Capítulo 44: En cada alba, en cada ocaso

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Cuando el despertador sonó por tercera vez en la mañana, Tang Yuhui estiró el brazo con esfuerzo, apagó la alarma y, frotándose los ojos, finalmente se incorporó en la cama.  

La luz suave y perezosa se filtraba oblicuamente por la ventana, iluminando la manta azul claro.

Tang Yuhui ocupaba solo la mitad de la cama. Se incorporó y, sin ningún propósito, se quedó un momento en blanco. Luego giró la cabeza y contempló por un rato el espacio vacío a su lado. Después de pensarlo un poco, se movió lentamente hacia el otro lado. Se apretó contra el pecho la manta, volvió a quedarse absorto sin querer, y finalmente cerró los ojos despacio.

Bip, bip, bip.

El tono de llamada del celular irrumpió abruptamente en la habitación. Tang Yuhui abrió los ojos de golpe, incapaz de creer que se había vuelto a quedar dormido. Se frotó los párpados con fuerza y, de inmediato, estiró el brazo para alcanzar el teléfono.

—¿Digaaa…?

Al otro lado, hubo unos segundos de silencio antes de que la voz grave de Kang Zhe llegara:

—¿Todavía no te levantas?

Tang Yuhui se atragantó sin razón. Carraspeó con fuerza e intentó responder con el tono más enérgico posible:

—Ya me levanté.

Quizá fue solo su imaginación, pero le pareció escuchar una risa leve de Kang Zhe. Sin embargo, el sonido fue tan breve y estaba tan mezclado con el ruido de la llamada que Tang Yuhui supuso que lo había malinterpretado. Justo cuando iba a decir algo más, Kang Zhe añadió:

—Pues si ya estás despierto, prepárate. Yo ya casi llego.

Tang Yuhui respondió con un «Valeee…» alargado, como un niño obediente. Kang Zhe asintió con un «mm», y entonces, de repente, los dos callaron.

Las palmas de Tang Yuhui empezaron a sudar. Aunque no se miró al espejo, estaba seguro de que su rostro ya se había puesto rojo.

Con cierta impotencia, no pudo evitar reprocharse: «¿Por qué estoy actuando como un estudiante de secundaria enamorado? Si ya no hay nada que decir, ¡entonces cuelga de una vez!».

Era como si se hubiera vuelto a enamorar de Kang Zhe desde cero. Desde que Xiao Jia le contó cómo Kang Zhe había llegado a Chengdú, Tang Yuhui sentía que vivía todos los días dentro de un sueño teñido de rojo, irreal, y había empezado a inquietarse y ponerse nervioso sin saber por qué, justo como la primera vez.

Justo cuando iba a hablar de nuevo, Kang Zhe pronunció de pronto su nombre.  

Su voz, ya de por sí grave y ronca, tras sufrir dos transformaciones por la señal electromagnética, sonaba realmente muy distinta a la habitual.

—Tang Yuhui.

Resultó que la distorsión en la frecuencia no provenía de algún fallo en la señal, sino que el propio Kang Zhe había alterado el patrón mismo de vibración de su voz. Tang Yuhui bajó la mirada y murmuró un leve «mm», para luego preguntar:

—¿Qué pasa?

Esta vez, ese breve sonido de risa llegó nítido a sus oídos. Kang Zhe sí había reído, un sonido bajo y fugaz, pero cargado de una resignación indulgente, que sin razón alguna aceleró el corazón de Tang Yuhui.

—Nos vemos en un rato —dijo Kang Zhe.

Las palmas de Tang Yuhui se calentaron de golpe. Soltó un «Ah» sin pensar, y enseguida, nervioso, se apresuró a corregirse:

—Sí, te espero…

Del otro lado de la línea, Kang Zhe alejó el teléfono por un momento y dejó escapar una breve risa despreocupada, antes de volver a acercarlo al oído. Entonces, imitando el tono arrastrado que había usado Tang Yuhui al despertar, respondió con lentitud:

—Valeee…

Tras colgar, se quedó sentado en la cama, aturdido, durante cinco minutos enteros. Luego, como si volviera en sí de repente, abrió mucho los ojos y, con incredulidad, se preguntó:

¿Kang Zhe acababa de… hacerse el lindo con él?

Las sábanas que acaba de alisar volvieron a arrugarse en un amasijo desordenado, con una persona enterrada en el centro.

Tang Yuhui respiró sin propósito su dióxido de carbono bajo el edredón durante cinco minutos más, antes de salir aturdido y, con visible reluctancia, abandonar la cama.

