N. d Traducción título: “收网” es un término muy usado en la jerga policial china y literalmente significa “recoger la red”, como en una red de pesca. En contexto criminal, significa la fase final de una operación encubierta o de vigilancia prolongada, donde se hace la redada o arresto masivo.
Traducción a pedido con donación de raws por Donadora de la Página.
El chirrido estridente de los frenos resonó en la sinuosa carretera de montaña. Un camión azul, como una bestia descontrolada, rompió la baranda de seguridad y se precipitó directamente al abismo.
—¡Pum!
El agua salpicó abruptamente más de dos metros de alto. El enorme camión fue devorado al instante por el agua helada del río, hundiéndose poco a poco en sus profundidades.
En medio del violento impacto y la sensación de asfixia, Leng Ning abrió los ojos. El agua helada le inundaba las fosas nasales y los oídos. El miedo lo envolvió como una marea. A pesar del dolor punzante, luchó por desabrochar el cinturón de seguridad y patear la puerta del vehículo con todas sus fuerzas.
Pero todo eso no era más que un acto reflejo: él no sabía nadar.
Su cuerpo seguía hundiéndose. Su pecho parecía a punto de estallar por la presión. El agua seguía colándose por su nariz y boca. Extendió la mano para agarrarse de algo, pero no encontró nada. Su conciencia comenzó a desvanecerse y su cuerpo se volvió liviano, flotante.
De pronto, la corriente a su alrededor comenzó a agitarse violentamente. Alguien tiró con fuerza de su brazo, y su cuerpo empezó a ascender lentamente.
Impulsado por el último vestigio de conciencia, abrió los ojos con dificultad para ver quién lo estaba rescatando. Pero lo único que alcanzó a ver fue el agua teñida de rojo. Esa persona estaba herida; la sangre brotaba de su muslo, pero aun así lo sostenía con fuerza, como si su vida tuviera un valor inmenso.
Riiing…
A las siete en punto, sonó la alarma. Leng Ning se sentó en su litera superior.
Ese sueño lo había tenido muchas veces. Esta vez, casi podía distinguir el rostro de su salvador.
Hace cinco años, estuvo a punto de ahogarse. Al despertar, había perdido la memoria. El médico dijo que era una secuela de la falta de oxígeno en el cerebro.
Leng Ning tomó su vaso y bebió agua de un solo trago, tratando de sacudirse la sensación de estar al borde de la muerte.
—Ya casi nos graduamos. ¿Firmaste contrato de trabajo? —preguntó su compañero de cuarto, Zhou Xing.
—Sí.
—¿Con la misma empresa donde hiciste las prácticas?
—Ajá.
—¿Cuándo te vas?
—Mañana —respondió mientras tomaba el cepillo de dientes y aplicaba una tira de pasta.
—Tengo una casa vieja en Longchuan. Está cerca de donde vas a trabajar. Si no tienes dónde quedarte, puedes vivir allí.
—¿Cuánto es el alquiler?
—No te voy a cobrar.
—Mejor cóbrame algo.
—¡Anda ya! ¿Cómo te voy a cobrar? Llevamos cinco años siendo compañeros de cuarto. La casa está un poco vieja, pero si no te importa, puedes quedarte todo el tiempo que quieras. Desde que murió mi abuelo, nadie la ha tocado. Que vayas a limpiarla me viene hasta bien.
Leng Ning terminó de cepillarse los dientes y sacó una pila de billetes de su billetera. Contó doce.
Puso el dinero sobre el escritorio de Zhou Xing, pero este se lo devolvió.
—Vas a necesitar plata allá. Guárdalo. Además, ¿crees que me hace falta tu dinero?
—No me parece correcto.
—¿Qué tiene de malo? Leng Ning, fuimos compañeros de cuarto, cinco años. Me trajiste comida durante todo ese tiempo, me ayudaste a repasar para cada examen. Ayudarte me hace feliz.
Zhou Xing tenía los ojos llorosos.
—Si no fuera porque decidiste irte a Longchuan, todavía seguiría pegado a ti.
Leng Ning no dijo nada más. Escondió el dinero en la mochila de Zhou Xing.
—¿Tienes tiempo esta noche? Te invito a cenar.
—¡Por supuesto! ¡Es la primera vez que me invitas tú!
Después de la cena de despedida, Zhou Xing, algo ebrio, se despidió abrazándolo del hombro.
