A esta hora y con este aguacero, incluso si lograra encontrar un taxi, le cobrarían un dineral. Temiendo hacer esperar al jefe, Wu Qiqiong echó a correr por la calle bajo la lluvia torrencial, las gotas azotándole el rostro mientras el paraguas que llevaba en la cabeza resultaba inútil.
Un anciano en mototaxi que lo había seguido durante el camino, sintiendo lástima, le gritó:
—Joven, súbete. No te cobraré. ¿Adónde vas?
En un momento así, escuchar esas palabras conmovió profundamente a Wu Qiqiong.
—No se moleste, doblando en esta esquina llegó— respondió, sacando de su bolsillo los últimos 37 yuanes que le quedaban y entregándoselos al anciano.
—Tome esto, no trabaje más hoy y regrese a casa. A su edad, no debe esforzarse como nosotros los jóvenes.
El anciano intentó devolverle el dinero, pero Wu Qiqiong giró y salió corriendo. Cuando el mototaxista arrancó para seguirlo, ya no había rastro de él.
Tras correr diez minutos más, Wu Qiqiong llegó finalmente a la empresa.
El jefe, borracho, estaba solo en la oficina rompiendo cosas. Apenas Wu Qiqiong abrió la puerta, recibió una descarga de insultos.
—¡Mira qué puta hora es! Usualmente hay muchos de ustedes, pero cuando se les necesita, ninguno de esos bastardos está. No paran de lloriquear por aumentos, pero ni siquiera valen lo que ganan. ¿Qué miras? Viniste a arreglar la máquina, ¡No a quedarte mirándome!
Sin decir palabra, Wu Qiqiong se agachó a revisar la máquina. Sin ayuda, sostenía la linterna con la boca mientras conectaba cables con ambas manos. Bzzzt una descarga eléctrica lo sacudió violentamente, pero el jefe solo observó, impasible. Otro bzzzt, y hasta el pelo de Wu Qiqiong pareció erizarse.
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Tras trabajar hasta el amanecer, por fin encontró el problema. El jefe, ya despierto, escuchó su diagnóstico.
—Esta pieza de aquí arriba está rota. Hay que cambiarla.
El jefe, al oír que había que cambiar la pieza, frunció el ceño al instante:
—Puedes cambiar la pieza, pero el dinero lo pones tú.
Al oír que tendría que pagar de su propio bolsillo, Wu Qiqiong se alarmó inmediatamente. Unos cientos de yuanes no son nada, pero ¿con qué le tocaba a él pagar por ello? Estaba dispuesto a asumir responsabilidades razonables por su jefe, ¡pero actuar de tonto útil pagando lo que no debía? ¡Jamás!
—Esta pieza ya estaba rota antes de que yo la revisara. No es mi responsabilidad.
La expresión del jefe se agrió inmediatamente:
—Wu Qiqiong, déjame decirte que eres un ignorante. Si ya te molestaste en arreglar la máquina, ¿qué importan unos miserables cientos de yuanes?
—¿Cómo que no importan? — argumentó Wu Qiqiong con lógica.
—Cuando mi salario mensual apenas supera los dos mil yuanes.
—¿Ahora te quejas de lo que paga la empresa? —rugió de pronto el jefe, escupiendo las palabras.
— ¡Si no te gusta, lárgate! Ahí afuera hay montones de empresas privadas con mejores beneficios. ¡Vete a donde quieras, pero deja de ocupar el espacio de los demás como un inútil!
Wu Qiqiong se quedó plantado como un poste, con la mirada vacía y el rostro pálido.
—¿Y todavía te atreves a ponerme condiciones? ¡Mírate, idiota! Si no fuera porque te doy de comer como a un perro, ¡ya estarías viviendo del aire! Los otros tres de tu oficina no han parado de quejarse para que te mande a otro departamento. Están hartos de aguantarte…
Wu Qiqiong repasó mentalmente estos tres años; todas las veces que ayudó a sus compañeros, creyendo que guardarían su amabilidad. Pero en realidad, a sus ojos lo veían como un lamebotas que quería presumir ante sus superiores y escalar sobre sus espaldas.
—Wu Qiqiong, tú arreglaste esta máquina. Si no lo hiciste bien, la culpa es tuya. Si pagas ahora mismo, no pasa nada. Pero si sigues haciéndote el rebelde, ¡te arrepentirás!
Los demás podrían ya haberse vuelto inmunes a la mierda, pero Wu Qiqiong acababa de entenderlo: este era un lugar oscuro. Podías hacer mil favores y nadie los recordaría, pero un solo error te perseguiría para siempre.
—Renuncio— Wu Qiqiong habló de pronto, con una calma helada.
—Quiero renunciar.
El jefe pareció darse cuenta entonces de quién se iba realmente. Si Wu Qiqiong se marchaba, ¿quién carajos haría ese montón de trabajo de mierda?
—Escúchame bien, Wu Qiqiong, no olvides tus raíces. Fue esta empresa la que pulió tu técnica. Si te vas, olvídate de la ‘licencia sin sueldo’. Tus tres años de aportes al seguro social ¡Se irán carajo!
¿Seguro? ¿Qué seguro? Ni siquiera pudo asegurar que su novia no lo dejara. ¿Qué demonios le había protegido?
Wu Qiqiong giró hacia la puerta.
—¡Crees que esto se acabó?!— El jefe rugió a sus espaldas.
—Tu ausencia injustificada de una semana el mes pasado y ¡La multa de tres días de sueldo por cada día de ausencia! ¡Además de la pieza de hoy! ¡Hasta el último centavo entrégalo, o no saldrás de aquí!
—No falté — Wu Qiqiong se irguió, la voz temblándole de indignación.
—Fue una licencia médica. Me lastimé.
El jefe lo agarró del cuello de la camisa, enseñando los dientes y reprendió.
—¿Quién mierda te crees que eres? ¿Eh? ¿¡Encima te atreves a gritarme!? ¡Esa cabeza de melón tuya falla cada dos o tres veces! ¡Toda máquina que tocas acaba jodida!
La cara de Wu Qiqiong se enrojeció por la asfixia. Forcejeó para zafarse de los dedos que le estrangulaban, pero el jefe lo lanzó contra la pared con una patada. La gasa de su frente se desprendió, dejando al descubierto la herida.
—¿Te atreves a arañarme, retrasado? ¡Hijo de perra! ¡Lárgate ahora mismo!
Wu Qiqiong se aferró al marco del tablero de anuncios, los ojos inyectados en sangre clavados en una foto de identificación. Bajo la imagen, dos palabras quedaron grabadas con fuego en su corazón.
“Zhang Baogui”.
