EL MEJOR MOMENTO para dormir era sin duda cuando la temporada de otoño llegaba a las montañas, especialmente temprano en la mañana y con la ligera lluvia otoñal cayendo; cuando incluso despertarse se sentía como una falta de respeto a los cielos.
Sun Wenqu tiró de la colcha, se dio la vuelta y hundió más el rostro en ella.
Fuera de la ventana, se escuchaba el ruido de los primeros trabajadores que se preparaban para comenzar el día laboral muy temprano; también podía escuchar algunos pasos resonando en el pasillo fuera de la puerta. Se esforzó desesperadamente por aferrarse, aunque sea un poco, a la somnolencia que se le escapaba. Era una buena persona y no quería faltarle el respeto a los cielos.
Pero parecía que hoy no tendría éxito.
Sun Wenqu siempre había tenido problemas para conciliar el sueño, le costaba muchísimo quedarse dormido. Tararear canciones de cuna y contar —cientos de— ovejas eran la única forma de adormecerse, pero solo bastaba con que una hormiga en su habitación hipara para que volviera a despertarse de inmediato.
Habían pasado tres años desde que su padre lo arrojó a este lugar olvidado por Dios, y en todo ese tiempo no había logrado dormir profundamente ni una sola vez.
Los trabajadores lo despertaban a las seis de la mañana, y si no eran ellos, era el gerente Zhang, de la puerta de al lado. Pero si por alguna milagrosa razón estas personas no hacían tanto ruido, el gallinero en el bungalow de enfrente enloquecería sin falta a las cuatro de la mañana para despertarlo.
El cacareo de las gallinas sonaba como si se rieran salvajemente.
No dejaban de reír.
Hoy, como de costumbre, no podía dormir, y no solo no podía dormir, sino que no lo dejaban ni dormitar; llamaron a la puerta de su habitación.
Tres «toc, toc, toc» seguido de una voz hosca.
—¡Gerente Sun! ¡Alguien te busca!
Supo que se trataba del viejo Liang nada más escucharlo, había estado aquí desde el día en que su padre lo arrojó a su mina de arcilla. En una pelea, el hombre ni siquiera necesitaba gritar, pues su voz ya retumbaba como un trueno por sí sola.
—Todavía no me he levantado… —respondió Sun Wenqu, arrastrando las palabras.
—¿Quién lo está buscando? —escuchó preguntar al gerente Zhang.
—Alguien que dice llamarse Ma Liang —contestó el viejo Liang.
—¿Ma Liang? —El gerente Zhang, obviamente, no estaba familiarizado con este nombre y parecía estar pensando en ello.
¿Liang-zi?
Sun Wenqu sacó la cabeza repentinamente de la colcha.
El gerente Zhang no conocía a Ma Liang, pero ese nombre tenía un significado muy diferente para él en ese momento; algo que podía hacer que lanzara la colcha a un lado y saltara de la cama en un instante para correr a abrir la puerta todavía en calzoncillos.
—¿Ma Liang? —volvió a preguntar Sun Wenqu, mirando al viejo Liang, parado fuera de la puerta. La fría brisa otoñal que entró desde el pasillo hizo que se le pusiera la piel de gallina.
—Sí… Ma Liang, él dijo que su nombre era Ma Liang. —El viejo Liang lo miró de arriba abajo—. Cuidado con resfriarte, ¿acaso no tuviste fiebre el mes pasado?
—¿Dónde está? —Sun Wenqu se dio la vuelta y entró a su habitación, tomó el conjunto de ropa que había tirado a una silla al lado de la cama y se lo puso.
—Está en la oficina del Departamento de Ingeniería —respondió el viejo Liang.
Sun Wenqu no hizo más preguntas, tomó su chaqueta y mientras se la ponía, salió de la habitación y corrió escaleras abajo, yendo directamente a la oficina del Departamento de Ingeniería que estaba frente al edificio de dormitorios.
Este Departamento de Ingeniería solía llamarse Cuartel General, pero él lo cambió después de llegar. Excavar arcilla y montar un cuartel general… cualquiera pensaría que estaban excavando trincheras.
Ma Liang estaba justo afuera de la oficina, usando gafas de sol. Desde lejos ya se podía ver su rostro iluminado por una gran sonrisa.
—¿Qué haces aquí? —Sun Wenqu caminó hasta él y, sin decir nada más, levantó la mano y le quitó las gafas de sol—. Ya de por sí no eres bueno hablando, ¿y ahora te haces el ciego?
—Vine, a re-recogerte. —Ma Liang sonrió, riendo un par de veces. Luego, pensó un momento y se acercó para abrazarlo con fuerza—. Estás, en los hu-huesos.
