Capitulo 61

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Capítulo sesenta y uno

Mo Xiao estaba embarazado, y eso, sin duda, era un gran acontecimiento. Tanto los padres de la familia Mu como los de la familia Mo, además de los hermanos de Mo Xiao, estaban llenos de sorpresa y alegría. Hasta ese momento, ni en la familia Mo ni en la familia Mu había nacido un solo niño, así que no era de extrañar su entusiasmo.

Sin embargo, después de la alegría vino la preocupación. Que un hombre quedara embarazado ya era algo que desafiaba las leyes de la naturaleza. ¿Sería igual que el embarazo de una mujer o mucho más peligroso? Con esa inquietud en mente, nadie pudo quedarse tranquilo. Primero, la madre de Mo y la madre de Mu se mudaron al domicilio con grandes bolsas y maletas; luego, sus respectivos esposos las siguieron.

Los hermanos de Mo Xiao siempre lo habían querido con ternura, y ahora, con ese pequeño dentro de su vientre —su futuro sobrino—, querían cuidarlo aún más. La villa de Mu Tian podía albergar a siete u ocho personas sin problemas, pero con todos los que querían quedarse, el espacio ya resultaba insuficiente.

Aun así, pensaron que, si no podían vivir dentro de la villa, quedarse cerca también era una buena opción. Y tuvieron suerte: justo a unos cien metros de la casa de Mu Tian, una familia se mudaba al extranjero y quería vender su vivienda. ¡Era como si el cielo les ofreciera una almohada justo cuando querían dormir! Los hermanos Mo compraron la casa de inmediato, la limpiaron, la remodelaron y se mudaron en apenas una semana. Desde entonces, establecieron su hogar junto al de Mu Tian.

Desde ese día, la paz de la villa de Mu Tian desapareció por completo.

Desde que las dos madres se instalaron allí, Mo Xiao debía beber cada día varios tazones de sopas tonificantes. Al punto de que, con solo verlas, el pequeño se ponía pálido. Pero aunque le dolía verlo así, Mu Tian no se atrevía a impedirlo. Sabía bien que, siendo un hombre embarazado, el cuerpo de Mo Xiao debía soportar un esfuerzo enorme, y todo lo que hicieran por fortalecerlo sería necesario.

Por suerte, quizá porque el bebé sabía que su padre no lo estaba pasando bien, se portaba muy bien en el vientre: casi no daba guerra, siempre tranquilo.

—Ven, Xiaoxiao, toma la sopa~ —dijo la madre de Mo, acercándose con una humeante sopa cuyo aroma llenó toda la habitación.

Aun así, por más deliciosa que fuera, beberla a diario ya le había quitado todo el encanto.

Apenas la vio, el pequeño frunció los labios, agarró la ropa de Mu Tian con ambas manos y escondió toda la cabeza en su pecho, en clara señal de —no quiero—.

La madre de Mo no perdió la calma. Colocó la sopa sobre la mesa frente a Mu Tian y, con una mirada, le indicó que le tocaba a él convencerlo. Después de todo, para hacerle beber la sopa, nadie era más efectivo que Mu Tian. Aunque, en el fondo, la mujer no pudo evitar un pequeño toque de celos. Antes, su hijo dependía completamente de ella: le pedía mimos, hacía pucheros… Pero ahora, todo eso se lo daba a Mu Tian. Sin embargo, más allá de la punzada de envidia, también se sentía reconfortada: su hijo había crecido, había aprendido a amar.

Mu Tian, con un brazo abrazándolo y el otro acariciando su redondo vientre, se inclinó y le susurró al oído con voz suave:
—Pequeño tontito, ya es hora de beber la sopa.

—¡Mmm, no! —protestó el pequeño, negando con fuerza y murmurando—: ¡Xiaoxiao no quiere sopa!

Su rostro, escondido en el pecho de Mu Tian, se arrugaba como una pasa.

Mu Tian lo acarició de nuevo, tomó el cuenco y trató de persuadirlo con ternura:
—Pero el bebé quiere beber, tontito. Vamos, solo esta taza y ya.

¡Clang!

