Desde que Gu Liwei y Luo Junran se reconciliaron, la relación entre ambos avanzó a pasos agigantados. Luo Junran trataba a Gu Liwei con un cariño genuino: cada mañana lo recogía temprano para llevarlo al trabajo y cada noche lo acompañaba de regreso. Su tono con él nunca se elevaba ni un poco; se podría decir que había completado del todo su transición de matón a marido devoto.
Durante este tiempo, Mu Tian también había experimentado en carne propia lo descarado que podía llegar a ser Luo Junran. Como no logró convencer a Gu Liwei de mudarse con él, prácticamente se le pegó a Mu Tian, quedándose en su casa hasta altas horas de la noche, sin importarle que lo echaran.
Según sus propias palabras: —¡Para conquistar a tu esposa, hay que tener la cara bien dura, y así serás invencible en el mundo!
Y, de hecho, el tiempo le dio la razón. Gu Liwei era de corazón blando; verlo ir y venir todos los días lo conmovía, así que terminó consintiendo que Luo Junran prácticamente se adueñara de su habitación.
A Mu Tian le alegraba sinceramente ver que Gu Liwei había encontrado a alguien que lo amara. Cada vez sonreía más, su rostro fino había ganado un poco de carne y se veía más saludable. Saber eso lo reconfortaba. Y con el beneplácito de su cuñado, Luo Junran lo consentía sin límites, hasta el punto de volver a Gu Liwei algo caprichoso. Claro que, para Luo Junran, eso no era más que parte del encanto de su esposa.
—¡Ay, ya te dije que no quiero más!— Gu Liwei apartó con frustración el plato frente a él—. ¿Crees que soy un cerdo? ¡Ya comí un montón!
Luo Junran tomó el plato y lo mimó con voz suave:
—Esposo, solo una más, ¿sí? Mira, hoy el tío Wang hizo tu plato favorito: manitas de cerdo estofadas. ¡Solo una más!
Su cuñado le había dicho que, en el pasado, Gu Liwei podía comer hasta once platos, pero ahora solo llegaba a nueve. Luo Junran se había propuesto recuperarle el apetito, quería verlo bien alimentado, blanco y redondito otra vez.
Pero Gu Liwei no estaba contento. Apretó la carne blandita de su abdomen con cara de lamento:
—Ya estoy engordando. ¡No puedo seguir comiendo!
Y, con gesto decidido, declaró:
—¡He decidido ponerme a dieta!
—¿De verdad hace falta, amor? —respondió Luo Junran con tono lastimero; él aún quería verlo más llenito.
—¿Por qué siempre quieres engordarme?—. Gu Liwei lo miró con sospecha y, de pronto, con los ojos abiertos de par en par, lo acusó—:
¡Dímelo! ¿Acaso quieres engordarme para después dejarme?
Luo Junran no pudo evitar reír. Lo abrazó con ternura y le susurró:
—¿Cómo podría hacerte eso? Me encantas así, redondito y adorable. No importa cómo seas, siempre me vas a gustar.
El rostro de Gu Liwei se tiñó de rojo, pero aún así levantó la barbilla con aire orgulloso:
—¡Bueno, al menos tienes buen gusto!
Al verlo así, Luo Junran sintió un cosquilleo en el corazón y se acercó con una sonrisa traviesa:
—Esposo, dame un beso.
Gu Liwei le dio una palmada en la cara y lo empujó, sonrojado y molesto:
—¡¿Qué estás diciendo?!
Luo Junran sabía que su esposo se avergonzaba fácilmente cuando había gente presente, pero igual lo miró con ojos de cachorro suplicante.
Gu Liwei, nervioso, echó un vistazo a Mu Tian y al pequeño para asegurarse de que no los vieran, y rápidamente le plantó un beso en la mejilla.
Su cara ya estaba tan roja que parecía que iba a echar humo.
—¡Listo! ¡Ya está!
Luo Junran se tocó la mejilla y sonrió como tonto. Sí, su esposo era lo mejor del mundo.
Mientras ellos derrochaban amor, Mu Tian, en cambio, no podía dejar de preocuparse. En los últimos días, el apetito del niño había crecido alarmantemente. Antes apenas comía dos platos, ahora ya iba por cinco, y ni siquiera una hora después de comer volvía a tener hambre. Por suerte, pese a comer tanto, no parecía tener ningún problema de salud.