Sun Wenqu no dijo nada, levantó la mano para comprobar la hora en su reloj, pero descubrió que no lo llevaba puesto.
—Vamos. —Ma Liang sacó una llave de auto de su bolsillo y la puso en su mano.
—¿Ahora? —Sun Wenqu volvió a poner las gafas de sol en el rostro de Ma Liang, y luego miró hacia atrás. El gerente Zhang estaba de pie en el balcón del segundo piso, mirándolo.
—Po-por supuesto… que ahora. —Ma Liang siguió su mirada—. Ese ti-tipo… nos ha estado, mi-rando un buen rato, si no nos vamos, va a… avisar al Maestro.
—Apenas me levanté, ni me he lavado la cara. —Sun Wenqu se frotó el rostro—. ¿Cómo llegaste?
—Conduciendo. —Ma Liang señaló la llave en su mano.
Sun Wenqu miró la llave y luego se giró para mirar el segundo piso detrás de él. El gerente Zhang estaba hablando por teléfono mientras caminaba hacia el final del balcón.
Quizá ya estaba dando un informe.
Frunció el ceño y le dio una palmada a Ma Liang en el hombro.
—Vamos.
—¿No-no te llevarás nada? —preguntó Ma Liang.
—No las quiero —respondió
Aunque llevaba aquí tres años, en su habitación casi no había nada. Aparte de algunas prendas de ropa para cambiarse, lo único que quedaba era una pila de documentos sobre arcilla, mapas y cosas por el estilo. Cuando no tenía nada que hacer, los hojeaba, ya todos con los bordes doblados, y se veían más como registros genealógicos que habían perdurado por más de cien años.
Él estaba aquí simplemente para pasar el tiempo, no tenía que encargarse de las cuentas, ni de las personas, ni de la extracción de arcilla. El gerente Zhang generalmente solo lo arrastraba al sitio de la obra para que diera una mirada, hablando de cómo iba la tierra, cuántas cantidades había en esta partida, cómo estaba la calidad. Básicamente, su padre solo lo retenía allí.
Habían acordado que serían tres años, así que él se quedó los tres años completos. Y hoy, nueve de octubre, se cumplía exactamente la fecha.
Originalmente, ya había pensado en contactar a Ma Liang en un par de días para ver si podía encontrar una manera de sacarlo de allí, pero no esperaba que Ma Liang estuviera más apurado que él y llegara antes de lo planeado.
Miró a Ma Liang, que caminaba a su lado, y no pudo evitar pensar que no era en vano que este hombre inquebrantable hubiera sido «exiliado de la Puerta del Maestro» debido a él.
Sin embargo, cuando ambos salieron del patio, Sun Wenqu se quedó paralizado al ver el auto estacionado junto a un montón de tierra cerca de la puerta.
—¿Qué es esta cosa? —preguntó.
—Un auto —respondió Ma Liang.
—¿Entraste con este auto? —Los ojos de Sun Wenqu dejaron de parpadear cuando miró el auto que tenía enfrente. Luego miró la llave que tenía en la mano para asegurarse de que no se había equivocado—. ¿Condujiste un Beetle a este lugar? ¡Ah, qué valiente eres! ¿No lo dañaste al raspar el chasis?
—Por la prisa, no… no encontré, o-otro auto —replicó Ma Liang.
—No pienso conducir esta cosa. —Sun Wenqu se dio la vuelta para regresar por donde había venido—. Si conduzco esto, seguro que solo quedaría con el chasis a mitad de camino. No quiero caminar, y además está lloviendo.
—Wen, Wen, Wen… ¡Sun Wenqu! —Ma Liang, ansioso al ver que se marchaba, se apresuró a detenerlo, agarrándolo del brazo—. ¡Deja de actuar como un joven, joven maestro! Si el Maestro se arrepiente, y te de-detienen… te-tendrás que esperar tres años más.
Sun Wenqu se detuvo, miró el patio, luego giró la cabeza para ver el camino que conducía hacia afuera. Finalmente, apretó los dientes y subió al auto.
—¿Por qué no conduces tú? —le preguntó a Ma Liang después de arrancar el motor.
—Tú eres, el experto… conduce tú —respondió Ma Liang, mirando hacia atrás con algo de preocupación.
—No he tocado un auto en tres años. —Sun Wenqu puso el auto en marcha y, después de recorrer apenas diez metros, pasó por un bache que lo hizo saltar. Casi se muerde la lengua—. Esta carretera está peor que cuando llegué.
