Capítulo 3. Ponte uno

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Es temprano, las siete y media de la mañana, y Tang Heng está de pie frente al restaurante bufé del hotel. Se levantó temprano y ya ha desayunado, mientras que los demás profesores y estudiantes aún están comiendo.

Parece que lloviznó durante la madrugada, pero ahora el cielo está despejado, y la luz del sol cae sobre el suelo gris azulado, ligeramente húmedo. Tang Heng está distraído, observando los patrones de los ladrillos azules, cuando escucha pasos detrás de él.

Es Lu Yue, que lleva una mochila. Al verlo, le sonríe.

Shidi, ¿no dormiste bien anoche?

—Tuve un poco de insomnio —responde Tang Heng, devolviéndole la sonrisa—. ¿Me veo mal?

—Tienes algo de ojeras.

—Oh, estoy bien —Tang Heng piensa que no es de extrañar que los estudiantes que se toparon con él actuaran como si hubieran visto un fantasma y salieran corriendo después de darle rápidamente los buenos días.

—Escuché que vomitaste —dice Lu Yue, acomodándose unos mechones de cabello tras la oreja—. ¿Bebiste demasiado anoche? —pregunta con preocupación.

—No podía dejar que shixiong bebiera solo —dice Tang Heng, sonriendo—. Hoy me lo tomaré con más calma.

Lu Yue asiente.

—Hoy será otro día lleno de comida. Mañana será mejor cuando vayamos al pueblo a hacer investigación —dice ella con un ligero tono de disculpa.

—Estoy bien, shijie.

Ambos guardan silencio, cada uno contemplando el horizonte azul en la distancia. Tang Heng siente una punzada de arrepentimiento. Anoche, cuando Sun Jihao le preguntó si ya había estado en Guizhou, él respondió, por puro despecho, que había venido al funeral de su pareja… Lu Yue seguramente lo sabe ahora. Después de calmarse, se da cuenta de que habló sin pensar. Mientras Li Yuechi vive feliz y enamorado atendiendo su tienda, él se inventa historias sin motivo alguno.

Desde que llegaron a Tong’ren ayer por la tarde en el tren de alta velocidad hasta ahora, las cosas desagradables se han ido encadenando una tras otra. La investigación durará diez días y, según el director Xu, el calendario de trabajo está ajustado. Tang Heng espera que en verdad sea así. Después de haber sido arrastrado por el director Xu a este viaje sin tener muy claro qué estaba pasando, su único deseo ahora es completar el trabajo sin contratiempos y que no ocurra nada más.

En cuanto a lo que ya ha pasado, lo mejor sería fingir que nunca sucedió.

A las siete y cuarenta y cinco, todos los profesores y estudiantes se reúnen frente al restaurante bufé. El plan para hoy es dividirse en dos grupos: Tang Heng y Sun Jihao llevarán a un grupo de estudiantes a inspeccionar la fábrica de procesamiento de carne, mientras que el director Xu y Lu Yue acompañarán a otro grupo a visitar la cadena de suministro posterior. Los vehículos enviados por el gobierno local ya han llegado. Al salir por la puerta principal del hotel, se puede ver una larga fila de todoterrenos negros de siete asientos, estacionados uno tras otro a lo largo de la calle.

Tang Heng se sorprende por la escena, mientras Sun Jihao se ríe a su lado.  

—No te lo esperabas, ¿verdad? Esta escala.

—¿Así fue en Guiyang el año pasado?

—Fue incluso más exagerado. Nos quedamos en la ciudad, así que el transporte era más accesible. Contrataron un equipo de protocolo y había una edecán frente a cada coche con un cartel que decía «Bienvenidos». Todas vestían qipao; imagínate nada más.

Tang Heng se queda sin habla.

No hay ningún edecán, pero la larga fila de todoterrenos todavía lo deja estupefacto. ¿No habían venido a inspeccionar el nivel de pobreza en aldeas desfavorecidas? Da la impresión de que son delegados en camino a una conferencia en Pekín.

El director Xu y Lu Yue son los primeros en guiar a los estudiantes hacia los vehículos. Mientras tanto, Sun Jihao sigue intercambiando cortesías con el subdirector de la fábrica, quien se ha presentado con el apellido Huang. Este hombre, que ronda los cuarenta años, no deja de insistirle a Sun Jihao que lo llame «LaoHuang». 

