Hotel Delfín (III)

Traducido por:

Publicado el:

Estado de Edición:

Editado

Editor/es responsable/s:

8 minutos
📝 Tamaño de fuente:

En la última escena, A-Zai, ahora famoso y exitoso, regresa con A-Qi, quien sigue siendo un desconocido, al refugio antiaéreo donde solían jugar de niños. Sobre el refugio hay un tramo de vías de tren abandonadas. He Jiahao, abrazando sus rodillas, escucha a Chen Ruoke recitar sus líneas; él tiene muchos lunares pequeños de color marrón en su rostro, He Jiahao los mira fijamente por un momento y, de repente, extiende la mano para tocarlos. El director grita «¡Corten!» y He Jiahao, avergonzado, saca la lengua.

Después de que He Jiahao pronuncia su última línea, la película se da por terminada. Todo el equipo de producción estalla en júbilo y rodea a la pareja para colocarla en el centro y tomar una foto grupal. He Jiahao, sosteniendo un ramo de narcisos y lirios en sus brazos, se ve empujado hasta casi apoyarse en el pecho de Chen Ruoke. Luego, con cierta dificultad, logra esbozar una sonrisa hacia la cámara.

A la señora Zhou, la dueña del Hotel Delfín, le encanta tanto esa foto que manda hacer una copia extra para colgarla en la pared del vestíbulo del hotel. Cuando He Jiahao baja las escaleras con su equipaje, la señora Zhou, reacia a dejarlo ir, no para de agarrarlo y le regala una gran bolsa de pasteles de taro, especialidad del hotel. He Jiahao, cargando una bolsa llena de cosas, se las arregla para subir con dificultad al autobús.

Tan pronto como sube, comienza a repartir los pasteles de taro entre todos, siguiendo el orden de los asientos. Cuando llega a Chen Ruoke, se sonroja y mantiene la mirada fija en los pasteles, evitando mirarlo. Después de completar la ronda de repartos, se sienta con naturalidad en el asiento al lado de Chen Ruoke.

El autobús empieza a recorrer la carretera de montaña. Hua-jie, sentada delante, no deja de girarse para hablar con ellos. Chen Ruoke mira por la ventana con la cabeza apoyada en la mano, mientras el viento alborota su flequillo. A medida que el cielo se oscurece y el frío se intensifica, encienden la calefacción en el autobús. Incluso los que estaban charlando se van quedando dormidos.

He Jiahao se gira y ve que Chen Ruoke se ha quedado dormido apoyado en la ventana. Sus rasgos, hermosos en conjunto, hacen que su rostro parezca un papel de arroz blanco, con los lunares simulando puntos de tinta. Cuando el autobús pasa por un túnel, su rostro queda medio iluminado y medio en sombras. Observa la parte del brazo de Chen Ruoke que sobresale de su camiseta de manga corta y entrelaza sus manos. De nuevo, He Jiahao se sonroja.

Cuando el autobús llega a las afueras de la ciudad, ya es casi noche cerrada y las luces del interior no están encendidas. He Jiahao, con cautela, extiende su mano y acaricia con suavidad el dorso de la mano de Chen Ruoke. Como un torpe animalito buscando comida en la nieve, lo toca tiernamente hasta que abre los ojos de repente.

He Jiahao se sobresalta y, en respuesta, Chen Ruoke le agarra la mano.

Unas filas más adelante, el director se estira, da un gran bostezo y vuelve a acurrucarse en su asiento. El aire está húmedo y caliente; He Jiahao siente que podría evaporarse en cualquier momento. Cada uno mira hacia su lado de la ventana, mientras, y en silencio, sus manos permanecen entrelazadas bajo el asiento, con las palmas ligeramente sudorosas.

El conductor toca la bocina para apremiar al coche que va delante. La mediana de la avenida principal de la capital provincial está podada sin gracia ni estilo.

Más tarde, He Jiahao recordará a menudo ese momento: los pasajeros de los asientos delanteros y traseros comenzaban a despertarse lentamente y a charlar. Él y Chen Ruoke seguían tomados de la mano en secreto, y sentía que las ondas en su corazón se expandían en círculos, mareándolo.

Después de bajar del autobús, cada uno se dirige a su propia parada. Chen Ruoke, con su bolso colgado al hombro, corre hacia He Jiahao y le entrega un papel con su número de teléfono. Debido a la mala comunicación en el pueblo, ni siquiera habían intercambiado formas de contacto. He Jiahao ve cómo se da la vuelta y desaparece entre la multitud. Esa fue la última vez que vio a Chen Ruoke, a sus diecinueve años.


El profesor de actuación de He Jiahao solía decir que todas las películas del mundo están interconectadas, y que los personajes que interpretas terminan fundiéndose con tu propia vida. He Jiahao, sentado en el suelo de la sala de ensayos tomando notas, mira distraídamente a sus compañeros en las primeras filas.

