× Capítulo 64: Fuego sin nombre ×

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En un abrir y cerrar de ojos llegó julio. Todos comían barbacoa en la calle, pero Wu Suowei llevó a Chi Cheng a comer malatang. ¡No había remedio! La barbacoa es muy cara, y como no era una invitación sincera de todos modos, ¡mejor conformarse con esto!

Comer malatang con este clima era prácticamente igual que sudar en una sauna.

Al terminar, Wu Suowei parecía recién salido de una lavadora. Su holgada camiseta se le pegaba al cuerpo, empapada desde el cuello hasta el pecho. Olvidando que tenía a un pervertido a su lado, por costumbre se subió la camiseta hasta el pecho, dejando al descubierto un vientre plano y una amplia espalda húmeda que se extendía hasta las curvas de sus nalgas. Sus pantalones de tiro bajo cubrían coquetamente el sensual surco de sus glúteos, como una pura provocación al fuego.

La garganta de Chi Cheng parecía arder. Gotas de sudor descendían por su prominente nuez hasta caer.

—Baja la camiseta— le recordó con voz grave.

Wu Suowei, abrumado por el calor, seguía subiéndosela, dejando entrever sus pezones.

—¡Te he dicho que la bajes!— Chi Cheng tiró con fuerza.

Wu Suowei protestó con temeridad: 

—¡Tengo calor!—  Dicho esto, volvió a subirse la camiseta.

—¿Tienes calor, eh?— Unos ojos rojos como brasas se clavaron en Wu Suowei.

De repente, Wu Suowei sintió que algo andaba mal. Cuando reaccionó, ya estaba siendo arrastrado por Chi Cheng hacia el auto. El aire acondicionado a todo volumen enfrió al instante el sudor de su cuerpo, pero la tensión en el ambiente hizo que la temperatura dentro del vehículo volviera a subir. Chi Cheng, furioso, tiró con fuerza de la camiseta de Wu Suowei y dijo con respiración entrecortado: 

—Ya que tienes tanto calor, te desnudaré por completo para que te refresques de una vez.

—¡No me toques!

Wu Suowei protestó airado, con los puños apretados hasta hacerlos crujir, defendiendo su territorio inviolable de un metro cuadrado.

Chi Cheng descubrió de pronto que, en comparación con el fuego del deseo que lo consumía, lo que ardía con más fuerza en su corazón era una ira sin nombre. Según su temperamento habitual, cuando Wu Suowei se atrevía a provocarlo así en la calle, él solía devolverle el favor allí mismo, humillándolo ante los transeúntes. Eso habría sido excitante y estimulante. Pero esta vez se enfadó de verdad, se encolerizó genuinamente, todo porque Wu Suowei se había exhibido de manera tan descarada, y eso le había provocado celos.

—De ahora en adelante no te vistas así, ¿entendido?— Chi Cheng soltó de repente.

Wu Suowei, con el rostro tenso, preguntó: —¿Qué hice mal?

—¿Qué hiciste mal? ¿Vestirte así y pasear por las calles como si quisieras que todos te vieran? ¡Delante de mí puedes ser tan provocativo como quieras, pero afuera te cubrirás de pies a cabeza!

Wu Suowei no lo entendía. Solo se había arreglado un poco, ¿cómo podía ser eso provocativo? ¿Acaso no podía salir a la calle con pantalones largos y camisa holgada?

Chi Cheng, al ver que Wu Suowei aún lo miraba con desafío, se inclinó sobre él y con los dientes apretados, preguntó: 

—¿Quién te dio permiso para usar pantalones de tiro bajo?

—¿Qué tiene de malo usarlos?— Wu Suowei se resistió. 

—¡Si no he mostrado nada!

—¿Tienes que mostrar todo el culo para que cuente?— Chi Cheng, con los ojos ardiendo en un fuego oscuro, gruñó:

 —Si los bajas un poco más, ¡podría penetrarte directamente por detrás!— Y acto seguido, tiró del pantalón de Wu Suowei.