—Es culpa de los ca-camiones que sa-sacan la arcilla —repuso Ma Liang, riendo mientras se sujetaba el cinturón de seguridad.
Así condujeron el auto fuera del camino estrecho, saltando por todos los baches hasta llegar a la «carretera principal», que solo era un poco más ancha que el camino fuera del edificio del Departamento de Ingeniería. Solía ser una carretera de asfalto, pero ahora, además de barro y piedras, estaba llena de baches.
—No… tienes tu teléfono, ¿verdad? —Ma Liang de repente se acordó, mientras se aferraba al cinturón y el auto saltaba por el camino.
—Además de mí, no traje nada. —Sun Wenqu miró por el espejo retrovisor, no había nadie persiguiéndolos. Lo único que podía ver era un camino desierto de adobe amarillo que se extendía detrás del auto—. Ese teléfono ni lo uso, así que no importa si lo traje o no.
—El… vi-viejo lo tengo yo —dijo Ma Liang—. El número si-sigue guardado.
Sun Wenqu lo miró por un momento, sin decir nada, solo le dio una palmada en el hombro.
Se suponía que, al irse tan repentinamente del lugar donde vivió por tres años, alguien promedio tendría que soltar al menos un pequeño suspiro de pena, pero él en realidad no sentía nada. Su único pensamiento era irse de aquí lo más rápido posible. El auto silbó desafiando la lluvia, dando vueltas y vueltas.
Había polvo y tierra a ambos lados del camino, y la hierba y los arbustos que crecían eran todos grises. Aunque había estado lloviendo desde anoche, el color verde de las hojas aún no había vuelto a aparecer.
De hecho, haberse quedado en este lugar por tres años completos ya era prueba suficiente de su perseverancia. Era probable que no hubiera nadie más que él que pudiera hacerle frente a su padre hasta tal punto.
—¡¿Por qué no lo detuviste?! —gritó Sun Zhengzhi al teléfono, golpeando la mesa con fuerza.
Sun Yao, que estaba sentada en el sofá de invitados, se sorprendió y casi dejó caer la taza que sostenía. Se levantó y caminó hacia su padre, haciéndole una seña con la mano.
Sun Zhengzhi colgó el teléfono y lo tiró sobre el escritorio, volviendo la cabeza para mirarla.
—¿Sabías de esto?
—No. —Sun Yao frunció el ceño—. Incluso si lo supiera, ¿haría que Liang-zi lo recogiera?
—¡Entonces fue tu hermana! —Sun Zhengzhi no pudo contener su ira y se dejó caer pesadamente sobre la silla.
—Puede que no sea Jiayue. —Sun Yao se acercó a servirle un vaso de agua—. Liang-zi tiene una relación muy fuerte con él, no es raro que haya ido a buscarlo.
—¿Y de dónde sacó el coche? Zhang Bing dijo que conducía un Beetle. ¡¿De dónde sacó Ma Liang un Beetle?! ¡Si él solo tiene una furgoneta vieja y de segunda mano! —Sun Zhengzhi volvió a golpear la mesa.
Sun Yao no habló.
—¡Cada uno de ustedes, increíble! —Las venas azules de la frente de Sun Zhengzhi palpitaban—. ¡Increíble!
—Papá… —Sun Yao se detuvo un momento antes de acercarse a él y, con suavidad, le apretó el hombro—. ¿Por qué te alteras tanto? Te diré algo que tal vez no quieras escuchar… Wenqu estuvo allá tres años, y esa fue una decisión tuya. Ahora que han pasado los tres años, que quiera regresar también es normal.
—¡No te pongas de su lado! —Sun Zhengzhi apartó su mano y se levantó de la silla—. Yo dije que se quedara ahí por tres años, no que, al terminar los tres años, pudiera regresar. ¡Ahora mismo mando a que lo lleven de vuelta para que se quede otros tres años! ¡Este inútil no merece nada! ¡Ni siquiera treinta años serán suficientes!
—Papá… —suspiró Sun Yao—. ¿Hasta cuándo van a estar así? Wenqu no ha vuelto a casa en tres años, y en un par de meses ya será Año Nuevo… Mamá lo extraña mucho…
—¿Y qué? —Sun Zhengzhi la miró, soltó una risa fría y la interrumpió—. ¿Acaso crees que él va a volver a casa para el Año Nuevo?
Sun Yao no habló más, permaneció en silencio por un rato, luego se levantó y salió de la oficina. Le dio instrucciones a la secretaria afuera para que llevara una taza de té de ginseng y luego se fue.
