Chi Cheng permaneció menos de un mes en la Oficina de Gestión Urbana antes de que su padre lo trasladara al departamento de Policía. La razón, Zhong Wenyu se enteró del incidente en que le arrojaron gachas a Chi Cheng y se le saltaron las lágrimas de angustia. Llevaba días murmurando ante Chi Yuanduan que el trabajo de gestor era agotador, de la mala reputación social, y que no quería que su hijo siguiera allí. Chi Yuanduan, incapaz de resistir su insistencia, finalmente cedió.
Aquel día, cuando llamaron a Chi Cheng a casa, Chi Yuanduan le dijo lo siguiente.
—He contratado a alguien para que cuide de tus serpientes. Si quieres verlas, compórtate como es debido en tu trabajo. Desde pequeño, nunca me he opuesto a tus aficiones, y tampoco me opongo a que críes serpientes, pero solo como actividad secundaria. No me importa cuánto dinero ganes con las peleas de serpientes, un empleo formal es lo más importante. Además, ya he reservado el banquete de tu boda para esta misma fecha el año que viene. Te doy un año; si no traes a una novia para entonces, te casarás con quien yo decida.
—De acuerdo, siempre que no le tema a las serpientes —respondió Chi Cheng.
Chi Yuanduan se exasperó:
—¿De verdad necesitas llevar esas cosas contigo?
Las manos grandes y de nudillos marcados de Chi Cheng acariciaron lentamente a Xiao Cu Bao, con una ternura que no dejaba lugar a dudas.
Zhong Wenyu intervino, diciendo a Chi Yuanduan que, como su hijo aún no tenía novia, no escucharía razones. Cuando encontrara a alguien y aprendiera a preocuparse por los demás, entendería por sí mismo qué era importante.
Antes de irse, Chi Yuanduan lanzó una última pregunta a Chi Cheng.
—El hijo de los Wang quedó tetrapléjico. ¿Tienes algo que ver con eso?
El padre de Wang Zhenlong se llamaba Wang Jiacun. Originario de Shanxi, pero posteriormente se mudó a Beijing para hacer negocios, pero las ganancias que obtenía no alcanzaban para los excesos de su hijo. Chi Yuanduan sabía de este hombre porque, dos años atrás, Wang Jiacun había pedido favores a un subordinado de Chi Yuanduan, dejándole cierta impresión. Cuando Wang Zhenlong tuvo el accidente, Chi Cheng casualmente estaba presente. Aunque todas las investigaciones demostraron que el choque no tenía relación con Chi Cheng, Chi Yuanduan aún sospechaba que podía haber sido algo premeditado por parte de su hijo.
Chi Cheng respondió con indiferencia:
—No conozco a ningún hijo de los Wang.
—Mejor que así sea.
Llegó el fin de año, época en que bonificaciones y sobres rojos llenan los bolsillos de la gente, y también cuando los robos aumentan. La estación estableció un “Escuadrón Antirrobo”, con cien policías de civil patrullando las calles para atrapar ladrones, y cada día caían incontables individuos. Apenas llevaba unos días en la estación cuando Chi Cheng se unió a este equipo.
Al principio, nadie lo consideró como miembro clave del equipo. Después de todo, era un hijo de funcionario, con conexiones profundas y respaldo sólido. No necesitaba estos méritos para ascender o enriquecerse; con que no causara problemas, los superiores estarían satisfechos. Pero quién hubiera pensado que, con su caminar despreocupado, en menos de medio día atraparía a más de una decena. El tiempo conviviendo con animales le había dado a Chi Cheng una percepción más aguda que la de los demás y con solo echar un vistazo, sabía quién era ladrón y quién no.
Los ladrones operaban en pandillas, y los policías también trabajaban en grupo para capturarlos. Una vez identificados, varios se abalanzaban para inmovilizarlos en el suelo hasta que las esposas se cerraban alrededor de sus muñecas; solo entonces se consideraba atrapado.
Pero Chi Cheng no. Él siempre actuaba solo.
Aquel día, estaba de pie frente a la parada de autobús, con una mirada ociosa que vagaba por todos lados, cuando de repente se fijó en dos jóvenes. En ese momento, los pasajeros se apretujaban para subir al vehículo. Uno de los jóvenes bloqueaba intencionalmente la puerta, provocando empujones y regaños de la multitud, mientras el otro aprovechaba el caos para meter la mano en el bolsillo superior de la camisa de una mujer…
Justo cuando estaba a punto de lograrlo, alguien agarró su muñeca. Al voltear, se encontró con una sonrisa sádica.
Cuando el autobús arrancó ese día, todos los pasajeros estiraban el cuello para mirar hacia afuera. Los más cobardes incluso sintieron las piernas temblorosas. Chi Cheng, agarrando el brazo del ladrón, lo levantó por los aires y arrastró cinco metros, dejándole media cara despellejada. El otro ladrón, muerto de miedo, intentó huir, pero Chi Cheng lo agarró del cuello y lo estrelló contra un anuncio publicitario, haciéndole perder los dos dientes frontales.
