VI. ¡HIJO, SAL POR LA PUERTA!

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EL TONO DE FANG Ying esta vez fue completamente diferente al de cuando le pidió que fuera a extorsionar a Sun Wenqu. También era la primera vez que le pedía su propio dinero.

Fang Chi sintió que Fang Ying debía haberse metido en serios problemas esta vez, pero no sé atrevió a hacer demasiadas preguntas. Sacó su depósito de diez mil del banco fuera de la escuela y se subió a un taxi.

En el auto, le marcó varias veces a Fang Ying, sin obtener respuesta, lo que lo puso cada vez más ansioso.

Ella tenía una mala relación con su madre, la esposa del tío segundo de Fang Chi, por lo que se había mudado para vivir sola desde muy joven. Pero nunca alquilaba a largo plazo, y a veces podía mudarse cuatro o cinco veces al año.

Solo había pasado un mes desde que se mudó a su casa actual, que quedaba un poco lejos de la escuela de Fang Chi.

Frunció el ceño mientras pensaba. Aunque era un complejo viejo, mucha gente vivía ahí e incluso había un portero vigilando la puerta. Si alguien realmente quisiera hacerle algo a Fang Ying, tal vez ni siquiera sería capaz de cruzar la puerta…

Pero esa pizca de fortuna se hizo añicos cuando vio el auto en la planta baja de la casa de Fang Ying. No era un buen auto, sino una camioneta vieja y destartalada, pero la forma en que estaba estacionada era muy casual, bloqueando la calle. A primera vista, parecía ser alguien que se detuvo y podría marcharse en cualquier momento.

Fang Chi corrió escaleras arriba, y cuando llegó al cuarto piso, escuchó el llanto débil de Xiao-Guo llegando desde arriba. Se puso ansioso al escucharla; ese llanto no podía ser de nadie más. Solo Fang Ying y Xiao-Guo vivían en el quinto piso.

Extendió la mano para buscar algo que pudiera usar para defenderse, pero no encontró nada excepto el sobre en el bolsillo de su chaqueta, así que se apresuró a seguir subiendo.

La puerta de la casa de Fang Ying no estaba bien cerrada. Cuando la abrió, vio a cuatro hombres de pie dentro de la habitación.

Luego vio a Fang Ying sentada en el suelo, con sangre en la mano izquierda y manchas en su ropa, aunque, a simple vista, parecía estar bien.

—¿Dónde está Xiao-Guo? —La primera reacción de Fang Chi fue encontrar a Xiao-Guo.

—Ella está bien. —Fang Ying tenía una expresión algo entumecida, con marcas rojas en el rostro. No parecía sentir la herida en su mano mientras seguía apoyándose en el suelo—. ¿Tra… trajiste el dinero?

Desde la habitación trasera, cuya puerta estaba cerrada, se escuchaba la voz casi sin aliento de Xiao-Guo, llorando desesperadamente. Fang Chi frunció el ceño.

—¿Vienes con el dinero? —Un hombre lo miró.

Otro extendió la mano y tiró de él.

—¿Cuánto trajiste?

Fang Chi levantó la mano, se quitó de encima al hombre y se inclinó para revisar la mano de Fang Ying; estaba ensangrentada, pero no podía ver dónde estaba la herida. Cuando estaba a punto de preguntar, alguien detrás de él le dio una patada en la pierna.

—¡Deja de hacernos perder el puto tiempo, el dinero!

—¡Dales el dinero, dales el dinero! —gritó Fang Ying en pánico. Su voz era aguda y temblaba de miedo—. Dales el dinero, dales el dinero…

Fang Chi estaba furioso más allá de las palabras, pero sacó el sobre de su bolsillo y el dinero que acababa de retirar. La persona que lo pateó antes se lo arrebató de inmediato.

—Carajo —maldijo un segundo después—. ¡¿Esta miseria?! ¡¿Crees que vine a pedir limosnas?!