—¡Director Huang, es usted muy amable! —dice Sun Jihao.

—¡No, no, llámeme Lao Huang, profesor Sun! —repone Huang.

—Ja, ja, está bien, Lao Huang. Pero entonces usted tampoco me llame profesor Sun, ¡suena demasiado formal!

Satisfecho con este intercambio de cortesías, Lao Huang se vuelve hacia Tang Heng para estrecharle la mano. Sus ojos, en forma de triángulos invertidos, brillan con intensidad.

—¡Profesor Tang! —exclama—. Si me permite la indiscreción, ¿cuántos años tiene? ¡Yo diría que no más de veinticinco, definitivamente no más de veinticinco!

Tang Heng, que ya está agotado por no haber dormido bien la noche anterior, siente que le da vueltas la cabeza. Con un tono cortante, responde:

—Se equivoca. Será mejor que nos vayamos de una vez.

Lao Huang, captando enseguida el cambio de humor, asiente una y otra vez.

—Por supuesto, por supuesto, ¡salgamos ahora mismo!

Acto seguido, guía personalmente a Tang Heng hasta el segundo todoterreno en la fila. El conductor ya ha abierto la puerta del asiento trasero y aguarda de forma respetuosa a un lado.

Tang Heng se sienta en el coche sin pensarlo mucho. El interior está impecable, como nuevo, con un ligero aroma a limón flotando en el aire. Sin embargo, tiene un mal presentimiento: aunque ha evitado desayunar demasiado a propósito, teme que no podrá evitar marearse durante el viaje.

Reacciona mal a los medicamentos y vomita cada vez que los toma, por eso solo usa parches. No dijo nada cuando Sun Jihao compró la medicina porque no quería causar más molestias. Dado que no tiene parches, decide tratar de soportarlo.

Afuera hay mucho ruido. Lao Huang está charlando con los estudiantes otra vez. Tang Heng cierra los ojos y se apoya en el respaldo del asiento. El conductor sigue de pie afuera, y el coche cerrado está tranquilo al fin.

Al cabo de un rato, las voces exteriores se van apagando. Tang Heng escucha un clic, señal de que la puerta del coche se ha abierto. Sabe que el conductor ha subido, pero mantiene los ojos cerrados. El aroma a limón le provoca mareo y no tiene ganas de hablar.

Pasa aproximadamente medio minuto, sin embargo, el coche no se mueve. El conductor tampoco dice nada, tan silencioso como el aire mismo. Tang Heng, algo confundido, abre los ojos y, en ese instante, se despierta por completo.

Li Yuechi está sentado en el asiento del copiloto, girado hacia él, observándolo en silencio.

Lleva una chaqueta gris con el cuello alzado, unos vaqueros y el cabello muy corto. Ha estado mirando fijamente a Tang Heng sin disimulo durante medio minuto, o quizás más.

Tang Heng recuerda la sonrisa fría que mostró anoche cuando le preguntó: «¿Quieres confirmar si realmente me gustan las mujeres?».

—… ¿Por qué estás aquí? —Creyó que nunca volvería a verlo.

—Me dijeron que viniera a saludar a los oficiales —responde Li Yuechi, enfatizando la última palabra.

Tang Heng guarda silencio por un momento.

—El otro grupo es el que está revisando la cadena del mercado —dice.

Siente que, incluso si le pidieron a Li Yuechi saludar a alguien, no debería ser a él.

—¿No te das cuenta? —Li Yuechi suelta una risa desdeñosa—. Creen que tu y yo nos «conocemos», así que quieren usarme para acercarse a ti.

Tang Heng se queda sin palabras. ¿Qué puede decir? Después de todo, Li Yuechi y él sí se conocen, pero es mucho más que solo «conocerse». Entre ellos hay una historia complicada que es mejor no mencionar.

Si esa gente supiera lo que en realidad ocurrió entre ellos dos, probablemente harían todo lo posible para asegurarse de que Li Yuechi nunca vuelva a aparecer frente a él.

—¿No interfiere esto con tu negocio? —logra articular Tang Heng, y luego añade—: Ah… supongo que tu novia puede encargarse de la tienda, ¿verdad?

—Sí —responde Li Yuechi.

Tang Heng se calla. Li Yuechi se da la vuelta, como si no quisiera seguir hablando. Tang Heng observa la parte posterior de su cabeza en silencio. El cabello negro y corto le recuerda a seis años atrás, cuando Li Yuechi lo llevaba un poco más largo, lo suficiente como para que sus dedos pudieran perderse entre los mechones cuando lo acariciaba.

