× Capítulo 28: Braguitas rosadas ×

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Wu Suowei jamás imaginó que Chi Cheng lo castigaría de esta manera.

Mientras lo llevaban detenido, Wu Suowei consideró todo tipo de posibilidades terribles; los golpes eran inevitables, seguro habría una multa, y quizás hasta arresto penal. Ya casi era Año Nuevo, y si no llevaba su bono de fin de año a casa, ni siquiera podría regresar. Casi podía ver la escena de su madre llena de lágrimas…

Pero al final, nada de lo que imaginó sucedió. Chi Cheng ni siquiera lo llevó a la comisaría, sino que lo encerró en un sótano húmedo. Durante el día, lo sacaba a atrapar ladrones y por la noche volvían al sótano. Después de resolver necesidades básicas como comer y cagar, lo esposaba a la cama hasta el amanecer.

Estos días fueron una tortura para Wu Suowei.

Durante el día, se mataba trabajando para ayudar a Chi Cheng a atrapar ladrones, obligado a cumplir una cuota fija que, si no cumplía, no le daban de comer. Si se topaba con algún cobarde, bien, pero si era de los problemáticos, Wu Suowei terminaba golpeado. Pero eso no era nada. Sufrir desgracias nunca le había importado a Wu Suowei. ¡Lo peor era que él ni siquiera se movía del lugar! ¡Ahí estaba él, luchando hasta quedar hecho pedazos, y lo mínimo que podría haber hecho ese bastardo era echar una mano! ¡Pero no! Solo se quedaba fumando su cigarrillo, agachado al borde de la acera, ¡como si estuviera viendo un espectáculo! ¡Y eso que estaba trabajando para él!

Las noches eran igual de agonizantes.

No entendía en qué estaba pensando Chi Cheng al rentar un lugar tan caluroso y húmedo. Los primeros dos días fueron insoportables. Cada noche se despertaba varias veces, como si durmiera dentro de una enorme vaporera. Que las condiciones fueran malas ya era suficiente, ¡pero encima había una maldita serpiente enorme! Cada vez que Wu Suowei despertaba, se encontraba cara a cara con Xiao Cu Bao, y así se pasaba toda la noche.

El cielo estaba cubierto de grandes copos de nieve que caían lentamente, mientras Chi Cheng seguía agachado al borde de la acera, mirando fijamente a Wu Suowei sin pestañear.

Wu Suowei había adelgazado mucho y sus pantalones, ahora holgados, dejaban al descubierto el borde de su ropa interior, que por alguna razón eran de color rosa. En ocasiones, mientras perseguía a los ladrones, las perneras de sus pantalones rozaban el suelo, obligándolo a subírselos a toda prisa. Pero al hacerlo con demasiada fuerza, la silueta de sus huevitos quedaba marcada claramente bajo la tela.

Chi Cheng esbozó una sonrisa burlona, sacudió la ceniza de su cigarrillo, que ya medía medio nudillo de largo y dijo con voz baja.

 —¡Alto ahí!

Wu Suowei, ágilmente, se abalanzó sobre el ladrón golpeándole las costillas con su cabeza de hierro, derribándolo de un solo golpe.

—¡Otro más!

Lo arrojó con destreza a los pies de Chi Cheng, luciendo especialmente orgulloso.

Pero Chi Cheng, en lugar de felicitarlo, dijo ambiguamente.

—Qué provocativo…

—¿Qué dijiste?— preguntó Wu Suowei, sin entender.

Chi Cheng deslizó una mirada burlona por el amplio espacio de la cintura del pantalón de Wu Suowei y murmuró con sorna.

—Andar con esas braguitas rosadas… ¿qué es si no venderse provocativamente?

—¿Qué tonterías estás diciendo? —Sus pupilas se oscurecieron aún más.

—Esto es gris.

Chi Cheng no sabía que Wu Suowei era daltónico, así que simplemente asumió que estaba tratando de encubrir su vergüenza con una mentira.

Wu Suowei se subió los pantalones un poco más, se bajó el abrigo y después de arreglarse, se dio la vuelta para irse.

—Espera un momento —dijo Chi Cheng.

Wu Suowei se detuvo y lo miró de reojo. 

—¿Qué más quieres?

Chi Cheng le dio un golpecito en la parte posterior de la cabeza con la mano, haciendo que la nieve acumulada cayera. Luego, soltó un último comentario.

—Tus huevos también son bastante grandes.

Después de decir esto, se dirigió hacia la parada del autobús, pisando la nieve que crujía bajo sus pies.

Wu Suowei lanzó varias patadas al aire hacia la espalda de Chi Cheng. ¡Idiota! ¡Prostituto! ¡Pequeño bastardo!… Las maldiciones más hirvientes le subían por la garganta, pero no tuvo más remedio que apretar los labios y tragárselas. ¡Mis habilidades son limitadas ahora, no puedo lidiar contigo! ¡Pero espera, algún día…

¡Este abuelo Wu te atrapará, monstruo!

Tal vez debido al agotamiento del día, esa noche Wu Suowei durmió profundamente.

Xiao Cu Bao salió arrastrándose de entre las cobijas de Chi Cheng, deslizándose con un suave Zsss Zsss hasta la cama de Wu Suowei. Rodeó su cuello, lo envolvió, y cuando Wu Suowei se dio la vuelta, aprovechó para enroscarse otra vez. Así, vuelta tras vuelta, terminó envolviendo la mayor parte de su cuerpo.

En un ambiente tan húmedo y caluroso, Wu Suowei solía pegarse a la pared para refrescarse. Así que el cuerpo frío de Xiao Cu Bao enrollado alrededor de él no le pareció extraño; incluso rodeó a la serpiente con su brazo.

Chi Cheng sintió que Xiao Cu Bao bajaba de la cama, pero que aún no regresaba. Encendió la lámpara de noche y miró hacia el otro lado. Wu Suowei estaba casi completamente envuelto por Xiao Cu Bao, solo su cabeza era visible mientras dormía plácidamente. La cabeza de Xiao Cu Bao descansaba sobre su calva, mientras su cola se movía lentamente hasta quedarse quieta.

Era una imagen inusualmente armoniosa.

A la mañana siguiente, Chi Cheng liberó las esposas de Wu Suowei y dijo con indiferencia. —Puedes irte.

Wu Suowei lo miró sorprendido. 

—¿No dijiste que necesitaba atrapar a doscientos ladrones antes de dejarme ir?

—Puedes quedarte si quieres —respondió Chi Cheng.

Wu Suowei giró abruptamente y se dirigió hacia la puerta con paso firme.

Un sobre de papel kraft lo golpeó en la nunca. Wu Suowei lo atrapó al vuelo con reflejos rápidos y al abrirlo, encontró diez mil yuanes en efectivo.

—Tu pago— dijo Chi Cheng.

Esta vez, Wu Suowei no mantuvo la espalda recta ni pisoteó el dinero con actitud altiva. En cambio, lo agarró con fuerza, lanzó a Chi Cheng una mirada cargada de significado y pronunció con claridad tres palabras: 

—Es lo mínimo.


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