—Ahora solo tengo eso… —dijo Fang Chi. Para él, el hecho de que pudiera contenerse de pelear con estas personas era simplemente debido a su preocupación por Xiao-Guo.

Si la niña no estuviera allí, no le importaría en lo más mínimo quiénes fueran estas personas ni qué buscaban. Y por no hablar de ese tono de voz, mucho menos de esa patada, en otras circunstancias, ya se habría abalanzado sobre ellos para darles una paliza.

Pero ahora solo podía soportar la situación por Fang Ying y Xiao-Guo.

—¿Crees que papi trajo aquí a sus hermanos por estos putos centavos? —El hombre tomó el dinero y lo usó para darle golpecitos a Fang Ying en la cabeza—. ¿Tratas de engañarme?

—Dame unos días más… ¡Tres días! ¡Solo tres días! —suplicó Fang Ying—. Yo…

Antes de que terminara de hablar, el hombre le dio una bofetada.

—¡Tres días! ¡Tres días! ¡Cuántos tres días te he dado! ¡¿Acaso piensas que soy un santo que está donando todas sus riquezas a los más necesitados?!

Cuando quiso abofetearla de nuevo, Fang Chi se entrometió y atrapó su mano.

No tenía la intención de provocarlo, ni empeorar las cosas en esa situación. Era solo que, cuando la mano del tipo pasó frente a sus ojos, a punto de abofetear a Fang Ying, provocó una reacción automática en él.

Pero ese reflejo condicionado, combinado con esos menos de veinte mil yuanes, terminó de enfurecer a esas personas.

El grupo se acercó al mismo tiempo y una lluvia de golpes les cayó encima, dándole puñetazos a Fang Chi y patadas a Fang Ying.

El sonido de los sollozos y aullidos entrecortados de Fang Ying hizo que Fang Chi sintiera que ella podía morir en cualquier momento. Incapaz de pensar en otra cosa, lo único que pudo hacer fue inclinarse parcialmente sobre Fang Ying, protegiéndola con su cuerpo, cubriendo su cabeza y su mano izquierda destrozada.

Al principio el dolor era intenso, una sensación ardiente y abrasadora, pero luego ya no sintió gran cosa.

Adormecido, protegió a Fang Ying de los golpes, mientras sentía puños, rodillas y otros impactos indistinguibles golpear su cuerpo, aunque sin causarle demasiado dolor.

Que lo golpearan no era gran cosa; no era la primera vez que le pasaba. Pero sí era la primera vez en sus dieciocho años de vida que no tenía más opción que aguantar sin poder devolver ni un solo golpe. También era la más absurda, frustrante y… aterradora de todas.

Desde el primer golpe, se dio cuenta de que esas personas no eran solo matones comunes y corrientes. Y que el dinero que Fang Ying debía no era una suma pequeña.

Si no podían pagar, ni siquiera se atrevía a imaginar lo que podrían hacerles. Ese miedo que se filtraba lentamente desde lo más profundo de su ser hizo que su cuerpo se quedara rígido.

—Tienes tres días, volveré a buscarte en tres días. ¡No me culpes por no tratarte bien si no tienes el dinero! Y ni siquiera pienses en huir, no podrás escapar de mí.

No sabía cuánto tiempo había pasado, pero finalmente el entorno quedó en silencio.

Fang Chi tardó mucho en volver en sí después de que esas personas se fueran. Tosió con fuerza un par de veces y sintió un dolor sordo en el rostro y el cuerpo.

—¿Estás bien…? —le preguntó Fang Ying, examinando sus piernas con nerviosismo.

—¡¿Qué diablos hiciste?! —Fang Chi la agarró por el hombro y la miró a la cara—. ¡¿Cuánto les debes?! ¡¿A quién le debes dinero?!

Fang Ying no respondió, solo seguía llorando. Su cabello era un desastre y el maquillaje en su rostro estaba corrido, dejando manchas negras y grises por todas partes.

—¿Fuiste a jugar a las cartas de nuevo? —preguntó Fang Chi, una vez más.

