases.

Precisamente por esta situación, Tang Yuhui atesoraba especialmente esos momentos cada noche, cuando yacía junto a Kang Zhe en la azotea.

Entendía que su verano era breve y que pronto llegaría a su fin.

Tras varios días de observación, Tang Yuhui notó que los padres de Kang Zhe rara vez se preocupaban por lo que su hijo hacía, e incluso pocas veces preguntaban por sus asuntos. Sin embargo, no parecía ser por falta de interés, sino más bien porque le otorgaban a Kang Zhe una libertad plena y sin límites.

Tomemos por ejemplo el asunto de su holgazanería: si bien se quejaban, Tang Yuhui intuía que, de no ser por la tácita aprobación y la actitud despreocupada de su padre, Kang Zhe no se atrevería a hacerlo con tanta frecuencia.

Últimamente, la actitud de Kang Zhe hacia Tang Yuhui bien podría llamarse «amable». Aunque Kang Zhe no había dicho nada al respecto, Tang Yuhui no podía evitar sentir que, desde aquella noche en la pradera, él había desarrollado hacia él una especie de sentido del deber.

A menudo, Tang Yuhui sospechaba que Kang Zhe lo maldecía por dentro, pero aun así se las arreglaba para sacar tiempo y acompañarlo sin quejarse, en cosas sin importancia. Como si no debiera dejarlo solo. Comparado con aquella expresión de «aléjate de mí» que solía llevar en el rostro, el cambio era considerable.

Casi todas las noches, los dos se recostaban hombro con hombro sobre la azotea, con una manta por almohada, contemplando en silencio el cielo sobre sus cabezas.

Cuando observaban la luna, Kang Zhe se tornaba silencioso y sombrío; cuando miraban las estrellas, resplandecía con una vivacidad deslumbrante. Pero sin excepción, siempre conservaba una profunda calma y serenidad.

No es que no hablara, ni que entre ellos no hubiera comunicación; al contrario, Kang Zhe siempre tenía cosas interesantes que decir. Solo que, para Tang Yuhui, cuando Kang Zhe estaba bajo la vasta y lejana bóveda nocturna, todo lo que lo rodeaba parecía volverse liviano, casi sin significado.

Se suele decir que cuando el ser amado mira al horizonte es cuando más lejos se encuentra. Pero Tang Yuhui, en cambio, sentía que Kang Zhe estaba más cerca de él precisamente cuando en su mirada no había nadie.

Porque era como si, al despojarse de toda indiferencia, Kang Zhe por fin admitiera ante él, con total franqueza, que sus ojos realmente no contenían nada.

Ni siquiera a sí mismo.

Por razones que no podía explicar, Tang Yuhui siempre sentía que Kang Zhe debía de ser una persona profundamente solitaria.

Kang Zhe no se complacía de su soledad, y ciertamente tampoco se avergonzaba de ella. De principio a fin, siempre había sido una persona orgullosa; pero no con ese orgullo ostentoso de cabeza erguida, pecho henchido y espalda recta, sino un orgullo sereno, del que acepta su condición de ser el único despierto entre los dormidos; un orgullo frío y silencioso.

Tang Yuhui, por supuesto, no era tonto. Su historia personal lo había obligado a aprender desde temprano a construir mecanismos de defensa: un olfato agudo ante el peligro, una previsión casi instintiva para evitar el dolor. Incluso ahora, cada mañana al abrir los ojos, el primer pensamiento que recitaba para sí mismo era: «Al final, igual tendré que irme».

Puedes amar una nube, contemplar la luna, acercarte a ella, admirarla. Pero no puedes alcanzarla, ni llevártela contigo.

Tang Yuhui lo sabía bien. Podía intuir, aunque de forma imprecisa, que a Kang Zhe tal vez le gustaba. Tal vez mucho. Tal vez era el único que de verdad le había hecho sentir algo.

Pero Kang Zhe era alguien que ni siquiera se amaba a sí mismo, alguien para quien su propia existencia era prescindible. Esto determinaba que, desde el principio, ambos caminaran por rutas distintas. Rutas que no se cruzarían. Y ninguno de los dos parecía tener motivos para detenerse.

Y así, día tras día, Tang Yuhui iba trazando en su memoria una imagen cada vez más nítida de Kang Zhe durante este breve trayecto compartido, buscando después momentos similares entre los innumerables futuros posibles que se desplegaban ante él.

Además, podía reconocer que, más que el amor profundo que sentía por Kang Zhe, lo que verdaderamente le provocaba miedo era el apego que empezaba a crecer poco a poco en él.

Sobre todo después de que la relación entre ambos diera un paso más allá.

Tang Yuhui no sabía si había nacido para ser el sumiso en las relaciones íntimas, pero comparado con el deseo físico, lo que realmente lo inquietaba era esa fragilidad creciente que, desde aquel momento, se iba apoderando de él. Se estaba volviendo inevitablemente blando, sus emociones más sutiles, más enredadas. No quería separarse de Kang Zhe, sentía una necesidad constante de acercarse a él. Tang Yuhui sabía que eso era mucho más aterrador que un amor destinado a hacerse polvo

Ahora lo que entregaba era amor, era sentimiento, y eso todavía estaba bien. No era tan terrible. Después de todo, no todo el mundo necesita del amor para seguir viviendo.

Tang Yuhui estaba dispuesto a ser un nutriente sin recompensa; al fin y al cabo, no era el primero ni sería el último a través de los siglos. El tiempo se dispersa como el polvo, las generaciones son meros viajeros efímeros. Tal vez todos, en algún momento, han anhelado nutrir ese fenómeno vital de encuentros y separaciones impredecibles que él ahora abraza con todo su ser.