Durante todo el camino, Sun Wenqu no dijo nada. El chasis del Beetle estaba demasiado bajo, y si hubiera llovido durante un par de días más, él y Ma Liang seguramente se habrían quedado atascados, y tal vez su padre enviaría a alguien a detenerlos y llevarlos de vuelta al sitio de construcción de las trincheras.
Además, como el camino estaba lleno de baches, tenía miedo de hablar y romperse los dientes; sus perfectamente alineados y blancos dientes no podían sufrir ningún daño. De hecho, alguna vez alguien fue a buscarlo para proponerle hacer un anuncio de pasta de dientes.
Después de más de una hora de sacudidas, finalmente llegaron a una carretera más plana. Entonces, Sun Wenqu soltó un suspiro de alivio, se ajustó el cinturón de seguridad y le preguntó a Ma Liang:
—¿De dónde sacaste este auto?
—Lo pe-pedí prestado —respondió Ma Liang, ajustándose también el cinturón de seguridad. Luego sacó un cigarrillo y lo colgó en su boca—. Te lo prestaron, lo co-conduces y ya está.
—No me vengas con eso. —Sun Wenqu extendió la mano y le quitó el cigarrillo de la boca antes de lanzarlo por la ventana—. Dime la verdad, ¿es de mi segunda hermana o de mi madre?
—No. —Ma Liang volvió a guardarse el paquete de cigarrillos en el bolsillo.
—Liang-zi, ¿hace cuántos años que te conozco? —Sun Wenqu lo miró—. Este debería ser el auto de Sun Jiayue… ¿Es de ella o lo compró para mí?
Ma Liang lo miró y se quedó en silencio por un momento.
—Lo compró para… ti.
—No lo quiero. —Sun Wenqu chasqueó la lengua—. Parece que estoy sentado en una caja de zapatos.
—Wen… Wen… Wen… —Ma Liang suspiró y se giró hacia él.
—¿Ah, pregunta? —Sun Wenqu lo miró.
—… qu —terminó de decir Ma Liang.
—¿No puedes hablar directamente? —Sun Wenqu no pudo contener sus ganas de reír.
—Llamarte por tu no-nombre hace que suene más… serio. —Ma Liang también se rio, pero luego su sonrisa desapareció nuevamente—. Si me preguntas, lo que de-deberías hacer es ir co-con el Maestro para reconocer tu-tu error.
—¿Reconocer mi error? —Sun Wenqu pisó el freno y detuvo el auto en medio de la carretera—. ¿Cuál fue mi error? ¿Es un error que me gusten los hombres? ¿Es un error que no quiera hacer cerámica? ¿Es un error que no me gusten esos floreros, platos y tazas? Ya llevo tres años en la montaña ¿y todavía no he pagado ese «error»?
—No, no es lo que… —Ma Liang se quedó aún más sin palabras cuando fue bombardeado por sus preguntas.
—Ya sé lo que quieres decir. —Sun Wenqu volvió a poner el coche en marcha—. Pero ¿porque él cree que no sirvo para nada, ya no puedo ser lo que él quiere que sea?
Ma Liang suspiró, metió la mano en su bolsillo y tanteó, luego se detuvo.
—Si quieres fumar, fuma —dijo Sun Wenqu—. Abre la ventana.
—No te digo que, seas… —Ma Liang sacó un cigarrillo y lo encendió—. Si bien no quieres se-ser lo que él quiere… que seas, tampoco has logrado se-ser algo diferente.
Sun Wenqu no dijo nada durante mucho tiempo, volvió la cabeza y miró a Ma Liang con seriedad.
—Menos mal que no tienes la lengua afilada.
Originalmente era un viaje de cuatro o cinco horas, pero como la carretera estaba en mal estado, el auto llegó a la casa de Sun Wenqu hasta bien entrada la tarde.
Ma Liang no le contó a nadie que iría a recogerlo ese día, por lo que no hubo una escena animada con un montón de personas esperándolo y dándole la bienvenida como solía ocurrir cuando regresaba de algún viaje.
Aunque a Sun Wenqu no le gustaban las multitudes que se reunían alrededor de una mesa tomando vino y hablando y gritando… ahora, de pie en la sala de estar de su casa, de repente se sentía un poco triste y solitario.
Después de recorrer algunas habitaciones, se quedó petrificado en la sala de estar sin saber qué hacer.
—Limpié —informó Ma Liang a un lado.
—Lo noté, ni una mota de polvo. —Sun Wenqu pasó el dedo por la mesa, estaba muy limpia.
—Te dejo la lla-llave. —Ma Liang sacó la llave que Sun Wenqu había dejado antes de irse a perfeccionar su artesanía en la montaña y la puso sobre la mesa—. En el futuro, recuerda cambiarla.
