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Por si acaso, Kang Zhe hizo una parada en una tienda de conveniencia antes de volver a casa. Compró un helado y unas cuantas cervezas.
Al llegar a la caja, colocó las cervezas sobre el mostrador, pero tras pensarlo un segundo, le cedió el lugar a la chica que estaba detrás de él, dijo un «disculpa» y salió de la fila. Luego volvió al refrigerador y tomó otro helado.
… Por si a él también le apetecía uno.
No tenía ganas de salir otra vez, pero tampoco quería que Tang Yuhui saliera por su cuenta.
Últimamente, Kang Zhe no tenía idea de en qué andaba metido el otro: pasaba el día y la noche frente al ordenador redactando documentos, a veces así durante horas enteras. Incluso a la hora de comer, apenas lograba mantener los párpados levantados.
Pero justo hoy, antes de volver a casa, Kang Zhe recibió un mensaje de Tang Yuhui: «¡Soy libre!». Seguido de una larguísima hilera de signos de exclamación.
Así que Kang Zhe canceló la cita para beber con sus amigos y cambió de planes: después del trabajo, iría directamente a casa.
No es que últimamente no quisiera volver. Hace unos días, Tang Yuhui se obsesionó tanto con su escritura que parecía poseído; acabó tan agotado que ni siquiera podía mantener los ojos abiertos. Se desplomó en el sofá, con la cara apoyada en el vientre de Kang Zhe.
Pero al despertar, no solo no se lo agradeció, sino que incluso le reclamó que no lo molestara si no era necesario.
Kang Zhe no tenía ánimos de discutir; sabía que Tang Yuhui necesitaba tranquilidad. Así que últimamente simplemente se quedaba en el taller hasta muy tarde o, si tenía una cita, salía con sus amigos.
Ahora, sin embargo, parecía que Tang Yuhui por fin había terminado su trabajo. Al ver esa hilera de signos de exclamación, Kang Zhe soltó un suspiro de alivio… aunque enseguida comenzó a dolerle un poco la cabeza.
Tang Yuhui tenía el horario completamente desajustado y, además, era muy dado a celebrar cada vez que terminaba algo. Una vez se relajaba de golpe y no tenía nada entre manos, era de esperarse que se pusiera a ver películas hasta el amanecer o a jugar videojuegos hasta muy tarde.
¿Habría alguna forma de hacerlo dormir?
Kang Zhe seguía dándole vueltas a esa pregunta incluso al abrir la puerta de casa.
Los sermones nunca funcionaban con Tang Yuhui: siempre fingía portarse bien, pero nunca obedecía. Sin embargo, Kang Zhe creía que lo que más necesitaba ahora era un buen sueño reparador.
Y, tal como había anticipado, en cuanto abrió la puerta, Tang Yuhui se lanzó como una oveja recién soltada del corral. A pesar de las profundas ojeras y su palidez de muerto viviente, tenía los ojos brillantes y una energía exaltada; no paraba de dar vueltas alrededor de Kang Zhe:
—¿Eh? ¿Trajiste helado? ¿Puedo comerlo ya?
Kang Zhe, que jamás había logrado descifrar el origen de esa energía de quién mejora antes de la muerte, asintió con un «mm» antes de darle unas palmaditas suaves en la mano.
—Después de cenar. Podemos comerlo mientras vemos una película.
Tang Yuhui parpadeó y soltó un «Oh» y dijo con cierta sorpresa:
—¿No decías que no te gustaban las películas que elijo? ¿No te parecen aburridas?
—No están mal —dijo Kang Zhe. Hizo una pausa y añadió—: Hoy elijo yo.
Tang Yuhui estaba de buen ánimo tras terminar el trabajo y no puso objeciones. Después de cenar, los dos se recostaron en el sofá. Kang Zhe abrió la computadora de Tang Yuhui y vio una carpeta llamada «No abrir». Picado por un poco de curiosidad, preguntó casualmente:
—¿Qué es esto?
