× Capítulo 18: ¡Gachas de mijo! ¡Un yuan por vaso! ×

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Era su primera vez haciendo negocios, y Wu Suowei sentía una excitación latente en su corazón. Antes del amanecer, ya estaba en ruta pedaleando un destartalado triciclo. Sobre ella llevaba un enorme cubo de medio metro de alto, repleto de gachas de mijo. Había usado menos de medio saco de mijo, pero le había añadido una botella entera de goma alimentaria. Las espesas gachas se balanceaban dentro del cubo, y el corazón de Wu Suowei se mecía eufórico.

Nunca más sería manipulado por nadie, ni trabajaría duro para que otros se lucraran. A partir de hoy, por cada vaso que venda, el fruto de su esfuerzo será solo suyo. Si vende poco, ganará poco; si vende mucho, ganará mucho. Si trabaja horas extra, es porque quiere. Gane o pierda, estará en paz.

—¡Gachas de mijo!

 Wu Suowei grito en la calle vacía, sintiéndose extremadamente feliz.

Tras recorrer casi un kilómetro, por fin encontró un buen lugar. Había varios puestos de desayunos, pero todos vendían tortas, huevos rellenos o bollos al vapor; ninguno ofrecía gachas. Frenó, bajó y preparó todo. Justo cuando iba a levantar la tapa del cubo, vio a una mujer mayor parada frente a él, mirándolo fijamente.

—¿Quiere gachas? —preguntó Wu Suowei.

—Estás en mi sitio —respondió la mujer con gesto hosco.

Wu Suowei mantuvo una sonrisa. 

—Esta zona no está regulada, ni usted ha alquilado el espacio. ¿Cómo puede ser suyo?

La mujer estaba ansiosa.

 —Pregúntales a todos si no vendo aquí cada día.

Conociendo las reglas no escritas del oficio, Wu Suowei replicó con calma: 

—Ya he aparcado aquí, y moverme ahora sería inconveniente. Venga usted más temprano mañana.

La mujer, furiosa, dejó su olla eléctrica en el suelo y le lanzó una mirada cargada de odio.

—Bueno, hoy te dejo vender aquí. ¡A ver si puedes vender algo!

Wu Suowei hizo como si no hubiera oído y siguió ocupándose de sus cosas.

—¡Wontons hervidos—recién salidos de la olla!— La mujer comenzó a gritar.

Wu Suowei ahogó los gritos de la mujer con una voz diez veces más fuerte: 

—¡Gachas de mijo! ¡Un yuan por vaso!

La mujer refunfuñaba a su lado: 

—Un muchacho joven y sano, ¿no podría hacer algo mejor? Tiene que venir aquí a vender gachas. Ay… es mejor estudiar. Mi hijo se graduó de la universidad y ahora trabaja en una empresa estatal, sentado en una oficina todos los días. ¿Quién en su sano juicio aguantaría esta miseria? Claramente nació para ser pobre…

—Realmente nació para ser pobre— dijo Wu Suowei mientras manejaba la cuchara con destreza. 

—Si no, ¿por qué sigue aquí vendiendo en la calle cuando su hijo ya trabaja en una empresa estatal?

La mujer se puso roja de ira, apretando los dientes sin saber qué decir, mientras Wu Suowei permanecía impasible.

—Deme un tazón de wontons.

—¡Ahora mismo! Recién hechos, se los sirvo enseguida.

El tiempo pasó minuto a minuto. La mujer se ocupó en su trabajo y ya no tuvo tiempo de discutir con Wu Suowei. Wu Suowei se dio cuenta de que la advertencia de la mujer tenía fundamento, casi todos los que venían a comprar desayuno pasaban frente a él, se detenían un instante y luego lo evitaban para comprarle los wontons a la mujer.

Pasó media hora y Wu Suowei no había logrado vender ni un solo vaso de gachas.

La mujer, por su parte, comenzó a tararear una pequeña melodía, y su mirada burlona le clavaba un puñal en el pecho a Wu Suowei.

Finalmente, Wu Suowei recibió a su primer cliente: una muchacha de poco más de veinte años, que se acercó puramente atraída por su rostro.

—Dame un vaso de gachas.

Wu Suowei se sobresaltó, abrió de golpe la tapa del cubo y cogió el cucharón para servir. El mango del cucharón trazó un elegante arco en el aire, haciendo que a la joven le brillaran los ojos con forma de corazones.

¡Mierda…! El cucharón se le cayó dentro del cubo de gachas.

Wu Suowei se quedó plantado junto al cubo, mirando fijamente sin poder hacer nada.

Era un cubo tan profundo que el cucharón debía haber llegado hasta el fondo. Para recuperarlo, tendría que meter todo el brazo dentro.

—Lo siento mucho.

La joven se marchó con el rostro encendido de vergüenza.

Wu Suowei lo pensó y repensó sin encontrar solución. No tuvo más remedio que volver a casa para recuperar el cucharón. Al pasar con el carrito frente al puesto de la mujer, esta se burló deliberadamente varias veces.

—¡Ay, ay! ¡Ese mango del cucharón debe estar lleno de bacterias! Ahora que cayó en las gachas, ¡tendrás que tirar todo el cubo!

Wu Suowei apretó los dientes en silencio y pedaleó con todas sus fuerzas para regresar.

Al escuchar el traqueteo exterior, Jiang Xiaoshuai supo que Wu Suowei había vuelto. Se acercó a la puerta con expresión satisfecha: 

—¡Vaya! ¿Vendiste todo tan rápido?

—¡Nada de eso! Se me cayó el cucharón grande en el cubo de gachas.

Jiang Xiaoshuai: —…

Al abrir el cubo, vieron que las gachas que al salir tenían una consistencia uniforme ahora estaban espesas como pegamento. Wu Suowei, con el corazón endurecido, vertió la mitad del contenido, recuperó el cucharón y en lugar de volver a echarlas, añadió media cubeta de agua y media botella de goma alimentaria. Tras remover y remover, volvió a tener un cubo lleno.

—¡La otra mitad la venderemos por la noche!

Dicho esto, Wu Suowei pedaleo el triciclo y partió una vez más.


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