Fang Ying siguió sin decir nada. No importaba lo que le preguntara, ella no decía una palabra, solo lloraba.

—¡Estás buscando que te maten! —Fang Chi apretó los dientes, y soportando el dolor en su cuerpo, se levantó y entró en la habitación trasera.

Xiao-Guo no había parado de llorar en ningún momento. Fang Chi la abrazó y persuadió durante mucho tiempo antes de que por fin se calmara.

La cabeza de Fang Chi estaba hecha un lío. Después de calmar a Xiao-Guo, regresó a la sala de estar donde Fang Ying todavía seguía sentada en el suelo. Se acercó para revisar su mano.

Probablemente fue aplastada por alguien con la pata de una silla. La piel estaba muy desgarrada, pero era difícil ver si había alguna lesión en los huesos.

Fang Chi cerró los ojos y se forzó a calmarse, luego llevó a Fang Ying al hospital. Desde ahí, tomó un taxi para llevar a Xiao-Guo a la casa de su tío segundo.

Cuando su tía vio el estado de Xiao-Guo, supo de inmediato que algo andaba mal. Agarró a Fang Chi y le preguntó.

—No lo sé —respondió él—. Ella no me ha dicho nada. Mejor no dejes que vuelva a llevarse a Xiao-Guo por un tiempo.

—¡Ojalá se muera! —espetó su tía con el ceño fruncido antes de escupir con fuerza al suelo.

Fang Chi no dijo nada más y salió de la casa.

Le dolía todo el cuerpo. Antes no había prestado atención, pero ahora se daba cuenta de que incluso tenía el labio roto y un ligero sabor metálico y salado en la boca. Ni hablar del resto de su cuerpo: caminar se sentía como ser golpeado por un palo, cada paso era una agonía.

No sabía hasta qué punto podía ayudar a Fang Ying por todo lo que ella había hecho por él estos años, pero sospechaba que ella ya no tenía a nadie más a quien recurrir.

Y era probable que nadie, aparte de él, estuviera dispuesto a ayudarla.

Si nadie se encargaba de Fang Ying, no sería extraño que algo grave le ocurriera. Tal vez simplemente desapareciera o muriera.

Pero, ¿qué podía hacer él para ayudarla?

¿Y si no hacía nada? ¿Podría eso traerle problemas a él también?

 

 

***

 

 

—Hoy vamos a escalar en interiores, ¿vienes? —preguntó Luo Peng en el teléfono—. Te recogeré a las…

—Paso. Ni siquiera es fin de semana. —Sun Wenqu estaba acostado en el sofá. La habitación todavía tenía un leve olor a ambientador; no había desaparecido incluso después de dos días. No tenía idea de cuánta cantidad había usado la señora de la limpieza.

—Como si para ti no fueran fines de semana todos los días —dijo Luo Peng riendo, y luego agregó—: Por cierto, Li Bowen no estará allí hoy. Está ocupado.

—Ya sea que esté allí o no, igual no iré. —Sun Wenqu dobló una pierna. El puntapié de Fang Chi le había dejado dolorido por dos días—. Me lastimé la pierna.

—¿Cómo te la lastimaste? ¿Te caíste? —Luo Peng se puso nervioso cuando lo escuchó—. ¿Ya fuiste al médico? Si no, voy y te llevo al hospital.

—No es necesario, fue solo un golpe. —Sun Wenqu en realidad tenía muchas ganas de salir; todavía no había comido, pero también le daba pereza moverse.

Después de hablar un poco más con Luo Peng, colgó y se quedó inmóvil por un tiempo en el sofá, luego se sentó y miró su teléfono.

Sobre la mesa había unos cuantos folletos de comida a domicilio, dejados por la señora de limpieza en su última visita.

Tomó uno al azar, pensando en pedir algo. Sin embargo, después de echarle un vistazo, no le convenció. Estaba por agarrar otro cuando el timbre de la puerta sonó de repente.