Un fuerte estruendo resonó en la sala. Ante la mirada incrédula de Mu Tian, el pequeño había levantado la mano y tirado el cuenco al suelo.

¿El suave y dócil Mo Xiao… enojado?

Aún sentado en el regazo de Mu Tian, el pequeño se levantó de golpe.

—Pequeño tontito… —murmuró Mu Tian, todavía atónito.

El niño, con los ojos rojos, gritó de repente:
—¡Tian Tian, malo!

Dicho esto, se giró y salió corriendo. Con su vientre redondo como una sandía, la escena era tan alarmante que todos se quedaron pálidos.

Mu Tian apenas tardó un segundo en reaccionar. No sabía por qué su pequeño había estallado así, pero solo podía sentir preocupación. Correr en ese estado era demasiado peligroso.

Aunque Mo Xiao no podía correr rápido, el esfuerzo era evidente y torpe. Mu Tian lo alcanzó en unos pasos, lo tomó de la mano y lo abrazó con fuerza.

El pequeño levantó el rostro: sus lágrimas le habían corrido todo el maquillaje, sus ojos estaban rojos y brillantes, y su expresión, toda tristeza y desamparo. Aun en brazos de Mu Tian, no se calmó, sino que se debatía, llorando una y otra vez:

—¡Tian Tian, malo! ¡Malo!

Cada palabra era un golpe directo al corazón de Mu Tian. Verlo llorar así lo destrozaba; sentía como si un cuchillo le raspase lentamente el pecho. ¿Qué había hecho para herirlo tanto?

—Sí, sí, Tian Tian fue malo… No llores, tontito, no llores —susurraba Mu Tian, abrazándolo con fuerza.

Pero antes de que pudiera calmarlo, el pequeño perdió el aire entre sollozos, sus ojos se pusieron en blanco y se desmayó en sus brazos.

—¡Llamen al médico! —gritó Mu Tian con desesperación.

—No pasa nada, solo está demasiado alterado —explicó el doctor Jiang Yisheng con gesto grave, tras examinarlo—. Por suerte, ha estado bien cuidado últimamente y el bebé está a salvo. Pero deben tener mucho cuidado; no puede sufrir más agitaciones emocionales o no podré garantizar nada.

El pequeño yacía con los ojos cerrados, su rostro aún manchado de lágrimas. Esa carita, que antes se veía tan rosada y llena de vida, ahora le parecía a Mu Tian pálida, frágil, casi consumida. El remordimiento lo aplastaba por completo.

—Ah, cierto —añadió el doctor—. El paciente tiene algo de pena acumulada; sería bueno que intentaran animarlo más.

¿Pena acumulada?

Todos quedaron atónitos. Mo Xiao siempre sonreía, nadie había notado su tristeza.

Mu Tian se sintió aún más culpable.

Todo fue mi culpa. Estaban juntos cada día, y aun así no había sido capaz de notar su angustia.

—Mu Tian, déjame limpiarle la cara a Xiaoxiao —dijo la madre de Mo, extendiéndole un paño tibio.

Mu Tian lo tomó suavemente.
—Mamá, déjame hacerlo a mí —pidió.

Ella lo observó con preocupación. Aunque la situación había sido grave, no culpaba a Mu Tian: durante todo ese tiempo había tratado a su hijo con devoción. Sin embargo, que su hijo cayera enfermo por tristeza seguía pareciéndole increíble.

Con una mirada, indicó a los demás que salieran de la habitación.

Mu Tian, ajeno a todo, se quedó limpiando con delicadeza el rostro del pequeño, con los ojos llenos de remordimiento.

—Perdóname, tontito —susurró, cerrando los ojos y depositando un beso suave en su frente.

Mo Xiao durmió todo el día. Mu Tian no se movió de su lado, sin apartar la vista ni un segundo, temeroso de perder el momento en que despertara.

Por eso, cuando el pequeño abrió los ojos al anochecer, lo primero que vio fue a Mu Tian frente a él.

—Pequeño tontito… —murmuró Mu Tian, acercándose con voz baja y dulce.

