Li Wang lanzó una mirada significativa a Guo Chengyu, preguntándole si debían traer a Xiao Long.
—Mirando su actitud, es casi seguro que ya se enteró del asunto. ¿Crees que podrías engañarlo con otra imitación?
Li Wang se dio la vuelta y se marchó.
Chi Cheng seguía bromeando con Guo Chengyu, sonriente.
—Si no quieres soltarlo, olvídalo.
—¡Ni hablar! — Guo Chengyu le dio un fuerte golpe en el cuello a Chi Cheng. —¿Acaso no somos como amigos?
La puerta de hierro del foso de las serpientes se abrió, y dos ayudantes de Chi Cheng entraron. Sacaron una pitón de más de cinco metros de largo y la colocaron en el suelo. La pitón también estaba envenenada; si no recibía tratamiento pronto, moriría en poco tiempo.
Guo Chengyu se acercó, se agachó y, antes de que los otros dos pudieran reaccionar, clavó un cuchillo en el punto vital de la serpiente.
La cola de la pitón se alzó violentamente y azotó con fuerza la nuca de uno de los hombres, que casi se desmayó.
—¿Qué estás haciendo?— El otro hombre lo miró atónito.
Guo Chengyu no respondió. Con el cuchillo, abrió un largo corte en el vientre de la serpiente, extrajo un trozo de carne y, con calma, lo ensartó en la punta del cuchillo para llevárselo a la boca.
Chi Cheng observaba desde un lado, con sus felinos ojos bien abiertos.
Todo el mundo sabía que en el territorio de Chi Cheng estaba estrictamente prohibido matar serpientes, y mucho menos comerlas.
Guo Chengyu chasqueó los labios con descaro, embozando una sonrisa maliciosa.
—Bastante correosa…— Luego, cortó otro trozo y, apuntando hacia Chi Cheng con la punta del cuchillo, preguntó: —¿Quieres probar un bocado?
Uno de los hombres que estaban agachados a su lado protestó indignado:
—¡Aquí no se come serpiente!
Guo Chengyu lo miró de reojo.
—¡Y yo no me estoy comiendo su serpiente! Me estoy comiendo a mi propia serpiente, que estaba dentro de la suya. ¿Cómo iba a encontrarla sin abrirla en canal? Si me hubiera equivocado y cortado carne su serpiente, ¿Su jefe no se me habría echado encima?
Chi Cheng no dijo ni una palabra. Se limitó a mirar fijamente a Guo Chengyu, sin apartar los ojos de él durante diez largos minutos.
En ese momento llegó un chico, el tal Xiao Long del que había hablado Li Wang, al que Guo Chengyu le había costado tanto conquistar. Tenía solo veinte años y aún estaba estudiando. El chico era realmente hermoso incluso Chi Cheng, que había visto todas las bellezas imaginables, no pudo evitar detener su mirada en él durante unos segundos.
—¿También te va este tipo?— bromeó Chi Cheng deliberadamente.
La respuesta de Guo Chengyu fue vulgar pero clara:
—Me va cualquier cosa que tenga un agujero debajo de la cintura.
Chi Cheng soltó unas carcajadas y entró en la casa con paso firme.
Guo Chengyu observó a Xiaolong extremadamente incómodo, como si en su garganta tuviera clavadas miles de espinas.
—Es un buen amigo mío. Entra y charla con él.
Xiaolong solo le lanzó a Guo Chengyu una mirada de duda antes de entrar descuidadamente en esa habitación.
Guo Chengyu y Li Wang se quedaron fuera. Al poco rato, desde dentro llegaron unos gemidos familiares, sin el menor rastro de coerción o discordancia.
Li Wang tiró la colilla de su cigarrillo al suelo y la aplastó con fuerza.
—¿Tan cachondo está? Mira lo poco que ha durado, escucha los sonidos que hace.
Guo Chengyu, con el rostro frío, respondió:
—Tengo putos oídos, ¿sabes?
Li Wang no dijo ni una palabra más.
Las dos piernas de Xiao Long estaban colgadas de la barandilla de la cama, mientras Chi Cheng movía sus caderas con fuerza. Xiao Long lloraba desconsoladamente, retorciéndose de placer, hasta que unos cuantos sonoros azotes de Chi Cheng lo dejaron jadeando entre sollozos.
Guo Chengyu lo escuchó todo con claridad; Xiaolong suplicando entre lágrimas, rogando que lo follaran más fuerte.
En su propia cama, nunca había escuchado unos gemidos así.
Li Wang echó un vistazo a través de la ventana y, para sus adentros, murmuró un “¡Joder!”. Era la primera vez que veía a un hombre follar con esa contundencia arrolladora, esa intensidad salvaje, esa energía desatada.
Poco después, la voz de Chi Cheng resonó desde dentro.
—Guo Zi, ¿qué tal si lo haces tú? ¡Parece que no le gusta que lo folle yo!
Guo Chengyu no respondió. Sabía exactamente lo que Chi Cheng pretendía.
Y, como esperaba, los sollozos suplicantes de Xiaolong no tardaron en llegar:
—No…
En la mente de Guo Chengyu solo había un pensamiento, Chi Cheng, ¡que te jodan!
Cuando Chi Cheng terminó, salió abrochándose el cinturón, con la expresión relajada y satisfecha de quien acaba de desahogarse. Apoyó una mano grande en el hombro de Guo Chengyu y dijo:
—Se ha desmayado.
Li Wang, que estaba al lado, preguntó a Guo Chengyu:
—¿Entonces nos lo llevamos de vuelta?
Guo Chengyu se rió. Una risa tan fría que a Li Wang se le heló la sangre.
—¿Crees que aún puedes llevártelo?
Dicho esto, Guo Chengyu chasqueó los dedos hacia Chi Cheng, subió al coche y se marchó.