XXI. TENGO LA IMPRESIÓN DE QUE SOY BASTANTE TIERNO

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EN MEDIO DE LA NOCHE, mientras intentaba dormir, Sun Wenqu bajó corriendo las escaleras con una cara aterrorizada y una mano en alto, diciendo que una rata le había mordido; supuso que en el dedo. Si no fuera porque Chico ladró unas cuantas veces en el patio, Fang Chi habría pensado que seguía soñando.

—¿Qué pasó? —Encendió la luz y vio una pequeña gota de sangre en la punta del dedo índice de Sun Wenqu. Se sobresaltó y agarró su mano para mirar más de cerca—. ¿Te mordió una rata?

—¡Ajá! —Sun Wenqu reprimió la voz—. ¡Sí! ¡Tus ratas!

Fang Chi no dijo nada. Lo agarró de la mano y lo arrastró hacia el patio, donde comenzó a apretar su dedo con fuerza.

Sun Wenqu sintió que el dolor aumentaba de repente mientras la sangre fluía de la herida. Respiró hondo y frunció el ceño.

—¡Maldita sea, ni siquiera la mordedura de la rata dolió tanto!

Fang Chi no le hizo caso y apretó aún más el dedo. Luego, lo arrastró hasta el grifo, abrió el agua y continuó presionando. Finalmente, llenó un pequeño recipiente con agua jabonosa y siguió lavando la herida.

—En serio… —Sun Wenqu hizo una mueca de dolor—. ¿Es necesario exagerar tanto?

—No sé, pero he leído que hay que lavar la herida durante al menos quince minutos. —Fang Chi lo miró de reojo—. Ve a que te vacunen en cuanto regresemos mañana por la mañana.

—¿Qué vacuna? —preguntó Sun Wenqu.

—¿Pues pregúntale al doctor? —dijo Fang Chi—. Pregúntale si tienen una vacuna para las ratas locas.

Sun Wenqu sonrió, pero el dolor en la punta del dedo hizo que su sonrisa desapareciera al momento siguiente.

—¿Ya está? Siento que voy a desangrarme.

 

 

Fang Chi continuó con la limpieza y la desinfección con alcohol. Después de casi media hora, Fang Chi finalmente le devolvió el dedo a Sun Wenqu.

—Aaah. —Sun Wenqu cayó sobre el sofá con la mano entumecida—. Saliste más molesto que la rata.

—Ve a dormir. —Fang Chi miró su teléfono—. Solo queda una hora para levantarnos. Tomaremos el primer autobús.

—Oh —asintió Sun Wenqu, se cubrió con la pequeña manta en el sofá, se dio la vuelta y cerró los ojos.

 Fang Chi se quedó parado junto a él durante un buen rato, sin saber qué pensar, antes de preguntar:

—¿Vas a dormir aquí?

—¿Dónde más? —respondió Sun Wenqu bajo la colcha—. ¿Quieres que suba a alimentar a las ratas otra vez?

—Entonces yo dormiré arriba. —Fang Chi quiso recoger su ropa de cama, pero Sun Wenqu ya había acaparado tanto la manta como la almohada. Sin más remedio, se dio la vuelta y comenzó a subir las escaleras.

—Oye, dime algo —dijo Sun Wenqu, levantando la cabeza—. ¿Crees que la rata bajará a morderme?

—¿Eres tan delicioso? —Fang Chi lo miró casi sin saber si reír o llorar.

—Bueno, quién sabe. —Sun Wenqu miró su propia mano—. Tengo la impresión de que soy bastante tierno.

Fang Chi guardó silencio por unos segundos, luego silbó suavemente. Antes de que Sun Wenqu pudiera reaccionar, Chico ya había abierto la puerta de la sala de estar y entrado corriendo, moviendo la cola con entusiasmo.

—¿Qué haces? —Sun Wenqu casi se sienta del susto.

—Túmbate, Chico. —Fang Chi señaló el suelo y Chico se acostó de inmediato frente al sofá. Fang Chi volvió a mirar a Sun Wenqu—. Duerme, buenas noches.

Fang Chi subió las escaleras y regresó a su habitación.

Esa habitación era la que había tenido desde niño, y cada vez que entraba, sentía una ola de seguridad. Todo le era familiar. Se dejó caer en la cama, y cada mueble, cada rasguño, incluso el aire… ¿olía bien?

Se apoyó en un brazo, jaló la manta y la olió, luego estornudó.

