“Tiene buena puntería.”
—¿¡Cuánto falta para que llegue el francotirador!?
—¡Este sitio está demasiado apartado, ni siquiera pueden entrar los coches, no va a llegar tan rápido!
—¿¡Entonces qué hacemos ahora!?
—¡El capitán dijo que sigamos ganando tiempo!
—¿Y He Le? ¿Por qué no lo veo?
En ese momento, He Le ya había rodeado con su equipo hacia la parte trasera de la librería y estaba entrando en silencio por la puerta trasera.
Observaba con extremo cuidado el interior a través de la puerta del patio trasero.
El rehén seguía siendo retenido por Hei Gou, quien le tenía el cuchillo al cuello y estaba claramente al borde del colapso emocional.
—Jefe, ya estoy dentro —susurró He Le por el comunicador.
—¿Cómo está tu campo visual? ¿Puedes disparar? —la voz de Di Ye se escuchó en su auricular.
—La vista está parcialmente bloqueada. No tengo una línea clara para asegurar el tiro.
—Entendido. No hagas nada impulsivo. Intenta hacer que el sospechoso salga. Yo estoy preparando el rifle en el campanario.
Justo cuando He Le pensaba en cómo hacer que saliera, escuchó el sonido de un teléfono móvil.
Hei Gou le dio una patada al rehén en la parte trasera de la rodilla, sacó su teléfono y contestó, gritándole al otro lado:
—¡¿¡Por qué diablos trajiste a la policía!?! ¡Muévete de una vez y ven a sacarme de aquí! ¡Si me atrapan, tú tampoco te salvas!
—¿Estás bromeando conmigo? ¡Esos son policías de investigación criminal! ¿Tú crees que esto es una pelea de barrio?
—¡No me importa! ¡Tienes que sacarme de aquí!
—Hermano, te lo digo sin rodeos: si estás en este mundo, tienes que saber que este día podía llegar. Si haces una sola tontería, me cargo a Taozi.
Hei Gou respiraba con dificultad, completamente fuera de sí, y rugió:
—¡¡Maldita sea!! ¡Atrévete a tocarle un solo pelo y te mato!
—¿Y tú qué crees? ¡Atrévete a comprobar si me atrevo!
Hei Gou ya no sabía ni para dónde mirar: tenía que vigilar la puerta en caso de que la policía irrumpiera en cualquier momento, mantener al rehén bajo control, seguir la conversación con el otro del teléfono… y encima, su adicción lo tenía al límite. Estaba a punto de perderlo todo.
—Jian-ge, mientras no le hagas daño, podemos hablar de lo que quieras…
Jian-ge le colgó sin piedad.
Hei Gou, en un ataque de furia, arrojó el teléfono contra la pared. El aparato se partió en dos con un golpe seco.
—¡Muerto por muerto! ¡Prefiero que todos caigamos juntos!
Hei Gou había perdido completamente el control. Arrastraba a Leng Ning hacia la salida de la librería, aún con el cuchillo en la garganta.
Leng Ning podía sentir claramente que la hoja presionada contra su cuello temblaba.
—¿Dónde están las llaves? —preguntó Hei Gou con voz jadeante, grandes gotas de sudor cayéndole por la cara.
Leng Ning metió lentamente la mano en el bolsillo y sacó un manojo de llaves con el dedo índice. Había de todo tipo.
Hei Gou le echó una rápida mirada a las llaves, luego miró hacia la reja de hierro y empezó a arrastrarlo hacia el fondo del callejón.
Esa reja era su última esperanza. Una vez se escapara, iba a hacer pedazos a ese bastardo. Que él muriera no le importaba, ¡pero Taozi tenía que vivir!
—Me estás sujetando muy fuerte, y no puedo ver el ojo de la cerradura —dijo Leng Ning al levantar el manojo de llaves y acercarse lentamente al oxidado candado de la puerta.
En realidad, Leng Ning no tenía la llave de esa puerta. Solo estaba engañando a Hei Gou para sacarlo y ganar tiempo, una posibilidad más para sobrevivir.
Mientras la cabeza del sospechoso quedara expuesta a la vista de los policías, tendría una oportunidad de ser rescatado.
Era la única solución que su mente podía calcular en ese momento. Si fallaba… lo único que le esperaba era la muerte.
Sosteniendo las llaves, fue acercándolas poco a poco al candado. Justo cuando iba a introducir la primera, de pronto, sus dedos fallaron.