Wu Suowei, furioso, torció la muñeca de Chi Cheng y gritó:

 —¡Te advierto que estos pantalones me costaron decenas de miles!

—Decenas de miles…— Chi Cheng miró burlonamente a Wu Suowei.

 —Mejor corta un trozo del dobladillo de tu pantalón y usémoslo para pagar una barbacoa.

Wu Suowei, al fracasar con las amenazas, recurrió a la carta de la autocompasión, con una mirada desolada y patética.

—Así que me desprecias por no tener dinero, y hasta mi invitación te parece miserable, eh?

Chi Cheng replicó: 

—¿Tú qué crees? Si realmente te despreciara, ¿dejaría que un clip de papel me engañara?

Wu Suowei ignoró eso. Estoy resentido, desilusionado, con una expresión de desesperación existencial y aislamiento.

Chi Cheng descubrió con desesperación que, por más excitado que estuviera, seguía cediendo ante las tretas baratas de Wu Suowei. ¡No podía actuar, maldita sea! Tras un largo forcejeo, su gran mano sujetó la nuca de Wu Suowei, atrayéndolo con fuerza. Lo miró fijamente un instante y luego lo besó con dominio.

Wu Suowei se estaba acostumbrando cada vez más a los besos de Chi Cheng.

Antes creía que el contacto íntimo era un sacrificio, el precio por pescar a este gran pez. Ahora ya no pensaba así. La lengua de Chi Cheng era una maravilla, revolviendo todo en su boca con ferocidad y destreza, dejándolo con un regusto de insatisfacción cada vez que paraban.

La mano grande de Chi Cheng se deslizó hasta la cintura de Wu Suowei, sus dedos ásperos rozando el ombligo.

Wu Suowei se arqueó incómodo y sujetó la muñeca inquieta de Chi Cheng.

—¿Lo estás sintiendo?— preguntó Chi Cheng.

Wu Suowei respondió con incomodidad: 

—No estoy acostumbrado.

—¿A qué estás acostumbrado entonces?— Chi Cheng sopló en su oreja. 

—¿Acostumbrado a que te lo metan directamente? Entonces la próxima vez no uses pantalones de tiro bajo, ¡mejor ponte unos con abertura en la entrepierna! Será más conveniente.

Afortunadamente, Wu Suowei tenía la resistencia de un pene de burro como límite mental; de haber sido como antes, ya habría iniciado una rebelión.

De pronto, la mano de Chi Cheng forzó el borde del pantalón de Wu Suowei. Sin darle tiempo a prepararse, sus dedos gruesos y largos invadieron la zona boscosa, agarrando todos los vellos, mientras lanzaba una pregunta incisiva:

—Me provocas una y otra vez, pero cuando te respondo, no me dejas tocarte, ¿qué clase de juego sucio es este?

La pregunta inevitable había llegado. Wu Suowei no encontró palabras para evadirla mientras la mano de Chi Cheng seguía insistiendo en su entrepierna «como un brazo que no puede vencer a una pierna», sin más opciones, tuvo que revelar su as bajo la manga.

—No eres mi novio. ¿Con qué derecho te dejaría tocarme?

Una frase que dio en el blanco.

El rostro de Chi Cheng cambió. Sacó la mano de los pantalones de Wu Suowei y lo miró fijamente.

—Dabao.

Wu Suowei respondió con un rezongado “mm”.

—Ven a mi casa— dijo Chi Cheng. —Hace mucho que no duermo con alguien.

Wu Suowei le mostró la nuca: 

No iré.

¡Si no terminas con ella, no iré!

—Está bien— dijo Chi Cheng.

Wu Suowei rechinó los dientes. Claro, como era de esperar, los más cariñosos son los más fríos. ¡Maldito seas, quieres tener el pastel y comértelo también! Yue Yue debe estar ciega… ¡No! ¡los dos están ciegos! Abrió violentamente la puerta del auto y se bajó.

