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Tang Yuhui se quedó parado, algo incómodo. Al principio había pensado que llevar flores sería demasiado llamativo, así que compró un peluche de panda en la tienda de souvenirs y esperó en la puerta de llegadas.
Pero ahora, con el adorable panda entre sus brazos, sentía que todas las chicas a su alrededor lo miraban fijamente, y empezó a arrepentirse de no haber comprado un ramo de flores después de todo.
Así que, en cuanto vio a Ke Ning, Tang Yuhui empezó a agitar la mano con fuerza, temiendo que el otro no lo viera si se tardaba un segundo más.
—¡¡Ke Ning!!
Un chico con el cabello teñido de castaño claro apareció; sus ondas suaves le caían sobre la frente, haciendo que su rostro pareciera aún más pequeño.
Ke Ning tenía cara de no haber dormido bien, pero nada más ver a Tang Yuhui, se le dibujó una sonrisa en los labios y se acercó a paso rápido, arrastrando su maleta.
Tang Yuhui le entregó el panda, y Ke Ning lo acomodó sin pensarlo entre sus brazos. Con palabras breves expresó que le gustaba, pero su mirada inquieta seguía escudriñando los alrededores, como si buscara algo.
—¿A quién buscas? —le preguntó Tang Yuhui, confundido.
Ke Ning parpadeó, como si la respuesta fuera lo más obvio del mundo.
—¿Y tu novio?
Tang Yuhui se quedó un momento paralizado antes de mirarlo entre divertido y resignado.
—Qué chismoso eres… ¿De verdad viniste a verme a mí?
—¡Ay, es que quería conocerlo! —dijo Ke Ning, abrazando el panda mientras caminaba—. Por cierto, ¿y la pancarta que prometió el Doctor Tang? No vale la pena venir hasta aquí en pleno Año Nuevo solo para verte. Yo lo que quiero es conocer al famosísimo «A-Zhe-gege».
Tang Yuhui lo ayudó con la maleta y sonrió.
—Nos está esperando en la salida.
Tras decir eso, volvió la cabeza y le lanzó a Ke Ning una sonrisa cargada de significado.
—A ver cuánto te dura ese entusiasmo —dijo.
Kang Zhe había estacionado originalmente en el carril más alejado de la terminal –así evitaba lidiar con el personal del aeropuerto, que siempre andaba echando a la gente con el ceño fruncido–, pero entonces pensó en Tang Yuhui y en ese chico de las fotos que parecía más bajito que él. Resignado, volvió a girar el volante y se dirigió al carril más cercano.
Bajó y se apoyó contra la puerta del vehículo, sacó un cigarrillo de la cajetilla, lo sopesó un instante y finalmente lo guardó de nuevo. Cruzó los brazos y se puso a mirar con desinterés los horarios de vuelo en las pantallas a lo lejos.
Ke Ning, abrazando el panda que Tang Yuhui le había comprado, miraba a su alrededor con curiosidad. Apenas salió por la puerta, sus ojos se toparon de inmediato con un tipo guapo, de rostro inexpresivo, apoyado en un todoterreno, alto, de piernas largas y vestido completamente de negro, con el aire de un modelo masculino.
Se detuvo un instante, pero Tang Yuhui ya caminaba directamente hacia el otro. Ke Ning volvió en sí de inmediato y lo siguió, aún estupefacto.
El guapo primero le cogió la maleta a Tang Yuhui y le acarició suavemente el pelo. Luego volvió la cabeza y cruzó una mirada con Ke Ning.
Cuando le vio el rostro con claridad, Ke Ning se quedó pasmado un instante. Al volver en sí, sintió una repentina incomodidad y, sin saber por qué, se irguió un poco de manera instintiva.
—Hola… —saludó, con una rigidez poco característica en él.
Por suerte, el guapo le respondió al instante con una sonrisa inofensiva, arqueando una ceja como si se sintiera un poco sorprendido.