Las llaves resbalaron y cayeron al suelo con un sonido seco y metálico.
Su corazón se le subió a la garganta, pero en su rostro no se veía el menor signo de pánico.
—Perdón… se me resbalaron —dijo con calma.
Hei Gou estaba al borde de los nervios.
—¡¿Estás jugando conmigo, maldito?! ¿¡Quieres morir!?
La hoja afilada, tras tanto rozar, ya le había abierto un corte a Leng Ning. La sangre tibia y pegajosa bajaba lentamente por su cuello, pero él no rogó.
Obligándose a mantener la calma, se inclinó despacio… e intentó recoger las llaves del suelo.
Y, al hacerlo, la mayor parte de la cabeza de Hei Gou quedó expuesta.
Tenía tres segundos. Si en esos tres segundos nadie disparaba, solo le quedaba arriesgarlo todo en un último intento desesperado.
He Le vio que el blanco ya estaba completamente a tiro. Rápidamente apuntó a la cabeza de Hei Gou.
Justo antes de apretar el gatillo, dudó.
Aunque su puntuación en tiro siempre se mantenía en el noveno anillo, lo que tenía delante era una vida humana.
Si erraba el tiro, si golpeaba al rehén por accidente… todo sería una pesadilla.
Tres…
Dos…
¡BANG!
Un estruendo retumbó tras Leng Ning, envuelto en una ráfaga de aire. El cuerpo de Hei Gou se sacudió con violencia y, sin equilibrio, cayó al suelo.
La sangre salpicó sobre Leng Ning. El olor, como hierro hirviendo, invadió todos sus sentidos. Por un instante… quedó aturdido.
¡Clang!
La cuchilla también cayó al suelo.
Ese segundo se sintió como una eternidad.
Hei Gou cayó. En su frente se abrió un agujero sangrante.
El líquido rojo empapaba la masa encefálica que empezaba a desbordar…
Alguien acababa de abatir a Hei Gou.
Había ganado la apuesta.
Leng Ning alzó la vista hacia la dirección de la que había venido la bala.
Allí, en lo alto de un campanario de estilo gótico que se elevaba hasta el cielo, un hombre se alzaba a contraluz.
Guardaba su pistola con rapidez.
Y en el instante siguiente, ese hombre se impulsó con una mano sobre la barandilla y, con movimientos fluidos, saltó hacia abajo.
He Le salió disparado como un sabueso.
Lo primero que hizo fue comprobar el estado de Hei Gou. Ya estaba muerto.
Al confirmar que el rehén estaba ileso, por fin soltó un suspiro de alivio y se pasó la mano por la frente para limpiarse el sudor frío.
El susto que se llevó no fue menor. ¡Menos mal que el jefe tomó la decisión por él!
Ayudó al rehén a ponerse de pie y gritó por encima del hombro:
—¡Rápido, traigan el botiquín!
He Le notó que el rehén frente a él no estaba tan asustado como cabría esperar. Todo su cuerpo emanaba una calma inusitada.
Cualquier persona normal se habría derrumbado de miedo en una situación así, ¡pero este tipo incluso se agachó a recoger las llaves que se habían caído al suelo!
Por su trabajo, solían hacer simulacros de rescate de rehenes con colegas actuando de víctimas. A veces, si el “rehén” se mostraba demasiado tranquilo, los superiores los regañaban por falta de realismo.
En ese momento, He Le deseaba poder grabar la reacción del rehén y mostrársela a su jefe. Solo quería demostrar una cosa:
—Que realmente existen rehenes tan serenos que rozan lo anormal.
Con la cabeza fría y usando todos los recursos a su alcance, este auto-rescate había sido casi de manual. ¡Lástima que no lo grabaron!
Al ver que la herida del cuello del rehén seguía sangrando, se inclinó para echar un vistazo.
Por suerte, no era profunda, solo un corte superficial.
He Le presionó su auricular y le informó a Di Ye:
—Hei Gou está muerto. El rehén solo tiene una herida leve…
Shu Shu, la única oficial mujer del equipo, llegó corriendo con el botiquín en mano. Al ver el rostro del rehén, se quedó paralizada.
Nunca había visto a un chico tan guapo.
La luz matinal iluminaba su perfil como si fuera porcelana, con un brillo tenue. El vello fino en su nariz y mejillas era visible a contraluz, sin una sola imperfección.