—Cuídate mucho por allá. Llámame si pasa algo. Longchuan no está lejos de Ningzhou. Si tienes tiempo, ven a visitarme.
Ante tanto entusiasmo, Leng Ning solo respondió con un leve “mmm”.
Zhou Xing sabía que eso era una evasiva.
—Leng Ning, eres bueno en todo, pero tu carácter es demasiado frío. Compartimos cuarto, cinco años y aún siento que no logré entrar a tu mundo. Pero lo entiendo, tal vez simplemente eres así, no es que me desprecies.
Hizo una pausa, con un hipo de borracho.
—¿A que tengo razón?
Leng Ning se detuvo y lo miró.
—Tienes razón.
Las palabras de Zhou Xing le hicieron entender que su aparente indiferencia también podía herir a los demás.
Desde que tenía memoria, Leng Ning había vivido en Ningzhou. Tras despertar del accidente, perdió todo interés por el mundo. Las relaciones sociales le eran irrelevantes. Nunca se molestó en construir ningún vínculo.
Eligió ir a la universidad simplemente porque estudiar no le parecía tan aburrido.
Tenía veinte años cuando hizo el examen de acceso, mayor que los demás. Pero no le molestó. Apenas recibió el examen, empezó a escribir con soltura. Recordaba todo. Su mente estaba intacta, a pesar de haber perdido la memoria.
En ese entonces no tenía nada, solo un cerebro lleno de conocimiento.
Como todo estudiante pobre, creía firmemente que el conocimiento podía cambiar su destino. Durante esos cinco años de universidad, vivió entre clases y libros, dedicándose por completo a sus estudios.
A veces soñaba con el hombre que lo salvó del río Longchuan. Sentía que entre ellos había una conexión profunda, que si lo encontraba, recuperaría su pasado.
Por eso, eligió Longchuan como destino.
Aunque el tren de alta velocidad solo tardaba dos horas, él eligió viajar en bus por más de cuatro, solo por una razón:
Su tortuga de cuatro años no podía subir al tren.
Tras llegar, caminó bastante hasta la antigua casa del abuelo de Zhou Xing. No tomó taxi. Quería conocer bien el entorno.
Llevaba una maleta y una pecera pequeña con una tortuga de cuello escondido. La había comprado por casualidad en un parque. Jamás pensó que viviría tanto.
La casa estaba en un callejón viejo y descuidado. Muchos ya se habían mudado. Algunas casas tenían pintado el carácter de “demolición”, con escombros y ladrillos por todas partes.
Al abrir la puerta, lo recibió un olor a viejo. Los estantes estaban repletos de libros en perfecto orden, pero cubiertos de polvo.
Era evidente que el abuelo de Zhou Xing había sido un hombre cuidadoso. Lástima que, tras su muerte, nadie se hiciera cargo.
La planta baja era una librería, y la planta alta era la vivienda. Desde el fallecimiento del abuelo, nadie la había vuelto a ocupar. Zhou Xing, estudiando fuera, nunca pensó en venderla. Tal vez algún día la derrumbaran.
Leng Ning pasó la noche limpiando. Al fin dejó la planta alta habitable. Extendió su sábana, colocó la pecera en la ventana y dejó que la brisa nocturna refrescara la habitación.
Encendió un cigarrillo en el balcón. No tenía cenicero, así que usó una maceta seca.
Mientras fumaba, pensó: hay bombillos quemados, mañana tengo que ir al súper. Ya hizo su lista. Como no tenía que madrugar, dormiría hasta tarde.
Estaba tan cansado que apenas tocó la cama, se durmió.
—¡Piu… pum!
Cuando abrió los ojos, ya había amanecido.
Medio dormido, creyó haber oído fuegos artificiales. Pero solo fue una explosión. No sabía qué pasaba.
Recordó su lista de compras y se levantó para lavarse y salir.
—¡No corras!
Una voz masculina se acercaba corriendo. Sonaba desde la calle de enfrente.
Se preparó para salir, y al abrir la puerta de la planta baja, el sol entró a raudales.
Del otro lado, Di Ye estaba en alto, con binoculares en una mano y un walkie-talkie en la otra.
—El objetivo entró. He Le, rodeen por la izquierda. ¡Todos atentos! ¡Prepárense para atraparlo!
Los policías encubiertos comenzaron a moverse en la misma dirección.