Sun Wenqu estaba algo sorprendido. Desde que habían instalado el timbre, casi nadie lo había usado. Sus amigos siempre llamaban antes de venir, y que fuera la administración parecía menos probable…

Caminó a regañadientes hacia la puerta con la pierna adolorida, pero no vio a nadie tocando el timbre en la pantalla del intercomunicador.

—¿Quién? —preguntó Sun Wenqu, pero no hubo respuesta.

Se quedó un poco sin palabras. Quizás era el hijo de un vecino; ya había pasado antes. Siempre venía y salía corriendo después de presionar el timbre. Solo dejó de hacerlo cuando Sun Wenqu tomó un palo y lo estrelló contra el timbre de su casa, rompiéndolo.

«¿Hace tres años que no nos vemos?».

Justo cuando estaba por ignorarlo y regresar al sofá, el timbre sonó de nuevo. Volvió a mirar, pero seguía sin haber nadie en la pantalla. Sun Wenqu empezó a irritarse y gritó:

—¡Sigue tocando! ¡A ver si completas ocho horas y puedes fichar salida!

—Soy yo. —Justo cuando planeaba ignorarlo y volver a acostarse en el sofá, una voz se escuchó en el intercomunicador—. Fang Chi.

¿Fang Chi?

Sun Wenqu se quedó atónito por un momento. Luego se giró y echó un vistazo en la pantalla. De verdad era Fang Chi.

—¿Estás loco? —Sun Wenqu presionó el intercomunicador—. Si sales por la puerta trasera de la urbanización, encontrarás tres farmacias, escoge una y compra tus medicamentos.

—Pensé que no abrirías la puerta si me veías —dijo Fang Chi.

—Si no abro la puerta, también podrías pararte contra la pared y orinar, ¿no? —Sun Wenqu se molestó cuando pensó en esa noche—. Por favor, orina.

Después de decir eso, no abrió la puerta. En su lugar, volvió al sofá y se acostó, tomó otro de los folletos de comida a domicilio y siguió mirando.

El timbre volvió a sonar.

Sonó de nuevo.

Y siguió sonando.

Sun Wenqu apretó los dientes e hizo oídos sordos.

Por fin, se detuvo después de unos minutos. Exhaló un largo suspiro de alivio. Pero justo después, escuchó ruidos en el patio, como el sonido de una maceta al ser pateada o golpeada.

¿Qué mierda?

Sun Wenqu lanzó el folleto de comida y se puso de pie. Pero, antes de que pudiera llegar a la puerta, escuchó que llamaban tres veces.

¿De verdad saltó el muro? ¡A plena luz del día! ¡¿Acaso ya no existían las leyes ni la decencia en esta tierra?!

Espió por la mirilla con incredulidad y vio a Fang Chi parado afuera.

—¡Te doy diez segundos! —gritó Sun Wenqu—. ¡Si no te largas, llamaré a la policía!

—Necesito un favor. —Fang Chi siguió llamando a la puerta.

—No quiero —replicó Sun Wenqu sin rodeos antes de volver al sofá.

El muy sinvergüenza primero usaba el chantaje para sacarte dinero y, al no conseguir lo que quería, golpeaba a la víctima. Y no contento con eso, ¿venía por más?

¡¿Qué tipo de espíritu fraudulento era este? Incluso podría dar clases, ¿no?

—Entonces seguiré golpeando la puerta hasta que llegue la policía —repuso Fang Chi.

Si Sun Wenqu no sintiera su pierna adolorida, muy probablemente ya hubiera corrido hacia Fang Chi y tomado una maceta para arrojársela.

Sin embargo, no planeaba llamar a la policía por el momento. Cuando la policía llegara, lo único que encontrarían sería a alguien que llamaba a la puerta. Con esta persistencia engañosa, no estaba seguro de si este niño también tendría un truco para engañar a la policía.

Quería ver cuánto tiempo podía seguir tocando.

Fang Chi siguió haciéndolo durante cinco minutos.

Después de que Sun Wenqu por fin eligiera dos platos de entre un montón que no le apetecían, los golpes en la puerta cesaron.