Pero eso no era todo. Lo más irritante vendría después.

Chi Cheng siguió a Wu Suowei de vuelta a la clínica y, para colmo, ¡otra vez le pidió que soplara figuras de azúcar!

—He usado el tiempo que debería pasar con mi novia para estar contigo. Seguro se enfadará cuando vuelva. Sopla una rosa para que pueda llevársela y convencerla—, dijo Chi Cheng.

Wu Suowei rechinó los dientes con una sonrisa cruel. En menos de veinte minutos, otra obra maestra tomó forma.

Un trasero increíblemente realista ensartado en un palillo de bambú fue entregado a Chi Cheng.

—No sé soplar rosas. Tendrás que conformarte con un crisantemo.

 

[====✧×✧====]

 

Esa noche, Chi Cheng yacía solo en la cama. Xiao Cu Bao se enroscaba dócilmente a su lado, observando cómo sus dedos frotaban incesantemente el palillo de bambú, haciendo girar y girar ese trasero esculpido en azúcar.

Tal como Wu Suowei caminaba por la calle, con aquel movimiento provocativo de caderas.

Hacía mucho que no sentía esta comezón en los huesos, imposible de rascar y que sólo aquel trasero podía aliviar.

Había visto a incontables personas en pantalones de tiro bajos, tangas, incluso desnudas, retorciéndose de rodillas con movimientos obscenos. Pero nada igualaba la lascivia con que Wu Suowei se levantaba la camiseta. Chi Cheng siempre creyó que lo sensual no se actúa, sino que nace de los huesos. La sensualidad de Wu Suowei se escondía en cada poro, densamente distribuida por todo su cuerpo, pero sólo un conocedor podría percibirla.

En la habitación, completamente solo y desnudo, Wu Suowei estaba sentado en la cama mirando el vello de su zona íntima. Las raíces del vello estaban algo enrojecidas e hinchadas, resultado de que Chi Cheng las había arrancado.

Qué jodido pervertido…, Wu Suowei no pudo evitar pensar.

Justo cuando maldecía, el teléfono del pervertido sonó.

Wu Suowei se acurrucó bajo las cobijas y respondió con pereza: 

—¿Hola?

—¿Ya estás dormido?— preguntó Chi Cheng.

Wu Suowei bostezó: 

—Estaba a punto de dormirme, ¿y tú?

—Estaba a punto de follar.

En la mente de Wu Suowei surgió de repente una chispa que casi le quemó los vellos de abajo.

—¿Para qué mierda me llamas si estás a punto de follar?

Chi Cheng pasó los dedos por el cuerpo de Xiao Cu Bao y dijo con voz provocativa: —¡Quería que me animaras!

—Sí, no hay problema— Wu Suowei rechinó los dientes: —¡Oye, preciosa, escucha bien! ¡Tu novio no es un buen hombre! ¡Toca culos de otras chicas, arranca vellos púbicos a otros hombres, y después de follarte a ti, salta el muro para follar a otra! Hasta los gánsteres huyen de él al verlo…

Al terminar de insultar, estrelló el móvil con fuerza. ¡Qué satisfacción!

Del otro lado, Chi Cheng también quedó satisfecho. Al imaginar la furia erizada de Wu Suowei, todas las espinas en su corazón fueron extraídas. Qué placer. Abrazó a Xiao Cu Bao y se durmió.

Al día siguiente, Yue Yue fue directamente a la comisaría de tráfico a secuestrar a Chi Cheng. Ni siquiera le dio oportunidad a Wu Suowei de maquinar algo, simplemente tomó del brazo a Chi Cheng y se lo llevó.

Wu Suowei contempló por un largo rato sus figuras alejándose juntas, con una expresión complicada.

Parece que, sin medidas drásticas no podrá someter a esa chica…

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