Ke Ning se sorprendió al descubrir que el hombre que segundos antes le había hecho estremecer con su frialdad, al sonreír dejaba ver unos caninos ligeramente marcados y una sonrisa algo dulce. Pero seguía siendo igual de genial y frío, como un iceberg, lo que hacía que uno no se atreviera a mirarlo directamente por mucho tiempo.
Tang Yuhui, que ya se había acomodado en el asiento del copiloto, asomó la cabeza como si de pronto recordara algo.
—Ah, se me olvidaba. Ke Ning, este es mi novio, Kang Zhe. Aunque, ¿ya sabías cómo se llama, no? —preguntó con genuina curiosidad.
Kang Zhe, con gesto cooperativo, le abrió la puerta trasera a Ke Ning e hizo un ademán invitándolo a subir. Respondió con una sonrisa que no llegaba a ser tal:
—Hola.
Ke Ning se quedó pasmado un segundo antes de meterse a toda prisa en el auto.
Incluso cuando el coche ya se había alejado del aeropuerto, seguía sintiendo un escalofrío en el pecho. «Este tipo guapo es demasiado letal —pensó—, con razón Tangtang no tuvo ni la menor posibilidad de defenderse antes de enamorarse».
Se pasó una mano por el pecho, como para calmar un aliento que en realidad nunca se le había ido, y pensó con un alivio inexplicable: «Menos mal… Por lo menos Tangtang no salió perdiendo».
Al frente, Tang Yuhui y Kang Zhe intercambiaban algunas palabras de vez en cuando. No estaban encima el uno del otro, pero entre ellos había una intimidad muy tranquila y cómoda.
No era la primera vez que Ke Ning visitaba Chengdu, pero esta vez había escogido con intención uno de sus pocos ratos libres, solo para ver a Tang Yuhui, a quien no veía desde hacía casi medio año.
Siempre había sentido cierta inquietud respecto a su relación. Se tenía a sí mismo por la familia de Tang Yuhui y no podía dejar de arrepentirse de no haber estado ahí para «filtrar» al novio como se debía.
Cuando Tang Yuhui eligió un camino que nadie más respaldaba tras graduarse, se distanció por completo con su familia. Ke Ning tampoco estaba exento de pesar, e incluso a veces sentía una especie de resentimiento irracional, sin entender qué tipo de persona podría valer que Tang Yuhui actuara así.
Porque Ke Ning siempre había sabido que solo él entendía lo bueno que era Tang Yuhui: tan excelente como ingenuo, desesperadamente necesitado de amor, pero con una bondad etérea que lo hacía parecer ajeno a este mundo. Probablemente fuera la persona más fácil de engañar del mundo entero.
En cuanto a compatibilidad física, Kang Zhe sin duda cumplía con creces. Pero lo que Ke Ning no podía saber era si en verdad trataba bien a Tang Yuhui.
Sentado en el asiento trasero, Ke Ning reflexionó un momento y se le heló el corazón. Pensó que Tang Yuhui probablemente estaba tan embelesado por ese hombre que ya le habría entregado todo lo que tenía, completamente incapaz de descifrar las verdaderas intenciones de ese galán de nivel iceberg.
«Seguro que le ha dado todo lo que tenía para ofrecer —se lamentó—. Y con un tipo así, frío e inescrutable como un iceberg, Tang no tiene ni la más mínima posibilidad».
Era pleno Año Nuevo chino, y Ke Ning no quería molestar por mucho tiempo, así que en un principio solo planeaba quedarse dos o tres días: ver a Tang Yuhui y luego volver a casa para seguir celebrando con su familia.
Tang Yuhui tendría que volver al trabajo después del Año Nuevo, así que, aunque fuera algo repentino, Ke Ning no tuvo más remedio que visitarlo justo en esas fechas.
Pero había otra razón, más oculta: le preocupaba que, ahora que Tang Yuhui había cortado por completo el contacto con su familia, pudiera sentirse solo durante el Año Nuevo. No sabía cómo iban las cosas con su novio, y quería asegurarse de que, al menos, lo estuviera pasando bien.