—De verdad necesito un favor. —La voz de Fang Chi llegó desde fuera de la puerta—. Es muy urgente.

—No quiero —respondió Sun Wenqu.

—Entraré.

Aunque Fang Chi dijo que era un asunto muy urgente, su voz no fluctuó en todo momento, ni ansiosa ni irritada, como si solo se tratara de una charla casual entre amigos.

—Entra, anda. —Sun Wenqu estaba impresionado por su persistencia, ya más divertido que enfadado—. Veamos si puedes hacerlo, y cuando entres, te invitaré a comer.

El muro en el patio era muy bajo, lo que era inútil para detener a este caballero; ni siquiera podía evitar que los perros saltaran por encima. Pero la puerta de esta casa era diferente: sin una llave, incluso un cerrajero tardaría una hora en abrirla.

No se oyó ningún sonido fuera de la puerta. Fang Chi parecía haberse ido.

Sun Wenqu se recostó en el sofá y miró cómodamente la puerta. Mientras pensaba en lo que usaría Fang Chi para intentar abrir la cerradura, de repente escuchó un sonido en la ventana lateral.

—¡Carajo! —rugió, y saltó del sofá. Había abierto la ventana por la mañana para quitar el olor a ambientador, pero luego había corrido las cortinas y olvidó que seguía abierta.

Apenas se había puesto de pie cuando las cortinas se abrieron y Fang Chi saltó por la ventana a la sala de estar, deteniéndose frente a él.

Su movimiento fue ágil y silencioso, sin producir ningún ruido al aterrizar. Sun Wenqu solo tenía un pensamiento en ese momento: «¡Es hora de instalar ventanas antirrobo!». Se quedó mirando a Fang Chi durante mucho tiempo antes de hablar:

—Sabes que acabas de entrar ilegalmente, ¿no?

—Lo siento —dijo Fang Chi—, es muy urgente.

Sun Wenqu lo miró de nuevo, luego se dio la vuelta, se sentó en el sofá y apoyó las piernas en la mesita de café.

—¿De verdad? ¿Estás tan ansioso por pedir la pensión alimenticia para tu madre?

Sun Wenqu podía ver por su expresión y sus ojos que era un asunto realmente urgente. Esa arrogancia y desprecio que casi se podían leer en su cara durante los dos encuentros anteriores ya no eran visibles.

Y también vio las heridas en su rostro.

—Quiero pedirte dinero prestado.

—¿Eh? —Sun Wenqu lo miró con incredulidad. ¿Ahora se llamaba «pedir prestado»?

—Puedo darte un pagaré, o lo que quieras, siempre que puedas prestarme —continuó Fang Chi.

—¿Cuánto? —preguntó Sun Wenqu.

—Cien mil.

Sun Wenqu comenzó a reír al instante, se reclinó en el sofá y se rio sin parar por dos minutos enteros mientras lo miraba.

Fang Chi no dijo nada, solo lo miró.

—Ay. —Sun Wenqu se frotó la cara con las manos después de reírse lo suficiente—. Eres tan divertido.

—¿Puedes prestarme el dinero? —preguntó Fang Chi—. Prometo devolverlo.

—Fang Chi —dijo Sun Wenqu, doblando lentamente el menú que tenía en la mano por la mitad—, ¿ese es tu nombre real?

—Sí —respondió él.

—Fang Chi. —Sun Wenqu lo miró entrecerrando los ojos—. A tus ojos, aparte de ser un libertino, homosexual, patán que juega con los sentimientos ajenos y golpeador de mujeres, ¿qué más soy?

—Nada más —respondió Fang Chi con simpleza.

—¿De verdad? —Sun Wenqu dobló el folleto de comidas una vez más, luego se señaló a sí mismo—. ¿Estás realmente seguro de que no agregaste retrasado mental a la lista?

Fang Chi le dedicó una mirada seria.

—De verdad, no.

—¡¿Entonces de dónde mierda sacaste pedirme dinero prestado?! —rugió Sun Wenqu y levantó la mano. El folleto de comida había sido doblado en un pequeño avión que salió volando de entre sus dedos.

