Capítulo 43: La textura del iceberg

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El regreso de Tang Yuhui a la universidad era apremiante, así que decidió prepararse con antelación y volver lo antes posible para graduarse.

En su última semana, inevitablemente tenía que ocuparse de traspasar sus responsabilidades en la empresa, por lo que salía del trabajo más tarde de lo habitual.

Kang Zhe, que pasaba los días en Chengdu sin nada que hacer, optó por acompañarle diariamente en metro de ida y vuelta del trabajo.

La ciudad es como un bosque de acero corrugado y suele dar la sensación de una jaula a quienes no están acostumbrados a vivir en ella.

Kang Zhe, incapaz de montar en moto, sin un campo para correr a caballo, abriéndose paso cada día entre el gentío del metro, debería haber sido para Tang Yuhui una parte más de todo eso.

Pero en realidad no fue así. Dondequiera que estuviera Kang Zhe, allí alteraba la densidad sensorial de la multitud, la humedad del aire, la transmisión del tiempo y la luz.

Él no era quien perseguía las nubes, sino el perseguido: un cementerio celeste que flotaba en quietud.

Cuando Tang Yuhui, un día, le preguntó por curiosidad sobre su trabajo en Chengdu, Kang Zhe solo le lanzó una mirada perezosa y respondió con capricho:

—Ya no quiero ir. 

Tang Yuhui, desconcertado, inquirió el porqué. Kang Zhe esbozó entonces una sonrisa leve.

—Ir y venir cada semana es demasiado molesto. Ahora ya no es necesario.

El domingo, Tang Yuhui partiría. Ya había completado su baja como practicante y el plan original era quedarse unos días más en Chengdu con Kang Zhe.

Pero una mañana, de pronto, Kang Zhe recibió una llamada de su casa.

Tang Yuhui le preguntó con ansiedad qué ocurría. Kang Zhe colgó el teléfono, guardó silencio un momento y luego le explicó que su madre se había caído accidentalmente por las escaleras de la casa de huéspedes, que no era grave, pero que él no se sentía tranquilo y necesitaba regresar a casa. 

Tang Yuhui asintió de inmediato, más apurado que el propio Kang Zhe, y le instó a hacer las maletas y partir cuanto antes.

Todo había sucedido de repente. Los dos tenían planes de salir a pasear el primer día de vacaciones de Tang Yuhui, pero ahora las cosas habían cambiado. Con su partida programada para el domingo, los días restantes los pasaría solo en el apartamento, matando el tiempo.

Kang Zhe no dijo nada más. Tang Yuhui le ayudó a empacar con una velocidad asombrosa. Al marcharse, Kang Zhe se detuvo un momento frente a la puerta, luego se volvió de pronto, envolvió a Tang Yuhui entre sus brazos, le besó el cabello y, con la mano apoyada en su mejilla, le dijo muy suavemente:

—Vendré a despedirte.

El recibidor se transformó de inmediato en un lugar que oprimía el pecho. Tang Yuhui sintió, casi al instante, el deseo de retenerlo, pero la vergüenza por ese pequeño egoísmo lo dejó sin poder levantar la cabeza.

Bajó los párpados y respondió en voz baja:

—Está bien.

Tras la partida de Kang Zhe, sin trabajo ni obligaciones, Tang Yuhui se encontró de pronto sin un lugar al que ir. Entonces pensó que podía aprovechar para visitar a Xiao Jia. El Instituto Número 13 no quedaba lejos de su apartamento, a apenas dos estaciones de metro.

Llegó a la escuela justo a la hora del almuerzo, así que sacó a Xiao Jia a comer, pensando en darle un respiro a su rutina de comidas escolares.

Xiao Jia era muy querido en la escuela. Cuando el profesor le avisó de la visita, un compañero se ofreció a acompañarle hasta la puerta principal. Solo después de asegurarse de que no era un desconocido quien lo recogía, el chico le asintió brevemente a Tang Yuhui antes de marcharse.  

El nombre completo de Xiao Jia era Jiayang Duoji, un hermoso nombre tibetano.  

Pero cuando Tang Yuhui trabajaba como profesor, siempre se equivocaba al pronunciar sus nombres en tibetano. Incapaz de recordar las dicciones originales, acabó poniéndoles un apodo cariñoso a cada uno. Kang Zhe había arqueado ligeramente una ceja al enterarse, pero a los niños les encantó ese trato familiar; era como si Tang Yuhui fuera un hermano mayor para ellos.