—¿Eh? —Sun Wenqu lo miró.
Tenía dos juegos de llaves. Antes de irse, le entregó uno a Ma Liang y el otro a Li Bowen.
—Debes cambiarla —dijo Ma Liang—, si no, mejor ca-cambia la cerradura.
—¿Trajo gente aquí? —preguntó Sun Wenqu mientras entraba al dormitorio. La funda sobre la mesa mostraba que Ma Liang le había puesto ropa de cama nueva. Abrió el armario y vio que, además de su ropa que no había llevado, había dos faldas de mujer. Las sacó y las tiró al sofá de la sala—. Maldita sea, ¿por qué no las tiraste?
—Para que vieras —contestó Ma Liang.
Sun Wenqu volvió a comprobar dos veces y no encontró nada más. Probablemente Ma Liang ya había limpiado todo lo demás.
—¿Dónde está mi teléfono viejo? —le preguntó a Ma Liang.
Ma Liang sacó un teléfono del cajón debajo de la mesita de café y se lo entregó; estaba encendido y completamente cargado.
Lo tomó y estaba a punto de marcar cuando Ma Liang lo detuvo.
—Primero co-comamos, yo invito.
—Oh, ¿para darme la bienvenida? —Sun Wenqu sonrió y se guardó el teléfono en el bolsillo—. ¿Solo nosotros dos?
—Si te parece po-poca gente… te consigo un pa-par de muñecas infla-bles —dijo Ma Liang—. Una para cada lado.
—Eso pensé. —Sun Wenqu estiró la cintura—. Pero para que quede claro, aunque no haya comido bien en tres años, los restaurantes que me hartaron antes no los pienso pisar.
—Uno nuevo. —Ma Liang asintió.
Sun Wenqu entró al baño para darse una ducha, se cambió de ropa y se miró al espejo, sintiendo que renacía al menos un poco.
En los tres años que pasó en la montaña, no se había atrevido a mirarse mucho al espejo.
Este peinado tenía que ser totalmente rehecho. Era el mismo que se hizo con el gerente Zhang cuando fueron a comprar al pueblo cercano, y tenía ese toque mágico del barbero del pueblo.
—Tú conduce —dijo Sun Wenqu mientras salía de la casa, lanzando las llaves del Beetle a Ma Liang—. Ya no reconozco el camino.
Ma Liang tomó la llave y se rio un poco.
—Hay que devolverle este auto a Sun Jiayue mañana mismo. No quiero seguir conduciendo esta cosa. —Sun Wenqu salió por la puerta. Su casa estaba en el primer piso y tenía un pequeño patio de entre siete y ocho metros cuadrados afuera. Había plantado muchas flores, y aunque no había vuelto en tres años, Ma Liang las había cuidado bien, porque aún se veían llenas de vida.
—¿Conducirás una mo-motocicleta? ¿O prefieres u-una eléctrica? —preguntó Ma Liang.
—¿No puedo simplemente caminar? —respondió Sun Wenqu, pensó un momento y luego se giró hacia él—. Olvídalo, no le devuelvas el auto a Sun Jiayue. Si lo haces, seguro dirá que lo tires a un lado de la carretera. Déjalo, quédate con él.
Antes de que Ma Liang tuviera tiempo de responder, Sun Wenqu salió del patio y estaba a punto de subir al auto cuando una voz femenina lo llamó desde atrás:
—¡Sun Wenqu!
¿Un conocido tan pronto, justo después de regresar?
Miró hacia atrás y vio a una mujer caminando lentamente en su dirección, contoneando las caderas con cada paso. Un tipo iba detrás de ella; bastante alto, llevaba un par de auriculares grandes colgando alrededor de su cuello y una gorra de béisbol, por lo que su rostro no se podía ver con claridad.
—¿Usted es…? —Sun Wenqu miró fijamente a la mujer de arriba a abajo varias veces. Unas gafas de sol cubrían casi toda su cara, pero la parte visible era bastante bonita, aunque el maquillaje era muy pesado. Le parecía algo familiar, pero no podía recordar quién era.
—Míralo… —La mujer se detuvo frente a él, se cruzó de brazos y soltó una risa fría. Luego ladeó la cabeza para hablar con la persona que tenía detrás—: ¿Cuántos años han pasado y tu padre ya no me reconoce?
Sun Wenqu se quedó de piedra antes de girarse repentinamente para mirar a Ma Liang.
—¿Qué dijo esta señorita? —preguntó.
—Ella dijo que e-ese chico, es… —respondió Ma Liang, señalando detrás de la mujer— tu hijo.