Fang Chi inclinó la cabeza y evitó el avión de papel que fue volando directo a sus ojos, pero la esquina afilada del papel todavía arañó su rostro.

La velocidad del avión era muy rápida, por lo que, a pesar de que solo era un pedazo de papel, seguía siendo doloroso al pincharse en la cara, especialmente en la herida. Fang Chi frunció el ceño y no dijo nada. 

—Vete antes de que llame a la policía. —Sun Wenqu tomó su teléfono.

Fang Chi no se movió y se quedó en silencio durante unos segundos.

—Dijiste que me invitarías a comer si lograba entrar.

Sun Wenqu reprimió el impulso de romper su teléfono, se quedó mirando la pantalla negra y meditando en silencio en su corazón unas treinta veces «Dios, dame fuerzas para seguir tu voluntad». Luego levantó la cabeza y miró a Fang Chi.

—Está bien, quédate ahí.

Fang Chi se metió ambas manos en los bolsillos de la chaqueta y se quedó allí.

Sun Wenqu llamó para pedir comida y luego comenzó a mirar televisión.

Para ser honesto, admiraba mucho a Fang Chi. Este no parecía ser una persona de piel gruesa que pudiera pararse así y no irse.

Sun Wenqu seguía sintiendo que tenía algo atorado en el pecho que no se podía solucionar solo golpeando a Fang Chi. Era una irritación vaga, difícil de definir, como si estuviera rodeado de algo suave y molesto, similar al algodón.

Después de que Fang Chi permaneciera en silencio a un lado durante más de diez minutos, de repente dijo:

—Si cien mil es demasiado…

—¿Ah? —Sun Wenqu estaba mirando la televisión, preguntándose cómo lidiar con este asunto y se sorprendió cuando lo escuchó hablar tan de repente.

—Puede ser menos… —dijo Fang Chi, mirando hacia el televisor.

Sun Wenqu cerró los ojos.

—Cien mil, ¿verdad? —lo interrumpió.

—Sí. —Fang Chi volteó la cabeza al instante.

—No hay problema, pero vamos a firmar un pagaré…

—¡Está bien! —El estado de ánimo de Fang Chi subió en un segundo y se apresuró a sacar su teléfono de su bolsillo—. La llamaré para que venga.

—Espera. —Sun Wenqu abrió los ojos, se puso de pie con pereza y caminó lentamente hacia él antes de mirar la cicatriz en la esquina de su boca—. Tú debes firmar este pagaré.

—¿Yo? —Fang Chi estaba atónito—. El dinero es…

—El dinero es para tu madre, ¿verdad? —replicó Sun Wenqu—. Es tu madre, ¿no?

Fang Chi lo miró y no dijo nada.

—¿Acaso no te harás responsable de la deuda de tu madre? —preguntó Sun Wenqu con lentitud—. Si estás de acuerdo, te prestaré el dinero. Si no, puedes irte después de comer.

Esta vez, Fang Chi guardó silencio durante mucho tiempo.

Sun Wenqu no tenía prisa; caminó con calma hacia la cocina y tomó una botella de yogur para beber.

—Está bien —respondió Fang Chi cuando él regresó de la cocina.

—Bien —dijo Sun Wenqu mientras bebía su yogur—. Hay una condición más.

—¿Qué? —Fang Chi frunció el ceño—. ¿Qué condición?

—Antes de que devuelvas el dinero —comenzó Sun Wenqu, acercándose a él—, tienes que venir a limpiar mi casa todos los días: lavar mi ropa, cocinarme…

Antes de que terminara de hablar, Fang Chi ya se había dado la vuelta y abierto la puerta para irse.

—¿No comerás? —le preguntó Sun Wenqu.

Fang Chi lo ignoró y cerró de un portazo.

—No vayas a saltar el muro otra vez, ¿bueno? —agregó Sun Wenqu—. ¡Hijo, sal por la puerta!

 

Traducido por alekmma
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