Xiao Jia ya era casi tan alto como Tang Yuhui. Aunque tenía la piel morena, era muy apuesto, con una mirada llena de brillo. Se había convertido en un apuesto muchacho tibetano.  

Como aún tenían clases por la tarde, Tang Yuhui no lo llevó muy lejos, eligió un restaurante cerca de la escuela.  

Aunque Xiao Jia era mucho más abierto que antes, frente a Tang Yuhui en privado aún se mostraba algo tímido. Para que no se sintiera incómodo, Tang Yuhui tomó la iniciativa y pidió varios platos, diciéndole con una sonrisa que no fuera tan cortés y comiera tranquilo.

Al principio, Xiao Jia seguía algo cohibido, pero Tang Yuhui, con su actitud serena, fue guiando la conversación hacia temas escolares. Poco a poco, el chico se soltó, y una sonrisa radiante no abandonó su rostro: estaba genuinamente feliz de verlo. El corazón de Tang Yuhui parecía reconfortarse con cada palabra.

Pero justo después de tomar un sorbo de sopa, al dejar el cuenco en la mesa, de pronto escuchó a Xiaojia decir:

—Paloma.

Tang Yuhui lo miró atónito. Los ojos de Xiao Jia se entrecerraron al sonreír.

—Ahora soy una paloma, profesor Tang.

Tang Yuhui permaneció un momento en silencio, mirándolo fijamente, tragándose a duras penas esa punzada de amargura antes de responder con una sonrisa:

—Sí… y volarás muy lejos.

Xiao Jia, sintiendo quizás un repentino pudor, se rascó la cabeza y volvió a inclinarse sobre su sopa. Llevaba puesta una chaqueta deportiva rojinegra de diseño vistoso pero algo usada, con los puños tan desgastados que apenas conservaban su forma.

Tang Yuhui recordó vagamente que la situación familiar de Xiao Jia no era fácil: solo su abuelo seguía con vida, sosteniendo como podía el hogar para los dos. El anciano fue alguna vez a recogerlo a la escuela; había tomado las manos de Tang Yuhui a la salida del aula y le había agradecido en tibetano, con un nudo en la garganta, una y otra vez.

Tang Yuhui dudó un instante antes de esbozar una sonrisa tierna.

—Xiao Jia, ¿cómo te va en la escuela? Esta tarde puedo pedir permiso para sacarte un rato y salir a dar una vuelta, ¿te parece bien? No será por mucho tiempo. Si interfiere con tus clases, puedo venir por ti el sábado.

Xiao Jia dejó de inmediato la cuchara y el cuenco, y respondió con apuro:

—¡No hace falta, profesor Tang! No interfiere, pero… de verdad, no necesito salir de paseo.

Con timidez, bajó la cabeza y murmuró lentamente:

—Profesor… usted quiere comprarme algo, ¿verdad? ¡No, por favor! Solo después de que se fue supe que había pagado todas mis matrículas atrasadas. Ni siquiera pude agradecerle en persona. ¡No puedo aceptar más de su parte!

Tang Yuhui abrió la boca, pero antes de que pudiera hablar, Xiao Jia continuó:

—Después de que mi abuelito falleció, me acogieron en casa de A-Zhe-gege. Su mamá y su papá son muy buenos conmigo, y A-Zhe-gege también. Esta chaqueta que llevo es suya. No olvido nada de esto, y siempre estaré agradecido. Cuando crezca, les devolveré todo, poco a poco.  

Tras un breve silencio, Tang Yuhui bajó la mirada, le acarició la cabeza y dijo con voz apenada:  

—Lo siento, no sabía…  

Xiao Jia, sin embargo, negó con la mano y sonrió, entrecerrando los ojos.

—Mi abuelito se fue al cielo. No estoy triste. Además, ya ha pasado mucho tiempo y ahora vivo feliz. No tengo derecho a entristecerme.

»Pero… ¿A-Zhe-gege no te había contado nada de esto? —preguntó Xiao Jia, algo confundido—. Pensé que seguían en contacto. 

Tang Yuhui se quedó paralizado, la mano suspendida en el aire.