 —¿Te mareaste ayer? —pregunta de repente Li Yuechi.

Tang Heng se queda un momento pasmado antes de responder:

—Salimos con prisas y no me traje los parches.

Li Yuechi se mete la mano en el bolsillo y Tang Heng se pone en guardia de inmediato, temiendo que vuelva a sacar cigarrillos de mujer. Pero, demasiado rápido para que pueda verlo con claridad, Li Yuechi le lanza una caja al regazo y le dice en voz baja:

—Pónte uno.

Es una caja de parches contra el mareo.


La carga de trabajo del primer día no es muy intensa. Durante toda la mañana, solo visitan dos fábricas: una de carne seca y otra de salchichas. Tang Heng y Sun Jihao lideran el recorrido con un grupo de unos veinte estudiantes. Lao Huang los acompaña, presentando cada detalle con atención. Detrás de ellos, los gerentes y trabajadores de la fábrica están listos para atender cualquier solicitud. Es un espectáculo impactante.

—Profesor Sun, mire aquí. Este es nuestro equipo de secado al aire, importado de Alemania —dice Lao Huang señalando una máquina—. La fábrica solo tuvo dinero para comprarlo tras recibir el capital de Macao el año pasado.

Sun Jihao cruza los brazos sobre el pecho y suelta una risita.

—Oh, no está mal.

—¡Por supuesto! Sin la ayuda de Macao, nunca habríamos podido abrir esta fábrica —exclama alguien.

—Sí, sí. —Se acerca una mujer de mediana edad, vestida con el uniforme verde de la fábrica—. Especialmente para nosotras, las mujeres. No podemos irnos a trabajar fuera como los hombres, así que antes nos quedábamos en casa sin hacer nada. Ahora es perfecto, la fábrica está cerca de casa, es conveniente y tenemos trabajo…

—Eso es estupendo —dice Sun Jihao, asintiendo—. Erradicar la pobreza significa ayudar a todos a conseguir empleo.

Al oír esto, más trabajadores se agolpan, hablando todos a la vez.

—La fábrica paga novecientos yuanes al mes, mucho más que plantar árboles frutales; las políticas del país son magníficas, nos ayudan a conseguir trabajo; ¡oficial, Macao es tan rico…! —dicen.

El ambiente se asemeja al de una conferencia de alabanzas. Sun Jihao, acostumbrado a la situación, mantiene una sonrisa serena en el rostro y de vez en cuando responde con comentarios como «efectivamente» y «así es».

Tang Heng se siente algo incómodo. Después de todo, ellos solo están allí por encargo de la Oficina de Enlace de Macao para evaluar la implementación de los proyectos de alivio de la pobreza. En realidad, ni aportarán dinero ni mano de obra; son solo un grupo de profesores y estudiantes universitarios, sin ninguna conexión real con los «oficiales».

Esta gente los adula porque los resultados de sus investigaciones influyen en la cantidad de dinero que el gobierno de Macao invertirá en el alivio de la pobreza.

Rodeado por las voces alegres, Tang Heng se da la vuelta con desinterés. Enseguida ve a Li Yuechi de pie al final del grupo. Es alto, de hombros anchos; su chaqueta gris destaca sobre la masa de uniformes verdes.

Está mirando una máquina, aparentemente distraído, con una expresión inusualmente suave.

En ese momento, como si estuvieran conectados, Li Yuechi gira la cabeza y sus miradas se cruzan. Parpadea, como sorprendido de que Tang Heng lo estuviera mirando. Sus ojos, en ese momento, son increíblemente tiernos. Pero tan pronto como procesa la situación, su expresión cambia en un instante.

La mirada que dirige a Tang Heng se enfría, tornándose distante, casi burlona.

El almuerzo se sirve en la cafetería de la fábrica, donde pueden elegir entre ocho platos y dos sopas. De postre hay pastel de mousse y pasta de judías mungo. Lao Huang les lleva personalmente la pasta de judías mungo a los estudiantes y dice en broma:

—¡Nuestro cocinero de la cafetería aprendió a hacer esto especialmente! Pasta de judías mungo al estilo cantonés, ja, ja. ¡Vean si sabe auténtica!

