Di Ye presionaba la herida con un poco de papel higiénico mientras se enjuagaba rápidamente los restos de sangre con agua. Al salir del baño, vio que Leng Ning seguía entretenido con sus plantas acuáticas.
Al verlo, se irritó de inmediato. Se dejó caer en el sofá de forma ruidosa.
—¿Todavía sigues trasteando con esa porquería tuya?
Leng Ning no le contestó. Dejó las pinzas a un lado y fue al baño a lavarse las manos.
Cuando volvió, Di Ye estaba presionando la herida con papel, mientras escribía un mensaje en su celular con la otra mano. No había terminado de escribirlo cuando alguien le levantó la barbilla y le echó hacia atrás el cabello del flequillo, sujetándolo con una pinza.
Al tener tan cerca el rostro de Leng Ning, entrecerró los ojos involuntariamente.
¿Así que esta es la famosa piel perfecta que tanto envidiaba Shu Shu? Bah, tan afeminado…
—¿Siempre tratas así tus heridas? —preguntó de pronto Leng Ning.
La mirada de Di Ye se posó en el mentón del otro. Leng Ning tenía un rostro fino, de mandíbula marcada. No parecía haber pasado por cirugía estética.
—Mientras no sangre, está bien. No soy tan delicado —respondió Di Ye.
Leng Ning levantó el papel que cubría la herida y se acercó un poco más. Con unas pinzas, tocó suavemente el borde del corte.
—Es algo profundo. Puede que te quede cicatriz.
—¿Estás seguro? —frunció levemente el ceño.
Aunque fuera rudo, sí le importaba su cara. Al fin y al cabo, era el “rostro del cuerpo de policía” de Longchuan. Nadie podía quitarle ese puesto.
—El corte es limpio. Si se sutura con hilo estético, tal vez se pueda evitar.
—Ah… —Di Ye suspiró aliviado—. Entonces mejor voy al hospital…
No terminó la frase, porque vio a Leng Ning sacar de su botiquín una bolsa con hilo quirúrgico azul claro, extremadamente fino.
—¿Qué clase de persona eres tú para tener estas cosas en casa?
—Cada quien tiene sus manías. ¿Qué tiene de raro?
Di Ye torció la boca con una sonrisa burlona.
—Vaya que eres especial…
—Usaré hilo de polipropileno 5-0. Es flexible, causa poca reacción en los tejidos y casi no irrita. Solo aguanta un poco —dijo Leng Ning, mientras preparaba una aguja curva con unas pinzas.
—No entiendo nada de lo que estás diciendo. ¡Dale, cose de una vez! —resopló Di Ye.
Cuando Leng Ning se acercó con la aguja, Di Ye echó la cabeza hacia atrás y abrió los ojos de par en par.
—¡¿Vas a coser así nomás?! ¿Sin anestesia?
—Esto no es un hospital. Tendrás que aguantar.
Di Ye se quedó pasmado.
—¡Espera! —exclamó—. Con un hilo tan fino… ¿cuántas puntadas vas a dar?
—Unas veinte, más o menos.
—…
Al ver la cara de tragedia que puso Di Ye, Leng Ning no pudo evitar curvar ligeramente los labios. Luego dejó la aguja y tomó un algodón con desinfectante. Justo al lado, había un frasco de lidocaína.
Di Ye lo miró en silencio.
—Como te vi pelear sin miedo a morir, pensé que este dolor no te iba a importar.
—Pelear es pelear. Coser es otra cosa. No es lo mismo —replicó Di Ye, cambiando el tono de golpe. —Leng Ning, ¿no estarás guardándome rencor?
—¿No eras tú el que me acusaba de ser un farsante? —respondió Leng Ning, extrayendo un trozo de vidrio de la herida con unas pinzas. —Solo estoy haciendo lo que se supone que hace un farsante.
Di Ye soltó una risa corta.
—¿Memoria selectiva, eh?
—El cerebro humano recuerda mejor lo negativo —dijo Leng Ning, volviendo a su tono frío y distante. —Lo segundo que más recuerda es aquello que le interesa.
—¿Y yo cuál soy? —preguntó Di Ye, medio en serio, medio en broma.
—Estás entre los dos.
La respuesta lo dejó pensativo.
¿Qué quería decir con eso?
¿Que está interesado en mí?
Después de pasar todo eso por su “CPU mental”, Di Ye llegó a una conclusión:
—¡Está claro! Me admira.
Las manos de Leng Ning eran muy suaves; Di Ye apenas sentía las puntadas. Pero en su mente, no paraba de preguntarse: Con una herida tan pequeña… ¿por qué está tardando tanto en coser? ¿Estaba intentando alargar a propósito el tiempo de contacto cercano con su ídolo? ¿Qué estaba intentando hacer?
Si en ese momento Di Ye hubiera mirado la hora, habría visto que solo habían pasado cinco minutos.
Después de cortar el último hilo, Leng Ning le advirtió:
—La herida no debe mojarse. Desinféctala todos los días, y compra en la farmacia unos apósitos impermeables. Cuando te bañes, colócatelos.