El niño lo miró unos segundos en silencio, y de pronto sus ojos se llenaron de lágrimas. No dijo nada, solo empezó a llorar en silencio, y ver esas lágrimas silenciosas hizo que el corazón de Mu Tian se desgarrara por completo.

—Tranquilo, pequeño tontito, no llores más. Es culpa de Tiantian, Tiantian fue malo, no te cuidó bien… —Mu Tian se inclinó y lo abrazó con ternura, hablándole en voz baja para consolarlo.

En cuanto el niño empezó a llorar, él se desorientó por completo. Toda su elocuencia habitual desapareció, quedando solo un torbellino de angustia y cariño en su corazón. ¿Cómo podía su pequeño tontito llorar así?

El ser humano tiene una debilidad: cuando nadie lo consuela, puede fingir fortaleza; pero cuando alguien lo abraza, toda la pena contenida brota como un torrente desbordado.

La voz suave de Mu Tian fue la chispa que rompió la contención del niño. De repente, soltó un fuerte —¡Waaah!— y empezó a llorar con más fuerza, aferrándose a la ropa de Mu Tian con ambas manos como si fuera su único salvavidas.

Las lágrimas caían en grandes gotas sobre su hombro, y Mu Tian sentía que cada una ardía como fuego.

Acariciándole la espalda con suavidad, preguntó en voz baja:
—Pequeño tontito, ¿qué pasa? ¿Por qué lloras tanto?

El niño, con el rostro lleno de lágrimas, sollozaba entrecortadamente:
—¡Tiantian, malo! ¡Solo quiere al bebé, no a Xiaoxiao! ¡Malo!

Al oír eso, Mu Tian sintió como si un rayo le atravesara el pecho. Su corazón tembló violentamente. Jamás había imaginado que el pequeño pensara así.

—Lo siento, pequeño tontito… —susurró, apretándolo más fuerte entre sus brazos. Sus propios ojos se llenaron de lágrimas sin que pudiera evitarlo.

Sí, era su culpa. Mo Xiao estaba embarazado, y en su vientre crecía su hijo. Para Mu Tian, que alguna vez pensó que jamás tendría un heredero de su sangre, aquello había sido una alegría indescriptible. Se había dejado llevar por esa felicidad, sin detenerse a pensar en los sentimientos de Mo Xiao.

El pequeño era sensible, mucho más que los demás, y esa misma sensibilidad lo hacía sentirse más herido que nadie.

Y no solo él: todos los demás habían actuado igual. El padre y la madre de Mo, los padres de Mu, los hermanos de Mo, Gu Liwei, Luo Junran… Todos estaban pendientes del bebé, ilusionados con su llegada, pero nadie había pensado en el padre que lo llevaba dentro.

Cada vez que pensaba en eso, Mu Tian se sentía un monstruo, imperdonable.

—Perdóname, pequeño tontito —murmuró con voz temblorosa—. Fue culpa de Tiantian. No volverá a pasar, te lo prometo, créeme.

—Tiantian… —susurró el niño.

Sintió entonces unas gotas cálidas caer sobre su piel. Se detuvo un instante, sorprendido. ¿Tiantian… está llorando?

Mu Tian lo apretó con fuerza contra su pecho, sin permitirle ver su rostro.

—Escúchame, pequeño tontito —dijo, mirándolo con seriedad—. Tiantian solo ama a su pequeño tontito. El bebé me gusta solo porque es tuyo, porque tú lo trajiste al mundo. Pero si tenerlo te hace sufrir, Tiantian preferiría no tenerlo.

Sus palabras terminaron con un brillo decidido en los ojos.

Si tuviera que elegir entre el bebé y Mo Xiao, sin dudarlo, elegiría a Mo Xiao.

El niño se sobresaltó, y su rostro se llenó de pánico. Retrocedió mientras se cubría el vientre, gritando:
—¡No! ¡No hagas daño al bebé! ¡No!

Mu Tian se quedó inmóvil un segundo, y luego una sonrisa dulce le suavizó el rostro.

Así era su pequeño tontito… su adorable y torpe tontito.

—No, no haré daño al bebé —le aseguró, abrazándolo de nuevo—. Pequeño tontito y el bebé son las dos personas que Tiantian más ama en el mundo.

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