La comida es muy animada, pero Tang Heng no ve a Li Yuechi. Come distraído. Al ver que Sun Jihao y Lao Huang conversan con alegría, dice:

—Voy a dar una vuelta.

Lao Huang se levanta.

—¡Por supuesto! Buscaré a alguien para que lo guíe…

—No es necesario —lo interrumpe Tang Heng, e incapaz de contenerse, dice—: Que Li Yuechi me guíe. ¿Dónde está?

Parece que hasta ese momento, Lao Huang no se había dado cuenta de que Li Yuechi no está comiendo con ellos.

—Oh —dice él—. Profesor Tang, espere un momento, iré a buscarlo.

Dicho esto, se va de inmediato. Tang Heng lo sigue en silencio.

En realidad, Li Yuechi se encuentra justo al lado, en la cocina. Él y unos cuantos conductores están de pie junto a los fogones, cada uno sosteniendo una caja de comida blanca. Tang Heng llega cuando están comiendo. Las cajas contienen arroz y un poco de salsa: es la salsa sobrante de los ocho platos y las dos sopas.

Frente a Tang Heng, Lao Huang sonríe con incomodidad.

—¡Oh! ¡Xiao Li! ¡Te estábamos buscando! ¿Por qué estás comiendo aquí? Vamos, bebamos juntos.

—No quiero molestar a los oficiales. —Li Yuechi sonríe respetuosamente—. Casi he terminado de comer.

—¡Aiyo, sólo ven a comer un poco! Tienen pasta de judías…

—Director Huang, deje que termine de comer —interviene Tang Heng—. Él me puede llevar a ver los alrededores después.

Hace un momento lo llamaba «Lao Huang», pero ahora, de repente se ha convertido en «director Huang». La sonrisa de Lao Huang se pone rígida. No tiene más remedio que darle una palmadita en el hombro a Li Yuechi.

—Entonces, atiende bien al profesor Tang, ¿eh?

Li Yuechi se muestra bastante cooperativo.

—No hay problema. No se preocupe.

Por desgracia, se convierte en una persona diferente tan pronto como Lao Huang se va. Toda su aura se enfría. Algunos conductores se acercan a saludar a Tang Heng, quien responde cortésmente, mientras echa miradas furtivas a Li Yuechi.

El otro sostiene su caja de comida con una mano y los palillos con la otra, llevándose el arroz a la boca sin parar, su nuez de Adán subiendo y bajando mientras traga, prácticamente devorando la comida. Tang Heng no puede evitar pensar: «¿Tiene prisa por irse?».

Pronto, Li Yuechi termina de comer. Tira la caja en la basura y saca una servilleta del bolsillo para limpiarse la boca. Se acerca a Tang Heng.

—Vamos, profesor Tang.

Tang Heng asiente. Sale de la cocina con Li Yuechi y entra en la fábrica. El parche contra el mareo de Li Yuechi sigue detrás de su oreja; Tang Heng siente que tiene que corresponderle.

—¿Estás ocupado? Puedes ir a hacer tus cosas si lo necesitas.

—No.

—Oh… Te vi comer como si tuvieras prisa.

—Así es como se come allá dentro —responde Li Yuechi con calma.

Tang Heng siente una bofetada en la cara. El dolor es incluso más fuerte que cuando Li Yuechi le dijo anoche que no podía fumar en ese lugar. Como si se despertara con resaca, el dolor de cabeza acumulado ayer se abate sobre él.

Quizá es porque entre los ocho platos y las dos sopas del almuerzo hay también un plato de cangrejos de río.

Hace seis años, cuando estaban en Wuhan, solían ir al parque Wansong a comer cangrejos de río estofados después de los conciertos nocturnos de la banda. Él estaba allí, Jiang Ya estaba allí, An Yun estaba allí, y por supuesto, Li Yuechi, el miembro no oficial, también estaba allí. A Tang Heng le daba pereza pelar los cangrejos, así que siempre le pedía a Li Yuechi que lo hiciera, y él nunca se negaba. Sostenía los cangrejos rojos con ambas manos y, pacientemente, les quitaba la cabeza, la cola y les sacaba la carne de las pinzas, con una expresión de tanta concentración como si estuviera realizando una tarea de gran importancia.

—¿A dónde quieres ir? —le pregunta Li Yuechi.

Tang Heng, volviendo de sus pensamientos, musita:

—Solo a dar una vuelta.

Traducido por plutommo
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