Todo el equipaje para su regreso a Pekín ya estaba listo desde la noche anterior. Después de arreglarse y desayunar, al ver que aún le sobraba tiempo, decidió limpiar la habitación una vez más.

El casero no estaba en Chengdú esta semana, pero siempre había tenido buena relación con Tang Yuhui y confiaba en él. Habían acordado que, una vez dejara el lugar en orden, podría marcharse directamente.

Justo cuando terminaba de trapear el piso por última vez, el timbre sonó. Dejó rápidamente lo que tenía en las manos, corrió hacia la entrada y, tras respirar hondo, abrió la puerta. 

Kang Zhe llevaba en la mano una bolsa de comida de un puesto de la calle. Miró fijamente a Tang Yuhui, inmóvil y en silencio frente a la puerta.

Vestía una chaqueta negra con capucha, y sus piernas –siempre absurdamente largas– se enfundaban ahora en un par de botas altas que las hacían parecer aún más esbeltas y bien definidas.

Por alguna razón, Tang Yuhui sintió que Kang Zhe lucía especialmente atractivo hoy. Siempre había sido consciente de su belleza, pero creía haber desarrollado cierta inmunidad ante ella. Sin embargo, allí estaba, tantos años después, con el corazón acelerándose al primer vistazo.

Kang Zhe no se apresuró a entrar. En cambio, lo observó con mirada grave, hasta que, tras un largo momento, esbozó una leve sonrisa y murmuró:

—¿No vas a darle un abrazo a tu novio?  

Tang Yuhui se estremeció por completo, un hormigueo recorriéndole la columna. Bajó la cabeza y, dócilmente, avanzó unos pasos hacia él.  

Kang Zhe entró al departamento, y en el instante en que la puerta se cerró, envolvió a Tang Yuhui entre sus brazos.

Cada vez que él lo abrazaba, Tang Yuhui podía sentir con claridad la vibración en su pecho al hablar. Su voz sonaba aún más grave que de costumbre.

Así, sosteniéndolo entre sus brazos, le dijo:

—Apenas han pasado unos días. ¿Por qué siento que hace tanto que no te veo?

Ese escalofrío entumecedor pareció extenderse hasta su corazón. Tang Yuhui apretó los labios, sintiendo cómo todo su cuerpo ardía.

Pero siempre había sido mucho más sincero que Kang Zhe. Extendió los brazos y rodeó lentamente su espalda, apoyando la mejilla contra la chaqueta del otro mientras susurraba, casi en un soplo:  

—Te extrañé mucho.

La voz risueña de Kang Zhe hizo que las vibraciones en su pecho se sintieran aún más nítidas, como si se sincronizaran con los latidos de Tang Yuhui.

Kang Zhe se separó un poco, inclinó la cabeza y le dio un beso largo, lento.  

Tang Yuhui se quedó perplejo por un instante, y luego una dulce punzada de emoción le brotó desde lo más hondo.

Nunca antes había sido besado por Kang Zhe con esa devoción, como si fuera algo precioso. Cuando por fin se separaron, su rostro estaba completamente arrebolado.

Alzó la mirada con ojos brillantes hacia Kang Zhe, y de pronto le entraron unas ganas irrefrenables de besarle la barbilla.

Pero Kang Zhe no se lo permitió. Cuando Tang Yuhui se inclinó hacia él, le apretó la cara entre los dedos, esbozando una sonrisa.

—No más besos, o ya no podrás irte.  

Tang Yuhui, aún con la cara entre sus dedos, lo miró con un deje de queja durante un largo rato. Finalmente, tras una pausa, emitió un resignado «mm», aunque sin mucha convicción.

Pero entonces Kang Zhe lo soltó, reflexionó un momento, y luego se acercó de nuevo para besarlo otra vez.  

Al entrar en la sala, Kang Zhe vio que Tang Yuhui ya había desayunado, así que sacó su teléfono para ver la hora.

Al final, Kang Zhe le ordenó sin contemplaciones a Tang Yuhui que cargara la bolsa con el desayuno, mientras él se colgaba la mochila de Tang Yuhui al hombro y salía arrastrando la maleta.  

Al salir del ascensor, había un tramo de escaleras ni largo ni corto. Tang Yuhui, que iba prácticamente sin carga, se sintió algo avergonzado y quiso llevar él mismo la maleta, pero le bastó una sola mirada de Kang Zhe para rendirse dócilmente.  

No fue hasta que cruzaron la puerta del edificio que Tang Yuhui se percató de que Kang Zhe había venido en coche.

El vuelo de Tang Yuhui era al mediodía, y todavía quedaba tiempo suficiente. Eso significaba que Kang Zhe debió de haber salido de Kangding de madrugada, antes incluso de que amaneciera, para poder llegar a esta hora.  