De pronto, le vino a la mente una expresión: blanco como el jade, sin una sola mancha.
Por eso, la sangre que manaba de esa piel tan pura resultaba particularmente chocante.
Quería limpiársela, pero no se atrevía. Sentía que tocarlo sería profanarlo.
Pasó un buen rato antes de que recuperara la compostura. Sacó un paquete de pañuelos de su bolsillo y se lo ofreció:
—Tienes sangre en el cuello… límpiate.
—Gracias —respondió Leng Ning, tomando el pañuelo y limpiándose con cuidado.
Después de limpiarse el cuello, también limpió la sangre de la llave.
Shu Shu notó que el llavero tenía un colgante en forma de planeta y le preguntó:
—¿Ese colgante tiene algún significado especial? Parece que le tienes mucho aprecio.
Ese colgante era lo único que Leng Ning tenía consigo cuando despertó. No recordaba nada más, pero por instinto sentía que era importante para él.
Leng Ning no quiso hablar mucho del tema, así que desvió la conversación:
—¿Quién fue el que disparó?
—Ah, ¡nuestro capitán! —respondió Shu Shu mientras sacaba yodo y dos curitas del botiquín.
—Gracias. Yo me encargo —dijo Leng Ning, tomándolos.
Con movimientos muy hábiles, empapó una gasa en yodo, limpió la herida y abrió una curita, listo para ponérsela en el cuello cuando escuchó una voz:
—Está desviado.
Una mano se acercó de repente, tomó la curita de entre sus dedos y, sin pedir permiso, la presionó contra su cuello.
Leng Ning parpadeó, sorprendido. Cuando levantó la cabeza, la curita ya estaba en su sitio.
El hombre no se quedó junto a él, sino que pasó a su lado y se dirigió al cadáver de Hei Gou. Cuando se agachó, su nuca rapada quedó al descubierto. Su cuerpo entero irradiaba una masculinidad imponente.
Leng Ning notó que el hombre era bastante alto, casi de 1.90, con botas policiales, piernas largas y una complexión perfecta, resultado claro de años de entrenamiento.
Si no se equivocaba, ese era el hombre que había disparado desde el campanario para salvarlo.
—¿Encontraron lo que buscaban?
El hombre habló con tono directo y voz grave, con una textura magnética pero enérgica.
—¡Sí, jefe! —respondió el joven policía que había ayudado a Leng Ning—. Una pena que después de tanto trabajo, esta pista se haya cortado aquí.
El hombre tomó la bolsa de plástico con una sustancia rosada, la olió ligeramente y dijo:
—La pureza es similar a la que incautamos la vez pasada. Mientras esta basura siga circulando en el mercado, las pistas no se han terminado. Llévenla al laboratorio.
—¡Entendido, jefe!
Leng Ning miró la sustancia rosada dentro de la bolsa. La luz del sol se reflejaba en los cristales con un tono delicadamente rosado. De repente, sintió que le resultaba familiar, como si ya la hubiera visto antes.
Entrecerró los ojos un momento y preguntó:
—¿Qué es eso que tienes en la mano?
El hombre se giró al oírlo:
—Es metanfetamina. ¿Nunca la has visto? En rosa no es tan común. La llaman la “viuda rosa“, porque los hombres que la usan, dejan viudas a sus esposas.
Leng Ning asintió pensativo, aunque su mirada seguía fija en la bolsa.
El hombre movió los cristales rosados delante de él y advirtió:
—Recuerda esto. Esta porquería no se toca jamás. ¿Qué es esa cara? ¿Crees que estoy bromeando?
Leng Ning salió de su ensimismamiento y, queriendo cambiar de tema, dijo:
—¿Tan peligrosa es? ¿Por qué la gente la consume?
Di Ye —así se llamaba el hombre— le devolvió la bolsa a He Le y respondió:
—Una vez que la pruebas, no hay marcha atrás. Solo con contacto en la piel puedes volverte adicto. Y el síndrome de abstinencia es mortal. No exagero: hacer viuda a tu esposa sería lo de menos. La mayoría terminan arruinados o muertos.
Leng Ning se fijó en su rostro. Tenía rasgos duros, cejas afiladas, una nariz alta y bien formada. Un mechón de pelo caía sobre la frente, y sus ojos oscuros eran profundos, casi melancólicos.
De pronto, le pareció extrañamente familiar, pero no supo por qué.