Ese era el olor en el cuerpo de Sun Wenqu, uno podía sentirlo nada más acercarse a él. No era perfume, sino…un aroma a leche de coco.

Fang Chi suspiró. Un anciano de casi treinta años, y aun así se bañaba religiosamente todos los días con su gel de ducha de leche de coco.

Se levantó de la cama y se sentó frente al escritorio. Después de rebuscar un rato en la mochila arrinconada junto a la pared, sacó una hoja de ejercicios de química.

Tenía mucho sueño, pero solo tenía una hora antes de levantarse. Con lo difícil que le resultaba despertar, sabía que, si se dormía, no sería capaz de levantarse a tiempo. Así que, en lugar de luchar contra el tormento de levantarse o seguir durmiendo «solo un minuto más», prefirió no dormir.

Colocó las hojas de papel sobre el escritorio y entonces notó el dibujo que Sun Wenqu había hecho en la esquina de la mesa. Chico y sus abuelos se veían adorables, con cabezas grandes y cuerpos pequeños y redondeados. Fang Chi pasó la mano sobre el dibujo, recordando los largos y elegantes dedos de Sun Wenqu presionando las cuerdas mientras tocaba el erhu.

Tengo la impresión de que soy bastante tierno.

Fang Chi frunció el ceño y chasqueó la lengua, luego bajó la cabeza y se puso a hacer su tarea.

Química era un verdadero fastidio. Cada vez que Fang Chi abría la tarea de esa materia, sentía unas ganas inmensas de irse a dormir.

Apretó los dientes y saltó de una pregunta a otra por un buen rato, pero al final sintió que no había avanzado nada.

Suspiró y apoyó la cabeza en el escritorio, mirando el dibujo en la esquina de la mesa. Sostenía el bolígrafo con la boca mientras golpeteaba con el dedo la hoja de ejercicios, distraído.

En ese momento, se escuchó el sonido de una silla siendo arrastrada en la terraza fuera de la puerta. Fang Chi escupió el bolígrafo y se puso de pie, caminó hacia la puerta y miró por una rendija.

Sun Wenqu acababa de envolverse en la manta y sentado en la silla, mientras Chico descansaba a sus pies.

Fang Chi abrió la puerta, algo desconcertado.

—¿Por qué sigues sin dormir?

—Culpa a tu hermosa perra —respondió Sun Wenqu, mirándolo por encima del hombro y señalando a Chico en el suelo—. Ronca y rechina los dientes como un camionero cuando duerme, dormir mi trasero…

—¿De verdad? —Fang Chi lo pensó un momento—. ¿No será que tienes el sueño muy superficial?

—Puede ser —dijo Sun Wenqu—. Aunque no siempre, lo de «nueve superficiales y uno profundo» depende principalmente de mi estado de ánimo… [1]

Fang Chi cerró la puerta de golpe y volvió a sentarse frente a su escritorio. Desde su lugar, pudo oír a Sun Wenqu riéndose a carcajadas en la terraza durante un buen rato.

Se quedó mirando el examen sin hacer nada, luego suspiró, se levantó y volvió a abrir la puerta.

—Si no vas a dormir, al menos entra a la habitación. ¿Qué pasa si te resfrías?

—Gracias. —Sun Wenqu se puso de pie envuelto en la colcha y se metió en la habitación, pasando por delante de él. Chico lo siguió como un rayo y se acomodó debajo del escritorio antes de acostarse.

Fang Chi cerró la puerta en silencio, ya sin saber qué más decir.

—¿Resolviendo ejercicios? —Sun Wenqu vio la hoja en su escritorio y se acercó a mirar.

—Mmm —respondió Fang Chi.

—Con la solución ácida da-da-da-da de ácido sulfúrico de concentración tal, valorar la solución da-da-da y completar las siguientes ecuaciones iónicas —leyó Sun Wenqu en voz baja—. Completar las siguientes ecuaciones iónicas… ¿No sabes hacer esto?

—¿Qué demonios es da-da-da…? —preguntó Fang Chi con impotencia.

—La fórmula molecular, me da pereza leerla —dijo Sun Wenqu—. Da-da-da más da-da-da, más…

—Si quieres hacerlo, hazlo —lo interrumpió Fang Chi—. Ya no lo sigas leyendo.

Sun Wenqu no dijo nada más, tomó el bolígrafo y se inclinó sobre el escritorio.