—¿Qué haces ahí parado como un tonto? —le dijo Kang Zhe al verlo plantado en el mismo sitio—. Ah, cierto, ¿nunca te has subido a mi coche?

¿Subir? Si ni siquiera parecía haber visto antes ese todoterreno completamente negro.

Kang Zhe arrancó el coche lentamente y, en un gesto poco habitual, le explicó a Tang Yuhui:

—Normalmente no conduzco mucho. Andar en moto es más práctico, y para distancias largas, el transporte público cansa menos.

Tang Yuhui asintió. Kang Zhe, con una mano en el volante, extendió la otra hacia él y le apretó brevemente la palma.

—Si tienes sueño, duerme un rato más. Todavía queda camino. Y si te entra hambre, tómate la leche de soja. La crepa seguramente ya está fría, déjala ahí.

Tang Yuhui negó con la cabeza.

—No tengo sueño, ni mucha hambre.

Pero aun así, obedientemente tomó la leche de soya y se la fue bebiendo, sorbo a sorbo.

El trayecto al aeropuerto duró algo más de una hora. Al final, Tang Yuhui terminó quedándose dormido.

Entre la temperatura agradable del coche y el paisaje que retrocedía tras la ventana, encontró, por primera vez desde que estaba con Kang Zhe, una sensación de tranquilidad. Y así no pudo evitar cerrar los ojos.

El tiempo para embarcar estaba algo ajustado. Kang Zhe acompañó a Tang Yuhui hasta la entrada del control de seguridad. Este bajó la cabeza y tomó su maleta, mientras Kang Zhe se quitaba la mochila y se la entregaba.

Tang Yuhui se quedó quieto, sin avanzar hacia el interior.

No sabía qué decir, pero fue Kang Zhe quien sonrió primero.  

—Parece que siempre soy yo el que te despide.

Casi al instante, los ojos de Tang Yuhui se nublaron. Parpadeó con fuerza para contener aquella humedad, reprochándose mentalmente su debilidad: «¿Por qué, incluso ahora que estamos juntos, una simple frase como esta me hace querer llorar?».

Dio un paso adelante, le rodeó los hombros con suavidad y, en seguida, lo soltó.  

Con una ligera curva dibujada en la comisura de sus ojos, añadió, sonriente:

—No soy de los que se despiden con besos en el aeropuerto. Supongo que a ti tampoco te gustaría.

Tang Yuhui asintió. Entonces Kang Zhe tomó su mano y puso algo en su palma.

Tang Yuhui sintió que el objeto era helado al tacto y estaba a punto de mirarlo cuando Kang Zhe le volvió a cerrar la mano con firmeza. Después de un largo silencio, dijo:

—Así que acuérdate de volver.

Cuando al fin lo soltó, Tang Yuhui bajó la mirada y abrió la palma. Entonces vio claramente lo que había dentro.

Era una llave.  

Una llave que le resultaba muy familiar, porque acababa de dejarla en la mesa del recibidor, justo antes de partir.

Era la llave del apartamento que había estado alquilando.

Kang Zhe lo miró fijamente y explicó:

—Lo compré. Esto es solo un gesto simbólico. Por supuesto, la cambiarás cuando vuelvas.

Tang Yuhui se quedó atónito, mirándolo con incredulidad. Kang Zhe le acarició el cabello y añadió con una sonrisa:

—¿Qué pasa? ¿No me dirás que solo hoy te has enterado de que, en realidad, estoy bastante bien económicamente?

Tang Yuhui seguía plantado allí, aturdido, con los ojos muy abiertos, como si hubiera olvidado cómo hablar.

Kang Zhe suspiró y añadió:

—Aunque seguro que no tengo tanto dinero como el doctor Tang. Así que, cuando regreses, tendrás que mantenerme.

Finalmente, como si despertara de golpe, Tang Yuhui se lanzó contra el pecho de Kang Zhe y lo abrazó con las manos temblorosas.

Kang Zhe no prestó atención a las miradas a su alrededor, pero tampoco hizo nada más.

Le acarició la espalda lentamente, y luego se apartó con suavidad, como la sombra de una nube que, tras detenerse bajo un sol abrasador, se desplaza poco a poco por la ladera. Así, Tang Yuhui quedó expuesto a un pedazo de ternura tan cálida como la luz de un día despejado.

Una ternura teñida del color de Kang Zhe: aún oscura, opaca, nada radiante, pero serena. Cuando llegó a los oídos de Tang Yuhui, solo eran palabras sencillas:  

—No llores más. Vete.

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