Al llegar al apartamento, Kang Zhe cargó sin esfuerzo la maleta de Ke Ning durante todo el trayecto, sin permitir que ninguno de los dos la tocara siquiera.
La habitación de invitados estaba impecable, pero Ke Ning no tuvo tiempo de fijarse en los detalles: su atención fue absorbida por completo por el hogar de Tang Yuhui.
El departamento de Kang Zhe y Tang Yuhui era muy espacioso y, además, por estar en el último piso, ofrecía una vista completamente despejada y amplia.
La sala estaba decorada con mucho gusto, pero la pared principal era de un rojo intenso como el cinabrio, donde colgaba un tapiz teñido artesanal con motivos intrincados y delicados. Debajo de este, se alineaban varias hileras de tambores africanos de distintos tamaños, piedras hermosas y de formas peculiares, y una alta y ordenada pila de discos. A un lado, descansaba una vieja maleta de cuero repleta de flores secas, tan quebradizas por el sol que crujían al menor roce. Ke Ning alcanzó a ver unas cuantas flores de girasol frescas tiradas descuidadamente sobre la superficie.
Al otro extremo de la sala había una enorme pantalla de proyección, flanqueada por dos altavoces negros tan caros que hasta Ke Ning sintió que le dolía el bolsillo. Un sofá, impecablemente ordenado, estaba situado detrás, pero era evidente que casi nadie lo usaba. Sobre la suave alfombra de cachemira reposaban dos enormes puffes y, encima, una manta que se veía cálida y acogedora.
Ke Ning miró por una de las ventanas hacia el balcón, que parecía un exuberante invernadero. Incluso en invierno, estaba cubierto de un vibrante verdor perenne, tan intenso que por un momento podía confundir la estación y hacer creer que era época de lluvias. No era difícil imaginar el estallido de colores que debía florecer allí en primavera.
Sin embargo, lo que más llamaba la atención era el ventanal del otro lado. Las cortinas blancas interiores se acumulaban en las esquinas como capas de nieve inmaculada, y en la lejanía, apenas se distinguía el perfil del pico de una montaña difuminado en el horizonte.
Ke Ning contuvo el aliento y, acercándose sigilosamente a Tang Yuhui, le susurró:
—Tangtang, ¿cuánto te costó este departamento?
Tang Yuhui no entendía por qué hablaba en voz baja, pero igual bajó el tono para responder:
—No lo compré yo. Me lo regaló A-Zhe.
Ke Ning guardó silencio.
Al darse cuenta de lo raro que sonaba, Tang Yuhui se apresuró a aclarar:
—Bueno, no es exactamente un regalo… Solo me dio las llaves y me dijo que volviera. Pero de lo otro no sé…
Ke Ning se mantuvo en silencio.
Eso sonaba incluso más extraño. Finalmente, Tang Yuhui se rindió y dijo:
—Olvídalo… Considera que es nuestra casa, de los dos. ¿Qué importa quién lo compró? Total, no vamos a separarnos.
Ke Ning se quedó pasmado. No dijo nada más, pero en su mente, con la frialdad calculadora de un adulto, evaluó rápidamente el valor del departamento. Aún no había soltado ese aliento que había contenido cuando Tang Yuhui, como si recién cayera en la cuenta, preguntó con algo de desconcierto:
—Ke Ning… ¿no estarás pensando que Kang Zhe quiere aprovecharse de mí? Pero él es mucho más capaz que yo. Ahora mismo solo soy un ingeniero común y corriente, mientras que A-Zhe es copropietario de un club de autos de carreras y también abrió su propio taller. Sí, con mi salario cubrimos los gastos diarios, pero en la tarjeta de débito que está a mi nombre… bueno, casi todo lo que hay allí es dinero de A-Zhe.
Ke Ning no sabía qué decir.