Tang Yuhui se acercó para mirar, reflexionó un momento y explicó:
—Son documentales sobre paisajes turísticos de China. Los de esta carpeta en particular los veía mucho cuando estaba en Reino Unido.
—¿Por qué le pusiste ese nombre?
Tang Yuhui hizo una pausa y, con la voz algo más baja, dijo:
—Porque después de verla me daban muchas ganas de volver a casa.
Kang Zhe guardó silencio un momento, abrió la carpeta y, sonriendo con indiferencia, dijo:
—Total, ya estamos en casa. No hay problema en verla ahora, ¿no?
Tang Yuhui se sorprendió un poco, luego entrecerró los ojos con una sonrisa.
—Vale, pues veamos una de esas.
Una vez decididos, Kang Zhe hojeó distraídamente la lista de archivos, mientras Tang Yuhui, entusiasmado, fue a buscar el helado del congelador y unas cervezas. Al regresar, vio que Kang Zhe ya había instalado el proyector y en la pantalla aparecía el título de la película.
Tang Yuhui se quedó un instante pasmado, le tendió la cerveza a Kang Zhe y comentó con admiración:
—No esperaba menos de ti. ¿Cómo diste justo con esa?
Kang Zhe tomó lo que le pasaba, arqueó una ceja y dijo:
—La elegí al azar. ¿No son todas documentales? ¿Qué tiene?
Tang Yuhui negó con la cabeza.
—Nada. En un rato lo vas a entender.
Por la expresión de Tang Yuhui, Kang Zhe ya había adivinado más o menos lo que pasaba. Y, efectivamente, a los pocos minutos, en la pared blanca comenzó a aparecer un paisaje que a ambos les resultaba demasiado familiar.
Para Kang Zhe, probablemente era como ver su propia casa a través de una cámara de vigilancia, así que Tang Yuhui, curioso, volvió la cabeza para observar su reacción.
Sin embargo, Kang Zhe frunció el ceño, sin que se le notara si estaba contento o molesto, y simplemente siguió mirando la pantalla con atención.
Tang Yuhui parpadeó, desconcertado, y aventuró:
—¿Ya habías visto este?
Kang Zhe no apartó la mirada.
—No —respondió, y luego añadió—: Pero siento que lo recuerdo.
Tang Yuhui se quedó un instante pasmado, pero enseguida se incorporó de golpe, como si el cansancio se le hubiera esfumado por completo. Kang Zhe lo miró, encontrándolo gracioso.
—No lo grabé yo, ¿por qué te emocionas tanto?
Tang Yuhui lo miró con seriedad.
—Este video me gustaba muchísimo. La primera vez que lo vi fue justo antes de irme al extranjero, y lo guardé apenas lo terminé. Luego, en Inglaterra, lo volví a ver montones de veces.
—¿Tan bueno es? —Kang Zhe sonrió—. Yo en su momento pensé que ese grupo no parecía nada profesional, se la pasaban jugando todo el día.
—¿Fuiste tú quien los llevó a la montaña? —Tang Yuhui lo miró fijamente—. ¿Eras su guía?
—Sí. —Kang Zhe asintió—. No era difícil de adivinar, ¿no? Si hubieran sido turistas o fotógrafos aficionados, no los habría acompañado. Pero este tipo de equipos de promoción vienen en grupo, y la estación cultural suele encargarse de presentarles a alguien. Por la naturaleza del trabajo de mi apá, el pueblo siempre quiere que él se haga cargo, pero como está muy ocupado, ese tipo de encargos siempre terminan cayendo sobre mí.
Al ver que Tang Yuhui seguía curioso, Kang Zhe suspiró y añadió:
—He llevado a demasiada gente a la montaña. Todos iban cargando mochilas enormes o cámaras, algunos hacían investigaciones científicas, otros iban a grabar programas. Era algo muy común. No puedo recordarlos a todos.
Tang Yuhui asintió y volvió a sentarse. Kang Zhe no sugirió cambiar el documental, y en la pantalla continuaron desfilando imágenes fugaces del paisaje.
