× Capítulo 65: Arrebatar el amor con una espada ×

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 En el camino de regreso, Yue Yue le preguntó a Chi Cheng:

 —¿Cómo es que hoy me permitiste ir a tu trabajo a buscarte?

El auto de Chi Cheng avanzaba muy despacio. Por el rabillo del ojo no dejaba de ver el espejo retrovisor, donde la figura desolada de Wu Suowei se volvía cada vez más pequeña y borrosa. Solo cuando dobló en una esquina, Chi Cheng habló con indiferencia.

—Te llevaré a casa.

Yue Yue no lo entendía en absoluto: 

—¿Me hiciste venir hasta aquí solo para llevarme a casa?

Los dedos de Chi Cheng golpeaban levemente el volante: 

—Vives en una zona muy apartada. Últimamente hay muchos matones. No me siento tranquilo dejando que regreses sola.

El corazón de Yue Yue se endulzó como si le hubieran vertido miel, y soltó sin pensar: 

—Los gánsteres huyen de ti al verte.

Exactamente las mismas palabras, sin previo acuerdo ni comunicación, salieron de ambas bocas con solo un día de diferencia. Esta sincronía solo podía lograrse entre amantes con siete años de convivencia.

Los dedos de Chi Cheng se detuvieron por un instante, mientras lanzaba a Yue Yue una mirada ambigua.

Yue Yue captó con sensibilidad, e inmediatamente le devolvió la pregunta: 

—¿Qué pasa? ¿Acaso decirte canalla está mal? Incluso si juntamos a todos los hombres jóvenes y viejos de Beijing, ninguno tiene tantas aventuras como tú solo. A veces me pregunto, ¿con cuántas personas habrás jugado? ¿cómo es que tienes tantos… trucos sucios?… Solo de pensarlo se me eriza la piel.

Chi Cheng mirando al frente, dijo con indiferencia: 

—¿No será que solo de pensarlo te mojas?

Yue Yue, con la cara roja, golpeó el brazo de Chi Cheng: 

—¡Eres un odioso!

Chi Cheng resopló y encendió un cigarrillo.

El trasero de Yue Yue se frotó contra el asiento, con una mirada abrasadora.

—No quiero ir a mi casa. Quiero ir a la tuya.

Chi Cheng, sin cambiar de expresión, sacudió la ceniza del cigarro:

 —Hoy no tengo tiempo libre.

Yue Yue hizo pucheros: 

—Ya llevas varios días sin tener tiempo libre.

Chi Cheng sacó una caja del compartimiento del auto y se la entregó a Yue Yue. Dentro había juguetes sexuales. Esos objetos siempre estaban listos en el auto, precisamente para facilitar los encuentros dentro del vehículo y al aire libre.

—Usa esto para arreglártelas por unos días— dijo Chi Cheng.

Yue Yue refunfuñó malhumorada

—Si usas esto demasiado, crearás dependencia. Luego, cuando te toque a ti, no sentiré nada.

Chi Cheng movió sus delgados labios cargados de masculinidad: 

—Conmigo, puedes descartar por completo esa preocupación.

—Solo tú te atreves a decir eso.

Yue Yue torció los labios, aunque en realidad por dentro estaba eufórica y emocionada, Solo mi novio puede decir esas cosas.

El auto tardó una hora entera en llegar a casa de Yue Yue. Antes de bajarse, no pudo evitar suspirar:

 —De verdad vivo muy lejos. Ojalá tuviera un departamento en el centro.

……

Tal como Chi Cheng esperaba, Wu Suowei era como un burrito de mente inflexible que solo avanzaba si le daban un latigazo. Sin estímulos, seguía estancado en el mismo lugar. Así que, tras verlo partir con Yue Yue el día anterior, hoy dejó el baloncesto y se plantó frente al auto de Chi Cheng en el estacionamiento, se sentó en el capó del coche fumando un cigarrillo con una actitud desafiante.

Al ver acercarse a Chi Cheng, Wu Suowei saltó del capó y aplastó la colilla con el pie.

—¿Qué haces?— preguntó Chi Cheng.

Wu Suowei recorrió los alrededores con mirada perezosa y dijo con despreocupación: 

—Nada, solo estoy viendo el auto.

Chi Cheng abrió la puerta del auto y se sentó directamente.

Wu Suowei se recargó en la ventana del auto de Chi Cheng, sus ojos negros y brillantes como electricidad fijándose en él.

—Decidí que venderé mis serpientes para comprar un auto usado. ¿Cuándo compraste este? ¿Cuánto costó?

—Lo compré el año pasado. Calculo que en total fueron unos seiscientos mil yuanes— respondió Chi Cheng con honestidad.

Wu Suowei extendió su mano hacia el volante, recorriendo con delicadeza la funda de cuero del exterior.

—¿Me lo venderías por sesenta mil?

Chi Cheng agarró la mano inquieta de Wu Suowei y dijo con voz sugerente: 

—Si te incluyes en el trato, entonces lo venderé.

Wu Suowei alzó una ceja: 

—Déjame sentarme para probarlo.

Ya se había sentado docenas de veces, y solo ahora quería “probarlo”. Hasta un idiota habría notado sus segundas intenciones. Por supuesto, Wu Suowei no era para nada tonto, sabía que para lidiar con alguien como Chi Cheng, debía usar tácticas aparentemente torpes.

Una vez en el auto, Wu Suowei fingió inspeccionar el interior y al considerar que la experiencia no era suficiente, le dijo a Chi Cheng: 

—¿Puedo probar conducirlo?

—Como quieras— dijo Chi Cheng.

Y así, el auto terminó conduciéndose directamente hasta la casa de Chi Cheng.

—Bien, el auto es bueno.

Habiendo logrado su objetivo de impedir el encuentro entre Yue Yue y Chi Cheng, Wu Suowei planeaba retirarse discretamente.

Chi Cheng dijo: 

—Te acompañaré de vuelta.

Wu Suowei agitó rápidamente las manos: 

—No hace falta, puedo regresar caminando solo.

—De todos modos, voy a recoger a mi novia. Está de camino. Sube al auto.

¡Qué despiadado eres!… Wu Suowei se aclaró la garganta: 

—Tengo un poco de sed. ¿Qué tal si pasamos un rato en tu casa, bebemos algo y luego me voy?

Chi Cheng no dijo nada, mirando fijamente a Wu Suowei.

Wu Suowei le devolvió la mirada.

Un instante después, Chi Cheng avanzó a grandes zancadas, agarró el cinturón de Wu Suowei y lo arrastró adentro.

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