Parecían una manada de lobos rodeando a su presa. Desde lo alto, Di Ye —el lobo alfa— supervisaba la operación.
—Capitán, hay una reja al frente. ¿Y si escapa?
—¡Sigan! No se va a escapar. Ya está cerrada. ¿Qué va a hacer, volar?
En lo profundo del callejón, el fugitivo “Hei Gou” huía desesperado. Al ver una reja, corrió hacia ella… pero justo al lado, una tienda antigua levantó su persiana metálica.
La puerta se abrió y apareció un joven de rostro fino.
Leng Ning, al recibir de golpe la luz del sol, levantó instintivamente el brazo para cubrirse.
Adentro todo era oscuro. Al abrir la puerta, el sol lo cegó. Entrecerró los ojos, adaptándose.
Desde su punto de vigilancia, Di Ye frunció el ceño. Algo andaba mal.
—¡Hay alguien al frente! He Le, mantén distancia. ¡Intenta atraer al objetivo afuera!
Pero era tarde.
Hei Gou ya había sacado su cuchillo.
La brisa arrastraba pelusas de álamo al interior de la librería, brillando con la luz del sol.
Todo parecía en calma… hasta que una cuchilla se apoyó en el cuello de Leng Ning.
—¡No te muevas! ¡Si te mueves, te mato!
Con acento sureño y voz jadeante, el fugitivo lo había tomado como rehén. Leng Ning sintió cómo el sudor frío le recorría la espalda.
—¡Maldición!
He Le fue el primero en informar:
—Hei Gou tiene un rehén. Entraron. ¡No podemos ver qué pasa adentro!
Di Ye bajó rápidamente de las piedras y ordenó por radio:
—¡Lao Xie, ve a negociar! ¡Ganen tiempo! He Le, rodea por atrás y encuentra una entrada. ¡Con cuidado, que no los vea! Voy a contactar al francotirador. ¡La prioridad es el rehén! Si es necesario… disparen.
—¡Entendido! —respondieron todos por el intercomunicador.
Esto no estaba en los planes de Di Ye. Había evacuado a los pocos residentes una semana atrás. Recordaba bien que esa tienda estaba vacía. Ese chico lo había arruinado todo.
Ahora, capturar a Hei Gou era secundario. ¡Salvar al rehén era lo urgente!
—¿Qué quieres? —preguntó Leng Ning.
—Sácame de aquí. No te mataré —respondió el otro, breve.
Leng Ning entendió su situación: el hombre era un fugitivo acorralado. Su amenaza no era más que una estrategia desesperada.
Respiró hondo y pensó rápido.
—Está bien. Te sacaré.
Sintió que la mano del otro temblaba. Un olor metálico también le llamó la atención.
Si no estaba equivocado, quienes consumen drogas como metanfetamina desprenden ese tipo de olor.
El hombre era un adicto. Y si los policías que lo seguían eran antidrogas o criminales, seguramente estaban armados.
Miró hacia la torre más alta cercana: un viejo campanario.
La distancia hasta él era de menos de 50 metros. Dentro del rango de un rifle policial.
Pero las paredes bloqueaban el ángulo. No podían disparar.
—Tengo la llave de la reja. Yo te la abro.
—¡No me engañes!
El filo se presionó con más fuerza.
—Tengo mi vida en tus manos. ¿Cómo me atrevería? —Leng Ning señaló su bolsillo.—Está ahí. Revisa tú mismo.
Mientras tanto, Lao Xie, el policía veterano, intentaba negociar sin saber lo que ocurría adentro.
Temía que el rehén lo alterara y complicara todo.
—¡Hei Gou, escúchame! ¡Suelta el cuchillo! ¡Aún puedes redimirte! ¡Eres joven, puedes empezar de nuevo! ¡Piensa en tu familia, tus amigos, ellos te esperan!
La voz por altavoz alteró aún más al fugitivo. Leng Ning sintió cómo la hoja se apretaba más a su cuello.
El hombre temblaba. Sudaba copiosamente.
Entonces Leng Ning comprendió algo muy grave: estaba teniendo síndrome de abstinencia.
Cuando alguien sufre un ataque por abstinencia, pierde toda capacidad de razonar. Si seguían en ese tira y afloja, era probable que ambos acabaran muertos.
Él todavía era joven… no quería morir así.

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