Wu Suowei no se atrevió a volver a su antiguo lugar para vender, temiendo que Chi Cheng lo encontrara. Se trasladó a un sitio aún más lejano. Compró un triciclo de segunda mano y un barril de acero inoxidable. Después de unos días de trabajo, por fin se estableció oficialmente.
Conoció a un anciano que soplaba figuras de azúcar, ya mayor pero de carácter amable. Cuando no tenía clientes para su gacha, Wu Suowei observaba al anciano hacer figuritas de azúcar. Él también quería aprender ese oficio. Si se le acababa la gacha antes y el cielo oscurecía, compraba las últimas figuras del anciano para que este no tuviera que seguir aguantando el frío.
Un día, un agente de la gestión urbana se enredó en una discusión con el anciano, exigiéndole que se moviera del lugar. El viejo se negó. Cuando el agente le dio una palmada en el hombro, el anciano cayó al suelo de golpe, retorciéndose y gritando:
—¡Ay, qué dolor! ¡Me muero de dolor!…
El agente, temiendo problemas, intentó irse, pero el anciano se tumbó frente al vehículo de control, abrazando el capó y exigiendo una indemnización. Los espectadores, sin conocer la verdad, no paraban de criticar al agente, quien, incapaz de soportar la presión, terminó pagándole mil yuanes para zanjar el asunto.
Una vez se fue el agente, el anciano se levantó sacudiéndose el polvo, y le dijo con arrogancia a Wu Suowei:
—¿Quiere jugar conmigo? Aún le faltan años. Mira, muchacho, ¿lo has visto? Tú también deberías aprender…
Desde entonces, Wu Suowei nunca más le compró figuras de azúcar.
Se dio cuenta de que en este mundo no existían los llamados “débiles”. Cada persona tenía su propio método para sobrevivir, y no había que derrochar compasión a la ligera.
Hoy era fin de semana, y había mucha gente comiendo fuera. Además de las gachas, Wu Suowei había cocinado una olla de mazorcas de maíz para vender.
—Dame dos mazorcas y un tazón de gacha.
—Tome. Son cinco yuanes.
Wu Suowei tomó los diez yuanes y los guardó en su bolsa, luego sacó cinco yuanes para dar el cambio. Justo cuando abrió la boca para seguir gritando su mercancía, dos figuras emergieron tambaleándose de un lujoso automóvil estacionado no muy lejos, ahogando en seco su grito de venta.
Yue Yue vestía ropa de marca, llevaba un bolso de lujo y su brillante atuendo relucía tan deslumbrante bajo el sol que casi hería la vista. El hombre a su lado, aunque de apariencia ordinaria, exudaba el aire de alguien adinerado. Desde que rompió con Wu Suowei, Yue Yue ya había tenido tres novios; este era el cuarto, llamado Wang Zhenlong.
Wu Suowei desvió la mirada, decidido a ignorar a esos dos transeúntes esculpidos por el dinero.
—¡Eh! ¡Wu Qiqiong! —gritó Yue Yue.
A pesar de que Wu Suowei había bajado la visera de su gorra hasta casi cubrirse los ojos, Yue Yue lo reconoció al instante.
—¿Así que a esto te referías con iniciar un negocio? ¿Vendiendo gacha y mazorcas? —bromeó Yue Yue mientras cogía una mazorca, lanzándole una mirada burlona con sus ojos de melocotón—. ¿Ganas medio yuan por mazorca? ¿Eso te da unos cincuenta yuanes al día? ¡Ay, qué fortuna! De verdad me alegro por ti, ¡qué gran logro!
Wang Zhenlong rodeó la cintura de Yue Yue y fingiendo enojo, susurró en su oído: —No seas tan grosera.
Luego, volviéndose hacia Wu Suowei, lo recorrió con una mirada sarcástica.
—Oye, “hermano ladrillo”, mi novia es una bocazas, no te lo tomes a pecho. En realidad, siempre me he sentido un poco culpable contigo. Después de todo, estuvieron juntos siete años, invertiste tantos sentimientos. Dicen que cuando Yue Yue te dejó, hasta intentaste suicidarte varias veces. ¡Ay, al recordarlo me siento un verdadero villano! ¿Cómo pude robarte a tu novia siendo un pobre diablo como tú? ¡Y para ti debe ser tan difícil conseguir una! ¿Verdad?
—No digas eso —respondió Wu Suowei con calma, arreglándose las mangas antes de alzar la vista y sonreír a Wang Zhenlong.
—El que debería disculparse soy yo. Tú tienes que regalarle marcas de lujo y joyas solo para acostarte con ella una noche, mientras que yo le quité la virginidad en una pensión de 15 yuanes. Vaya perdida te llevaste, ¿eh?
El rostro de Wang Zhenlong se puso verde al instante.
—¡Wu Qiqiong, ¡no tienes vergüenza! —Yue Yue alzó la mano para abofetear a Wu Suowei.
Wu Suowei agarró su brazo con firmeza, sin perder la sonrisa.
—No vayas a ensuciar tus nobles patas de gallina.
Yue Yue no podía creer que este joven de lengua afilada y ambición fuera el mismo “poste inútil” al que antes podía mandonear a su antojo.
Wang Zhenlong, furioso, lanzó un puñetazo directo al rostro de Wu Suowei, pero este lo recibió con su frente de diamante. Wang Zhenlong aulló de dolor y trató de patearlo, pero Wu Suowei lo esquivó con agilidad.
Del coche bajaron dos hombres, eran los guardaespaldas de Wang Zhenlong.
—¡Golpéenlo! ¡Y destrocen su puesto!
Por muy dura que fuera su frente, Wu Suowei no pudo resistir los ataques de dos guardaespaldas profesionales. No se defendió ni suplicó, solo protegió las zonas vitales. Desde entre sus brazos, dos ojos negros y ardientes se clavaron en el rostro de Wang Zhenlong, grabando cada uno de sus rasgos en su memoria.
Al final, Wang Zhenlong apoyó el pie en el cuello de Wu Suowei y dijo con voz siniestra: —Pobre bastardo, así es cómo vivirás el resto de tu vida. No sueñes con levantarte. Vuelve a tu pueblo, cásate con una zorra usada y vive como un miserable. ¡Jajaja…!