Di Ye notó que Leng Ning lo miraba en silencio y pensó que lo había asustado, así que dijo a He Le:
—Llama a unos para que se lleven el cadáver. No queremos asustar más al rehén.
Luego añadió:
—Dejen a dos patrullando por la zona. El resto, que regrese.
—¡Entendido! —respondió He Le, pero justo antes de moverse, preguntó:
—Jefe, ¿investigamos también al que llamó a la policía?
—Sí —respondió Di Ye, echando otra mirada a Leng Ning—. Y muy a fondo.
—¡Recibido!
Después de que todos se dispersaron, Leng Ning notó que Di Ye lo observaba con una mirada nada inocente.
Era sensible a ese tipo de miradas, pero no podía entender por qué lo miraba así.
Por un momento, ambos guardaron silencio. Una tensión extraña flotaba entre ellos.
—Buena puntería —comentó Leng Ning.
—¡Por supuesto! —intervino Shu Shu—. ¡Nuestro capitán es un francotirador infalible!
Di Ye carraspeó y retomó la palabra con tono tranquilo:
—No suelo disparar. Si no te hubieras agachado en ese momento, no habría tenido tanta seguridad. Por cierto, ¿cómo supiste que estaba apuntando a Hei Gou?
La pregunta sonaba un poco como un interrogatorio.
—Fue una corazonada —respondió Leng Ning con voz serena, pero con una firmeza que imponía respeto.
Mientras hablaban, un par de policías ya habían metido el cadáver de hei gou en una bolsa mortuoria y lo cargaban rumbo a la camioneta.
Di Ye no parecía tener prisa por irse.
—Tener un cuchillo en el cuello y aún así pensar con claridad… no es poca cosa.
Leng Ning no lo sintió como un halago.
—Exagera usted.
—¿Fumas? —preguntó Di Ye, sacando una cajetilla de cigarrillos “Huazi” del bolsillo de su chaqueta y ofreciéndosela.
—Gracias —respondió Leng Ning, tomándola.
Di Ye encendió un cigarro para él mismo, dio una calada rápida y exhaló una nube de humo blanco.
—¿Siempre has vivido por aquí?
—Me mudé ayer —respondió Leng Ning.
—¿De dónde eres? ¿Por qué elegiste este lugar? ¿Sabías que esta zona está a punto de ser demolida? —Di Ye dio un paso dentro de la librería.
—Soy de Ningzhou. Estoy quedándome en una vieja casa de un amigo. Solo será por un tiempo, luego me voy.
Al escuchar la respuesta, Di Ye se detuvo.
—Respondes con soltura, ¿eh?
Leng Ning tampoco sintió eso como un elogio.
—Por lo que veo, ¿recién graduado?
—Sí, y sin un peso.
Mientras hablaban, Leng Ning buscó su encendedor en el bolsillo del pantalón, pero no lo encontró.
—¿Necesitas fuego? —le preguntó Di Ye al notar sus gestos.
—Sí, por favor.
En lugar de darle el encendedor, Di Ye lo encendió él mismo y lo sostuvo en el aire.
Leng Ning se inclinó, acercando su cigarro a la llama desde la mano de Di Ye.
Mientras lo hacía, Di Ye reparó en sus dedos: delgados, largos, con una blancura inusual y callos en la punta del índice.
—¿Y por qué un chico de Ningzhou vendría hasta aquí?
—Trabajo.
—¿En qué?
—Soy forense.
¿Forense?
El callo en el dedo índice cuadraba con el perfil. Pero el chico se veía completamente distinto a los tipos rudos que solían rodear a Di Ye. Tenía una piel tan clara que parecía que jamás salía al sol.
El forense del cuartel, el viejo Li, estaba siempre en el terreno, con la piel curtida por el sol. En cambio, este se veía más bien como… un tofu suave.
Di Ye entrecerró los ojos.
—¿Dónde trabajas?
—En Jinmai.
—Ah, sí, conozco Jinmai. Hemos colaborado con ellos antes. Tengo entendido que ahí pagan bastante bien.
—Acabo de entrar, solo cobro el sueldo base. Nada que ver con los demás.
—¿Cuántos años tienes?
—Veinticinco.
—¿Eres de maestría?
—No, solo licenciatura.
—Pero tengo entendido que Jinmai solo contrata gente con posgrado. ¿Te metieron por palanca?
Leng Ning dio una calada, exhaló lento y respondió:
—Supongo que pensaron que el título no lo es todo. Lo que importa es la capacidad de uno.