—No hay que exagerar. Con mi capacidad de recuperación, en dos días estaré bien.
Mientras hablaba, Di Ye se subió intencionadamente la manga, como si fuera casual, dejando ver los músculos de su brazo.
Leng Ning estaba limpiando la mesa manchada de sangre y ni siquiera alzó la vista.
—Buen viaje, no te acompaño.
Di Ye dio unos pasos y de repente recordó algo. Se dio la vuelta y preguntó:
—¿Cuándo tengo que venir a que me quites los puntos?
Leng Ning bajó la cabeza y cerró el botiquín.
—En una semana.
—¿Tanto tiempo?
—La herida necesita tiempo para sanar. Tienes que tener paciencia.
—¿Puedo venir contigo para que me cambies las vendas? —preguntó Di Ye.
Leng Ning dejó de recoger la basura, levantó los párpados y lo miró.
—¿Todavía sigue fuera de la ciudad su médico forense?
—Es un hombre ocupado. No tiene tiempo para cosas pequeñas como esta —Di Ye seguía con la mirada a Leng Ning.
—Ven directamente a Jinmai a buscarme —dijo Leng Ning mientras tiraba lo que tenía en las manos al cubo de basura—. Estos días casi no estoy en casa.
—Está bien —Di Ye se levantó—. Nos vemos en Jinmai.
Zhou Mao juró que no sabía nada sobre lo del KTV.
Cuando se le preguntó por los agujeros de bala en su casa, describió a un asesino enmascarado.
—Ese día había tomado unas copas. Al llegar, noté que todo estaba patas arriba, como si hubieran entrado a robar…
Zhou Mao, al ver su casa revuelta, instintivamente buscó el cuchillo que siempre llevaba encima y, con sigilo, se acercó al dormitorio.
El hombre lo detectó rápidamente. Ambos se enfrentaron en seguida, primero en la habitación y luego en el patio.
Durante la pelea, el hombre sacó una pistola y disparó. La bala rozó la cabeza de Zhou Mao y se incrustó en la pared.
—No era tan hábil. Si no hubiera tenido un arma, seguro que lo vencía.
Aún temblando, Zhou Mao se escondió detrás de una cobertura. Cuando asomó la cabeza, el hombre ya había desaparecido.
Se secó el sudor de la frente, luego desenterró la escopeta casera que había escondido bajo un árbol, la cargó y empezó a buscar al culpable revisando las cámaras de seguridad.
Descubrió que la persona había desaparecido cerca del KTV de Hao Ge.
Desde entonces, estuvo patrullando por la zona para encontrarlo.
—Dices que te disparó. ¿Y la bala?
—La tiré —respondió Zhou Mao—. Si me la encontraban, sería un lío. La arrojé al río.
—¿Qué río?
—Al río Longchuan. Seguro que ya no la encuentran.
En la sala de vigilancia, Di Ye estaba sentado con una pierna cruzada, recostado en la silla, observando cómo Xie Changhong interrogaba a Zhou Mao.
Al mirar su rostro, de repente recordó algo.
La silueta de alguien cruzó su mente fugazmente…
Hace cinco años, en la frontera.
En ese entonces, él y su equipo SWAT, irrumpieron en una villa junto al mar para rescatar a unos rehenes. Justo cuando habían localizado la posición exacta, un helicóptero descendió desde la cima de la montaña. Un hombre, con una ametralladora en mano, disparó en su dirección.
Mientras esquivaba las balas, Di Ye vio fugazmente el perfil de Wei Qiang reflejado en el cristal sobre la ventanilla del vehículo.
Fang Weiqiang no era para nada como se lo había imaginado. Pensaba que un narcotraficante con ese nombre sería un tipo feroz y temible, pero para su sorpresa, Fang Weiqiang parecía muy joven. Vestía un traje elegante y daba una especie de falsa impresión de caballero.
Según decían, este sujeto había estudiado química, con un talento notable. Abandonó la universidad después de sintetizar el Polvo de Viuda.
Ese día, entró al lugar junto a sus compañeros. Fue el primero en subir las escaleras y al abrir la puerta de una de las habitaciones del segundo piso, Zhou Mao apareció de pronto frente a él. No tuvo tiempo de pensar: se trenzaron en una pelea.
Cuando por fin logró deshacerse de Zhou Mao y se levantó, alcanzó a ver a un chico acurrucado en una esquina, cubierto de heridas.
No se sabía cuánto había sufrido. Su rostro y sus rasgos eran irreconocibles. Su voz estaba tan ronca que apenas si se mantenía con vida.
—Corre… hay una bomba…
Esa fue la última frase que logró decir antes de desmayarse.
El sonido de la puerta al cerrarse de Xie Changhong lo sacó de sus pensamientos.
Aunque Di Ye no había dormido ni un segundo en toda la noche, no sentía nada de sueño.
Tras la salida de Xie Changhong, comenzó a oírse un ronquido dentro de la sala de interrogatorios.
Zhou Mao estaba recostado contra la silla, durmiendo profundamente.
¿Había huido durante cinco años, y ahora que lo atrapaban podía dormir tan tranquilo?
Algo no estaba bien. Para nada…

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