Tang Yuhui, tras soltarlo, se apresuró a agregar:
—Pero ni se te ocurra mencionarlo. A-Zhe detesta que hablemos de estas cosas. Le parecen una molestia y ni se preocupa por ellas. A veces ni siquiera sé si está de buen humor o no, pero que se pase uno o dos meses sin hacer nada es lo más normal del mundo. El doctor Tang ya no es lo que era, y mantener el hogar no es fácil, ¿sabes?
Ke Ning seguía sin palabras.
Justo en ese momento, Kang Zhe salió de la cocina con dos tazas de Coca-Cola con jengibre caliente.
Las colocó con cuidado sobre la mesa de centro y preguntó con naturalidad:
—¿De qué hablaban?
Ke Ning tomó una taza con rapidez y negó con la cabeza.
—Nada, solo estábamos charlando.
Kang Zhe no le dio mayor importancia. Con gesto suave, le revolvió el pelo a Tang Yuhui y preguntó:
—¿Qué quieren cenar?
Tang Yuhui se volvió hacia Ke Ning, mirándolo con ojos expectantes.
—¿Tú qué prefieres?
—Lo que sea… —respondió Ke Ning, con una mezcla de cautela e inocencia—. ¿Vamos a comer fuera?
Tang Yuhui sonrió.
—Si no quieres salir, no hay problema. A-Zhe cocina muy bien. Podemos comer en casa igual.
Ke Ning abrió mucho los ojos. Kang Zhe, sin embargo, añadió como si nada:
—En casa no queda mucha comida.
Tang Yuhui se levantó con una sonrisa.
—Voy yo al súper. Está cerca, en unos diez minutos estoy de vuelta.
—Yo voy. —Kang Zhe tomó las llaves de la mesa de centro—. Quédate con tu amigo.
Tang Yuhui obedeció y volvió a sentarse. Junto a Ke Ning, se dedicó a sorber su cola caliente en silencio.
Kang Zhe le lanzó una mirada de soslayo y comentó con tono despreocupado:
—Tú lavas los platos esta noche.
Tang Yuhui alzó la cabeza, desconcertado.
—¿Cuándo no lo he hecho? ¿Para qué lo dices?
—No hay motivo para que una persona cocine y además lave los platos —respondió Kang Zhe sin expresión—. Hoy estás demasiado entusiasmado, y temo que después te hagas el loco.
Con un deje de indignación, Tang Yuhui siguió con la mirada la espalda de Kang Zhe hasta que desapareció en la entrada. Al volverse, se encontró con la expresión de Ke Ning, que lo observaba con una mezcla de asombro y emociones difíciles de descifrar.
—¿Qué pasa…? —le preguntó Tang Yuhui.
Ke Ning murmuró:
—No es como me lo imaginaba…
Tang Yuhui preguntó, desconcertado:
—¿Qué es lo que no es como te lo imaginabas?
Pero Ke Ning negó con la cabeza.
—Nada, está bien. —Después de pensarlo un momento, añadió—: De verdad que está muy bien.
Tang Yuhui reflexionó un instante antes de esbozar una sonrisa y decir:
—Ke Ning, ¿estás preocupado de que no me esté yendo bien?
Ke Ning bajó la cabeza. Guardó silencio un momento y luego dijo:
—No de que te esté yendo mal, pero no puedo evitar preocuparme. Porque en su momento lo querías muchísimo.
Tang Yuhui lo miró con una sonrisa suave y serena.
—Ahora también lo quiero muchísimo. Lo amo, y sé que A-Zhe también a mi.
Ke Ning levantó la mirada, algo confundido.
—¿Cómo lo sabes?
Tang Yuhui se quedó callado un momento antes de sonreír.
—¿Sabes, Ke Ning? Para alguien como A-Zhe, siempre habrá palabras e historias que quedarán pendientes. No es que no sea sincero; al contrario, es que lo es demasiado. No tiene mucho, pero lo que da, lo entrega con claridad y lucidez. El amor no lo es todo para A-Zhe, pero amarme a mí ya es todo su amor.