Fang Chi se sentó en el borde de la cama y se quedó mirando su espalda, perdido en pensamientos.

Después de un rato, Sun Wenqu tiró el bolígrafo y se levantó.

—Oye, ¿por qué debería ayudarte a hacer tu tarea?

—¿Qué sé yo? —Fang Chi se acercó, lo apartó y se sentó en la silla. Descubrió que Sun Wenqu ya había resuelto varias preguntas, aunque no sabía si estaban bien—. ¿Aún… recuerdas esto?

—Adiviné. —Sun Wenqu cayó sobre la cama—. Puedes seguir tú.

—¿Eras un estudiante de Ciencias? —Fang Chi se dio la vuelta.

—¿Te parezco un estudiante de Humanidades? —Sun Wenqu sonrió.

—Eso pensé —respondió Fang Chi.

—Eres tan ingenuo. —Sun Wenqu se rio.

—Entonces, ¿qué especialización estudiaste en la universidad? —preguntó Fang Chi con cierta curiosidad.

Sun Wenqu se recostó de lado, mirándolo con el brazo bajo la cabeza.

—No fui a la universidad.

—¿Ah? —Fang Chi se quedó atónito. Solo después de un rato volvió la vista hacia el escritorio—. Oh.

Después de eso, ninguno de los dos volvió a hablar. Fang Chi bajó la cabeza y se centró en hacer su tarea, mientras Sun Wenqu permanecía tranquilo acostado en la cama. Fang Chi escuchaba su respiración hacerse cada vez más lenta, por lo que supuso que se había quedado dormido.

Chico también dormía pacíficamente a los pies de Fang Chi, debajo del escritorio. Y no la escuchó roncar ni rechinar los dientes como un camionero en ningún momento.

 

 

Esa tarea fue un verdadero martirio. Además, Fang Chi estaba tan cansado y somnoliento que la lucha se volvía aún más frustrante; casi se le caían las lágrimas al ver que no había completado ni una sola hoja. Al comprobar la hora de nuevo, vio que eran casi las cinco en punto, por lo que tenía que empacar sus cosas y prepararse para salir; el primer autobús partía a las seis.

En un principio, no tenía pensado tomar ese autobús tan temprano, pero tampoco había imaginado que Sun Wenqu acabaría siendo mordido por una rata mientras dormía. Ahora debía asegurarse de que fuera a la ciudad tan pronto como fuera posible para ponerse la vacuna.

Sun Wenqu estaba apoyado en la cabecera de la cama y parecía dormir muy profundamente. Fang Chi dudó un instante antes de acercarse y darle un empujón.

—Oye, despierta.

—¿Mmm…? —Sun Wenqu, en efecto, tenía el sueño superficial. Emitió un sonido de somnolencia con solo un suave empujón.

—Ya es hora, levántate y prepárate, hay que tomar el autobús —dijo Fang Chi.

—No… —Sun Wenqu abrió los ojos y se quedó mirándolo—. Tengo sueño.

—Entonces quédate aquí esperando a que te dé la fiebre de las ratas locas. —Fang Chi bajó las escaleras tras decir eso.

Después de asearse, vio que Sun Wenqu ya se había cambiado de ropa y bajaba las escaleras con su mochila en la mano, todavía con una expresión renuente en su rostro.

—Desayunaremos en la ciudad al regresar —le dijo Fang Chi.

—¿Puedes hacer un poco de chocolate caliente? —preguntó Sun Wenqu—. Me levanté demasiado temprano y mi estómago se siente muy vacío.

—No queda chocolate, se acabó todo. —Fang Chi pensó por un momento—. ¿Qué tal un cartón de leche?

—Está bien —asintió Sun Wenqu, y fue a asearse.

Después de que los dos terminaron de prepararse, fueron al patio trasero a despedirse de los abuelos, que ya estaban despiertos.

—Ay, mi precioso nieto se va de nuevo. Cuídate y no nos hagas preocupar. —La abuela frotó la cara de Fang Chi con fuerza.

—Sí —asintió Fang Chi.

—Aquí están las cosas que dijiste que se llevaría Shuiqu. —El abuelo trajo una bolsa tejida con una sonrisa—. Ya está todo empaquetado.

—¡Tanto! —Sun Wenqu se sorprendió.

—Son cosas que pueden guardarse, no se echarán a perder —le dijo la abuela—. Come despacio. Y cuando se acaben, dile al pequeño revoltoso, para que te lleve más.