Miró a Gu Liwei y pensó: ¿Será que el amor por la comida es contagioso?
El niño comía felizmente, y Mu Tian, al verlo, le acarició la barriguita. Ya iba por tres platos y todavía no se le notaba hinchado.
El pequeño notó el movimiento y giró con una sonrisa brillante:
—Tian Tian, ¡come!
Le acercó una costillita a la boca.
Mu Tian, enternecido, aceptó:
—La costillita que me da mi pequeño tonto es la más rica. Toma, una recompensa.
Y le dio un beso en la mejilla.
El niño, por costumbre, también le devolvió un beso baboso y siguió comiendo con entusiasmo. El tío Wang, viéndolos, ya no soportaba más la ternura y se cubrió los ojos antes de huir a la cocina. Estos dos ya ni me ven…
Después de comer, Mu Tian pidió al tío Wang que cuidara bien al pequeño, pues debía salir.
Luo Junran, abrazando a su esposo en el sofá, bromeó:
—Cuñado, si te preocupa dejar al joven Mo solo, ¿por qué no te lo llevas? Así, al menos, tu mente no se quedará en casa y podrás trabajar tranquilo.
Mu Tian lo fulminó con la mirada. Si fuera cualquier otra ocasión, quizá se lo habría llevado, pero lo de hoy no podía hacerlo.
Justo entonces, el pequeño bajó corriendo con una corbata en la mano:
—Tian Tian, ¡la corbata!
Mu Tian, al verlo con la carita enrojecida, no pudo evitar besarle la frente con cariño. No sabía de dónde había sacado esa idea, pero un día apareció con una corbata insistiendo en ponérsela. Si Mu Tian se negaba, él lo miraba con los ojos llenos de lágrimas hasta que cedía.
Como el niño apenas le llegaba al hombro, Mu Tian tuvo que inclinarse un poco para facilitarle el trabajo. Aunque la postura era incómoda, la dulzura del momento lo hacía soportable.
—Ah, el perfume de la ternura… el fin de los héroes —bromeó Luo Junran—. Míralo, su hijo adoptivo ya lo tiene completamente rendido. Si Mo Xiao le pidiera que muriera, seguro lo haría sonriendo.
Gu Liwei lo pellizcó en la cintura:
—¡No digas tonterías! Eso se llama amor.
Luo Junran asintió enseguida, antes de susurrar divertido:
—Como el nuestro, ¿verdad? Amor puro.
Gu Liwei solo lo miró resignado.
El niño, aunque lento, estaba concentradísimo, con expresión seria y cada movimiento perfectamente medido, como si se tratara de algo muy importante.
Mu Tian lo observó embelesado. Esto es lo que quiero… no necesito que sea talentoso o hermoso, ni que tenga fortuna. Solo quiero que me lleve en el corazón, que piense en mí.
—¡Listo!—. El pequeño sonrió de oreja a oreja, sus ojos brillando de orgullo.
Mu Tian le dio un beso en los labios, repitiendo su frase de siempre:
—Mi pequeño tonto es increíble.
Al ser elogiado, el niño se sonrojó y sonrió felizmente.
—Tian Tian, ¡bebé!—dijo, tomando la mano de Mu Tian y poniéndola sobre su barriga redondita, mirándolo con ilusión.
Mu Tian se quedó sin palabras. No sabía por qué, pero el niño seguía convencido de que tenía un bebé en el vientre. Cada vez que él salía de casa, lo obligaba a despedirse del supuesto “bebé”.
Mu Tian se agachó y, con voz suave, le habló al “bebé”:
—Bebé, pórtate bien, papá se va a trabajar.
Sin poder evitarlo, acarició con ternura el vientre del niño.
A veces pensaba, si de verdad hubiera un bebé ahí, sería maravilloso…
Aunque sabía que era imposible. Desde que eligió este camino, ya había aceptado que nunca tendría hijos propios. Pero, si algún día quisiera, siempre podría adoptar uno.
Besó al pequeño y, de buen humor, salió de casa.
Sala de juntas de JinXin Entertainment.
Huo Ran estaba sentado en el asiento principal, rodeado por un grupo de accionistas que lo observaban con ojos fríos.
—¿Qué significa esto?— Su voz sonó helada mientras recorría con la mirada a todos los presentes.
Quien se atrevía a cruzarse con su mirada asesina, enseguida apartaba los ojos.