—¿Y qué tanta capacidad puede tener un crío de veinticinco años? ¿Dónde estudiaste?
—En la Universidad de Ningzhou.
—Ah, con razón. ¿Y no seguiste estudiando?
—Como pudo ver, mi situación no es la mejor —respondió Leng Ning sin rodeos—. Primero hay que llenar el estómago, después se piensa en lo demás.
Di Ye asintió, sin seguir por esa línea.
Subió por la vieja escalera de madera de la librería.
—Voy a revisar si hay riesgos de seguridad por aquí.
—Adelante —respondió Leng Ning.
Di Ye echó un vistazo al segundo piso. Todo indicaba que el chico acababa de mudarse.
Se asomó al dormitorio. La cama estaba perfectamente tendida. En el alféizar había una pecera de vidrio con una tortuga que no se movía.
—Te conviene mantener la ventana cerrada. No es seguro dejarla abierta. No es por asustarte, pero últimamente la situación económica está difícil, y los robos han aumentado.
—Gracias por el consejo.
La mirada de Di Ye pasó por el balcón.
—Tampoco has puesto rejas. A esta altura, yo mismo podría trepar y colarme. Seguridad cero. Además, tú deberías fortalecer ese cuerpo. Si te topas con un criminal, no tendrías cómo defenderte. Si no quieres entrenar, al menos cómprate un spray de pimienta o un bastón eléctrico. Podría salvarte la vida.
—Lo pensaré.
—No hay mucho que pensar. Esta zona antes era territorio de la familia Yao, con antecedentes delictivos por generaciones. Si te topas con alguien peligroso, corre. Y si no puedes correr, agacha la cabeza. Nada de hacerse el valiente. Incluso si ganas, vendrán a buscarte después. No te metas en líos, llama a la policía.
—Entendido.
—Eso sí, no todos los policías son como yo. También hay de esos barrigones con el pelo grasoso. Si te toca uno de esos… corre más rápido.
—…De acuerdo.
Di Ye notó el libro que Leng Ning había usado la noche anterior como apoyo para la sopa. Lo levantó y hojeó unas páginas.
—¿También te gustan las novelas?
Justo en ese momento, el tutor de Leng Ning le había escrito, así que bajó la cabeza a responder el mensaje.
—Más o menos —dijo sin pensarlo.
Di Ye miró la portada del libro: “Amor en tiempos de fuego”.
En la imagen, un oficial de policía abrazaba a una bella mujer, con llamas ardientes de fondo.
—¿Y te gustan estas novelas sin sentido? ¿Romance y crimen en un solo combo? ¿Qué te pasa? ¿Tienes pareja?
—No.
—¿Quieres tener?
Leng Ning levantó la cabeza tras enviar su mensaje, pensando: ¿Y esto a qué viene ahora?
—No tengo tiempo ni ganas.
Di Ye asintió, como si todo tuviera sentido.
Emocionalmente cerrado. Se evade leyendo novelas románticas. Justo como muchos jóvenes hoy en día.
—Te entiendo —dijo con tono comprensivo.
En eso, se oyó la voz de He Le desde abajo:
—Jefe, el celular de hei gou se rompió. No enciende.
Solo entonces Di Ye dejó de observar a Leng Ning y bajó por las escaleras.
—Revisa el historial de llamadas. Manda el teléfono a reparar —ordenó. Luego levantó la vista hacia Leng Ning, que estaba en la escalera—. ¿Recuerdas qué dijo hei gou cuando recibió la llamada?
—Era un tipo que se hacía llamar “Hermano Jian”. Por la voz, parecía de mediana edad —respondió Leng Ning mientras bajaba los escalones.
Di Ye le observó al bajar, fijándose especialmente en sus piernas sorprendentemente largas.
Aunque Leng Ning era medio palmo más bajo que él, sus piernas no eran mucho más cortas. Una proporción bastante envidiable.
—Ese tal Hermano Jian mencionó a alguien llamada Taozi. Parecía estar usando a Taozi para chantajear a hei gou, exigiéndole que guardara silencio.
Al terminar de hablar, Leng Ning ya estaba frente a él.
—Capitán, ¿hay algo más que quiera preguntarme?
Di Ye dejó el libro “Amor en tiempos de fuego” sobre la mesa.
—Ya es tarde. Ven conmigo a hacer una declaración.

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