La película del pueblo que había rodado con Chen Ruoke ni siquiera llegó a estrenarse en cines. He Jiahao sospecha que el director, durante el proceso de edición, destrozó su computadora a golpes mientras fumaba, decidiendo no enfrentarse a su obra fallida. Así que hasta ahora, ninguno de los dos ha visto el producto final.

Más tarde, He Jiahao hace algunas audiciones más, pero nunca vuelve a tener éxito. Es un actor realmente ordinario, sin destacar ni por su apariencia ni por su talento. A veces el profesor dice que tiene una especie de torpeza sólida, pero que puede ser bueno, que incluso puede llegar a ser un actor comprometido. Sin embargo, al observar a sus resplandecientes compañeros de clase en las primeras filas, él sabe que no está destinado a grandes logros.

Como aquella vez que, sosteniendo el papel que Chen Ruoke le había dado, marcó el número y llamó desde la entrada de la estación. Él contestó, como si estuviera fumando. He Jiahao murmuró:

—Está prohibido fumar en la estación.

Chen Ruoke soltó una risa, sin decir nada. Él abrió la boca para decir:

—Oye, He Jiahao…

El tren llegó, y He Jiahao colgó precipitadamente para subir. Cuando bajó, descubrió que su teléfono había desaparecido. Junto con el papel, también se había esfumado su primer amor.

Con su característica torpeza tenaz, He Jiahao se esforzó preguntando de un compañero a otro, hasta llegar a los compañeros de Chen Ruoke en la escuela de cine. Sentía como si estuviera buscando un grano de azúcar en el océano. Finalmente, logró contactar con el compañero de cuarto de Chen Ruoke, quien le respondió con sequedad:

—Chen Ruoke está rodando una película.

He Jiahao, tropezando con sus propias palabras, preguntó torpemente:

—Su número de teléfono…

La voz al otro lado contestó:

—Dicen que es un rodaje cerrado. Si tienes algo que decirle, dímelo a mí.

El torpe He Jiahao llegó a memorizar de atrás hacia adelante el número fijo de la residencia de Chen Ruoke. Llamaba cada dos por tres para preguntar si había vuelto al campus. Siempre decía:

—Mi nuevo número es… ¿Podrían, por favor, asegurarse de decírselo?

Pero su teléfono nunca recibió un mensaje de Chen Ruoke.


He Jiahao sigue con su vida rutinaria, ocupado con los ensayos para sus clases teóricas. Aunque aquella película fallida del pueblo nunca vio la luz, algunas de las chicas del equipo de rodaje siguen pendientes de él y quedan a comer juntos en algunas ocasiones.

Hua-jie menciona a Chen Ruoke:

—Xiao Ke tampoco es muy hablador. Pero a mucha gente le gusta ese tipo.

He Jiahao, mordisqueando la pajita de su jugo, se queda pensativo mientras las escucha hablar de Chen Ruoke, como si estuvieran hablando de alguien que él no conoce. Piensa que él había compartido secretos con esa persona, se habían besado a escondidas, pero ahora todo eso parece un sueño que solo él ha vivido.

Unos meses después, está sentado en la cafetería comiendo. Tras dos meses intensos de entrenamiento en teatro experimental, todos están tan cansados que se apoyan unos en otros mientras comen. He Jiahao baja la cabeza; el pescado en salsa roja de hoy tiene demasiada sal. Después de un bocado, no se atreve a comer más.

La cafetería bulle de ruido. Al levantar la vista hacia el televisor de la pared, se queda de piedra al ver el rostro de Chen Ruoke en la pantalla. Allí está, con un traje de tres piezas gris azulado, de pie en una alfombra roja en el extranjero, rodeado por un mar de flashes.

Mordisqueando sus palillos salados y grasientos, He Jiahao recuerda de repente la escena final de aquella película que rodaron juntos. A-Zai y A-Qi volvían al refugio antiaéreo donde solían jugar de niños. Encima del refugio había una vía de tren abandonada. Allí charlaron de sus vidas: A-Zai de su exitosa vida en el sur, mientras A-Qi, abrazando sus rodillas, escuchaba en silencio. Envidiaba a A-Zai, a la vez que reflexionaba sobre su propia vida sin esperanza.

He Jiahao se mete un gran trozo de pescado en la boca. La distancia entre él y Chen Ruoke se ha vuelto inmensa.

Traducido por plutommo
☕ Apoya el proyecto en Ko-fi

Donar con Paypal

🌸 El contenido de Pabellón Literario está protegido para cuidar el trabajo de nuestras traductoras. ¡Gracias por tu comprensión! 💖