El director Li se levantó con tono severo:
—La situación actual de JinXin es en gran parte tu responsabilidad como presidente. Nosotros, como accionistas, tenemos el derecho de destituirte. El cargo de presidente siempre debe pertenecer al más capaz.
Huo Ran sonrió con desdén. Vaya, así que al final mostraron los colmillos.
Cuando la empresa generaba dinero, nadie cuestionaba su liderazgo; todos lo adulaban. Pero ahora, ¿ya se atrevían a rebelarse?
—No olviden que sigo siendo el mayor accionista. ¡No tienen poder para destituirme!
—Te equivocas, presidente Huo—. Una voz fría resonó mientras la puerta de la sala se abría de golpe.
Un grupo de personas entró, y al frente, con paso seguro, venía el mismísimo Mu Tian. Un murmullo recorrió la sala: todos lo reconocieron de inmediato.
Huo Ran lo miró con odio.
—¿Qué haces aquí?
Mu Tian, sin molestarse en responderle, caminó con calma hasta el asiento que el director Li le cedió respetuosamente. Su actitud demostraba una obediencia total hacia él.
Fue entonces cuando Huo Ran lo entendió todo.
—¿Desde cuándo te vendiste a él? —le gritó al director Li.
Este sonrió tranquilamente:
—Siempre he sido hombre del joven Mu.
Huo Ran sintió un golpe en el pecho, como si un trueno le atravesara el cerebro. El director Li era uno de los accionistas más antiguos de JinXin… ¿cómo podía ser?
—¡Desde el principio nunca confiaste en mí!—le gritó a Mu Tian.
Mu Tian levantó la vista, calmado:
—Tú y yo no tenemos lazos, ¿por qué habría de confiar en ti?
En realidad, el director Li siempre había sido su aliado. A Huo Ran, Mu Tian nunca lo subestimó; pero con Situ Yu, sí bajó la guardia… y por eso lo traicionaron.
Huo Ran, fuera de sí, rugió:
—Aunque él esté de tu lado, solo tiene un 10 % de las acciones. ¡Incluso sumando las de tus aliados, solo llegas al 49 %! ¡No puedes superarme!
Mu Tian lo miró con una sonrisa tranquila, llena de confianza:
—Huo Ran, llevas tanto tiempo conmigo y aún no me conoces. ¿Crees que vendría aquí sin estar seguro?
Hizo una seña a Wang Ba, quien le entregó un documento a Huo Ran.
—Así que realmente compraste New Star…—. Huo Ran frunció el ceño. No le sorprendía que Wang Ba fuera hombre de Mu Tian, pero cuando vio que ese documento representaba el 55 % de las acciones, su rostro se descompuso por completo.
—Le diste el 6 % de tus acciones a Situ Yu, ¿verdad? No esperabas que él me las cediera a mí
Mu Tian lo miró con sorna.
—Tenías razón en algo: Situ Yu te amaba demasiado. Pero olvidaste que cuanto más profundo es el amor, más profunda puede ser la traición.
Cuando Situ Yu se le acercó para transferirle esas acciones, Mu Tian también se sorprendió. Incluso sospechó de sus intenciones. Pero al ver el vacío en su mirada, comprendió que el hombre ya no tenía nada más que perder.
—Perdí tanto por él, renuncié a todo… y al final, me equivoqué—.
El recuerdo de sus palabras aún resonaba. En ese instante, Mu Tian sintió compasión por él. Al fin y al cabo, Situ Yu también era un alma desgraciada.
—¡Situ Yu!—rugió Huo Ran, con los ojos inyectados en sangre. Nunca imaginó que el golpe final vendría de la persona en la que más confiaba.
Mu Tian, ignorando su rabia, declaró:
—Huo Ran, desde hoy el presidente de JinXin soy yo. A partir de ahora, puedes quedarte en casa y esperar tus dividendos.
El rostro de Huo Ran se contrajo de ira; lo miró sin poder pronunciar palabra.
Mu Tian se inclinó ligeramente hacia él y le susurró al oído:
—Cuando tramaste en mi contra, debiste prever que llegaría este día.
El cuerpo de Huo Ran comenzó a temblar de furia. Su mente zumbaba, incapaz de procesar la humillación. Le lanzó una última mirada llena de odio y, sin decir nada más, se dio media vuelta y se marchó.
Sabía que quedarse sería solo condenarse a la vergüenza.