—Gracias, abuelos. —Sun Wenqu levantó la bolsa, que estaba bastante pesada.

Los abuelos los acompañaron hasta la entrada del pueblo antes de que Fang Chi los hiciera volver. Esta renuente despedida dejó a Sun Wenqu con una inexplicable sensación de melancolía, aunque Chico seguía caminando detrás de ellos.

—Todavía falta un buen tramo. —Fang Chi le quitó la bolsa—. Es demasiado temprano y no hay transporte en el pueblo, tendremos que caminar un poco.

—Está bien caminar, el aire es muy bueno. —Sun Wenqu miró al cielo e inhaló hondo, luego volvió a mirar a Chico—. ¿No la harás volver?

—Aunque lo intente, es imposible que se vaya —dijo Fang Chi, y sacó un cartón de leche de su bolsillo antes de dárselo. Luego, abrió una bolsa de galletas y le dio un par a Chico—. Volverá ella sola cuando subamos al autobús.

—Cuando estás fuera uno o más días, ¿qué come Sir Amarillo en casa? —Sun Wenqu tomó un sorbo de leche; estaba caliente, y la caja aún seguía un poco húmeda. Supuso que Fang Chi la había calentado en agua. Le sorprendió lo detallista que podía ser en ciertos aspectos.

—¿Comida para gatos? Puse un dispensador automático —dijo Fang Chi.

—¿Sabe usarlo? —Sun Wenqu sonrió.

—Ni siquiera lo intenta… —suspiró Fang Chi—. Normalmente solo le da un manotazo y tira toda la comida antes de comer eligiendo por encima. Pero lo que le llevé de tu casa, la verdad es que le gusta mucho.

—¿Por qué no mejor convierto tu sueldo de fin de mes en comida para gatos? —dijo Sun Wenqu, sonriendo.

—No, no puedo consentir tanto los caprichos de la niñita. —Fang Chi soltó un chasquido. Luego de pensarlo, lo miró de reojo—. Oye, ¿de verdad vas a pagarme?

—Mm, de verdad. —Sun Wenqu asintió.

—No hace falta. —Fang Chi se mostró algo incómodo—. He pedido prestado tanto dinero, hacer un poco de trabajo… no es nada.

 —Si no te pago un sueldo, en serio estarías vendiendo tu cuerpo. —Sun Wenqu lo miró con los labios curvados en una sonrisa—. Vendiendo tu cuerpo, vendiendo tu cuerpo-oh, vendiendo tu cuerpo-oh…

—¿No terminas nunca? —Fang Chi lo miró.

—Terminé —dijo Sun Wenqu.

—Sin salario —concluyó Fang Chi y, sin más, avanzó rápidamente hacia el frente, sin hablar el resto del camino.

 

 

Chico observó cómo ambos subían al autobús, luego se dio media vuelta y volvió corriendo por el camino de tierra.

El autobús de la mañana no estaba demasiado lleno, así que consiguieron un asiento doble. Sun Wenqu se subió el cuello de la chaqueta, se apoyó en la ventana y cerró los ojos, comenzando a dormitar.

Sin embargo, ¿cómo alguien que no podía dormir bien ni en su propia cama podía siquiera pensar en hacerlo sentado en un autobús tan caótico y que saltaba con cada bache? Era básicamente una tarea imposible. Lo único que pudo hacer fue cerrar los ojos y fingir dormir como consuelo.

Pero Fang Chi era todo lo contrario. Este niño, tan pronto como se sentó, se deslizó un poco hacia abajo, inclinó la cabeza y, en menos de diez minutos, ya estaba tan dormido que se desplomó sobre Sun Wenqu.

—Ay… —Sun Wenqu no se movió, pero sus ojos se abrieron en una rendija para mirarlo detenidamente—. Sabes escoger bien las camas, ¿eh?

Al parecer Fang Chi tenía mucho sueño, ya que, apoyado contra él, dormía profundamente. Sun Wenqu lo observó un rato, luego, alargó la mano para darle un suave golpe en la cara, sin embargo, el chico no se inmutó en absoluto.

Sun Wenqu bostezó, no le molestó más y cerró los ojos para seguir fingiendo que dormía.

En realidad, pretender dormir era bastante agotador. A la izquierda tenía a Fang Chi apoyado en él y a la derecha estaba presionado contra la ventana del autobús. Y todo porque él mismo había insistido en quedarse a pasar la noche y terminó siendo mordido por una rata, lo que hizo que Fang Chi no tuviera un buen descanso. Ahora se sentía muy avergonzado debido a eso, así que no lo apartó, limitándose a soportarlo.