—¿Por qué dices eso?  

Xiao Jia abrió los ojos como platos, parpadeando con inocencia.

—Porque hasta lo de que estaba en Chengdu me lo contó él.

Tang Yuhui permaneció inmóvil, desconcertado.

—¿Cómo iba a saberlo A-Zhe?  

Xiao Jia pareció aún más sorprendido que él. Rebuscó en su mochila, sacó un viejo celular y le mostró una captura de pantalla: era la antigua foto de perfil de WeChat de Tang Yuhui.

El enorme panda del IFS, encaramado al edificio de varios pisos, mostraba su trasero redondo, como si estuviera a punto de resbalar mientras luchaba por trepar. La luz del atardecer se reflejaba en los cristales del centro comercial, tiñendo la escena de un suave resplandor anaranjado, como si fuera un mundo de cuento de hadas irreal.

—Esto me lo envió A-Zhe-gege —explicó Xiao Jia—. Es su foto de perfil, ¿verdad, profe? Incluso me preguntó desde dónde se podía sacar el panda con este ángulo. Cuando lo encontramos después… ¿no fue porque A-Zhe-gege te había localizado?

Tang Yuhui miró fijamente su propia foto de perfil. Su cerebro perdió todas sus funciones de pensamiento, incapaz de articular palabra.

¿Cómo era posible?, pensó, aturdido.

Era aún menos probable que encontrarse, por pura casualidad, con la persona que se anhela día y noche en una megaciudad de quince millones de habitantes.

¿Desde dónde podía tomarse una foto con ese ángulo?

Desde cualquier sitio. Cualquier rincón en un radio de menos de diez metros en Chunxi Road podría ser el lugar, y Tang Yuhui ni siquiera vivía cerca. En ese cruce tan bullicioso que parecía hecho de siluetas recortadas, donde el ir y venir de turistas y residentes fluía como un río que no se detiene, nadie era recordado ni un segundo más de lo necesario.

¿Acaso Kang Zhe había deducido que estaba en Chengdu solo por esa tenue señal, y luego lo había buscado hasta encontrarlo?

Tang Yuhui negó para sus adentros. Kang Zhe no era de esos que hacen las cosas con un propósito tan claro. Quizás no había pensado en nada, simplemente se había dejado llevar por sus emociones y actuado en consecuencia.

No sabía dónde estaba Tang Yuhui. No había considerado contactarlo. Ni siquiera le importaba si lograba encontrarlo o no.

Kang Zhe no anhelaba, ni exigía. No corría hacia algo, ni lo perseguía. No tenía origen ni destino. Tal vez no albergaba expectativa alguna, y sin embargo, se fue acercando poco a poco, de verdad, a Tang Yuhui.

Tang Yuhui llevaba ya algunos meses en Chengdu, aunque no era tanto tiempo. ¿Cuántas veces había encontrado Kang Zhe alguna excusa para venir? ¿Cuántas veces había deambulado sin rumbo por calles que para él no tenían ningún significado? ¿Había buscado deliberadamente con la mirada a alguien que se pareciera a Tang Yuhui?

Si no hubiera sido por aquel encuentro fortuito en la tienda de conveniencia, ¿cuántas veces más habría venido? ¿Durante cuánto tiempo? ¿Hasta cuándo? ¿Se habría convertido el encontrarse con Tang Yuhui en una muy pequeña esperanza para él? ¿Hubo algún momento en que sintiera el impulso de enviarle un mensaje para preguntarle dónde estaba?

Xiao Jia lo miró con alto de inquietud y preocupación.

—Profesor Tang, ¿estás bien?

Tang Yuhui salió de su ensimismamiento y asintió mecánicamente.

Alzó la vista hacia la ventana, y en un momento de ensoñación, la luz del día lo llevó de vuelta a aquella tarde brumosa, bajo el resplandor frío y onírico de las luces incandescentes de la tienda.

Allí, el tiempo era opaco, la luz áspera, todos los rostros, borrosos. Solo aquel reencuentro, como un suspiro, había golpeado su alma.

Tang Yuhui recordó que Kang Zhe lo había mirado durante un instante que se hizo eterno y que todo parecía ir más lento, incluso su mirada.

Y entonces, Kang Zhe solo había pronunciado una frase, muy suavemente:  

«—De verdad eres tú».

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