Pero el apego era algo completamente diferente: significaba deseo de posesión, confianza, y con ello, el dolor que siempre acaba por llegar: el de amar sin poder retener, el de desear sin alcanzar.

Ay… Tang Yuhui lanzó un suspiro hacia el cielo nocturno, impotente, y pensó: «¿Qué se supone que debo hacer?».

—¿Qué pasa? —preguntó Kang Zhe, que yacía a su lado, al oír el suspiro. Se giró para mirarlo.

—Nada —respondió Tang Yuhui con un tono de profunda melancolía—. Creo que debería alejarme un poco de ti.

—¿Eh? —Kang Zhe esbozó una expresión de total perplejidad.

Se recostó de nuevo, como si de verdad se pusiera a pensar, y dijo:

—¿Será que últimamente te he estado consintiendo demasiado?

Tang Yuhui ya lo había notado: a Kang Zhe en realidad no le importaba en lo más mínimo. No era alguien que se dejara afectar por cosas tan triviales. Con cierto agotamiento en la voz, le respondió:

—A-Zhe, ojalá fuera cierto que me consientes.

Al oírlo, Kang Zhe reprimió apenas una sonrisa y, con un aire de fingida seriedad, preguntó:

—¿En qué aspecto quieres que te consienta?

Si Tang Yuhui hubiera tenido un ápice más de valor, habría gritado a los cuatro vientos: «¡Kang Zhe, ya es suficiente, por todos los cielos!». Sin embargo, aun sabiendo que Kang Zhe probablemente ni se inmutaría, no tuvo corazón para decirlo en voz alta.

Tang Yuhui respondió con cierta reserva:

—No es en el sentido que estás pensando… al menos no por ahora… Ay, mejor no me hagas caso. Creo que simplemente me falta cariño.

Kang Zhe no respondió. Esperó en silencio, hasta que Tang Yuhui volvió a perderse en sus pensamientos. Justo cuando el silencio volvía a instalarse entre los dos, Kang Zhe se dio la vuelta de repente. Apoyando sus manos a ambos lados de Tang Yuhui, lo aprisionó bajo su cuerpo.

Otra vez esa sonrisa traviesa y dulce, casi imperceptible. Con los ojos entrecerrados, Kang Zhe lo miró y dijo:

—¿Cuánto te falta? ¿No hay ya suficiente gente en el mundo que te ame?

Tang Yuhui lo abrazó en silencio.

—No es ese tipo de amor. Tú lo sabes, no me refiero a eso.

Abrazar a la persona que amas bajo un cielo constelado es una dicha incomparable. Tang Yuhui contempló con cierta melancolía la silenciosa inmensidad que los envolvía.

La sonrisa de Kang Zhe no cambió. Seguía ahí, como a través de una niebla que nunca terminaba de disiparse, siempre a cierta distancia, como si lo mirara desde un lugar inalcanzable.

—Entonces es difícil —dijo.

—Supongo que sí —respondió Tang Yuhui tras una breve pausa, sonriendo también—. Pero cada día trae su propio tipo de felicidad, ¿no crees, A-Zhe?

Kang Zhe lo miró, con un leve atisbo de sorpresa, y asintió.

—Mm, puede que tengas razón.

Sus palabras eran como niebla, confusas y veladas, pero sabía que Kang Zhe lo había entendido todo.

Tang Yuhui ya era capaz de comprenderlo; desde el día en que se enamoró de Kang Zhe –o tal vez incluso antes, en aquel aeropuerto de la meseta, cuando Kang Zhe corrió hacia él y le regaló un encuentro bajo un cielo despejado– ya entonces lo había sentido. Ese dolor sordo y difuso que, desde el primer día en que se conocieron, nunca había abandonado su amor.

En el fondo, él mismo no era más que un farsante, fuerte por fuera pero débil por dentro. Lo que más temía era que Kang Zhe viera tal como era y que ya no lo quisiera.

Tang Yuhui cambió oportunamente de tema:

—A-Zhe, ¿me llevarías mañana a la ciudad del condado?

Kang Zhe respondió con cierta sorpresa:

—Pensé que ya no querías ir.

Sin mirarlo, Tang Yuhui sonrió a las estrellas que cubrían el cielo.

—Debería ir al menos una vez, ¿no crees?

Kang Zhe hizo una pausa.

—¿Para qué quieres ir?

—No lo sé, solo dar una vuelta —respondió Tang Yuhui—. En el pueblo no hay mucho. Quiero comprar algunos libros para los niños de la clase, y quizá un par de prendas para estos días.

Hizo una pausa y luego, muy despacio, añadió:

—También quiero comprar algo para llevarle a un amigo.

Ambos miraban hacia el cielo nocturno, evitando el contacto visual directo. La mirada de Kang Zhe pareció detenerse un momento sobre Tang Yuhui, pero fue tan fugaz, tan sutil, que este no podía estar seguro de que realmente hubiese ocurrido.

La voz de Kang Zhe sonó sin un atisbo de duda, y esa vaga punzada de dolor en Tang Yuhui se intensificó.

Había recibido una respuesta afirmativa, como era de esperarse.

Las palabras de Kang Zhe no eran distintas de las de siempre: igual de distantes, igual de ligeras, con la misma sonrisa que tenía aquel primer día.

—Claro, mañana te llevaré.


Nota de la autora:

«Cuando al encontrarte por primera vez con un lugar o una persona ya presientes el dolor oculto de la despedida, es seguro que te has enamorado» (Huang Yongyu, Por el río Sena hasta Florencia).

Subscribe
Notify of
guest
0 Comentarios
Inline Feedbacks
View all comments

Comentar Párrafo:

Dejar un comentario:

 

0
Would love your thoughts, please comment.x
()
x