El único problema de soportarlo era que, a veces, cuando el autobús rebotaba con algún bache, la cabeza de Fang Chi también se movía y su pelo le acariciaba la cara y el cuello. En comparación, este asunto era más tortuoso que el de actuar como su almohada…

Después de un largo tiempo, el autobús finalmente ingresó a la ciudad. No supo con exactitud qué fue lo que despertó a Fang Chi, pero de repente, dio un brinco y se sentó derecho. Se quedó mirando el respaldo del asiento frente a él con una mirada atontada por unos segundos antes de girar la cabeza.

—Lo siento.

—¿Tienes un temporizador en la cabeza o qué? ¿Te despiertas justo cuando llegamos? —Sun Wenqu se frotó los hombros casi entumecidos.

—No, solo me desperté de repente. —Fang Chi se rascó la cabeza y miró a hurtadillas el hombro de Sun Wenqu

—No babeaste. —Sun Wenqu notó su mirada—. O te habría apartado de un golpe.

 

 

Cuando el autobús llegó a la terminal, los dos bajaron y se prepararon para tomar un taxi.

—Ve primero a ponerte la vacuna. —Fang Chi sacó su teléfono y buscó la dirección—. La posta de prevención de epidemias más cercana está cerca de mi escuela, mejor ve allí.

—Tengo que volver a guardar mis cosas, cambiarme de ropa, comer algo. —Sun Wenqu frunció el ceño—. A esta hora, seguro que aún no están trabajando.

—No te atrevas a no ir. —Fang Chi lo miró con sospecha.

—Iré, iré, iré, claro que iré —dijo Sun Wenqu—. No es que quiera contraer la enfermedad de las ratas locas.

—Entonces, toma un taxi y ve primero. —Fang Chi vio uno al costado de la carretera—. Toma ese.

—Fang Chi… —Sun Wenqu se rio—. ¿A tus ojos soy tan inútil que ni siquiera sé llamar a un taxi?

Fang Chi lo miró por un momento.

—Mmm, sí.

—Vete a la mierda. —Sun Wenqu se encaminó hacia el auto—. Está bien, apúrate y ve a la escuela, no te olvides de venir a cocinar por la tarde, también tienes que ordenar los gabinetes de mi casa…

Antes de que terminara de hablar, se giró y al ver a Fang Chi alejándose casi al trote, se quedó sonriendo durante un buen rato.

 

 

Cuando el taxi estaba casi en la entrada del complejo de viviendas, el teléfono de Sun Wenqu comenzó a sonar. Lo sacó y vio que el nombre de Sun Jiayue se mostraba en la pantalla.

Aún no eran ni las nueve de la mañana; probablemente era la primera vez en diez años que su hermana se levantaba a esta hora.

—¿Qué pasa? —contestó Sun Wenqu al teléfono.

—Oye, ¿no estás en casa? —preguntó Sun Jiayue.

—No… —Sun Wenqu se quedó un momento en silencio—. ¿Cómo lo sabes?

—¡Vaya, sí que no estás en casa! —Sun Jiayue se rio, con una risa particularmente alegre—. Oye, te estoy avisando, vas a hacer enojar muchísimo a Sun Yao. No puedo creer que ni siquiera yendo tan temprano haya conseguido atraparte.

—¿Nuestra hermana fue a buscarme? —Sun Wenqu se sorprendió.

—Seguro sigue allí. —Sun Jiayue seguía divirtiéndose por su cuenta—. Tú decides si quieres verla o no. Pero no le digas que yo te avisé que fue a buscarte.

—Mmm —respondió Sun Wenqu y colgó el teléfono.

Al principio estaba de buen humor, pero debido a la llamada telefónica, de repente todo se fue al diablo.

Sun Wenqu miró a las personas que iban al trabajo y a la escuela por la ventanilla del auto, frunciendo el ceño e intentando desesperadamente reprimir el disgusto en su corazón.

Sun Yao era la mano derecha y confidente de su padre. Ya fuera entre su padre y su madre, o entre su padre y él, Sun Yao siempre estaría del lado de su padre.

Esa hermana suya, ocho años mayor que él, para Sun Wenqu era como una réplica de su padre. Aunque podía parecer gentil, tenía la misma dureza en los huesos, la misma racionalidad, y la misma actitud… de alguien a quien no quería acercarse.