Aunque Kang Zhe no solía interesarse por los turistas ni buscaba a menudo documentales de propaganda de su tierra natal, ver su hogar retratado desde otra perspectiva le resultaba curiosamente novedoso.
Tang Yuhui no había exagerado: realmente había visto este documental muchas, muchísimas veces. Aun siendo una obra sin una trama definida, sin personajes ni diálogos, era capaz de anticipar casi cada escena que vendría a continuación.
Kang Zhe, inusualmente concentrado, no apartaba la vista de la pantalla. Poco a poco, Tang Yuhui también se sumió en calma. Tras tantos años, era como si hubiera recuperado aquella emoción que sintió la primera vez que vio aquel documental.
En el incesante fluir de las imágenes, Tang Yuhui distrajo su mirada hacia Kang Zhe por un instante, antes de volver a fijar los ojos en la pantalla.
El oeste de Sichuan era verdaderamente hermoso. No importaba cuán familiar le resultara, ni cuántas veces lo hubiera visto, Tang Yuhui nunca se cansaba de admirarlo. Siempre sería como una bandera blanca e inmaculada en un rincón del mundo.
Tang Yuhui observó a Kang Zhe y tuvo la sensación de que él era como un fragmento ondulante de esas interminables montañas, el pulso perdido de las cumbres.
Lo que el lente podía encuadrar no era más que una parte de los picos. Nadie sabía de dónde nacían realmente las montañas.
Los picos estaban conectados, pero entre montaña y montaña nunca había un encuentro. Las cimas trazaban líneas en el mar de nubes: unas visibles, otras no.
Las visibles aparecían en el documental que Tang Yuhui había puesto. Las invisibles estaban bajo la nieve.
Tang Yuhui imaginó al equipo de filmación montando las cámaras, ajustándolas durante horas, apuntando al latido de las montañas. Las cumbres nevadas respiraban en silencio, mientras el sol, la luna y las estrellas aparecían y desaparecían en el time-lapse. Nubes, una tras otra, cruzaban el cielo: vasto, callado, sin que ninguna volviera la mirada hacia ese lugar.
Pensó que debió de haber mucha gente en aquel equipo, y que pasaron mucho tiempo allá arriba. Seguramente, Kang Zhe hablaba poco durante esos días. ¿Y entonces qué haría?
Quizá fumar. Tal vez encogerse sobre sí mismo mientras fumaba, sentado a un lado, contemplando la montaña. En las cimas, siempre hacía un frío cortante.
En el documental que Tang Yuhui estaba viendo, el Gongga se alzaba sagrado y silencioso. No había ni una sola persona en cuadro. Pero ahora entendía que, muchos años atrás, fuera de cámara, había existido otra montaña que –sin saberlo– ya había sido objeto de su mirada atenta.
Ni quien miraba ni quien era mirado lo había percibido. La nieve sí lo sabía, pero siguió cayendo imperturbable.
Las montañas guardaban su mutismo, quietas, sin palabras.
Durante la hora y pico que duró la proyección, Kang Zhe no apartó los ojos de la pantalla. Pero al notar que la respiración a su lado se hacía más lenta y profunda, bajó un poco el volumen.
Como anticipaba, no pasó mucho antes de que la cabeza de Tang Yuhui se inclinara suavemente sobre su hombro.
Faltaban apenas minutos para el final. En pantalla, las montañas nevadas se sumían en la oscuridad nocturna, el sol hundiéndose tras los picos. Pronto aparecería un manto de estrellas brillantes.
Pero Kang Zhe ya no seguía viendo. Pausó la imagen, cubrió con una manta a Tang Yuhui –ya profundamente dormido– y exhaló aliviado.
Al fin se había quedado dormido.
Frente al paisaje congelado en la pantalla, Kang Zhe esbozó una leve sonrisa, como si fuera a decir algo; no obstante, guardó silencio.
Se dirigió a la cocina, sacó otro helado del refrigerador, silenció la película y, sentándose junto al dormido Tang Yuhui, rebobinó hasta el inicio y volvió a verla completa desde el principio.