Ke Ning reflexionó un instante y murmuró:
—No lo entiendo del todo, pero puedo ver que eres feliz… no es un autoengaño. Ustedes dos de verdad se ven bien juntos.
Tang Yuhui sonrió, con los ojos entrecerrados de alegría.
—Me hace tan feliz que digas eso. ¡Qué bien que te caiga bien A-Zhe!
Ke Ning se atragantó un poco y protestó en voz baja:
—Tampoco es que me caiga tan bien… No sé por qué, pero me da algo de miedo…
Tang Yuhui le dio una palmada en el hombro, sin darle demasiada importancia.
—Es solo una señal de que vas a empezar a quererlo. No te preocupes, nunca he visto a nadie que de verdad lo deteste.
El proceso real de cómo se resquebraja y transforma el corazón humano es imposible de rastrear. Pero, a juzgar por cómo Ke Ning, al marcharse del aeropuerto, agregó a Kang Zhe en WeChat por iniciativa propia y se despidió de él sonriendo con un «Hasta la próxima», Tang Yuhui estaba convencido de que, después de todo, sus palabras se habían hecho realidad. Aunque quién sabía si lo que en realidad había conmovido a Ke Ning fue aquella cena de la que no dejaron ni las migajas, o los tres días de turismo con chofer y guía gratis… En cualquier caso, el resultado fue que pasaron un Año Nuevo muy agradable.
Después de despedir a Ke Ning, Kang Zhe se recostó en el asiento del conductor y dejó escapar un suspiro de cansancio. Tang Yuhui lo miró con culpa y con el corazón encogido, pero Kang Zhe, sonriendo, le dijo:
—¿Qué miras? No es por eso. Anoche me quedé jugando videojuegos hasta muy tarde.
Tang Yuhui giró la cabeza de inmediato, sin expresión en el rostro, pero Kang Zhe soltó una carcajada.
—Tang Yuhui.
Este se volvió hacia él, y Kang Zhe, tras pensar un momento, bajó la voz:
—Tu amigo se parece bastante a ti.
Lo pensó un poco más y añadió, con una valoración sorprendentemente benévola:
—Bastante inocente.
Tang Yuhui supo al instante que Kang Zhe no lo estaba elogiando en absoluto, pero no tenía cómo refutarlo, así que se limitó a girarse en silencio y mirar por la ventana.
Sin embargo, al cabo de un rato, volvió a oír que Kang Zhe le hablaba de nuevo:
—Tangtang, saca un pañuelo de la guantera y limpia esto de aquí adelante.
Tang Yuhui se rebeló en silencio durante tres segundos, lo miró de reojo y, al final, obedeció sin decir nada y abrió la guantera.
Un ramo de rosas deslumbrantes brotó del compartimento abarrotado, y una de ellas fue a dar directamente sobre el regazo de Tang Yuhui.
Los tallos aún estaban salpicados de agua; manojos tras manojos de un rojo fascinante y apasionado desbordaban su brillo, haciendo que hasta el aire dentro del coche se tornara espléndido.
Tang Yuhui se quedó quieto, aturdido, en su asiento. La voz de Kang Zhe llegó desde el lado:
—Feliz día de San Valentín.
Tang Yuhui alzó la mirada. Kang Zhe se había detenido ante un semáforo en rojo y, al volverse, le dedicó una sonrisa. Luego añadió con un deje de resignación:
—Un poco cliché, ¿no? La verdad es que ni me acordaba. Fue al ver la fecha en el aeropuerto que me cayó el veinte. No me dio tiempo de preparar nada más. Menos mal que tardaste tanto en despedirte de tu amigo.
Por una vez, Tang Yuhui no respondió a la burla encubierta de Kang Zhe. Como si estuviera en las nubes, murmuró:
—Yo tampoco me acordé.
Kang Zhe reanudó la marcha, acelerando al cambiar el semáforo a verde. Asintió con calma y concluyó:
—Lo sé. Ya me compensarás más tarde en casa con algo.