Si no era absolutamente necesario, Sun Yao no iría a buscarlo. Y si lo hacía, y de tal manera que no tuviera tiempo de buscar una manera para evitarla, entonces debía ser su padre quien la había enviado.

Al pensar en esto, Sun Wenqu tuvo un estallido repentino de ansiedad. Si no fuera porque llevaba una bolsa grande y otra gran bolsa llena de productos de montaña, de verdad habría hecho que el taxi lo dejara en cualquier lugar.

Sin embargo, por la forma en que Sun Yao estaba actuando, probablemente no se iría hasta encontrarlo.

El taxi se detuvo frente a la puerta del patio, y Sun Wenqu vio el auto de Sun Yao y a su conductor sentado dentro.

Cargando su equipaje y la bolsa, Sun Wenqu caminó ruidosamente a través del jardín y entró en la casa.

Como esperaba, Sun Yao estaba sentada en el sofá, bebiendo su té con calma. Cuando lo escuchó entrar en la casa, giró la cabeza y sonrió.

—¿Ya llegaste?

—Mmm, fui de excursión a la montaña con Bowen y los demás. —Sun Wenqu dejó su equipaje y la bolsa junto a la pared.

—Entonces date prisa y organiza tus cosas un poco.

—No es necesario. —Sun Wenqu se paró frente a ella—. ¿Qué pasa?

—Báñate primero. —Sun Yao frunció el ceño y le dio un suave codazo—. Estás todo lleno de polvo y suciedad…, ya hablaremos después.

—Tengo que salir en un rato —dijo Sun Wenqu.

—¿Acabas de volver y ya vas a salir de nuevo? —Sun Yao suspiró—. De verdad te estás dando la gran vida…

—Si es sobre volver a trabajar en la cerámica, entonces no hace falta que lo discutamos. —Sun Wenqu se quitó la chaqueta y entró en el dormitorio, tomó un conjunto de ropa y se cambió mientras hablaba—: Ya dije  todo lo que tenía que decir sobre este asunto. Ya peleé las peleas que debía pelear. Y los trapos sucios que tenía que sacar, ya fueron ventilados…

—Wenqu, sabes que tu problema no es si haces cerámica o no, sino tu actitud hacia papá. —Sun Yao caminó hacia la ventana de la sala con su taza de té.

—Mi actitud hacia él se debe a su actitud hacia mí —replicó Sun Wenqu, saliendo ya vestido—. Olvídalo, no quiero seguir con estas conversaciones repetitivas, llevo años con lo mismo y ya me he quedado sin palabras nuevas que decir.

—De verdad, no logro entender por qué eres tan obstinado. —Sun Yao miró por la ventana—. Desde pequeño, la persona más consentida de la familia has sido tú, todos te hemos dado todo nuestro amor y atención, ¿y tú? Haces que todo gire en torno a ti: «No me gusta, no me siento cómodo, no me gusta cómo lo hacen, yo quiero hacer esto, quiero hacer aquello…».

—Hermana —la interrumpió Sun Wenqu—, ve al grano.

—Está bien. —Sun Yao se volteó para mirarlo—. Tienes un mes para considerar seriamente estas cosas: tu futuro, tu relación con papá y tu relación con esta familia.

Sun Wenqu no dijo nada.

—Si sigues insistiendo en actuar como hasta ahora; si no tienes la intención de ceder ante papá y continúas siendo así de terco… —Sun Yao se cruzó de brazos y golpeó el suelo con la punta del tacón de su zapato—. Entonces, en el futuro, ni esta casa ni tus asuntos financieros deberían depender de papá y mamá.

Sun Wenqu la miró, todavía sin decir nada.

—¿Te ha quedado claro? Si quieres, regresas a casa y hablas con papá como corresponde, o… —En ese momento, los ojos de Sun Yao eran muy parecidos a los de su padre, duros y agresivos—. No me importa cuánto dinero tengas a mano ahora, pero eso es todo. La casa se pondrá a la venta en un mes.

—Entiendo —dijo Sun Wenqu.

 

 


Notas:

[1] La expresión “九浅一深” (nueve superficiales y uno profundo) es un modismo chino que tiene un doble sentido. Literalmente, puede referirse a un patrón de alternancia, pero en un contexto coloquial o humorístico suele aludir a una técnica que se usa con frecuencia en las actividades sexuales… lo entiendes.

 

 

Traducido por alekmma
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