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Kang Zhe dijo que no tenía adónde ir en Chengdú, así que terminó siguiendo a Tang Yuhui de vuelta a su apartamento.
La noche había caído por completo. Las montañas nevadas tras el ventanal ya no eran un arma que los amantes usarán para herirse, sino siluetas oscuras que, a cientos de kilómetros de distancia, recibían el viento y la nieve bajo la luz de la luna, observando con ternura a quienes las tomaban por un sueño.
Tang Yuhui servía agua para Kang Zhe en la cocina, con cada uno de sus nervios de punta, sintiendo hormigueo y debilidad de la cabeza a los pies. Aunque estaba igual de nervioso que unas horas antes, esta vez la razón era completamente distinta.
—¿Podrías no quedarte ahí parado? —se volvió a decirle, con un leve dolor de cabeza.
Kang Zhe, con los brazos cruzados y apoyado contra el refrigerador, levantó la vista con aire indolente al escucharlo.
—¿Por qué? Quiero mirarte.
El corazón de Tang Yuhui dio un vuelco repentino. Se quedó quieto, pasmado, sin poder articular palabra.
Era cierto: Kang Zhe, ya fuera sincero o no, seguía siendo igual de difícil de manejar. Que le gustara o no Tang Yuhui nunca había sido un factor determinante para él, pero esta versión de Kang Zhe, sin duda, resultaba mucho más letal.
No le quedó más remedio que seguir sirviendo el agua con determinación, pero de repente pensó en algo, hizo una pausa, se dio la vuelta y le preguntó:
—En la estación… ¿por qué dijiste «tres veces»? ¿De verdad fueron tantas?
El aire entre ellos se tensó brevemente en un silencio cargado. Kang Zhe abandonó su actitud despreocupada, enderezó la postura y avanzó dos pasos, deteniéndose a una distancia moderada de Tang Yuhui, como si fuera a besarlo, pero sin llegar a hacerlo.
La comisura de los labios de Kang Zhe se curvó muy sutilmente.
—¿De verdad quieres saberlo?
Tang Yuhui, envuelto en su aliento, con el rostro un poco enrojecido y el corazón hecho un caos, asintió con nerviosismo. Kang Zhe dio un paso adelante, y esa dulce sonrisa se esfumó.
Su mirada se tornó seria, y su voz, grave, resonó en los tímpanos de Tang Yuhui como un eco:
—Sabía que habías venido a Chengdú, y también la respuesta a esa pregunta que quería hacer. Esa fue la segunda vez, ¿no?
Tang Yuhui emitió un leve «mm» en respuesta. Kang Zhe avanzó otro paso.
Su rostro quedó tan cerca del de Tang Yuhui que casi se tocaban; su respiración rozaba la piel del otro, y desde esa distancia, podía ver claramente sus pestañas caídas aletear, tremulas.
—Y hace apenas una hora, tú también compraste un boleto. Querías irte conmigo. Esa fue la tercera, ¿cierto?
Tang Yuhui asintió muy levemente, pero Kang Zhe no avanzó más. Alejó un poco su rostro para poder ver con mayor claridad el rubor de Tang Yuhui y esa línea de sus labios apretados, tímida y temblorosa.
Se dio cuenta de que Tang Yuhui seguía con la cabeza baja, que ni siquiera ahora se atrevía a mirarlo. La aguda fuerza ofensiva que había construido se reveló de pronto contra su objetivo original, disipándose de golpe, suavemente, hasta desaparecer.
Kang Zhe sintió el metal convertirse en algo blando, y entonces, con franqueza y calma, le dio un beso en el párpado.
—Pero en realidad no tenías que hacer nada de eso —le dijo—. Cuando volví a verte en Chengdú, ya tuve la certeza de que no te dejaría ir otra vez.
»Ni siquiera entré en la sala de espera; me quedé todo el tiempo cerca de ti. Cuando te agachaste, pensé que no te sentías bien y me acerqué enseguida.
Kang Zhe se acercó a él con lo que parecía una sonrisa, hasta que sus narices se rozaron, luego se apartó lentamente; sus ojos, debido a una sonrisa sincera, volvieron a llenarse de aquella bruma vaporosa.
—Pero corriste demasiado rápido, ¿no?
Era letal.
Tang Yuhui se lamentaba repetidamente en su interior, pero se obligó a mantener la calma, a no levantar la cabeza. En lugar de eso, se aferró a la chaqueta de Kang Zhe y, con una obstinación poco habitual en él, quiso aclarar las cosas:
—¿Y la primera vez?
Tan cerca como estaban, notó cómo Kang Zhe se detenía un instante, muy levemente.
Dejó de provocar a Tang Yuhui con esa destreza y soltura de antes, y en cambio, se quedó en silencio, reflexionando un momento.
Tang Yuhui esperó con paciencia. Sentía, de alguna manera, que Kang Zhe estaba intentando acercarse a él, incluso considerando ceder por él, mostrarle esa parte de sí mismo que era orgullosa, solitaria, a la que no le importa nada pero que tampoco quiere que nadie vea. Por eso Tang Yuhui no quería perderse ni un solo segundo.
Parecía que Kang Zhe lo pensó durante siglos. El silencio se alargó más de lo normal. Finalmente, después de mucho tiempo, la barbilla de Tang Yuhui fue tomada con suavidad entre sus dedos.
Se vio obligado a alzar la cabeza, y su mirada se encontró con la de Kang Zhe.
Los ojos de Kang Zhe siempre habían albergado sombras ocultas. Pero en ese momento, dentro de aquella oscuridad, surgió también una franqueza compleja y sedimentada mientras miraba fijamente a Tang Yuhui.
—Lo sé. La primera vez… fuiste a buscarme a mi casa.
Tang Yuhui, aún enterrado en el pecho de Kang Zhe, alzó la cabeza de golpe y lo miró con incredulidad. Kang Zhe y él se miraron cara a cara, atravesando sosegadamente montañas, ríos y el tiempo acumulado.
—Fue hace justo dos años.
Kang Zhe sonrió y, por primera vez, desvió la vista de Tang Yuhui para fijarla en algún punto lejano.
—Pero la verdad es que no eres muy listo, ni tampoco sabes esconderte bien. Te vi al instante.