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Esos días, había una cantidad inusual de personas con gripe y fiebre, al punto que la clínica, llena de pacientes con sueros intravenosos, casi no daba abasto. Jiang Xiaoshuai iba y venía entre ellos, cambiando frascos, retirando agujas, recetando medicamentos mientras intentaba ignorar los llantos de incontables niños.
Wu Suowei, por su parte, estaba cómodamente entretenido haciendo malabares con tapas de botellas, practicando la destreza de sus dedos índice y medio.
—Dawei, pásame una jeringa.
Dicho esto, Jiang Xiaoshuai giró para tomar un frasco de medicamentos, solo para darse cuenta de que Wu Suowei no se había movido en absoluto, todavía jugando con las tapas.
—Oye, te dije que me pasaras una jeringa. ¿No me oíste?
Sin siquiera levantar la vista, Wu Suowei respondió:
—Está en el bolsillo de tu bata blanca.
Jiang Xiaoshuai, entre escéptico y curioso, palpó su bolsillo y, efectivamente, encontró una jeringa sin abrir. ¡Qué extraño! No había visto a Wu Suowei levantarse, ni había sentido que alguien metiera algo en su bolsillo. ¿Cómo había llegado allí esa jeringa?
Wu Suowei mostró una sonrisa maliciosa entre dientes. Parecía que su habilidad estaba a punto de perfeccionarse.
Después del trabajo, Jiang Xiaoshuai preguntó:
—¿Por qué sigues jugando con esa tapa de botella?
—Quiero entrenar estos dos dedos para que sean más ágiles —dijo Wu Suowei, extendiendo su mano derecha.
Jiang Xiaoshuai soltó una risa burlona.
—¿Tanto alboroto solo para masturbarte?
Wu Suowei, avergonzado, le dio un fuerte puñetazo en el pecho.
—¡No digas tonterías! Esto es algo serio.
Jiang Xiaoshuai entrecerró los ojos.
—¿Qué tramas exactamente?
Wu Suowei se acercó a su oído y susurró:
—Últimamente he estado aprendiendo de un maestro, un verdadero experto. Tiene muchos discípulos y opera por esta zona. Aprendemos de él y, cuando dominamos el oficio, le damos el 20% de las ganancias.
Jiang Xiaoshuai lo entendió al instante y se opuso de inmediato.
—¡¡No importa qué hagas, pero ¡¡no robes!!
—¿Qué tiene de malo?— Wu Suowei lo dijo con total indiferencia.
—El mundo entero está lleno de ladrones. ¿Los reembolsos con fondos públicos no son robar el dinero de los contribuyentes? ¿Ser la amante no es robarle el marido a otra? ¿Acaso nunca has comprado discos piratas o leído novelas ilegales?
Jiang Xiaoshuai quedó desconcertado por la retórica bien ensamblada de Wu Suowei. Al mirarlo, el tipo ni siquiera se ruborizo.
—Realmente ‘el azul sale del índigo pero lo supera en color’. Ni siquiera yo he llegado a tu nivel de falta de escrúpulos.
—Yo simplemente le quito a los ricos para ayudar a los pobres— Sus palabras resonaron con convicción.
Jiang Xiaoshuai lo miró con desdén.
—¿A quién has ayudado? No lo veo por ningún lado.
—¡A mí mismo!— Wu Suowei se golpeó el pecho.
—¿Acaso no soy pobre? Además, ya lo decidí, no robaré a la gente común, ni a los trabajadores migrantes. Solo a esos inescrupulosos que se cuelan en las filas, los que evaden el pasaje del bus, los que se comportan indecentemente en público, los que acosan mujeres…
—Tsk tsk…— Jiang Xiaoshuai arqueó una ceja. —Hablas como si fueras un justiciero.—
Aparentemente despreocupado, Wu Suowei en realidad había librado una larga batalla interna. No quería hacer esto, pero era fin de año, todos recibían bonificaciones anuales, y su madre aún no sabía que había renunciado. Ser vendedor ambulante era un trabajo honesto, pero vivir escondiéndose como rata cruzando la calle era miserable. Además, ese odioso agente calvo ya lo reconocía, así que ese trabajo al aire libre ya no era opción.
—Escuché que hay una campaña fuerte contra el robo en esta zona, con muchos policías en las calles —, Jiang Xiaoshuai le advirtió.
—Tranquilo— Wu Suowei le dio una palmada en el hombro.
—Operaré de noche, no tienen energía para trabajar turnos nocturnos.—
Aún así, Jiang Xiaoshuai insistió:
—Cuando hayas tenido suficiente, retírate. No te excedas.—
—Lo sé.